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LA CULPA ES DE OCCIDENTE - TENSIONES CON RUSIA

 


Los delirios de los neocons en su proyecto de exportar su "democracia liberal" al mundo entero, sus infantiles prioridades y su endémica incompetencia se han convertido en la característica definitoria de la gobernancia de Occidente.


Autor: Gerald Warner

Nota original: https://reaction.life/the-west-has-itself-to-blame-for-current-tensions-with-russia/

Traducción: @Hyspasia

Nota original en inglés al pie.

Occidente sólo puede culparse a sí mismo por las actuales tensiones con Rusia.

"La guerra, me temo, está por llegar". Ésa fue la conclusión a la que arribó el historiador Niall Ferguson al final de su largo análisis publicado por "Bloomberg Opinion" el 2 de enero 2022, advirtiendo que el Presidente Biden, la Unión Europea y la OTAN serán impotentes para prevenir una guerra en Ucrania. Otros comentaristas están advirtiendo, con alguna credibilidad, que estamos más cerca de una guerra nuclear que en cualquier momento a partir de 1962. El controvertido comentarista francoamericanoruso, Vladimir Pozner, en otra época propagandista soviético, dijo a una audiencia en una universidad norteamericana que Occidente creó a Vladimir Putin y tiene solamente a sí mismo para culparse por la actual crisis.

No hay necesidad de ser un fanático seguidor de las opiniones de  Pozner para reconocer la verdad en su aseveración. Por una generación - la era post Thatcher/Reagan - Occidente sufrió líderes inadecuados, incompetentes, a menudo narcisistas y ahora los pollitos vuelven al gallinero. El trivial mantra de Fukuyama sobre "el fin de la historia" y su acrítica aceptación por parte de las élites de Occidente habla volúmenes sobre la ola de autoengaño que se apoderó de los gobiernos al final de la Guerra Fría.

La fiebre de "Gorby" [Gorvachov] que infectó a Occidente, que entendió para el demonio de qué se trataba el personaje de Mikhail Gorbachev, señaló la incomprensión de los gobiernos y del público en cuanto el fenómeno que constituyó el "colapso" de la Unión Soviética. De hecho, la URSS no colapsó, fue desmantelada por Gorbachov en un intento de preservar el comunismo por métodos más sofisticados: Gorvachov no abolió el comunismo, intentó gerenciar su decadencia, con la mirada puesta en un renacer futuro. La tarea demostró que estaba más allá de sus habilidades; pero muchas instituciones de la Federación Rusa son derivadas del estado que la precedió y retienen varias de sus características.

Mientras admirábamos a Gorby, desdeñábamos a Boris Yeltsin. Aún con la icónica imagen de él en un tanque fuera de la Casa Blanca (rusa), tuvo poco efecto. Era un borracho, un payaso, tratada en forma caricaturesca por la prensa, de la misma forma que luego lo hicieran con Donald Trump. De esta manera, destruimos las momentáneas pero enormes posibilidades de negociar una nueva relación, totalmente distinta a la anterior, entre Rusia y Occidente, con el único hombre con el cual realmente su hubiera podido hablar en serio.

Hay una actitud condescendiente que Occidente tomó para con los rusos: ellos perdieron la Guerra Fría, no les debemos nada. Los medios de comunicación de Occidente estaban felices en mostrar buques de guerra oxidados pudriéndose en sus amarras; parecía que todo el hardware de la Guerra Fría era papier maché - "¿por qué les temíamos tanto?". La mentalidad de Occidente estaba peligrosamente cerca del hubris del Tratado de Versalles de 1919, con Rusia en el rol de Alemania. Cuando el gobierno ruso empezó a preocuparse de que lo cercaran - la más fructífera semilla de guerra, como la historia demuestra - Occidente prometió no expandir la OTAN hacia el este,... sólo para quebrar su palabra.

Occidente tiene la inviolable obligación moral de brindar seguridad a Polonia; a la cual traicionó en Yalta; y lo mismo a los estados bálticos; sin embargo la intervención militar a Serbia y Kosovo fueron iniciativas problemáticas. Los Estados Unidos, que reaccionaron fuertemente contra los misiles soviéticos en Cuba, alegremente colocaron misiles cercanos a la frontera rusa. Muchas acciones de Occidente fueron legítimas, pero se debieron haber alcanzado algún tipo de acuerdo e intentado cultivar una relación con Rusia.

El núcleo de incomprensión entre ambos lados es la creencia en Occidente de que al ceder un área de influencia a Rusia significará apaciguarla. Esto ignora la historia y el nexo cultural ruso con las naciones católicas ortodoxas, un nudo pan-eslavo que la arrastró a la primera guerra mundial en defensa de Serbia. ¿Qué son los miembros europeos de la OTAN sino el área de influencia occidental?

