BARBIJO

Forzar a la gente a usar barbijo no es bondad, es egoísmo.


Los pro-barbijo necesitan darse cuenta de que para el lado opuesto, este supuesto símbolo de “caridad” y “solidaridad” se volvió exactamente lo opuesto.


Diario: The Federalist

Nota original: https://thefederalist.com/2021/03/09/forcing-people-to-wear-masks-isnt-kind-its-selfish/

Autor: Auguste Meyrat

Traducción: María Fernanda Tognola



La semana pasada (2 de Marzo), el Gobernador Abbott anunció que Texas reabriría por completo, levantando la obligación de usar barbijo y todas las limitaciones de capacidad en espacios cerrados, el primer gran estado en Norteamérica en hacerlo.

Como era de esperar, mientras que algunos Texanos celebraron esta decisión, arrojando sus barbijos y sombreros cowboy por el aire, otros lamentaron esta decisión “imprudente”, como lo manifestó el Gobernador de California Gavin Newsom. Para no ser menos que Newsom, el Unificador en jefe Joe Biden llamó a esta decisión “pensamiento Neandertal”.

Después de un año de mandatos por el COVID-19, mucha gente (conservadores y gente de izquierda por igual) simplemente llegaron a la conclusión de que esto es “la nueva normalidad” y que nada va a cambiar. Sin embargo cambió. Aún así, incluso si se levanta el mandato, muchos negocios y organizaciones probablemente requieran el uso de barbijo. Algunos incluso puede que sigan la recomendación de los Centros para Prevención y Control de enfermedades de usar doble barbijo.

La inmediata reacción al anuncio de Abbot revela algo más profundo sobre el fenómeno del barbijo: con el pasar de los meses usándolos, se convirtieron en símbolos poderosos. Mientras que algunos pueden poner en duda su efectividad, un argumento que hace tiempo que se volvió político, la mayoría prefiere hablar de lo que significan, más que de lo que hacen.

Y ¿qué significan exactamente? Para muchos pro-barbijo, las máscaras son un símbolo de caridad, salud, y solidaridad para con quienes hayan sufrido el virus. Le recuerdan a la gente sana que otros están en riesgo, que son responsables por ellos, y que la conformidad es crucial en este momento.

Quienes no usan barbijo son considerados egoístas, ignorantes y peligrosos. Esto es muy posible que signifique, desafortunadamente, que incluso con el levantamiento de las medidas, la persecución del barbijo no necesariamente va a terminar.

Por lo tanto, no es suficiente revisar el decreciente número de hospitalizaciones o la insignificante diferencia que los barbijos parecieran hacer para explicar cómo esto podría justificar levantar el mandato. Es hora de refutar el símbolo. Los pro-barbijo tienen que entender que para la otra parte, este símbolo de caridad y solidaridad se volvió exactamente lo opuesto.

Para empezar, el problema más evidente en relación a los barbijos es la hipocresía de acusar a quienes no lo quieren usar, de “egoístas”. No parece ocurrírseles a los que apoyan el uso del barbijo que obligar a otros a hacer algo en contra de su voluntad sea también egoísta – como un bully diciéndole a su víctima que deje de pegarse a sí misma mientras le pega con su propia mano.

La defensa usual contra esta acusación es que pedirle a una persona que use una máscara para salvar vidas no es distinto de pedirle a un conductor que no atropelle a los peatones o a los oficinistas que no tiren a la gente de los edificios. Pero ésta analogía es falsa. Ir a un lugar público y respirar sin barbijo claramente no es lo mismo que atropellar a una persona que está cruzando la calle.

Incluso para quienes apoyan el uso de barbijo, usar un barbijo no representa ni de cerca una amenaza tan grande. De hecho, si representara el mismo nivel de amenaza, todos estarían muertos diez veces más que antes de que comenzaran los encierros.



Esto es probablemente porqué la gente tiene que usar los términos como “cortés” o “egoísta”, como opuesto a “homicida“ y “suicida”, cuando se discute el tema de los barbijos. La idea detrás de ese lenguaje es sonar menos extremo, pero también socavar lo que está pasando: la gente está resignando su libertad para respirar libremente con el propósito ostensible de hacer sentir a su vecino más seguro.

Esto no es un “inconveniente menor”, como a algunos les gusta minimizar, porque semejante lógica lleva a un inevitable efecto dominó: todas las libertades pueden excusarse como un “inconveniente menor” cuando se hace con el fin de preservar la vida de alguna manera. El punto final es la pérdida de toda libertad, lo cual, con el COVID-19, ha significado encerrar a una población entera. Si la gente nunca sale de sus casas (o, mejor aún, de sus propias habitaciones), se salvarán vidas y todos estarán más seguros.



Es justo asumir, sin embargo, que muchos pro-barbijo no apoyan los encierros, viendo el daño que hacen, pero aun así opinan que los barbijos son una señal de caridad y apoyo y por lo tanto deberían usarse. ¿Pero está bien hacer de esto algo obligatorio y convertirlo en ley?; Una cosa es establecer un límite de velocidad o defensa propia para preservar la vida y la propiedad; otra cosa es obligar a la gente a ponerse máscaras para que sea un poco más agradable y amigable.

El primer problema con obligar a ser “amable”, como destaca Santo Tomás de Aquino, es que forzar semejante norma genera más problemas de los que resuelve. Genera más asperezas entre vecinos, produce mayores complicaciones a las fuerzas del orden, y estigmatiza a la gente que sencillamente no cree en este mandato. Pocas personas dirían que ahora se sienten más felices y seguras. Más bien es lo contrario: la gente está menos sociable, más paranoica, y en general desalentada.

El segundo problema con obligar a ser amable, en particular con usar el barbijo como símbolo, es que los símbolos no son la realidad. Un barbijo puede simbolizar que a alguien le importan sus vecinos y que se toma al virus en serio, pero esto no necesariamente equivale a que realmente le importe ni que sea consciente de los efectos del virus.

Desafortunadamente, confundir el símbolo con la realidad es un problema común a cualquier campaña de conciencia social, y la del COVID-19 no es la excepción. Cuando la gente usa su pulsera rosa, se tira agua helada en la cabeza, o se pone un barbijo, muchos de ellos sienten que ya hicieron su parte, esto los lleva a omitir el donar dinero o dedicar tiempo a las víctimas que lo necesitan.

Con todo esto en mente, humildemente les pido a mis compatriotas Texanos que están ansiosos sobre este miércoles, que vivan y dejen vivir. Tuvimos un año de barbijo obligatorio, encierros, distanciamiento social y todo el resto. Estas restricciones nunca estuvieron destinadas a ser permanentes, sino que eran formas de responder al virus.

Es hora de devolverle a la gente su libertad y dejarlos decidir si taparse sus rostros o no. Va ser algo hermoso de ver y una manera apropiada de empezar la nueva estación.



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Auguste Meyrat es profesor de inglés en Dallas. Tiene un Máster en humanidades y un Máster en liderazgo educativo. Es editor en jefe de The Everyman y escribió ensayos para The Federalist, The American Conservative, y The Imaginative Conservative, como también para el Dallas Institute of Humanities and Culture. Seguilo en Twitter.

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