HOMOSEXUALIDAD Y HOMOFOBIA

Cuando la policía de las ideas sustituye al debate


Por: Tony Anatrella

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El Inactual



El recurso más empleado por las asociaciones de militantes homosexuales para cerrar cualquier debate sobre sus pretensiones es la acusación de “homofobia”. La palabra “homofobia” se ha convertido en un vocablo fetiche que impide cualquier reflexión crítica y estigmatiza a quienes piensan que la homosexualidad plantea un problema.





Confusión entre identidad y tendencia sexual 

La homosexualidad sigue siendo un problema psíquico en la organización de la vida sexual, que concierne al individuo. Querer trivializar esta orientación y darle un estatuto social equivale a confundirlo con la identidad sexual. Ahora bien, no hay más que dos identidades sexuales: masculina o femenina, no hay identidad homosexual. La homosexualidad pertenece al grupo de tendencias sexuales numerosas y variadas en el psiquismo humano y que, en el mejor de los casos, están sublimadas y situadas bajo la primacía de la identidad sexual. El individuo sólo puede socializarse y enriquecer el vínculo social a partir de su identidad (de hombre o de mujer). La tendencia sexual está del lado de la tendencia instintiva parcial, mientras que la identidad es un dato efectivo: esta última pertenece, por tanto, al lado de la cultura y de a elaboración de los instintos. Dar valor a una tendencia en detrimento de las otras da a entender que se podría vivir socialmente a merced de las tendencias instintivas parciales (homosexualidad, voyeurismo, exhibicionismo, sadomasoquismo, travestismo, transexualidad, etc.) sin ninguna visión global de sí mismo, del otro y de la sociedad. La sociedad no tiene que reconocer la homosexualidad, sólo las personas están sujetas a derechos y deberes; y esto no es el caso de una tendencia sexual. Militantes homosexuales hacen de su tendencia sexual un objeto de derecho para casarse y adoptar niños, cuando están en una situación contraria para vivir esa doble realidad que sólo pueden compartir un hombre y una mujer. Dan a veces la impresión de rehuir las preguntas que se plantean sobre este tema y de huir igualmente de su historial psicológico, sobre todo, cuando se sabe que la mayoría de los sujetos descubren su tendencia homosexual de manera atormentada.


Homofobia y angustia homosexual 

Se observa, muy a menudo, que la ansiedad y la angustia que van ligadas a la homosexualidad no son en realidad mero producto de la sociedad fundada únicamente sobre la relación de pareja hombre/mujer y, por tanto, heterosexual. El tormento del descubrimiento de la atracción por personas del mismo sexo encuentra su origen, sobre todo, en razones psíquicas. Estas son numerosas y variadas, empezando por el hecho de no poder establecer una relación afectiva íntima con una persona del sexo contrario. Esta incapacidad remite a una impotencia ansiogénica que unas personalidades frágiles en su narcisismo intentan colmar a través de un reconocimiento social. Numerosos homosexuales son completamente indiferentes a una militancia activista con la que no se sienten identificados. No están particularmente orgullosos del desfile del “gay pride”. Saben que sería incoherente militar a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, y, todavía más, adoptar niños o “fabricarlos” por cualquier medio. Los niños estarían en una situación de mentira relacional y no podrían gozar del beneficio de la doble presencia de un hombre y una mujer, sus padres, para desarrollarse. El interés del niño se ve negado y la criatura se convertiría únicamente en el apoyo narcisista, en el ensalzamiento y prolongación de personas homosexuales que desearían verse reconocidas a través de ella. Deseos ilusorios La necesidad de tener un niño, en estas condiciones, es un deseo imaginario e ilusorio. El niño no es aceptado por sí mismo. Conviene recordar que el niño no es un derecho, a menos que se considere que se pueden “fabricar” niños únicamente para sí, jugando a los aprendices de brujo. Es paradójico que las sociedades occidentales se hayan embarcado deliberadamente en una mentalidad antinatalista, hasta el punto de haber alcanzado un declive demográfico, y que hayan hecho del niño un objeto del disfrute personal del individuo. El niño ya no se concibe como aquel que asegura la renovación de las generaciones y la continuidad de la familia, sino como el doble de uno mismo que hay que repetir. Sería grave seguir favoreciendo esa regresión que desemboca en todas las patologías del afecto y la dependencia, que revelan, a menudo, trastornos de la estabilidad emocional, de la filiación y de la identidad sexual. ¿Hay que añadir más problemas todavía a los que ya existen por culpa del divorcio de los padres, y poner a los niños en unas situaciones que son contrarias a sus necesidades y a sus intereses? La sociedad debe velar para que un niño sea acogido, protegido y educado en las mejores condiciones que existan, entre un hombre y una mujer. Se observa a menudo, en nombre de una orientación sexual y, en particular, de la homosexualidad, una voluntad de cambiar la sociedad, que se considera injusta por estar fundada únicamente a partir de la relación de pareja formada por un hombre y una mujer. La obligación de la diferencia sexual, de la normalidad conyugal y familiar debe ser denunciada. De ese modo, se implanta todo un sistema de vigilancia política, de policía de las ideas, para combatir la discriminación de la que serían objeto los homosexuales.