Nada de esto tiene por objeto justificar la política exterior agresiva de Putin, la cual, como señaló Niall Ferguson, está modelada según su héroe, Pedro el Grande. Pero Occidente ha exhibido extraordinarios puntos ciegos vis-à-vis con Rusia, de los cuales la indignación por la reabsorción de Crimea es el más absurdo. Crimea fue parte de Rusia desde 1783 a 1954 cuando Nikita Kruschev la anexó a Ucrania, parte como un gesto de un nacido y criado a sus propios pagos, mayormente para aumentar la proporción de la etnia rusa en Ucrania en términos demográficos. Se ha demostrado que más del 90% de la población de Crimea es rusa. ¿Si se niega eso, qué pasó con el principio de autodeterminación de los pueblos?

"Pero Rusia tomó Crimea, ilegalmente y por la fuerza", argumentan quienes proponen sanciones. Esto sería el gobierno ucraniano que sostiene ser legalmente electo luego de que su predecesor pro-ruso se negara a pedir membresía en la Unión Europea. Y aunque el gobierno estaba legalmente a llamar a elecciones dentro de los siguientes once meses, cuando el tema de Crimea hubiera podido ser discutido democráticamente. la oposición eligió empezar una rebelión que costó 116 vidas, tomando el gobierno por la fuerza y desestabilizando la región. Esta movida fue fomentada desde la Unión Europea, quien mandó un enviado a Ucrania en forma inmediata, con la esperanza de evitar la invasión rusa, lo que sólo sirvió para demostrar la falta de conciencia y conocimiento de la situación que prevalecía en Bruselas.

Todos los prejuicios y torpezas de Occidente fueron replicadas por el lado ruso: los errores occidentales son resaltados aquí porque recibieron menos cobertura por parte de los medios de comunicación. Los historiadores en el futuro sentirán confusión por el nivel de analfabetismo por parte de Occidente en sus interacciones con Rusia. En la presente crisis de inminente guerra urge recordar que los líderes de Occidente boicotearon los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi en 2014, no por alguna razón geopolítica importante sino porque desaprobaban las leyes rusas en contra de exponer a los jóvenes a propaganda homosexual.

¿A nosotros qué nos importa? ¿Y qué delirante puede ser que los gobiernos occidentales se arroguen a sí mismos el derecho de dictar los valores morales de una nación soberana como la Federación Rusa? ¿No hay situaciones más relevantes que reprochara a China con quien las naciones occidentales se muestran desesperadas en comerciar? La noción infantil que persistió fue que Rusia, de alguna manera, continuó en su camino de negligencia e impotencia, comparado con el poder de Occidente.

El pasado octubre, Vladimir Putin dio un discurso en el cual denuncia a los autodenominados "progresistas" de Occidente que "creen que borrar agresivamente páginas enteras de tu propia historia, la acción positiva a favor de minorías, y la exigencia de renunciar a la interpretación tradicional de valores básicos como 'madre', 'padre', 'familia' y la distinción de los sexos es un hito...en la renovación de la sociedad". Apuntó que Rusia ya había pasado por esa fase durante la era bolchevique y había fallado. Los nacionalistas rusos rutinariamente se burlan de las flaquezas "woke" [superprogres] de Occidente y no hay duda esa percepción de una sociedad pretenciosa ha dado coraje a los halcones rusos.

El 17 de diciembre pasado, Rusia publicó dos borradores de acuerdos de seguridad, uno con los EEUU, el otro con la OTAN. Sus demandas draconians incluyen el veto a incorporar nuevos miembros a la OTAN, una prohibición a EEUU y a la OTAN de colocar misiles de corto y medio alcance que puedan impactar en territorio ruso, que EEUU no cuente con armas nucleares fuera de su propio territorio, que EEUU no despliegue ni hombres ni armas en países que anteriormente formaban parte del Pacto de Varsovia, ningún ejercicio militar de la OTAN mayores a nivel brigada [1] y acuerdo de EEUU en no cooperar militarmente con estados ex-soviéticos. Estas demandas son tan extravagantes, que presentan una similitud ominosa con el ultimatum punitivo enviado por Austria a Serbia en 1914, con la intención de iniciar una guerra.

