NEUTRALIDAD FULLERA


Rápida de reflejos, la estructura mafiosa política, corporativa, judicial, mediática y sindical que se apoderó del país y succiona la riqueza de sus ciudadanos –lo que Milei llama la casta– se abroqueló en apoyo más o menos explícito de la candidatura de Massa.


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/neutralidad-fullera/


Un nuevo pacto de Olivos amenaza a la Nación Argentina y llama al patriotismo de su gente para evitar un previsible colapso

Cuando quedó claro el resultado de la elección del domingo pasado, mi primera sensación fue de alivio y así lo escribí en un comentario inmediato: la opción emergente era tan clara y sencilla que despejaba de inmediato toda incertidumbre y toda duda. Al día siguiente me di cuenta de que no muchos compartían esa sensación, y que un manto de incertidumbre, desesperanza y decepción envolvía a gran parte de la opinión pública. Comprendí que tanto la remontada de Sergio Massa como el desplome de Patricia Bullrich como el estancamiento de Javier Milei, por lo inesperados, habían sorprendido a los ciudadanos y provocado un sentimiento abrumador de inevitabilidad y fracaso.

Ese sentimiento, de alguna manera, nublaba la vista y no permitía advertir que el resultado de la primera vuelta electoral había despejado admirablemente el camino hacia la segunda vuelta. Si Milei y Bullrich hubiesen emergido ambos victoriosos de la compulsa, entonces sí habrían existido motivos atendibles para la duda, razones múltiples por las que cada uno podía preferir a un candidato por sobre el otro. Pero entre continuar por el camino de decadencia, corrupción, pobreza y embrutecimiento que venimos recorriendo desde hace cuarenta años o pegar un volantazo, aun con todos los riesgos que implica, no hay duda posible. No hay opción.

Rápida de reflejos, la estructura mafiosa política, corporativa, judicial, mediática y sindical que se apoderó del país y succiona la riqueza de sus ciudadanos –lo que Milei llama la casta– se abroqueló en apoyo más o menos explícito de la candidatura de Massa, al tiempo que con el argumento de explicar el pobre desempeño electoral del libertario, la prensa asociada se consagró a pulverizar con empeño y minuciosidad su figura y su perfil político. En este punto, la intervención clara, resuelta y bien argumentada de Bullrich en favor de quien la había vencido en las urnas fue providencial.

Es cierto que detrás de esa intervención seguramente estuvo la mano de Mauricio Macri, quien desde hace tiempo venía haciendo públicas sus simpatías por Milei, hasta afectar incluso la candidatura de Bullrich; es cierto que los puentes entre ambos campos siempre existieron y permitieron cierta coordinación entre los mensajes que Bullrich y Milei dirigieron a sus seguidores tras la primera ronda electoral; es cierto que la decisión de la candidata estuvo precedida por un encuentro con Milei en casa de Macri.



Pero eso no le quita méritos a Bullrich, quien personalmente nada tenía para ganar, y todo para perder, al manifestar públicamente su respaldo a quien había sido su rival en la expresión política del antikirchnerismo. “El gesto de grandeza de Patricia es histórico, y no será olvidado”, declaró Diana Mondino, diputada electa de La Libertad Avanza. Aunque las partes niegan pactos y acuerdos previos, es difícil creer que en un eventual gobierno de Milei los apoyos recibidos desde el campo macrista puedan quedar sin recompensa.

La decisión de Bullrich, respaldada por Macri, hizo trizas la ya frágil coalición opositora, y remitió a la Unión Cívica Radical de Gerardo Morales, la Coalición Cívica de Elisa Carrió y la fracción del PRO representada por Horacio Rodríguez Larreta a ese lugar moralmente indeseable que ellos describen como “neutralidad” pero que en el terreno de los hechos los revela como socios vitalicios de la casta y aliados circunstanciales de Sergio Massa, el ministro que emite dinero para que todos paguemos con la inflación su campaña como candidato.



La declaración de “neutralidad”, esto es de dejar al libre albedrío de cada cual la decisión que llevará al cuarto oscuro en la segunda vuelta electoral de noviembre, supone en esos dirigentes una abdicación de su condición de tales. Se los llama dirigentes porque se espera de ellos que dirijan, no en el sentido de mandar sino en el de indicar una dirección, un rumbo. Y Milei no es lo mismo que Massa. “¿Cómo voy a decir que son lo mismo? Nadie puede decir que son lo mismo Milei y Massa”, reconoció Miriam Bregman, una dirigente trotskista bien consciente de que la neutralidad no es opción.

