NO VAMOS A PODER ECHAR A LOS GRANUJAS



Autor : Baron Bodissey

Nota original https://gatesofvienna.net/2021/05/we-cant-throw-the-rascals-out/#more-51933

Traducción: Hyspasia

Han pasado más de cien días desde que asumió La Marioneta [en EEUU], y los adictos políticos terminaron la fase de "luna de miel" y ya entramos en los primeros estadios de las elecciones de mitad de término del 2022 y de las elecciones presidenciales del 2024. Los republicanos incondicionales planean estrategias para retomar la Cámara Baja y el Senado. Miles de especulaciones sobre si Trump se presentará nuevamente, o quien va él a elegir como compañero de fórmula o a quien va a designar en caso de no presentarse. Expertos y expertas siguen y analizan cada uno de los balbuceadas declaraciones de Joe Biden y las carcajadas estridentes de Kamala Harris. Ilustradores y artistas de memes entraron en la etapa de burlas, ya que tienen muchas bufonadas a mano para trabajar.

Pero, realmente, ¿cuál es el punto?

Según todas las apariencias todo en el mundo político es "negocios como siempre". Como si nada fuera de lo ordinario hubiera sucedido en la madruga del 4 de noviembre de 2020. Como si millones de votos no fueran creados de la nada - llamados "fiat voting" - por el partido que gobierna en forma permanente y opera en simbiosis con los medios y los Big Tech. Como si los mismos delincuentes no estuvieran en control de cómo los votos serán contados la próxima vez. Como si no estuvieran conspirando para lograr más control aún.

Aún Donald Trump parece subscribir a esa ilusión extendida, como si se preparara para intentarlo en el 2024. ¿No se da cuenta por qué perdió frente a un desagradable miembro del apparatchik aflijido por demencia senil? ¿Por qué cree que los resultados serán diferentes cuando tenga que competir contra Kamala?

Disfruto leer a los eruditos partidarios republicanos clásicos, que postean inteligentes y entretenidas observaciones sobre los bizarros dimes y diretes políticos de Washington DC., o de la Costa Oeste, o en las torres de marfil de la Academia Woke [N. de T.: progres con esteroides]. Pero no confundo nada de eso con la realidad. El sonido y la furia de D.C. tiene tanta relación con la vida real como la serie de televisión "The West Wing" o "The Simpsons".  Prestar atención a todo ese teatro político es sólo un pasatiempo hasta que Ragnarøk realmente vuelva con toda su fuerza.

Debo admitir, de todas formas, que encuentro difícil poner de lado mis arraigados hábitos y forma de pensar. Siempre que alguna particularmente grotesca política pública progresista es implementada en alguna ciudad, estado o por los legisladores federales, mi respuesta automática es: "Bueno, esta gente merecee lo que votó".

Es difícil recordar de que en realidad pueden no haber votado esto. Es muy posible, especialmente a nivel federal, de que los funcionarios claves que nos llevaron a la promulgación de esta orgía progre no fue la elección de la mayoría de los votantes en sus particulares distritos electores. Los demócratas y los RINOs [N. de T.: Republicans In Name Only] han perfeccionado el proce de contralar quién es elegido. De ahora en más no habrá nunca más mayorías legislativas que no apoyen las preferencias de los Poderosos Que Son Lo Que Son.

Cuando dejo de estar deslumbrado por esta producción teatral barroca dentro de Beltway [N. de T.: Washingto DC], y pienso en lo que realmente sucede, es deprimente. Ése es el momento en que desearía poder tomar la píldora azul y reentrar en la Matrix. Lamentablemente, todavía no descubrí cómo poder hacerlo.

* * *

Los demócratas ahora tienen mejor control sobre el conteo de los votos que lo que Stalin nunca pudo haber soñado hacerlo. Y, a diferencia del tío Joe, no tienen que meterle bala a nadie para asegurarse el resultado. O no a demasiada gente, de todas formas. Sólo algunos desafortunados suicidios o accidentes de auto aquí o allá.

