Voto en Blanco II


 Foto de José Luis Santana.
Nota de RestaurARG: Hoy comenzamos una serie de opiniones sobre la conveniencia (o no) del voto en blanco para manifestar desacuerdos con los gobernantes.

En un episodio de la segunda temporada de Billions, un “hacedor” de gobernadores le dice al fiscal Chuck Roadhes, posible candidato: “Las elecciones no se tratan de ideas, sino de candidatos”. Frase corta e impactante para un guión preciso, pero también una verdad cruda y seca, perfectamente ajustada a la realidad en la que nos toca vivir. En las elecciones de 2015 que llevaron al triunfo a Cambiemos frente al Frente para la Victoria, no se votaron ideas, sino candidatos. Por supuesto, esta afirmación será refutada efusivamente, pero basta con revisar el discurso de Mauricio Macri en Costa Salguero, luego de la frustrada primera vuelta en la elección para Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, el futuro presidente de la Nación planteó un “programa de gobierno” (por llamarlo de alguna manera) que reivindicaba varios de los bastiones de la gestión kirchnerista (mantenimiento de la AUH, conservación de empresas emblemáticas como YPF o Aerolíneas Argentinas en manos públicas, etc.).
Macri, por sí y por consejo de sus asesores en marketing político, entendieron que una parte muy importante de la población votante no quería un cambio de ideas (y sus consiguientes acciones derivadas), sino solo un cambio cosmético: un cambio de candidatos.
Enunció, por supuesto, proclamas que generaron expectativas de cambios en la acción: acabar con el Impuesto a las Ganancias gravando salarios, eliminación de las retenciones a la soja, etc. P
ero no fueron más que decoraciones discursivas para una campaña en la cual la clave era el candidato, no sus ideas. Y Macri ganó la presidencia. Y con él, más temprano que tarde, se volvió a repetir el viejo proceso de ocurrencia recurrente: las flores discursivas se quedaron en el jarrón, y las acciones siguieron discurriendo por los viejos canales de siempre.
Ganancias siguió gravando salarios, las retenciones a la soja no se redujeron tal como se había prometido, entre otras cosas, pero eso sí, YPF y Aerolíneas continuaron en manos del Estado, la AUH se mantuvo y profundizó, la política clientelar ejecutada desde el Ministerio de Desarrollo Social continuó bajo el mismo patrón que durante el gobierno kirchnerista, no se tomaron medidas de fondo para enfrentar el flagelo de la inseguridad ciudadana, no se implementaron mecanismos para asegurar el libre tránsito por calles y rutas regularmente tomadas por agrupaciones “piqueteras”, por citar solo unos pocos empleos.
En lo personal, no puedo decir que me siento estafado por Cambiemos, o defraudado, o desengañado. Nada de eso. Nunca aposté por Cambiemos, ni deposité en él esperanza o confianza alguna. Lo mismo que antes con el Frente para la Victoria, y aún antes, lo mismo que con la Alianza, con el Partido Justicialista, o con la Unión Cívica Radical.
Desde 1985 vengo votando en blanco para todos los cargos ejecutivos y legislativos, nacionales y de la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Solo voté partidariamente en 1983: al Partido Intransigente, pero son cosas de la juventud… Es verdad, durante mucho tiempo voté en blanco por hastío (desde el principio, a decir verdad), por resignación a enfrentarme ante un entramado de la corporación política que era prácticamente imposible de perforar (aunque comparado con el de hoy, el de los ’80 era un juego de chicos).
Voté en blanco porque me quería ahorrar el hacer el trámite posterior ante el Tribunal Electoral por si directamente no iba a votar. Pero lo que en realidad quería era no ir a votar. Abstenerme. Pero hoy, en mayo de 2017, después de más de 30 años votando en blanco por esos motivos, me parece que el sentido del voto en blanco debe cambiar.
Mantenerse en blanco, pero cambiar su sentido. Hoy no debe ser un voto de resignación a lo inevitable, o un voto obligatorio de hastío, sino un voto activo: “Te voto en blanco porque todos ustedes no merecen que les dé, ni aún por miedo a que venga el Cuco, mi único mecanismo participativo que ustedes me permiten: el voto”. Una plataforma española dice: “El voto en blanco es una bofetada democrática a los poderes políticos ineptos y expresa la protesta ciudadana en las urnas cuando padece gobiernos insoportables, injustos y corruptos. Es un gesto democrático de rechazo a los políticos, partidos y programas, no al sistema.” No puedo menos que compartir plenamente esa declaración. La corporación política mete miedo e incita a votar al menos malo, al que nos evitaría volver a las épocas de oscuridad (el kirchnerismo o el “neoliberalismo”, según quien agite la idea), e incluso utiliza mecanismo técnicos para disuadir al votante en blanco (la no contabilización, por ejemplo). Días atrás, aquí, @Mildred_delRio escribió un muy buen texto: “No con mi voto”.
Su título es una excelente declaración que reafirma lo que más arriba señalo: ya no más hastío, ya no más resignación a que no hay nada bueno. Ahora ese grito “No con mi voto” debe ser un grito, una declaración firme y enérgica, ahora es el momento decir: “No te voto a vos ni a vos ni a vos; ahora voto en blanco por mi, en mi defensa”. Y para que ese voto en blanco sea tomado en serio, que se sienta como una bofetada en la cara de cada candidato que nos pide su voto para asegurarse un salario a costa nuestra, el voto en blanco debe estar respaldado en una plataforma de ideas en común, básicas, mínima, compartidas por un amplio espectro de quienes decimos: “Voto en blanco en defensa propia”. Construir esa plataforma es el gran desafío que tenemos por delante en los próximos meses. Los muchos o pocos que queramos ejercer esa autodefensa, seguramente partiremos de unas pocas ideas en común, la de la libertad individual, la de la república, la de la igualdad ante la ley, la de un Estado al servicio del ciudadano, y algunas pocas más. Elaborar esa plataforma, difundirla y plantearla para que la clase política la entienda y asuma, so riesgo de que el voto en blanco sea cada vez mayor, es lo que debemos encarar. Voto en blanco en defensa propia. El último camino que nos queda.
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