Adoptar una posición neutral entre términos opuestos como los que representan Massa y Milei implica que se los tiene como iguales o que sus diferencias son irrelevantes, que da lo mismo uno que otro. Pero entre la continuidad de cuatro décadas de decadencia y corrupción y la posibilidad, aunque sea remota, de ponerles fin no hay neutralidad posible. “El lugar más ardiente del infierno está reservado para quienes conservan su neutralidad en tiempo de crisis moral”, dijo Martin Luther King, más o menos inspirado en la retórica del Dante.



La neutralidad como propuesta habilita además la justificación de un correlato extremadamente peligroso, que es el del voto en blanco, o el voto nulo, o la simple y llana abstención electoral, incentivada además en este caso por el feriado inmediatamente posterior al día de la elección, capaz de inducir menos al cumplimiento de los deberes cívicos que a las excursiones de miniturismo en un fin de semana largo de noviembre durante el cual habitualmente se cierran las reservas o contratos de alquiler para las vacaciones de verano.

Así como los emigrados argentinos advierten a los ciudadanos españoles sobre riesgos políticos que ya conocen bien, los inmigrantes venezolanos hacen lo mismo con nosotros. Uno de ellos recordó que en 1998, Hugo Chávez obtuvo su primer gran triunfo electoral con 3.673.685 votos frente a 2.879.457 de sus opositores. Las abstenciones, los votos en blanco y los nulos sumaron 4.024.729: los “neutrales” superaron a todos, veinticinco años después el chavismo sigue gobernando Venezuela y Venezuela no puede estar peor.



Massa representa una versión más peligrosa de todo lo que ya hemos visto y vivido a lo largo de dos décadas, cualidades que advirtió en su momento el propio Néstor Kirchner. Más inteligente, astuto, eficaz e inescrupuloso que su modelo e igualmente incapaz de reconocer límites, como lo ha demostrado al poner las agónicas finanzas públicas al servicio de su campaña, una mezcla de miedo, dádivas e hipocresía patriótica y familiera. Con la hazaña sin precedentes de llevar la inflación a tres dígitos y ser al mismo tiempo el candidato más votado, Massa le ha quitado sentido al refrán del “más vale malo conocido…” porque nada puede ser peor que hacer las cosas malas bien.

Ese resultado electoral debe ser sin embargo matizado, para despojarlo del triunfalismo que le imprimen los amigos del campeón: empresarios prebendarios, sindicalistas corruptos, magistrados escasamente ecuánimes, redactores de trazo inclinado. Massa fue el candidato más votado, pero lo fue en la peor elección del peronismo/kirchnerismo en toda su historia: un 60 por ciento de quienes acudieron a las urnas le votó en contra. Vencer a Massa en la segunda vuelta no debería ser tan difícil, a menos que una neutralidad fullera le obsequie con activa militancia parte del voto que se le opuso en la primera.



Algunos vaticinan un apoyo explícito de la UCR a Massa, cercano al momento de la elección para evitar que el tiempo y las críticas diluyan su impacto. Más allá de su atrocidad política, un paso semejante representaría un notable ejemplo de coherencia histórica. El radicalismo ya se alió en el pasado con el peronismo en perjuicio de la República, y lo hizo invocando parecidas excusas morales. Fue en 1994, cuando Carlos Menem y Raúl Alfonsín acordaron en el Pacto de Olivos promover una serie de reformas constitucionales que fueron sancionadas ese mismo año y constituyeron el peor golpe asestado en todo el siglo XX a la integridad de la Nación Argentina.

En noviembre, los argentinos enfrentamos una opción muy clara que va más allá de la política partidaria, aunque ése sea su envoltorio. Enfrentamos el desafío de decidir sobre la suerte de nuestra patria, de esta nación que construyeron nuestros antepasados, en la que vivieron y por la que se sacrificaron, y en la que probablemente fueron felices, porque sin algún grado de felicidad no se forjan familias ni se traban amistades como las que supieron brotar entre nosotros. Indolentes y pusilánimes, podemos perderlo todo, para siempre; valientes y decididos, podemos volver a tomar el destino en nuestras manos.



El azar, o la proverbial predilección divina por esta tierra, nos ha dotado de una herramienta inesperada para expulsar del poder a quienes durante medio siglo han parasitado esta hermosa nación y la han condenado a la decadencia, la miseria y el atraso. Si no la usamos seguiremos cayendo por la pendiente que conduce a la degradación y la extinción: de eso no hay duda. Si accionamos esa palanca, nos esperan por cierto sacrificios y contratiempos, rigores y adversidades, y tal vez consigamos sobrevivir. Cosa que aún así no podemos dar por segura: dependerá de nuestro esfuerzo y vigilancia. De nuestro patriotismo, que de eso se trata.

–Santiago González

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