EL HIJO DEL TANO
La ofensiva judicial contra el “círculo rojo” contó seguramente con la venia de Macri y despeja el camino a su reelección
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)Nota original: https://gauchomalo.com.ar/el-hijo-del-tano/
En menos de una semana, Mauricio Macri dio vuelta la historia. El desfile de encumbrados empresarios retirados de sus casas a la madrugada por la fuerza pública en el marco de una gigantesca causa sobre corrupción fue algo insólito y hasta ahora impensable en la Argentina, un país donde el desprecio por la ley es casi el estilo de vida de su clase dirigente. Sabemos que alguien aportó pruebas registradas en cuadernos y cuidadosamente guardadas hasta ahora, que un periodista las dio a conocer y que un juez hizo lo que debía hacer. Pero ésa es sólo una puesta en escena, épica como una película y también concebida para atrapar a la audiencia. La historia de la institucionalidad argentina asegura que nada de eso habría podido ocurrir sin una decisión política previa, esto es sin el visto bueno del presidente, quien probablemente también haya intervenido para decidir los modos y la oportunidad. Especialmente los modos y la oportunidad.
En estas columnas hemos insistido en que, prácticamente desde el último gobierno militar, la Argentina fue cayendo en manos de una mafia política, empresaria, sindical y judicial que usufructúa el país en beneficio propio, mientras entrega al progresismo todos los recursos del aparato cultural, desde la cátedra a los medios, y desde el espectáculo a las artes, a cambio de que encubra ese saqueo, distraiga a la población de la miseria resultante, licue su conciencia nacional y la embarque en batallas por supuestas libertades y derechos que en la práctica la debilitan y le impiden reaccionar. Hasta ahora, esa mafia había demostrado ser intocable, excepto en la persona de algunos políticos o algunos sindicalistas, y ésta fue la primera vez en que pudo verse a miembros de la clase empresaria ocultar las esposas bajo una bufanda.
Aunque su familia, como parte del llamado “club de la obra pública”, ha tenido bastante que ver con esa mafia, los que conocen al presidente dicen que nunca se ha llevado bien con ella, a la que denomina, sin admiración alguna, el “círculo rojo”, ni tampoco ella con él, a quien suele llamar, sin el menor afecto, “el hijo del tano”. “Para Macri, muchos de los empresarios argentinos militantes de ese círculo, fueron, por acción u omisión, funcionales al kirchnerismo”, escribió un columnista anónimo en Ámbito Financiero. “La última referencia fue en marzo de 2018, cuando en plena reunión de gabinete, el presidente se refirió despectivamente a los principales representantes de la industria nacional como gente a la que ‘Moreno les rompió la cabeza’.”
De ellos, Macri esperaba unas inversiones que nunca hicieron. Las esperaba porque suponía que, tras sufrir por años los patoteos de Guillermo Moreno, la corporación empresaria iba a respaldar, por su propio interés, los esfuerzos de su gobierno por encarrilar la economía sin provocar grandes traumas sociales. No sólo no recibió ese apoyo sino que padeció una de las corridas cambiarias más intensas, prolongadas e insidiosas que se recuerde, corrida que lo hizo trastabillar, lo obligó a recurrir al FMI, y por primera vez puso en tela de juicio la posibilidad de su reelección en 2019. Los diarios hablaron de una “reacción del mercado” ante el fracaso evidente de las políticas antiinflacionarias. Pero en la Argentina no hay mercado, y si lo hay es insignificante. Lo que hay es “círculo rojo”, y Macri supo muy bien de dónde venían las balas. Entonces fue cuando al hijo del tano se le encendió la tanada, ese mandato ancestral de no tolerar que agravio alguno quede sin respuesta.
Es cierto que el caso puede tener motivaciones adicionales, entre las cuales no debe descartarse la cuestión china. Según el columnista Carlos Pagni, China aparece mezclada en muchos de los casos de corrupción que los famosos cuadernos pusieron en evidencia, y es legítimo preguntarse si no hay un interés estadounidense en combatir la creciente presencia china en la Argentina y en toda la región. Pero aquí me parece ver la impronta personal de Macri con más fuerza que en otras decisiones de su gobierno (como por ejemplo en la malhadada idea de abrir el debate sobre el aborto), entre otras cosas porque el proceso desatado puede volverse rápidamente en contra de los intereses de su familia: las empresas del grupo han sido tradicionales contratistas del Estado, y su padre Franco ha sido desde el kirchnerismo el representante comercial de China en el país. Nadie se habría atrevido a avanzar sin la venia presidencial por esos peligrosos andariveles.
Lo mismo puede decirse del gobierno de la ciudad capital, donde fue el propio Mauricio el que durante su jefatura abrió el juego de componendas con el kirchnerismo que permitió a unos y otros adelantar sus respectivos negocios con los servicios, los bienes y el espacio público, negocios en los que hay no pocos representantes del círculo rojo involucrados. Macri nunca confió en Gabriela Michetti como sucesora de esas responsabilidades digamos laterales y prefirió la destreza comprobada de Horacio Rodríguez Larreta en el arte de cubrir todos los requisitos legales para quedar a resguardo. Pero, ¿quién tiene la seguridad de que un remisero al servicio de los servicios no esté tomando nota de ciertos procedimientos inconfesables?
Cuando el propio presidente asume esa clase de riesgos, el resto de los involucrados en maniobras de corrupción entiende que la cosa viene en serio. En una línea paralela de drásticas acciones gubernamentales, Roberto Baradel y Hugo Moyano deben haber advertido por estas horas que las fortísimas multas impuestas a sus gremios no son un chiste. Las balbuceantes declaraciones del camionero después de tomar el té con la ex presidente carecieron del tono desafiante que era posible esperar luego de semejante reencuentro. Cristina Kirchner se cuidó de decir nada.
Es cierto que la mayoría de los empresarios que experimentan por estos días la desconocida sensación de dormir entre rejas, y que proyectan sobre sus familias, amigos y corporaciones el inesperado estigma de la prisión están apenas uno o dos escalones por encima de Lázaro Báez o Cristóbal López, los dos acusados de colaborar de la manera más burda con las trapisondas del matrimonio Kirchner. Pero también es cierto que están apenas uno o dos escalones debajo de un Paolo Rocca y sus equivalentes. La artillería periodística ha apuntado preferentemente contra aquella franja media, y sólo el sitio Infobae, de Daniel Hadad, se animó a poner el foco en Techint y exhibir públicamente la totalidad del cuaderno consagrado a ese grupo. Los estamentos más altos del círculo rojo o la mafia, como se prefiera, están sobre aviso.
Aunque, como suele suceder en la Argentina, todo puede quedar en la nada, tengo la sensación de que el presidente puede avanzar ahora con más tranquilidad hacia su reelección. El miedo no es zonzo, y difícilmente vuelva a haber corridas cambiarias antes de que concluya su mandato, incluso es posible que no haya tantos despidos como se pensaba y hasta que aparezcan algunas inesperadas inversiones. El efecto ordenador de los cuadernos se hará sentir además en los distritos de la capital y la provincia de Buenos Aires, cuyos respectivos jefes podrán concentrarse ahora en planificar su reelección, liberados de las tensiones de una competencia, entre sí y con el jefe de gabinete, para optar a la primera magistratura. No me imagino en cambio qué harán los peronistas, a quienes presumo admirados ante la reacción del líder del PRO.
–Santiago González
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