Estos son los tres factores principales que permitieron este puño de acero sobre el proceso electoral:

1. El dominio demócrata en los mayores centros urbanos con la excepción de Salt Lake City;

2. Avances en la tecnología electrónica digital, complementado con internet; y, 

3. Total control pormenorizado sobre el 99,5% de los medios de comunicación.

Estos avances les permitieron hacer algo semejante a los que Iosif Vissarionovich Dzhugashvili jamás hubiera podido imaginar: mantuvieron a la mayoría del electorado en la ignorancia de lo que había sucedido.

Gente que obtiene toda su información de los medios de comunicación masivos o de Facebook o de Google News cree que Joe Biden realmente ganó las elecciones del pasado noviembre. Creen que los que apoyan a Trump realmente son racistas. Creen realmente que casarse con alguien del mismo sexo es un derecho fundamental y que sólo los cristianos son "odiadores" que piensan diferente.

En contraste, cuando Joseph Stalin conducía la USSR, casi nadie creía lo que decía el partido. La mayoría de las personas simplemente tenían miedo de ir contra ello.

No es que el miedo no juegue su parte en el País Antiguamente Conocido como los Estados Unidos de América.

Cualquiera que haya oído a los "insurreccionistas" que fueron arrestados, golpeados y mantenidos en confinamientos solitario el pasado enero 6 en el Capitolio sabe que puede ser dañino para su salud expresar sus deplorables opiniones en público.

Cualquiera que haya visto a maestros y empleados públicos perder sus trabajos por  enunciar pensamientos políticamente incorrectos sabe que no es una buena idea decir "Las niñas no pueden ser niños y los niños no pueden ser niñas".

Cualquiera que haya seguido la cobertura de los disturbios provocados por el movimiento BLM [N. de T.: la vida de los negros importa] sabe que si se para en la vereda teniendo un cartel que dice "Todas las vidas importan", pueden encontrar una turba gritándole en la puerta de su casa esa misma noche mientras le tira piedras a las ventanas y prende fuego a su vivienda.

Sí, el miedo es, definitivamente, una herramienta útil para los superprogres que ahora gobiernan el país. Pero mi intuición dice que más de la mitad de la población, incluso algunos de los que votaron a los republicanos - creen que Donald Trump realmente perdió las elecciones porque decía cosas feas en Twitter y enemistarse con la gente de color.

La propaganda de los Poderosos Que Son Lo Que Son es efectiva. En realidad, funciona. Por lo tanto mucho menos miedo es requerido para mantener el público en línea del que era necesario en la Unión Soviética o en la Alemania Nazi.

La gente realmente cree que Oceanía estuvo siempre en guerra con Eurasia.

* * *

En caso de que no se hayan dado cuenta, estoy disfórico sobre el futuro de la distopía en la que vivo. No tengo mucha fe en ningún cambio positivo antes de que ocurra un colapso general.

Sí, es cierto que las elecciones todavía significan algo a nivel local. Cuando voto por un miembro del Comité de Supervisores en mi departamento, conozco al tipo que estoy votando. No tiene los mismos medios para robar una elección que se hace electrónicamente. Y la gente en mi distrito de ambos partidos es diligente en asegurar que los votos sean contados con precisión. Y cuando hace falta echar de la sala a los bandidos, podemos hacerlo.

Desafortunadamente, el alcance del Comité de Supervisores [N. de T.: concejales] es limitados. Y aún a nivel de cada estado es limitado lo que una legislatura puede hacer. El gigantesco gobierno federal cae sobre la legislatura estadual como un enorme sapo que tira atados de billetes desde sus fauces para inducir a los provincianos a entrar dentro del programa progresista. Las legislaturas estatales son totalmente dependientes del dinero federal para financiar la educación y las autopistas, por lo tanto, cuando los Progresistas con Esteroides en Washington marcan la cancha con su programa para los contenidos escolares o la "infraestructura", los legisladores provinciales y los gobernadores casi no tienen margen de maniobra para resistir. Si quieren ser reelegidos, deben tomar el dinero y hacer lo que les dicen.

