SARASA SARASA




Cuando me trepé a la camioneta para regresar del campo, en la radio una voz femenina anunciaba que leería un texto de Jorge Luis Borges.

Me dispuse a disfrutar con todos los sentidos.

Al cabo de unas pocas palabras bastante bien leídas, empecé a sentir la traición de expectativas que tengo tantas veces con infinidad de textos que circulan atribuidos al genial maestro Borges.

Apenas llegué a mi casa lo corroboré. Efectivamente, el poema “El árbol de los amigos” se le atribuye al maestro pero no tiene su firma ni existe dentro de su obra. 

Al terminar su lectura, la animadora del programa lo relacionó con el día del árbol y aprovechó para dar un mensaje ambientalista sobre el amazonas, la quema, el pulmón del mundo y sarasa sasasa.

Y me fui. Chau, música y listo.

Pensaba en el poder de la comunicación, en la importancia del mensaje, en la honestidad intelectual y carga de verdad que porta. Y pensaba en lo grande y genial que fue, es y será el maestro Jorge Luis Borges, porque es citado cuando se le quiere dar nivel a una serie de conceptos.

Cuando se le atribuye algún texto, éste cobra una vida y vuelo distinto, excepcional. Es como un plus adicional.

Como cuando lees una oración atribuida a la Madre Teresa de Calcuta, o ves y escuchas a Juan Pablo II dirigiéndose a los jóvenes. 

Hay personas que aportan un plus de prestigio al mensaje y, por lo tanto, te generan un grado de sensibilidad superior, para conmoverte positivamente.

Están los otros mensajes, los que te conmueven al revés, bajo el yugo del poder de la comunicación.

En los medios conviven Borges y Teresa de Calcuta, junto a Narda Lepes cocinera, Nancy Pazos y María O’Donnell diciendo que el calentamiento global es culpa de los pedos y los eructos del ganado vacuno (textual). 

En otra sintonía podés escuchar que se puede optar, según te auto percibas, entre ser hombre, mujer o una planta o animal a elección. Potus, ficus, geranio, oveja o burro. 

Si sigues recorriendo el dial te encontrarás con el cocinero Francis Mallman anoticiándote de que dentro de 10 años ya nadie, en el mundo, comerá carne ni siquiera de pescado. O sea que en nuestras reuniones de asado con amigos, habrá que darle a la berenjena, vuelta y vuelta y jugosa como le gusta al Pucheto.

Si insistes en tu búsqueda desesperada por un resquicio honesto para oír algo de sensatez, quizás te toque oír el martirio de un par de asturianas que han decidido romper todos los huevos y modificar genéticamente a las gallinas para que no pongan mas, además de separarlas de los gallos para que dejen de ser violadas.

Ya si tienes mucha puntería, quizás te des el tiro de gracia sintonizando justo cuando la Mesa de Enlace le pone una ficha a Alberto Fernández, o cuando Gustavo Grobo se calza el paracaídas para tirarse sobre el “nuevo ciclo de esperanza”, o cuando Héctor Huergo te cuela encubierta su opereta Clarín biodiesel.

Y después nos preguntamos por qué no podemos solucionar nuestros problemas económicos. ¡¡¡Es que tenemos un problema con la verdad!!! Nuestros enunciados son de semejante nivel de despropósito, insensatez y deshonestidad intelectual que no podemos creer ni en nosotros mismos.

La economía es una cuestión de confianza y expectativas… y nosotros nos mentimos hasta cuando nos decimos buen día.

Desde Longobardi hasta Víctor Hugo Morales, todos, se arañan el pecho despotricando contra Trump, Bolsonaro, Jonhson y Salvini, justamente, por desnudar algo de verdad. 
Todos rezongan y lloran por pauta, vociferando la agenda de la nueva izquierda.

Eso si, esgrimen a Gramsci, pero citan al maestro Borges y a Teresa de Calcuta aún sin leerlos.

Se dan corte… ¿creerán que no se nota?.

Juan Martín Perkins.


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