Hoy, mientras los EEUU se obsesionan con su remoto pasado de posesión de esclavos, la histeria climática y la locación de pronombres, Rusia compite con EEUU y China en el desarrollo de misiles nucleares supersónicos. Con un viejo gagá en el Oficina Oval de la Casa Blanca, nunca existió una oportunidad más favorable para Rusia para afirmar sus reclamos sobre el este de Ucrania. El peligro supremo para el mundo es que un líder débil que haya sido madrugado sobrerreacciones con el objeto de salvar su rostro. El otro peligro es que, en un clima de desconfianza, un error de computación inicie un conflicto nuclear que, en épocas menos confrontativas, pueda ser prevenido con una simple conversación vía el teléfono rojo.

La tragedia es que no deberíamos haber llegado jamás ni cerca de la situación en la que estamos actualmente, si no fuera por los delirios de los neocons en su proyecto de exportar su "democracia liberal" al mundo entero, sus infantiles prioridades de gobiernos "woke" que obvian temas geopolíticos de realpolitik, y su endémica incompetencia que se ha convertido en la característica definitoria de la gobernancia de Occidente. Como son las cosas actualmente, es improbable que Occidente vaya a la guerra para desafiar el régimen de Kyiv; la probabilidad mayor es que sufrirá una nueva humillación, como sucedió recientemente en Afganistán.

* * *

Nota de la Traductora

[1] Consulté a profesionales del tema. La explicación es la siguiente:

Los ejercicios militares nivel brigada involucran entre 5.000 y 7.000 hombres. Con mayor cantidad comprometida tenemos los niveles División, Ejército, Grupos de Ejércitos.

Un ejercicio nivel brigada comprenden casi todos los sistemas de armas en forma táctica, no así estratégica.

Niveles inferiores:

Nivel Compañía (100 personas).

Nivel Batallón (300 personas).

Nivel Regimiento (1000 personas).

Muchas gracias a mi asesor que prefirió permanecer anónimo.


* * *

The West has itself to blame for current tensions with Russia

President George H.W. Bush with Russian President Boris Yeltsin during official state visit to the White House, June 1992
President George H.W. Bush with Russian President Boris Yeltsin during official state visit to the White House, June 1992 (Mark Reinstein via Shutterstock)
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“War, I fear, is coming.” That was the conclusion reached by historian Niall Ferguson at the end of a long analytical piece published on Bloomberg Opinion on 2 January, warning that President Biden, the EU and NATO would be powerless to prevent war in Ukraine. Other commentators are warning, with some credibility, that we are closer to nuclear war than at any time since 1962. The controversial Franco-American-Russian commentator, Vladimir Pozner, formerly a Soviet propagandist, has told an American university audience that the West created Vladimir Putin and has only itself to blame for the current crisis.

You do not have to be an uncritical receiver of Pozner’s opinions to recognise the truth of that claim. For a generation – the post-Thatcher/Reagan era – the West has been afflicted with inadequate, incompetent, often narcissistic, leaders and now the chickens are coming home to roost. Fukuyama’s inane mantra “the end of history” and its uncritical acceptance among Western elites speaks volumes about the wave of delusion that engulfed governments at the end of the Cold War.

The “Gorby” fever that infected the West, which totally misunderstood what Mikhail Gorbachev was about, signalled the incomprehension of governments and public alike with regard to the phenomenon that was the “collapse” of the Soviet Union. In fact, the USSR did not collapse, it was decommissioned by Gorbachev in an attempt to preserve communism by more sophisticated methods: Gorbachev did not abolish communism, he tried to manage its decline, with a view to later revival. The task proved beyond him; but many institutions of the Russian Federation derive from that predecessor state and retain many of its characteristics.

While we raved about Gorby, we disdained Boris Yeltsin. Even the iconic image of him on a tank outside the (Russian) White House had little enduring effect. He was a drunk, a comic figure, treated to all the media caricaturing that would later be meted out to Donald Trump. In this way, we squandered the transient but enormous possibilities of negotiating a radical new relationship between Russia and the West with the one man with whom we could have done serious business.

There was a patronizing attitude towards the Russians adopted by the West: they were losers in the Cold War, we owed them nothing. Western newsreels were keen to show rust-bucket Soviet warships rotting at their moorings; it seemed the hardware of the Cold War had been a paper tiger – why had we ever feared it? The Western mentality was dangerously close to the hubris of the Versailles Treaty of 1919, with Russia in the role of Germany. When the Russian government began to concern itself with fears of encirclement – the most fecund seedbed of war, as history demonstrates – the West promised no eastward expansion of Nato, only to break its word.

The West has an inviolable security duty towards Poland, which it betrayed at Yalta, and the Baltic states; but military intervention in Serbia and Kosovo were more problematic initiatives. The United States, which had reacted so strongly to Soviet missiles on Cuba, was happy to site missiles close to the Russian frontier. Many Western actions were legitimate, but some compromises should have been struck and attempts made to cultivate Russia.