Para culpabilizar a los heterosexuales 

Estos efectos del lenguaje consisten en culpabilizar a la sociedad, y de momento funciona bien esta intimidación, que además manipula los datos de la historia, del derecho y de la democracia. Sin embargo, no hay nada de discriminatorio en decir que sólo hombres y mujeres pueden casarse y ser padres. La sociedad, lo repetimos, sólo puede reconocer la relación hombre‐mujer y no las tendencias sexuales. Estos se casan primero porque son hombre y mujer, y no en función de su tendencia heterosexual, que no es más que una consecuencia de su unidad y de su coherencia personal. No puede haber igualdad psicológica y social entre la pareja formada en nombre de la doble identidad masculina y femenina y una relación entre dos personas del mismo sexo en nombre de su tendencia parcial. La atracción sentimental entre estas personas no cambia nada de ese hecho constitutivo del vínculo social. La homofobia es un argumento de mala fe y un producto de la ansiedad de la psicología homosexual. Apelando a la homofobia, los militantes quieren ante todo culpabilizar a los heterosexuales. Objetivo que, por otra parte, consiguen, sembrando la duda en el espíritu de la gente, como sabe hacerlo el discurso del narcisista perverso que da a entender a los demás que sabe más sobre su psicología para manipularles mejor. 




Vigilancia y censura intelectual La estrategia de vigilancia y de denuncia que desarrolla el “lobby” homosexual prepara una próxima represión que comienza a propugnar una parte de los responsables políticos, bajo la presión de las asociaciones militantes y con la complicidad de los medios de comunicación. Estos últimos desempeñan un papel de censor moral presentando la homosexualidad, a menudo, de manera simplista y sentimental. (...) Este filtrado de los medios hace que sea cada vez más difícil, para la mayoría, encontrar reflexiones sobre lo que significa el hecho de imponer a la sociedad una tendencia sexual disociada de la dimensión relacional del hombre y de la mujer. En varias organizaciones psiquiátricas, les está hasta prohibido a los facultativos mencionar que han podido permitir a algunos sujetos cambiar de orientación sexual pasando de la homosexualidad a heterosexualidad gracias a la psicoterapia. Nos encontramos, pues, ante una paradoja: se admite que se pueda pasar de la heterosexualidad a la homosexualidad, pero se niega que se pueda producir lo inverso. Semejante cerrazón ideológica es grave, especialmente, cuando se sabe que hay diferentes formas de homosexualidad, y que algunas de ellas son accesibles a un tratamiento analítico, mientras que otras son, efectivamente, irreversibles. Se juzga como racismo o como homofobia cualquier crítica, cualquier reflexión que muestre que la homosexualidad representa un serio hándicap psíquico para la elaboración sexual, cualquier contenido humorístico que pueda sonar a burla respecto a la homosexualidad, o incluso el hecho de recordar que la práctica homosexual no es justa moralmente y que la mayoría de las religiones la consideran como una contradicción antropológica de valor universal mientras que únicamente la relación de pareja hombre‐mujer está en los cimientos de la sociedad y del derecho. Esta interpretación psicológica no fundada traduce una carencia de pensamiento que ataca a las personas para descalificar mejor su discurso y las preguntas que se plantean.


 La homofobia no refleja la realidad 

La utilización del eslogan de la homofobia es un efecto del lenguaje que no refleja la realidad. La mayoría de las personas son indiferentes a los homosexuales, máxime en una sociedad individualista en la que cada uno hace lo que quiere. En cambio, los problemas surgen cuando se quiere hacer de esa tendencia una norma para la sociedad. La homosexualidad puede suscitar una inquietud y una desconfianza, en particular, cuando algunos militantes exhiben su tendencia agrediendo a los demás y a la sociedad. ¿Por qué querer pregonar de esa manera sus tendencias, cuando en el mejor de los casos se presenta uno primero como hombre o como mujer, o incluso como ciudadano?
La utilización abusiva de la imagen de la homofobia, por parte de los doctrinarios de la causa homosexual, nos sitúa ante una interpretación proyectiva. La fobia y el miedo están mucho más presentes en los que se sirven de ellos como un estandarte que en aquellos a los que apuntan los discursos de esos militantes. El mecanismo habitual de la fobia consiste en rechazar hacia el mundo exterior la angustia que inspira una moción instintiva, pero que se vive como un peligro y un disgusto que viene del exterior.


