ESTUDIÁ - NO SEAS POLICÍA


Autor: Dr. Antonio Bermejo (@JuezBermejo)



Estudiá, no seas policía.

Hace ya un par de meses salió en diversos medios una noticia, en la cual se decía que ante un llamado oficial para cubrir vacantes de Guardias (la primera jerarquía del escalafón de suboficiales del Servicio Penitenciario Bonaerense) en el Penal de Olmos, hubo largas colas. 

De todos los diarios y de varios políticos (entre ellos un ex presidente), se culpó a la crisis económica como razón para que tantos jóvenes hayan ido a buscar un “trabajo tan poco gratificante”.

Desde el progresismo casi omnipresente, tanto en la política, como en los medios y la cultura, se cree en algo similar a la sociedad de castas de la India. Ellos arriba, los brahmines, los sacerdotes de ese nuevo credo, casi siempre egresados de alguna carrera de ciencias sociales, y abajo, el resto de los mortales que no entienden lo bueno de sus ideas. En esta última categoría, ser miembro de alguna fuerza de seguridad está en uno de los escalones más bajos, de ahí el mantra con el que se titula la nota “Estudiá, no seas policía”. 

Lo tienen tan incorporado que no les importa despreciar a un gran número de penitenciarios, diciéndoles (palabras más, palabras menos) que su trabajo es una porquería y que están ahí porque no les dio para otra cosa. No solo es eso, es desconocer primero la importancia del trabajo penitenciario, y que Argentina fue uno de los primeros lugares donde se profesionalizó. 



Actualmente, en el SPF, para egresar como Subadjutor se debe hacer una carrera de 4 años en la Escuela Penitenciaria Federal, articulada con la UNLZ. No es para cualquiera. Y, principalmente, nadie tiene que decirle a uno cuál es el camino que uno elige para progresar.

Voy a ser autorreferencial (aunque no es mi costumbre). Hace ya bastantes años, de chico, hice los trámites e ingresé en una fuerza de seguridad. Me acuerdo mucho del proceso de ingreso. Entre decenas de estudios médicos y psicotécnicos, hablaba con el resto de los chicos que deseaban ingresar. Todos jóvenes, de 18 a 25, vestidos de traje (a la mayoría le quedaba grande o chico, era prestado por alguien), y cada uno con su historia y sus deseos. 

Había uno del Conurbano profundo que trabajaba en una fábrica de sanitarios y quería dejarla. Otro, salteño, era policía provincial y quería entrar a un fuerza federal con mejor sueldo y posibilidades de carrera. Un mecánico que quería trabajar adentro pero sin dejar su taller (al que pensaba seguir atendiendo los fines de semana). Me acuerdo mucho de un muchacho del campo, de Santiago del Estero, que nunca se había hecho un chequeo médico y le saltó que tenía brucelosis en los análisis. El denominador común era que querían progresar, aceptaban la dureza y los riesgos del trabajo con tal de tener una vida mejor. Sin ir más lejos, ese trabajo a mí me permitió estudiar en la Universidad (como comentario al margen, a pesar que fui a la UBA nunca oculté que trabajaba en una fuerza y nunca ningún compañero me atacó por ello, es más, me preguntaban cosas o pedían que les ayude a hacer algún trámite; tal como la sociedad, la universidad, que aparenta ser unánimemente progre, no lo es).

El  otro día recordaba una película, que aparenta ser de acción, Starship Troopers (creo que se llamaba Invasión en castellano). Está basada en un libro de ciencia ficción de Robert Heinlein en el cual proponía una sociedad del futuro en la cual el derecho a la ciudadanía (el pleno ejercicio de los derechos políticos) no se obtenía por el mero hecho de haber nacido, sino que debía ganarse haciendo un “servicio” a la sociedad (servicio militar o, para los objetores, alguna especie de civil), o sea, estar dispuesto a ofrecer su tiempo y sacrificarse por la sociedad sobre la que se quiere mandar. 




Hay una escena (https://youtu.be/YdRbwMGCJrE?t=52) donde un grupo de reclutas, hombres y mujeres, en las duchas, hablan de por qué se enlistaron. Cuando la vi por primera vez, de adolescente, mi atención estuvo dedicada exclusivamente a ver a las chicas. Hace poco la vi de vuelta y recordé lo que me había pasado cuando hacía el ingreso a la fuerza. En la película un muchacho dice que es granjero y que quiere salir de la granja. Una chica, que necesita hacer el Servicio para poder dedicarse a la política. Otro, que si hacía el servicio, el Estado le pagaba una beca en la universidad. Es la humanidad misma, el deseo de salir adelante con lo que se tiene.



En momentos donde sobresale el pesimismo (a mí mismo me pasa) hay que intentar ver por debajo de la pátina progre y de la casta de inútiles a los cuales sostenemos mientras ellos se pelean. 

Gente que abre un kiosco peleando contra mil regulaciones e impuestos. 

Chicos que ingresan a un trabajo que capaz no es lo que soñaron, pero que les da la posibilidad de progresar. 

Muchachos que se levantan a las 5 y cruzan todo el Conurbano con una maqueta para ir a la facultad y luego a trabajar. Todos con la esperanza de tener una vida mejor mientras desde los medios pontifican los progres y ensalzan a punteros, políticos y piqueteros. 

Como dice Hyspasia, una élite desconectada de la realidad, con una agenda propia que a nadie le importa. No todo está perdido y debemos trabajar para que ese deseo tan humano de progresar no sea totalmente aplastado.



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