ENSAYO SOBRE EL SUICIDIO




Capítulo I: fully automated gay luxury space communism y la Gran Ficción occidental


[Este es un fragmento del e-book que publicaré pronto. Está sujeto a cambios, aunque no creo que muchos.]
“… uniting the ill, though of the most different opinions, opposite interests, and distant affections, in a firm and constant league of mischief…”

— The history of the rebellion and civil wars in England. Edward Hyde, Earl of Clarendon.
Vamos a ponerle fin a la democracia. En nuestras cabezas al menos, porque no vamos a salir a hacer la revolución ni la reacción ni ninguna cosa de esas. Si alguno de ustedes anda con ganas de convertirse en un Cathelineau, le sugiero que lo piense dos veces. No es sólo que el activismo de derecha (o contra-activismo) es funcional a nuestros enemigos, sino que el tiempo para esas cosas ya pasó, y perdimos. No hay nada por hacer. De todos modos, eso no quita que los reaccionarios siempre hayamos tenido razón, desde de Maistre hasta Moldbug. Por eso escribimos — porque es lo único que podemos hacer, y porque quizás alguien en el futuro tenga ganas de leer nuestra versión de la historia. Lo que vamos a hacer, en pocas palabras, es demostrar que la democracia es un sistema perverso que merece ser expuesto, desacreditado y, si es posible, tratado con una buena dosis de Apocalipsis 20.[1] No va a ser fácil, y no sé ni por dónde empezar, porque no tengo la paciencia ni la prolijidad de Hans-Hermann Hoppe. Así que tomemos alguna punta del hilo y tiremos a ver qué sale.
Si de algo estoy seguro, es de que al menos ante los ojos de los más jóvenes, la democracia perdió toda credibilidad, si es que alguna vez la tuvo. Los millennials y centennials que aún dicen creer en el poder del voto son mentirosos, oportunistas o ingenuos — de esos que creen en las instituciones republicanas; que leen Clarín y miran CNN o, peor, están afiliados a algún partido. Si creés, por ejemplo, que la respuesta a los grandes males del país está en formar un partido liberal que vuelva a poner sobre la mesa el concepto de vida, libertad y propiedad, este ensayo es justo para vos. Leelo. Si no estás de acuerdo, siempre podés volver al capullo y leer Prensa Republicana. De paso, podés decirles que su página necesita, además de buenos escritores, un poco de chapa y pintura. Si voy a leer algo mal escrito sobre algo tan aburrido como el Foro de Sao Paulo, por lo menos ofrézcanme un lindo diseño.
Yo sé que probablemente nunca te creíste el verso de la república, pero quiero que sepas por qué es un verso — y que no tengas que desempolvar volúmenes y volúmenes de las bóvedas de archive.org. Leer a Carlyle o a de Jouvenel siempre vale y lo recomiendo, pero muchas de las fuentes no están en castellano. Y a veces uno simplemente no tiene tiempo.[2]
Mientras estaba sentado preparándome para seguir escribiendo esto, vi una especie de video de campaña que terminaba con una frase que a mí en particular me cayó como un gancho al hígado, porque en poquitas palabras dice muchísimo — “merecemos algo mejor”. Claro que ese “nosotros” no abarca a todos los argentinos. “Nosotros”, la gente de bien, sacaríamos adelante el país si no fuera por los “otros”. Es penoso y hasta me da vergüenza escribirlo, pero en Argentina las tendencias son dos, y ya las conocemos: unos dicen que la culpa es del peronismo y de que nadie quiere laburar; los otros dicen que el problema es la oligarquía liberal que exprime a los trabajadores con políticas de ajuste. Razones, como veremos, hay en ambas posturas — y es lógico que cada uno cuide su quinta. El que es beneficiario de planes sociales siente que es su derecho recibirlos; el empleado público que trabaja de 8 a 14 y sale a hacer las compras en ojotas los sábados a la mañana delante de los trabajadores que lo mantienen, siente que se ganó lo que tiene en buena ley; el empresario que le vende al Estado con sobreprecios siente que está recuperando una pequeña parte de lo que confiscan todos los días. A todos nos toca un poco y a todos nos quitan un poco. En términos netos algunos salen perdiendo y otros ganando, y todos pueden aducir razones para recibir lo que reciben, y para conservar lo que les sacan. En la infancia de cualquier democracia hay una marcada diferencia entre los que producen y los que no producen, así como entre los que pierden y los que ganan en la distribución de la riqueza. Hoy el circuito de confiscaciones y beneficios es tan complejo e intrincado que prácticamente no hay nadie que no se agache a meter la cuchara a la vez que le meten un dedo en el culo. Este es un juego en el que, nos guste o no, participamos todos.
