EL HOMENAJE

 


Victoria Villarruel y el Homenaje a las Víctimas del Territorio


Autor: reaxionario

Nota original: https://reaxionario.substack.com/p/victoria-villarruel-y-el-homenaje


Muero de ganas de estar en el Homenaje a las Víctimas del Terrorismo organizado por el CELTYV de la diputada y candidata a vicepresidente Victoria Villarruel. Lamentablemente no puedo viajar hasta la Ciudad de Buenos Aires por cuestiones de trabajo, por lo que haré mi humilde aporte desde acá.

Primero, por favor vayan al evento (acá tienen toda la información). Esta es una batalla que hay que dar en todos los frentes, y cuando hablo de batalla me refiero a una disputa en el terreno de la Historia que no podemos darnos el lujo de perder los que estamos del lado de la verdad — de contar todo tal cual ocurrió.

Sabemos que Memoria, Verdad y Justicia emana cierta pestilencia orwelliana imposible de ignorar para el que no tenga la nariz tapada con billetes. Primero, porque Memoria en realidad abarca desde memoria altamente selectiva hasta fabulación; segundo, porque Verdad es más bien tergiversación, omisión y mentira; y tercero, porque ninguna Justicia puede ser producto de la falsedad.

Creo que esta es una pelea que hay que dar en tres niveles de análisis.

En el nivel más superficial la mitología de los setenta es un gran negocio para muchísima gente. No tengo el número exacto ni pretendo ir a buscarlo, pero las camionadas de plata que el Estado argentino le roba al ciudadano honesto para “distribuirla” entre aquellos que viven directa o indirectamente de la Industria de los Derechos Humanos constituye una aberración moral en sí misma.

En un segundo nivel, estamos ante un intento — fallido, me atrevo a decir — de refundar la República Argentina a partir de una especie de nueva religión o mito fundacional — muy en línea con las tendencias progresistas/globalistas modernas. Es decir, con los “desaparecidos” viene el paquete completo de aborto, eutanasia, ambientalismo, ideología de género y demás temas en los que la casta política, mediática y académica en su conjunto coincide sin excepción.

Desde 1983 hasta hoy, Argentina vive en un régimen de partido único. Ninguno de los grandes partidos había cuestionado algún aspecto relevante de la agenda progresista — a lo sumo se pelean por demostrar quién la representa mejor — hasta la llegada de Javier Milei y Victoria Villarruel.

La casta sabe muy bien que tirar del hilo pone en peligro no sólo el negocio, sino la fórmula política o narrativa sobre la cual el negocio fue construido. Es un ataque directo a los cimientos de la pseudo-élite y su “derecho a gobernar”.

Y acá entramos en un tercer nivel, que es la legitimidad. Cuando la casta habla, lo hace con autoridad, como si el cambio climático, el keynesianismo, o los supuestos treinta mil estuvieran más allá de todo debate posible — más allá de “los límites de la libertad de expresión”. No por nada se busca aplastar el disenso (“negacionismo”) con legislación.

Ahora bien, todo esto es posible porque lo que subyace — lo que está en el centro de la cuestión — es una disputa histórica entre la “reacción” y el “progreso”. En otras palabras, la historia es entendida como lineal y la casta política — local y global — se entiende a sí misma como guardiana y heredera de una tradición histórica de progreso. Por supuesto, chantapufis como Victoria Donda no piensan en la Perspectiva Whig de la Historia cuando meten la mano en la lata, pero no deja de ser la piedra angular sobre la cual se han erigido todos los kioscos de Occidente moderno — desde los más grandes como la ONU hasta los más humildes como el INADI.

Por lo tanto, cuando Victoria Villarruel reivindica a “los otros muertos” y los pone al mismo nivel que las “víctimas del terrorismo de Estado”, está clavando una estaca en el corazón del asunto: la profundamente injusta diferenciación entre violencia revolucionaria y violencia reaccionaria.

La violencia revolucionaria, cuando no es idealizada hasta lo caricaturesco como la Revolución Francesa o la Revolución Cubana, se considera como mucho un error cometido en nombre de una causa noble. Esta autoridad — estar del lado “bueno” de la historia —es la que respalda, por ejemplo, a Luis Mattini cuando dice que “de ninguna manera” está arrepentido de haber puesto bombas y asesinado gente inocente porque lo que hicieron Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo fue para construir “una sociedad mejor”. De paso, se comparó a sí mismo con José de San Martín.

La violencia reaccionaria, en cambio, es siempre condenada al representar un obstáculo para el progreso, yendo a contramano de la historia y “demorando” la concreción de la utopía. Desde la cosmovisión progresista, todo argumento de “la derecha” es moralmente ilegítimo por definición.

Por este motivo, no está claro dónde termina la violencia revolucionaria y comienza el genocidio, el terrorismo o la tiranía, mientras que para todo el establishment es obvio que la derecha es un peligro mortal desde el pensamiento.

Fundamentalmente, entonces, hay que entender que cuando Victoria Villarruel, con mucha valentía, dice que todas las víctimas son iguales, está haciendo más que denunciar el curro de unos cuantos sinvergüenzas. Está poniendo sobre la mesa el marco moral del progresismo — la fuente de su legitimidad. Como dicen algunos, es por ahí.

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