LO FALSO DE LAS NOTICIAS FALSAS




Un ministro de la Corte Suprema ofrece peligrosas sugerencias contra la libre circulación de mensajes en las redes

Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/noticias-falsas/

El ex presidente y actual ministro de la Corte Suprema de Justicia Ricardo Lorenzetti considera necesario combatir la circulación de noticias falsas en la red Internet, y sugiere, en un artículo publicado en el diario La Nación, que es mejor regular que anular o censurar. El artículo es un pastiche confuso en el que se mezclan conceptos mal asimilados o mal definidos, pero lo interesante es su mensaje central: por la red circulan noticias falsas, y algo hay que hacer al respecto. El magistrado afirma la necesidad de preservar la libertad de expresión para el periodismo tradicional –habla de “la credibilidad del discurso generado por una extensa historia de personas, de profesionales, de periodistas formados en la investigación, en la opinión estudiada, seria”– y se cuida muy bien de recomendar la censura previa, pero sostiene que se debe lograr un “equilibrio entre la libertad de expresión como regla y la prevención y sanción de las conductas delictivas”, en las que presuntamente incurren personas ajenas, por su propia definición, al periodismo profesional. Y llegado el momento de definir líneas de acción, el texto del juez se vuelve sibilino. Dice que “las normas más efectivas son las que regulan la estructura que da lugar a un problema” y que “las acciones preventivas o resarcitorias contra los operadores, de quienes tienen el control, son también muy valiosas”. Traduciendo: apretar a Google, o a Facebook o a Fibertel, o a quien Lorenzetti entienda que son los “grandes operadores que tienen el control” para que los censores sean ellos.

Todo este intempestivo ataque contra la libertad de expresión, tanto más ominoso cuanto proviene de un magistrado al que los ciudadanos le pagamos un sueldo para que asegure la vigencia de nuestra Constitución, pasa por alto la pregunta crucial: ¿quién define qué es una noticia falsa? Y más aún, ¿cómo se puede determinar la falsedad de una noticia, o afirmación u opinión, antes de que ella se divulgue?



Lorenzetti enuncia, al comenzar su artículo, una serie de ejemplos de lo que para él son noticias falsas: “Influir en una elección creando informaciones falsas; arruinar la reputación de una persona invadiendo su privacidad; crear tendencias de opinión mediante la difusión masiva de rumores; incitar a la violencia promoviendo el odio; competir con otra empresa comparando falsamente los productos; crear crisis económicas con alarmas que provocan reacciones al riesgo; presentar una información, un video, una foto, distorsionándolos para que parezcan algo distinto”. Todos los argentinos guardamos en la memoria ejemplos de estas noticias falsas difundidas en algún momento, y con mayor intensidad en los últimos tiempos, por los medios de comunicación tradicionales. Y todos guardamos también ejemplos de noticias verdaderas recibidas a través de los canales informales que, por su oportunidad o por su valor documental, pudieron evitar la instalación de noticias falsas por los medios tradicionales.

El error de concepto del ministro, compartido por muchas otras personas, es confundir las redes sociales con medios de prensa. No lo son. La Internet es como la calle, y ofrece todas las oportunidades y todos los peligros de la calle [1]. Esta noción tan simple deberían asimilarla los padres, que no dejarían a sus hijos andar solos por la calle y sin embargo los abandonan a su suerte frente a la pantalla de la tableta o el celular, y también deberían asimilarla los preocupados por las noticias presuntamente falsas: en la calle, en la cola del súper o en el colectivo es posible escuchar los rumores más extravagantes, las acusaciones más insidiosas, las opiniones más descabelladas, y cada uno las procesa como mejor le parece. Es cierto que las redes sociales multiplican y potencian esa común inclinación a la maledicencia, pero así es la naturaleza humana y debemos acostumbrarnos a manejar esta nueva realidad. Actuar contra los “grandes operadores” como propone Lorenzetti es lo mismo que impedir o restringir la circulación de la gente por la calle para evitar que propague rumores o tonterías.



Por otro lado, y para salir del ámbito doméstico, si alguien quiere ver un despliegue obsceno de noticias falsas en los medios profesionales no tiene más que acudir a la prensa norteamericana contemporánea a propósito de Donald Trump o a la prensa inglesa a propósito del Brexit. Todas las normas del periodismo profesional que aprendí de los maestros anglosajones parecen haber sido dejadas de lado. En realidad, el tema de las noticias falsas es una noticia falsa en sí mismo, un cuco enarbolado para embaucar a los incautos, tanto como el cuco del lavado de dinero o el cuco del terrorismo internacional. No quiero decir que las noticias falsas, el lavado de dinero o el terrorismo internacional no existan. Sólo que son diferentes de como se los presenta, fantasmas con que los poderes establecidos atemorizan a los ciudadanos para restringirles sus libertades básicas: civiles, financieras, de expresión.

–Santiago González

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Notas:
[1] Para que no se crea que comparar la Internet con la calle es una mera imagen literaria conviene comparar la funcionalidad de los respectivos actores. Los proveedores de Internet, como Arnet o Fibertel, son los que tienden las calles y las avenidas, y cobran un peaje para mantenerlas; los buscadores, como Google o Bing, son los que se encargan de la cartelería urbana, ponen nombre a las calles y número a las casas de manera que uno pueda identificar el lugar que busca, y también manejan algunas pantallas publicitarias; los navegadores, como Firefox u Opera, son las bicicletas que permiten recorrer esa ciudad virtual y moverse de un lado a otro; Facebook o Linkedin son barrios cerrados, donde además uno se relaciona sólo con algunos vecinos; Twitter es el café de la esquina o, mejor dicho, es cada uno de los cafés de cada una de las esquinas, o mejor aún, cada una de las mesas de cada café de cada esquina, porque cada usuario ve un Twitter distinto y absolutamente singular, definido por sus seguidos y sus seguidores, y equivalente al grupo de parroquianos con los que se hace tertulia en una mesa determinada de un café determinado. Y WhatsApp es lo más parecido a un teléfono común y corriente, cuyo alcance está restringido a la agenda de contactos. Dicho esto, la posibilidad de que un mensaje, verdadero o falso, emitido por un usuario cualquiera, se multiplique por millones e incida en la opinión pública es en principio harto remota y en buena medida depende, como en los medios, de la credibilidad del emisor. Para tener verdadera influencia en las redes hay que contar con decenas de miles de seguidores o contactos, y eso sólo lo tienen algunas pocas personas públicas, que se hicieron conocidas a través de los medios tradicionales, los medios tradicionales mismos, o las granjas de trolls concebidas específicamente para ese fin.

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