EL ESTADO CROUPIER


Autora: Iris Speroni

A la casta política le gusta un estado grande. Le permite decidir sobre muchos gastos, desde un parque de esculturas en la provincia del Chaco (mientras no limpian los canales rurales de drenaje y tienen por meses la provincia inundada) hasta festivales de hip-hop en la ciudad de Buenos Aires o sombrillas gratis en Mar del Plata.

A la casta política le gusta un estado grande. Le permite presupuestar para el 2019 $ 209.483.958.556 de subsidios a las petroleras y las compañías de energía (*). Les permite darles $ 68.000.000.000 de sueldo a los empleados de AFIP para que éstos manden a la quiebra a ciudadanos que hacen lo imposible para ganarse el sustento.

A la casta política le gusta el estado grande. Le permite tener 16.000 empleados en el Congreso de la Nación, mientras la Cámara de los Comunes de Gran Bretaña tiene 2000, para dar un ejemplo. Le permite tener Consejos de la Magistratura, en Nación y en Ciudad y Dios sabe dónde más y nombrar directoras de Observatorio de Políticas de Género que supervisan y registran lo que otros hacen (¿con qué autoridad?).

A la casta política le gusta el estado grande. Le permite repartir cargos y nombramientos y contratos y millones de pesos a toda suerte de fundaciones y asociaciones civiles, algunas con algún tipo de objeto social y otras simples sellos de goma.

Cuanto más grande es el estado, más poder tiene la casta política. Porque más dinero es más poder.

La casta política actúa como un croupier que reparte. Y elige a quién reparte.

La casta política recauda de los impuestos que nos cobra, de la emisión monetaria que nos hace padecer, de los préstamos que toma en nuestro nombre y de la venta y alquiler de propiedades del estado (nuestras).

Ese dinero luego lo reparte entre distintos grupos de poder. Que puede ir desde un merendero en José C. Paz a Bulgheroni y su petrolera china a Abuelas de Plaza de Mayo o al Banco Macro.

El gobierno actual - al igual que todos los gobiernos anteriores - ha privilegiado a distintos grupos económicos y actividades.

El actual gobierno ha tomado el dinero de todos y se lo ha dado ininterrumpidamente a bancos y fondos de inversión mediante la deuda del Tesoro y la deuda cuasifiscal (la que toma el BCRA). Como no ha sabido limitar la cantidad de dinero con la que los favoreció, nos sacó de más. Al punto de dejarnos secos a todos y paralizar la economía. Como un croupier tramposo y angurriento que no sabe cuándo parar. Que no sabe que debe dejar que algunos clientes se vayan con unos pesos a la casa.

La falta de mesura en el pillaje, el robarse hasta el último centavo es lo que lleva a las crisis cíclicas.


Todo Occidente es igual

Los mecanismos que operan en Argentina son los mismos que en Gran Bretaña, Francia, EEUU o Australia.

En Gran Bretaña los laboratorios cobran sobreprecios al NHS (Servicio Nacional de Salud), en Francia hay negocios más que turbios con las compañías estatales (que son la mitad de la economía). En todo Occidente los estados salieron a salvar a los bancos en el 2008, desviando miles de millones de dólares desde los bolsillos de la población a éstos. Pero siempre dejan un billete de 50 pesos en el bolsillo para que la gente no tenga que volverse caminando.

Acá no. Acá no paran hasta que no queda una moneda. Ésa y no otra es la gran diferencia entre ellos y nosotros.


El mecanismo de distribución
Las empresas y organizaciones no empresariales que reciben dinero del gobierno - con o sin contraprestaciones - no son una novedad. Y, como sabemos, están extendidas por todo el mundo occidental: Editoriales que proveen libros escolares en Australia, clínicas abortivas en EEUU, agencias de colocación de inmigrantes en Escocia, asociaciones sin fines de lucro que cuidan ancianos en Alemania, ELF en Francia, bancos quebrados en España (como Bankia, por ejemplo), Shell que recibe subsidios de la Unión Europea para financiar la investigación de energía no convencional mediante el cultivo de algas. Todos ellos reciben dinero de los gobiernos. Hago esta larga y aburrida enumeración para que no creamos que los padecimientos locales son únicos.

Este sistema, que no es nuevo, pero que se ha perfeccionado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tiene un aliciente fantástico para los beneficiarios: les permite no dar la cara y pone al estado de interfase. No va Shell, hogar por hogar, y les pide 20 centavos de euro a cada familia para que le financien sus investigaciones. No. Sólo tienen que demostrarle a algún burócrata en algún escritorio que estudiar algas es una idea fantástica, y reciben una parte del presupuesto, en este caso, de la Unión Europea.

El gobierno argentino ha decidido que va a subsidiar a las petroleras para que inviertan en Vaca Muerta. Traducido: parte de la inversión para explorar y explotar Vaca Muerta la ponen las empresas que se beneficiarán en algún futuro con el petróleo y el gas que allí hay, pero la otra parte la ponemos cada uno de nosotros. Pero Bulgheroni no pasa por los más de catorce millones de hogares argentinos y nos pide a cada uno de nosotros diez pesos. No. Los funcionarios argentinos hacen el trabajo por él.

Es claro que es una decisión aprobada por el Congreso de la Nación. Pero seriamente, si le preguntamos a cada diputado cuánto dinero aprobaron de subsidio por Vaca Muerta, a cuáles de las petroleras se lo van a dar y por qué habrían de hacerlo, ¿cuántos sabrían la respuesta?

Es más, el gobierno decidió subsidiar a las petroleras mediante la compra de combustible para generación termoeléctrica por encima de los precios internacionales, lo que encarece el precio de la electricidad. Esa decisión no pasó por el Congreso.

Otro ejemplo: el actual gobierno decidió indemnizar a Autopistas del Sol y Autopistas del Oeste por más de quinientos millones de dólares. No tuvo aprobación del Congreso. No más de seis funcionarios: el presidente, el jefe de gabinete, el ministro de transporte, el procurador del Tesoro, el secretario de legal y técnica y algún secretario ministerial, deciden darle semejante suma desde nuestros bolsillos a dos empresas. Nuevamente, imaginemos a Roggio y a Macri pidiendo once dólares a cada uno de nosotros, casa por casa. No sólo les llevaría mucho tiempo sino que sería, decididamente, una actividad de riesgo. El estado lo hace por ellos.

Entonces, el estado moderno de Occidente, es un arbitrador entre quienes ponen el dinero y quienes se lo llevan. Y el que pone la cara es el estado, quien mantiene a sus beneficiarios en el anonimato.

En la Constitución diseñada por Alberdi, los representantes naturales nuestros, los que deciden cuántos impuestos cobrarnos y qué fines debe tener ese dinero, son los diputados.

Resulta que en Occidente, no sólo en Argentina, hace mucho tiempo que ese nexo entre Pueblo y Diputados está roto. No les importa que paguemos cada vez más impuestos, y mucho menos a quién le dan ese dinero.

Ésa y no otra es la gran ruptura de representación entre los representantes y el Pueblo. Somos todos Garabombo el Invisible.

Acá, en Francia, en Gales, en Nebraska.

Sepa el pueblo votar. Pero también sepa exigir.



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