El delito de la crítica 

La represión intelectual se pone en marcha hasta pensar en la creación de una sanción penal. En efecto, se pretende en algunos medios asociativos, e incluso políticos, crear un “delito de homofobia” que sería sancionado por la ley asimilando la situación de los homosexuales a la de los que son víctimas del antisemitismo y del racismo. Pero la orientación sexual de una persona no es una cualidad comparable a la raza o al origen étnico. “Incluir 'la orientación homosexual' entre las consideraciones sobre cuya base resulta ilegal discriminar, puede llevar fácilmente a considerar a la homosexualidad como una fuente positiva de los derechos humanos, por ejemplo, en lo que se refiere a las medidas antidiscriminatorias a favor de las minorías o el trato preferente en las prácticas de empleo. Esto es tanto más perjudicial cuanto que no existe ningún derecho a la homosexualidad, por lo que no debería constituir nunca el fundamento de reivindicaciones jurídicas. Partir del reconocimiento de la homosexualidad como factor sobre cuya base es ilegal discriminar, puede conducir fácilmente, incluso automáticamente, a la protección legal y a la promoción de la homosexualidad. La homosexualidad de una persona sería invocada contra la discriminación que se alega, y el ejercicio de los derechos sería de ese modo defendido por el subterfugio de la afirmación de la condición homosexual, en lugar de serlo en función de una violación de los derechos humanos elementales”. Sería como poco insensato y absurdo querer convertir en delito cualquier crítica relativa a la homosexualidad. En la mayoría de las sociedades, las personas y los bienes están protegidos por unas leyes que garantizan su respeto. No hay por qué instituir reglas particulares que, además, no alcanzan el bien común. Crear un “delito de homofobia” sería una manera de tomar a la sociedad como rehén por una cuestión problemática de la organización sexual de un sujeto. El descubrimiento de esta tendencia en uno de sus hijos siempre es un drama para unos padres. ¿Deberían ser denunciados a la justicia bajo el pretexto de que se niegan a acoger en su casa al compañero o la compañera de su hijo o su hija? Numerosos especialistas piensan que la homosexualidad es la resultante de un trastorno de la identidad sexual. ¿Deberán por ello comparecer ante tribunales por no estar conformes con el dictado de las asociaciones homosexuales mediante el cual se arrastra y manipula al poder político? ¿Habrá que censurar, además, a la Biblia y también a toda unaliteratura de ficción o científica por el delito de pensar mal, y someterlas a unos autos de fe de siniestro recuerdo? Una estrategia ya conocida La homosexualidad es una tendencia sexual que, cuando invade la escena social, es un signo de confusión y de falta de autenticidad relacional. Es decir, que no tiene ningún valor político y no puede ennoblecer la civilización (...) No le corresponde a la sociedad organizar la homosexualidad; de lo contrario, hay que organizar todas las tendencias sexuales y protegerlas por ley (...) La sociedad sólo puede mantenerse y durar si apoya la organización sexual y social de la relación fundada entre un hombre y una mujer. Lo demás pertenece al ámbito privado y particular, y no tiene que ser honrado por una ley y unos derechos. No corresponde a la sociedad el tratar la problemática individual y psicológica de la sexualidad humana. Sin embargo, se pide cada vez más a la sociedad que reconozca y legisle sobre todas estas relaciones subjetivas. Si se niega, entonces se le da a entender que no es generosa y que tiene miedo. Esta explotación del miedo y de la culpabilización de los ciudadanos es una estrategia bien conocida y utilizada por todos los que buscan enmascarar la verdad, como fue el caso con el marxismo. La homosexualidad plantea numerosos problemas en el plano social cuando se la quiere legitimar sin ningún discernimiento y sólo adoptando como buenas las afirmaciones de los “lobbies” homosexuales. Ahora bien, no se puede tratar la homosexualidad en el plano social del mismo modo que en el plano individual. La homosexualidad no está sujeta a derechos: sólo las personas están sujetas a derechos y deberes. (...). Las sociedades occidentales tienen una visión suicida del vínculo social al favorecer todas las expectativas subjetivas de los individuos en detrimento de las realidades objetivas.

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