The core incomprehension between the two sides is the Western belief that conceding a sphere of influence to Russia would amount to appeasement. That ignores history and Russia’s cultural link to Orthodox nations, a pan-Slav entanglement that dragged her into the First World War on Serbia’s behalf. What are eastern European NATO member states but Western spheres of influence?

None of this is to justify the aggressive character of Putin’s foreign policy which, as Niall Ferguson has pointed out, is modelled on that of his hero, Peter the Great. But the West has exhibited some extraordinary blind spots vis-à-vis Russia, of which Western outrage over Russia’s reabsorption of the Crimea is the most absurd. The Crimea was part of Russia from 1783 to 1954 when Nikita Khruschev allocated it to the Ukraine, partly as a local boy’s pork-barrel gesture, mainly to enlarge the ethnic Russian demography of the Ukraine. Demonstrably, more than 90 per cent of its inhabitants wish to belong to Russia. If that is denied, whatever happened to the principle of self-determination?

But Russia took Crimea, illegally and by force, from the Ukrainian government, runs the pro-sanctions argument. That would be the Ukrainian government that claimed its validly elected but pro-Russian predecessor administration had lost its mandate – because it refused to seek EU membership – and, regardless of the fact that the government was legally obliged to hold an election within 11 months, when the issue could have been put to the test democratically, launched a violent revolution, at the immediate cost of 116 lives, taking power by force and destabilising the region. That move was encouraged by the EU, which has just sent an envoy to the Ukraine to mediate, in the hope of averting a Russian invasion, demonstrating the lack of self-awareness prevailing in Brussels.

All of the West’s misapprehensions and blunders are mirrored by reprehensible moves on the Russian side: the West’s errors are highlighted here because they receive less acknowledgement in our media. Future historians will be confounded by the geopolitical illiteracy of the West’s interaction with Russia. In the present crisis of impending war it beggars belief that, in 2014, Western leaders boycotted the Russian-hosted Winter Olympics at Sochi, not over some important geopolitical issue, but because of disapproval of Russia’s laws against exposing youngsters to homosexual propaganda. 

What business of ours was that? And how delusional was it for Western governments to arrogate to themselves the right to dictate the moral values of another sovereign power bloc, the Russian Federation? Were there not issues more demanding of reproach arising in China, with whom Western nations were desperate to do trade? The infantile notion that persisted was that Russia was somehow negligible and powerless, compared to Western might.

Last October Vladimir Putin delivered a speech in which he denounced so-called “progressives” in the West who “believe that aggressive blotting out of whole pages of your own history, the affirmative action in the interest of minorities, and the requirement to renounce the traditional interpretation of such basic values as mother, father, family and the distinction between sexes are a milestone… a renewal of society.” He pointed out that Russia had passed through that phase in the early Bolshevik period and it had failed. Russian nationalists routinely mock the “woke” weakness of the West and there is no doubt that the perception of an effete society has encouraged Russian hawks.

On 17 December, Russia published two draft security agreements, one proposed for conclusion with the US, the other with NATO. Their Draconian demands included a veto on NATO incorporating new members, a ban on US and NATO short- or intermediate-range missiles within range of Russian territory, no US nuclear weapons to be stationed abroad, no NATO deployment of forces or arms to former Warsaw Pact countries, no NATO military exercises above brigade level and US agreement not to cooperate militarily with former Soviet states. So extravagant are these demands, they bear an ominous resemblance to the punitive ultimatum sent by Austria to Serbia in 1914, with the intention of waging war.

Today, while America is obsessing over its slave-owning remote past, climate hysteria and the allocation of pronouns, Russia is competing with her and China in development of hypersonic nuclear missiles. With a dotard in the Oval Office, there has never been a more favourable opportunity for Russia to assert its claims in eastern Ukraine. The supreme danger for the world is that a weak leader who has been out-manoeuvred might overreact, in an effort to save face. The other peril is that, in a climate of distrust, a computer error could launch a nuclear conflict that, in less confrontational times, could be prevented through a quick conversation via a red telephone.

The tragedy is that we should never have come anywhere close to where we are now, had it not been for the delusions of neo-cons attempting to export “liberal democracy” to the entire world, the infantile priorities of “woke” governments sidelining core geopolitical issues of realpolitik, and the endemic incompetence that has become the defining characteristic of Western governance. As it is, it is unlikely that the West will deliberately go to war in defence of the regime in Kyiv; the likelier probability is that it will again suffer humiliation, as it did recently in Afghanistan.

* * *

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