Hay una infinitesimal posibilidad, una verdaderamente remota, de que una legislatura en algún estado como Arizona o Pensylavnia pueda votar contra las "reformas" implementadas por los demócratas y anular sus mandatos federales sobre cómo se deben llevar adelante las elecciones. Pueden requerir un conteo manual, no uno electrónico, con funcionarios que monitoreen ambos partidos como observadores de cada uno de los pasos del proceso.

Sí, es posible. Sólo que no creo que ocurra.


TINVOWOOT. Sigla de: "There Is No Voting Our Way Out of This". No es posible salir de esta situación con votos.

No podemos echar a los bribones.

Y, desafortunadamente, se van a volver mucho más bribones antes de que esto termine.

* * *

Nota de la Traductora: Una sola disquisición sobre el artículo, sobre la gente que vive en las ciudades, que votó a los demócratas y que cree en la propaganda oficial. La gente suele ir con la corriente cuando le conviene. Mientras obtenga beneficios (cupones para comprar comida, vivienda gratis del municipio, empleo en la municipalidad, bolsones de comida, seguro de desempleo) del status quo van a acompañar. Si se les pregunta si creen en lo que ven en la TV. Y probablemente "crean", por haraganería. Pero por sobre todas las cosas porque no le genera ruido frente a sus intereses. Allá la mitad del país está contra el sistema. 75 millones de personas. ¿Por qué? Porque el estado de cosas le genera perjuicio; y el monólogo chupamedias del poder que conforman los medios de comunicación "le hace" ruido con su realidad. Porque como decía el General Perón "no hay víscera más sensible que el bolsillo". Por último, es grave cuando un pueblo se convence de que su voto no va a poder modificar la realidad. Esto sucede cuando los poderosos no le dan espacio ni siquiera para la ilusión. Cuando esto sucede, sólo queda la resignación o tomar las armas. Y eso es, literalmente, jugar con fuego.

* * *


Agradecemos la difusión del presente artículo:   

* * *

We Can’t Throw the Rascals Out

It has now been one hundred days since the Investiture of the Puppet, and the political junkies have moved out of the “honeymoon” phase and into the early run-up to the 2022 midterms and the 2024 presidential contest. Republican stalwarts are plotting strategy for retaking the House and/or Senate. The intertubes are abuzz with speculation about whether Trump will run again, or whom he might pick as his running mate, or whom he might endorse if he decides not to run. Pundits and punditesses are tracking and analyzing Joe Biden’s every mumbled utterance and Kamala Harris’ every raucous guffaw. Cartoonists and meme artists are in a frenzy of mockery, given that they have so much ludicrosity and buffoonery at hand to work with.

But, really, what’s the point?

To all appearances everything in the political world is business as usual. As if nothing out of the ordinary happened in the wee hours of November 4, 2020. As if millions of votes weren’t created out of thin air — call it “fiat voting” — by the party that runs the permanent government and operates in symbiosis with the media and Big Tech. As if the same scoundrels aren’t in control of how the votes will be counted next time. As if they aren’t plotting even greater control (see H.R. 1, the “For the People Act”).

Even Donald Trump seems to subscribe to the widespread illusion, and is looking forward to trying again in 2024. Doesn’t he realize why he lost to an unappealing apparatchik afflicted with senile dementia? Why does he think the result will be any different when he has to run against Kamala?

I enjoy reading the punditry of mainstream Republican partisans, who post witty and entertaining observations about all the bizarre political goings-on in Washington D.C., or on the Left Coast, or in the lofty empyrean of the ivory towers of Woke Academia. But I don’t confuse any of it with reality. The sound and fury of D.C. bears no more relation to real life than do The West Wing or The Simpsons. Paying attention to all that political theater is just a way of passing time until Ragnarøk finally arrives in full force.

I must admit, however, that I find it difficult to put aside my ingrained habits of thinking. Whenever some particularly grotesque Progressive policy is implemented by city, state, or federal lawmakers, my customary response is: “Well, those people got what they voted for.”