El problema no es simplemente lo gracioso de un joven libertario que estudia en una universidad pública: el tema es que es bancado por el conserje de un hotel que no puede estudiar porque tiene horarios rotativos. ¿Con qué cara le dice a un piquetero que es un parásito, si él también lo es? El piquetero cree que está luchando por lo que le corresponde – igual que nuestro amigo liberal, que si va a la Universidad de Buenos Aires es porque cree que es su derecho (o al menos no le parece inmoral). Toda democracia degenera eventualmente en una cultura de robo sistemático.[3] Acá está claro que unos roban más que otros, pero debe quedar claro a su vez que todos se roban entre todos – y todos sienten que hay motivos suficientes para quitarle al que tiene para darle al que no tiene. El robo sistemático, también conocido como seguridad social o algún eufemismo similar, está institucionalizado en cualquier democracia, y no hay democracia que tarde o temprano no lo formalice.[4]
Una democracia que es ideal a la vez que es fiel a sí misma, es decir, que funciona y a la vez no depende de ingenuidades como el auto-control de los individuos ante la tentación del dinero no ganado; o, dicho de otra forma, una democracia que vuelve realidad el mito Whig del progreso humano termina indefectiblemente en fully automated luxury gay space communism (FALGSC). En términos freudianos, esto no es otra cosa que el triunfo del principio de placer sobre el principio de realidad. Esta es la sociedad que Herbert Marcuse soñaba en Eros y Civilización y El Hombre Unidimensional: el re-encauzamiento de las fuerzas de producción, desde la posición actual de represión del eros a través de la explotación y el consumismo, hacia la liberación de las fuerzas productivas del individuo. Marcuse creía que el capitalismo tendía a perpetuar la represión, y que todos, desde los magnates hasta los obreros, eran esclavos del modo de producción capitalista. El individuo debe dejar de estar preso del sistema y utilizarlo para aliviar su sufrimiento, cosa que, según Marcuse, ya era bastante posible en los países desarrollados allá por los años cincuenta y sesenta:
“La sociedad industrial avanzada se está acercando al estado en que el progreso continuo exigirá una subversión radical de la organización y dirección predominante del progreso. Esta fase será alcanzada cuando la producción material (incluyendo los servicios necesarios) se automatice hasta el punto en que todas las necesidades vitales puedan ser satisfechas mientras que el tiempo de trabajo necesario se reduzca a tiempo marginal. De este punto en adelante, el progreso técnico trascenderá el reino de la necesidad, en el que servía de instrumento de dominación y explotación, lo cual limitaba por tanto su racionalidad; la tecnología estará sujeta al libre juego de las facultades en la lucha por la pacificación de la naturaleza y de la sociedad”[5]
 En pocas palabras, FALGSC es vos llevando una vida de hedonismo mientras los robots (o quizás los inmigrantes) hacen todo el trabajo. Es una simplificación tonta, pero no tan tonta. Marcusistán es la culminación de la cultura del robo sistemático. Primero, el robo es bien percibido como un acto inmoral, y hay una diferencia clara entre los que roban y los que son robados, a la vez que existe una clara “conciencia de clase” en uno y en otro, porque la movilidad social es casi inexistente. Segundo, el robo se formaliza gradualmente a través de las instituciones públicas (seguridad social, políticas públicas, welfare), cambiando a su vez la mentalidad de la población respecto a la propiedad privada y borrando la línea entre víctimas y ladrones, no sólo porque todos reciben y todos pierden en el indescifrable circuito de la repartija, sino porque el acceso al Poder se abre a cualquiera. En las democracias occidentales todos son víctimas y victimarios, y es difícil determinar hasta qué punto. Finalmente, luego de un lento proceso, la idea de propiedad privada va perdiendo sentido. La cabeza hace click, y de repente no me roban ni estoy robando, sino que todos compartimos todo. Volver irrelevante la propiedad privada es el fin del comunismo, así como el de la democracia — la apoteosis del Whiggismo. Lo que esto implica, claro, es que tanto el comunismo como el capitalismo comparten la misma filosofía moderna de constante progreso material que termina en un mismo lugar: ameliorar la existencia humana. Para eso se inventaron el control remoto, el abrelatas y el aire acondicionado. Algún capitalista podrá discutirlo, pero no veo por qué.
Y es que de ninguna manera el comunismo está en contra del progreso material. Al contrario. Está obsesionado con la producción – la hiperproducción, incluso. Lean sobre el Plan GOELRO o cualquier libro sobre la Unión Soviética o los escritos y declaraciones de Lenin.[6] Su objeción no pasa por el hecho de producir en sí mismo, sino por el por qué y para qué de producir. Acerca de esta manía escribió Baudrillard:
