OCTUBRE Y DESPUÉS
El gobierno enciende un programa de ruido y furia para llegar al comicio, pero más allá no hay nada: sólo amenazas y peligros.
Autor: Santiago González - Gaucho Malo (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/octubre-despues/
El gobierno del presidente Javier Milei soportó esta semana su más dura derrota política desde que asumió hace más de un año y medio cuando el Senado aprobó en una sola sesión, por unanimidad o por abrumadora mayoría, una serie de instrumentos legales que según la retórica oficial amenazan gravemente su plan de contención del gasto público.
La votación marcó un quiebre en la relación entre el gobierno federal y los gobernadores provinciales, cuyos senadores vinieron acompañando hasta ahora con su voto la mayoría de las iniciativas de la Casa Rosada, y es consecuencia de la inclinación oficial a jugar siempre a todo o nada, de su renuencia a negociar, o de su incapacidad para hacerlo.
El oficialismo ya venía golpeado por una serie de informes negativos de bancos de inversión internacionales, por las consiguientes presiones sobre el dólar, y a través del dólar, sobre la tasa de inflación, su principal argumento de campaña para la elección legislativa de octubre. Según el gobierno, la votación en el Senado atacó su otro frente, el del gasto público.
Los voceros oficiales aseguran que las módicas correcciones a las jubilaciones y el restablecimiento de la asistencia a los discapacitados, junto a la restitución de fondos que pertenecen a las provincias, representan 2,5 puntos del PBI. Los senadores que aprobaron esas enmiendas sostienen que no superan el medio punto.
Esta discrepancia sugiere que el gobierno pudo haber hecho un uso intencionado de la controversia, intensificado por declaraciones tremendistas hechas antes de la votación senatorial por el ministro de economía Luis Caputo, y orientado a recuperar el manejo de la agenda pública e instalar una épica capaz de sostenerse hasta octubre.
Toda la sesión del jueves en la Cámara Alta estuvo rodeada de un clima inusitado de violencia verbal, encendida un día antes por las citadas declaraciones de Caputo y otras parecidas del propio Milei, y agitada ese mismo día por el insólito ataque de la ministra de seguridad contra la vicepresidente de la Nación, y por las arengas bélicas de los activistas del Estado en las redes.
Esa misma noche, tras la derrota legislativa, Milei prometió ante un auditorio reunido en la Bolsa de Comercio una secuencia de vetos y judicializaciones cuyo trámite le permitirá al gobierno, carente de buenas noticias y a la espera de otras malas, mantener la tensión épica hasta octubre. “Es lo mejor que pudo haber pasado”, se sinceró Caputo.
El ministro, tal vez en un exceso de voluntarismo, quiso ver una buena señal en un contexto ominoso. Los negativos informes bancarios desataron un suave pero constante movimiento del dólar al alza, el gobierno se vio obligado a seguir interviniendo en el mercado de futuro, el consumo no repunta, la actividad no se reactiva y el empleo formal trastabilla.
Los esperados inversores extranjeros no aparecen, ni siquiera con las apetitosas carnadas del RIGI. No sólo no vienen, sino que se van. Según datos del Banco Central (BCRA), en los primeros cinco meses de 2025, la inversión extranjera directa en Argentina registró un saldo negativo de 1.679 millones de dólares, el peor resultado de los últimos 10 años.
Al mismo tiempo, la conflictividad social va en aumento y ya no son sólo los jubilados los que salen a la calle con sus carteles y sus reclamos. Los gobernadores —en dificultades para pagar el medio aguinaldo— no quieren ver escenarios similares en sus provincias, y por eso votaron por asegurarse legalmente la recepción de fondos que les pertenecen y la Nación retiene.
José Mayans, el jefe de la bancada justicialista en el Senado, sugirió a los legisladores de la cámara baja, y a los gobernadores de sus provincias de origen, que aprovecharan los vientos favorables y derogaran el decreto de necesidad y urgencia 70/23 que declara la emergencia pública y desregula la economía.
“Nosotros ya lo dimos por inválido —dijo en referencia a la cámara de Senadores—. Diputados todavía tiene esa deuda con la democracia argentina, porque (el decreto) vulnera el sistema republicano. Los gobernadores tienen que terminar con ese DNU para tener conversaciones serias con el gobierno”.
Milei y sus ministros nada hacen por reducir los conflictos, más bien los incentivan de una manera irritante no sólo para los directamente afectados sino para la población en su conjunto, como es el caso del Garrahan. Sabiendo que el hospital es algo querido para la comunidad, intensifican la agresión. Como si estuvieran poniendo a prueba su tolerancia.