It’s hard to remember that they may not actually have voted for it. It’s quite possible, especially at the federal level, that key office-holders who shepherd the enactment of all this egregious wokeness were not the choice of a majority of voters in their particular constituencies. Democrats and RINOs have now perfected the process of controlling who gets elected. From now on there will be no legislative majorities that do not support the preferred policies of the Powers That Be.

When I stop being enthralled by the baroque theatrical production inside the Beltway, and think about what’s really happening, it’s quite depressing. That’s when I wish I could take the blue pill and re-enter the Matrix. Alas, I haven’t yet figured out how to do that.

*   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *   *

The Democrats now have better control over how the votes are counted than Stalin could ever have dreamed of. And, unlike Uncle Joe, they don’t have to order anybody shot to make sure of the outcome. Or not as many of them, anyway. Just a few unfortunate suicides and car accidents here and there.

There are three major factors that have enabled their iron grip on the election process:

1. Democrat dominance in all major urban population centers, with the exception of Salt Lake City;
2. Advances in digital electronic technology, coupled with the Internet; and
3. Total lock-step control over 99.5% of the media.
 

These advances have allowed them to do something that Iosif Vissarionovich Dzhugashvili could never manage: they have kept the vast majority of the electorate completely oblivious about what has happened.

People who get all their information from the mainstream media or Facebook or Google News believe that Joe Biden really won last November’s election. They believe that Trump supporters really are vicious racists. They believe that being able to marry someone of the same sex is a fundamental right, and that only Christian “haters” think otherwise.

In contrast, when Joseph Stalin ran the U.S.S.R., almost nobody believed the party line. Most people were simply afraid to go against it.

Not that fear doesn’t play its part in the Country Formerly Known as the United States of America.

Anybody who has heard about the January 6 Capitol “insurrectionists” that were arrested, beaten, and kept in solitary confinement knows that it might be bad for their health to express their deplorable opinions in public.

Anybody who has seen teachers and public employees lose their jobs for un-PC statements knows that it’s not a good idea to say, “Girls can’t be boys and boys can’t be girls.”

Anybody who has followed the coverage of the BLM riots knows that if he stands on the sidewalk holding a sign that says “All Lives Matter”, he might find a screaming mob on his doorstep that night throwing rocks through his windows and setting his house on fire.

Yes, fear is definitely a useful tool for the Wokistas who now run the country. But my intuition says that more than half the populace — even some of those who voted Republican — think that Donald Trump really did lose the election because he said mean things on Twitter and alienated people of color.

The propaganda of the Powers That Be is effective. It actually works. Therefore much less fear is required to keep the public in line than was necessary in the Soviet Union or Nazi Germany.

People really believe that Oceania has always been at war with Eurasia.

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In case you hadn’t noticed, I’m pretty dysphoric about the future of the dystopia I’m living in. I don’t hold out much hope for any positive change before a general collapse occurs.

Yes, it’s true that elections still mean something at the local level. When I vote for a member of the Board of Supervisors in my county, I know the guy I’m voting for. He doesn’t have the means to steal the vote electronically. And the people in my district from both parties are diligent in ensuring that the votes are accurately counted. And when it becomes necessary to throw the rascals out, we can do it.

Unfortunately, the remit of the Board of Supervisors is limited. And even at the state level there is only so much that the legislature can do. The federal behemoth squats upon the statehouse like a giant toad, dropping fiat bucks from its warty haunches to induce the provincial rubes to get with the Progressive program. State legislatures are totally dependent on federal money to fund education — och, the puir wee bairns! — and highways, so when the Wokistas in Washington lay out their program for the curriculum or “infrastructure”, legislators and governors have almost no ability to resist. If they want to get re-elected, they take the money and do what they’re told.

There’s a slight chance, a very remote one, that the legislature in a key state like Arizona or Pennsylvania might vote to overturn the election “reforms” implemented by the Democrats and nullify any federal mandates about how they must conduct elections. They could require a manual count, not an electronic one, with official monitors from both parties to observe every step of the process.

Yes, that’s possible. I just don’t consider it very likely.

TINVOWOOT. There is no voting our way out of this.

We can’t throw the rascals out.

And, unfortunately, they’re going to get a lot more rascally before all this is over.


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