LA DICTADURA EMOCIONAL
Hace unos días ocurrió un hecho en las redes sociales que no debería pasar desapercibido para ninguno de nosotros. Este hecho muestra claramente como la opinión política no es libre de persecución en la Argentina, y como el simple hecho de opinar políticamente a contramano de ciertos grupos, puede tener consecuencias graves para un ciudadano común.
Marie es una tuitera que tiene una vida similar a la de tantos tuiteros que son profesionales, padres y trabajan en el sector privado. Ella eligió a diferencia de muchos de nosotros revelar su identidad. Puso su nombre, su fotografía y profesión. Algunos dicen (y no me consta) que puso inclusive en su bio el lugar en donde trabaja. Sin dudas su elección personal fue mostrarse tal cual es en una red social acusada de estar infectada de trolles y cuentas anónimas.
No es ajeno para ninguno de nosotros, poseedores de una cuenta en Twitter, que la inmediatez de la opinión es una característica de estos tiempos. Especialmente cuando la opinión es emitida a través de un dispositivo como un teléfono celular. Puede parecer un detalle menor, pero no lo es: un teléfono en mano tiene mayor velocidad y mayor impulso emocional en la respuesta. Un tweet no es algo muy diferente a una pintada o un grafiti en algunas ocasiones, impreso a una velocidad récord a partir de la recepción de un estímulo en forma de información.
Lo que voy a relatar a continuación es una película de terror en tiempo real. De esta película de terror participamos todos en mayor o menor medida, y tiene que ver con una dictadura emocional impuesta por un grupo de gente que pide respeto para ellos cuando sus referentes políticos no paran de faltarnos el respeto a todos desde hace muchos años, con la inmediatez emocional de sus declaraciones públicas plagadas de falta de empatía para el conjunto de los argentinos y la República.
La semana pasada, fallece la Sra. Chicha Mariani, miembro fundador de Madres de Plaza de mayo. A raíz de esta noticia, y con la inmediatez y velocidad de respuesta que ofrece Twitter, Marie emite un tweet comentando un artículo periodístico al respecto: “una menos”. Este comentario, desato una de las peores cacerías de brujas de las que al menos yo tenga memoria.
Un grupo de gente, entre comunicadores de radios que no conoce nadie, militantes y actores siempre adeptos a estos círculos políticos, pidieron a la empresa en donde se desempeñaba como gerenta de finanzas que la dejen sin trabajo, y no contentos con esto, un actor ignoto, llamado Alejo García Pinto, revelo el barrio en donde vive Marie y el nombre del colegio al que asisten sus hijas, solicitando a los concurrentes de dicho colegio, que desagravien a Marie. El desmanejo de esta situación llego inclusive a la empresa en donde ella trabajaba. La empresa, en vez de emitir un comunicado diciendo que la opinión de la empresa no tiene nada que ver con la opinión de un empleado, eligió sobreexponer a Marie y revelar que “en una reunión de directorio decidiremos si la echamos o no”.
Muchas personas pueden sentirse ofendidas o disgustadas con este tweet, o simplemente no compartir la opinión, sin embargo, no deja de tratarse de una opinión política y estar sujeta al derecho de libertad de expresión. El tweet en cuestión de ningún modo es apología de nada: no habla de desaparición forzada de personas, no reivindica al Proceso Militar, no pide la muerte de nadie, sino que en todo caso expresa el desprecio de la pompa que produce la muerte de alguien, y el hecho concreto que esa organización cuenta con un miembro menos por haber fallecido.
Sin embargo, este tweet fue utilizado para arruinarle la vida a una persona que eligió confiar en revelar su identidad en una red social. Tweets como el de Marie son emitidos a diario por un sinfín de cuentas anónimas, sin ninguna consecuencia. Quizá este hecho nos esta relatando una realidad preocupante a la hora de emitir opinión política: el anonimato es utilizado no para defendernos del gobierno por nuestra opinión política sino de pequeños grupos de fanáticos militantes que ejercen una dictadura emocional, no tanto solamente en el ámbito de las ideas, sino en cuanto a lo que podemos decir o expresar a nivel de sensaciones y sentimientos.
Otro hecho similar fue sufrido por Alfredo Casero. Alfredo combina talento con transparencia cuando opina. Sorprende con metáforas que a veces son difíciles de comprender y pueden ser sacadas fácilmente de contexto, como la metáfora del flan (confieso que al principio me enojé porque no entendí a quien le estaba hablando), pero opina con una sinceridad y transparencia raramente vista en nuestro ambiente artístico siempre atento al subsidio INCAA o a la obrita bancada por los Derechos Humanos o el gobierno de turno. Una opinión acerca de la fundación Abuelas de Plaza de Mayo le valió el repudio de sus colegas y la suspensión de un alquiler de teatro para presentarse a trabajar en la provincia de Tucumán. Los dictadores emocionales atacaron de nuevo.
Jorge Lanata cada tanto se queja del anonimato de las redes. Por ahí con estos ejemplos Jorge se dé cuenta porque algunos de nosotros elegimos el anonimato a la hora de opinar: un montón de gente esta dispuesta a arruinarnos la vida solo por lo que escribimos o decimos en una plataforma social.
Esos mismos dictadores emocionales, que piden respeto por sus muertos y sus referentes, no dudaron, ni por un instante, en apañar a miembros de sus filas cuando agredieron desde un pasquín a una niñita de 5 años como Antonia Macri, o inclusive, expusieron la foto de la señora Mirtha Legrand para ser desagraviada de las peores formas por menores de edad como forma de adoctrinamiento. Esta es la Argentina que tenemos: un territorio ocupado por grupos de personas que dicen hacer política desde la intolerancia, la persecución y la falta de respeto por el que no piensa o siente como ellos.
Para concluir, solo expresare un deseo: Que Marie, que puede ser cualquiera de nosotros, pueda continuar pacíficamente con su vida sin que un montón de gente que no la conoce le pueda arruinar la existencia por una opinión emitida en una red social. El precio de la libre expresión no puede ser tan alto.
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