Todo indica entonces que el camino hacia las elecciones de octubre va a estar signado por movilizaciones callejeras y protestas sectoriales cada vez más frecuentes y extendidas, acicateadas por indicadores económicos crecientemente preocupantes cuando no críticos e insoportables para una población cuya cuota de sacrificio parece estar agotándose.
La respuesta del gobierno en el plano económico parece reducirse a sentarse con más fuerza sobre la tapa del gasto público, reprimir hasta donde sea posible las nunca disipadas presiones inflacionarias (la inflación es un fenómeno monetario, nos enseñó, y la emisión continúa a todo vapor), y vetar cualquier corrección parcial ensayada por la oposición.
En el plano social, por su lado, no promete otra cosa que mayor represión. La Policía Federal tiene ahora facultades para practicar detenciones y allanamientos sin orden judicial, y se han ampliado los recursos tecnológicos —dicen que gracias a las cinco valijas que eran diez— destinados a espiar a la sociedad civil, y detectar anticipadamente cualquier conato de disenso o rebelión.
Y en el plano político, por último, nos espera de aquí hasta octubre una exasperante batalla cotidiana contra orcos, mandriles, zurdos, kukas y ñoños republicanos, conducida por el ejército de agitadores en las redes al mando del vocero oficial, y acompañada por la orquesta sinfónica de medios adictos y destacados solistas del periodismo militante.
Una epopeya arrasadora, con resonantes clarinadas de vetos y demandas judiciales, de rechazos y apelaciones, lo suficientemente ruidosa y furiosa como para tapar los reclamos de los jubilados, de los que se quedan sin empleo, de los que van a parar a la calle, de los que hace meses no ven entrar un cliente a sus locales.
Se trata, por enésima vez, de pasar el invierno. Como dijo Caputo el Mayor, “la casta política no va a cambiar nunca.” Bueno, en algo cambió: ahora ya ni se molesta en decirnos qué nos espera después del invierno. ¿Escuchó el lector a algún funcionario de Milei, o al propio Milei, describir qué clase de paraíso se oculta al otro lado de las elecciones legislativas?
¿Cuántas veces nos corrió el arco ya la escuadra libertaria? El inalcanzable Edén estuvo alguna vez ahí nomás, al otro lado de la ley Bases; después se movió al otro lado del Pacto de Mayo; más tarde se corrió al otro lado del acuerdo con el FMI, y ahora lo tenemos ¡por fin! al otro lado de los comicios de octubre, a tres meses de distancia, al alcance de la vista.
Y lo que vemos es: nada. Al otro lado de octubre no hay nada. Bueno, tanto como nada, no. Vemos una importante corrección cambiaria y una fiesta de despedida para Caputo el Mayor, que sueña con alguna playa brasileña. Pero apenas eso, y sus consecuencias destructivas. Porque el gobierno libertario no tiene, no ha tenido, ni tendrá un plan económico.
Esa ausencia planificada de plan —disimulada con devaneos teóricos— sólo permite avanzar en la destrucción del aparato productivo de la Nación, en el deterioro de su infraestructura, en el empobrecimiento y la desesperación de su gente, en el éxodo de sus personas más capaces y emprendedoras, en la rapiña y fuga de su riqueza, en su indefensión física y su rendición espiritual. Para después vender barato.
Alguna vez durante la campaña que lo llevó a la presidencia, Milei alardeó de contar en su celular con una promesa suculenta de fondos capaces de sostener la dolarización que promovía por entonces. Esos fondos nunca llegaron, pero probablemente sigan allí a la espera de su oportunidad: ¿para que arriesgarlos en una aventura monetaria cuando casi por la misma plata se puede comprar todo un país?
El fondo BlackRock, por ejemplo, tenía intenciones de quedarse con Ucrania, en muchos sentidos —excepto el de la guerra— tan arrasada como nosotros gracias a una clase de liderazgo también parecido al nuestro. Pero la firmeza de Vladimir Putin en sus conversaciones con Donald Trump lo llevó a desistir de su intento de apoderarse de las praderas y recursos de esa nación desdichada.
Si acaso BlackRock, u otro fondo similar, sintiera estimulado su instinto de buitre por la Argentina arrasada que está dejando el gobierno libertario, y decidiera dar buen uso a esos dineros disponibles, nosotros contamos afortunadamente —están a la vista— con los recursos políticos, militares y humanos como para organizar institucionalmente nuestra defensa. Pero tenemos que estar atentos. Muy atentos.
–Santiago González
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