“Un espejo recorre el imaginario revolucionario: la fantasía de la producción, que alimenta por doquier un desenfrenado romanticismo de la productividad. El pensamiento crítico del modo de producción no afecta al principio de la producción. En su totalidad, los conceptos que en él se articulan sólo describen la genealogía, dialéctica e histórica, de los contenidos de producción y dejan intacta la producción como forma. Esta misma forma resurge idealizada tras la crítica del modo de producción capitalista. En efecto, dicha crítica no hace más que reforzar, por un curioso contagio, el discurso revolucionario en términos de productividad. […] La consigna general es la de un Eros productivo [y] nada hay que no esté ‘producido’ según un ‘trabajo’.
Si ésta es la verdad del capital y la economía política, la revolución se hace cargo de ella en su integridad: será en nombre de una productividad auténtica y radical que subvertiremos el sistema de producción capitalista, será en nombre de una hiperproductividad desalienada, de un hiperespacio productivo que aboliremos la ley capitalista del valor. El capital desarrolla las fuerzas productivas, pero también las frena: hay que liberarlas.”[7]
¿Podemos cortarla, ya que estamos, con el meme del comunista con Iphone? Los comunistas no son hipócritas. De hecho, son muy coherentes y apoyan con su propio dinero el futuro al que ellos apuestan: fully automated luxury gay space communism. Hay una entrevista que Brittany Pettibone y Lauren Southern le hicieron a Aleksandr Dugin en la que nuestro amigo ruso les dice que Trump versus Hillary es sólo la superficie de una gran grieta filosófica: los que votaron por Donald son los “seres humanos” y los que votaron a Clinton se están preparando para ser transformados en otra cosa – una especie de post-humanos. No se la pierdan. Son los liberales clásicos, conservadores y “liberales conservadores” en general los que no entienden; los que bancan con su bolsillo un sistema que aborrecen, creyendo que, con cada chiche que compran, reivindican un modo de producir – un modo de producir que ya no existe.
Los believers del proyecto Occidental, liberales o comunistas (o alguna mezcla de ambos), creen en el progreso indefinido del ser humano desde la oscuridad hacia la luz – eso es literalmente el enlightenment. El futuro para ellos es el del universo de Star Trek. Uno de los más prominentes creyentes del lado de la derecha liberal es Jordan Peterson, pero su optimismo no se compara al de las élites intelectuales norteamericanas y sus sacerdotes del progreso como Stephen Hawking o Michio Kaku. Si tienen la chance, miren alguno de sus videos: así es como habla un true believer. Entre otras cosas, Kaku dice que los que no creen en la bondad o incluso la inevitabilidad de un gobierno mundial son terroristas. Un buen tipo.
Claro que todo esto es muy lindo, pero presupone algo fundamental que muchos dan por hecho pero que yo, como buen reaccionario que soy, me atrevo a cuestionar como una fantasía. Quizás la Gran Ficción Occidental. La utopía occidental de las sagas optimistas de sci-fi depende inexorablemente de dos cosas: por un lado, la creación y acumulación ininterrumpida de capital; y por otro, el poder civilizador de la democracia. Y es acá donde la realidad nos pone sus manos frías y huesudas en el hombro y nos dice que paremos la pelota.


Agradecemos la difusión de este artículo:      

* * *

[1] Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano.
Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años;
y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo.
[2] Los que saben inglés pueden leer introducciones muy superiores a esta, como los escritos sobre la democracia de Mencius Moldbug o The Dark Enlightenment de Nick Land. También vale mucho la pena leer Reactionary Philosophy in an Enormous, Planet-Sized Nutshell, de Scott Alexander.
[3] “Democracy might begin as a defensible procedural mechanism for limiting government power, but it quickly and inexorably develops into something quite different: a culture of systematic thievery.” (Nick Land. The Dark Enlightenment.)
[4] “La seguridad social es el sistema de protección que una sociedad construye a fin de brindar amparo frente a los riesgos que atraviesan todos los seres humanos a lo largo de la vida.” (https://www.argentina.gob.ar/desarrollosocial/seguridadsocial)
[5] El Hombre Unidimensional. Herbert Marcuse. (1954)
[6] “El Comunismo es poder soviético más electrificación.”
[7] El espejo de la producción. Jean Baudrillard.

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