CENSO NACIONAL AGROPECUARIO 2018
Autor: Marcelo Posada (@mgposada)
Algunos apuntes sobre el Censo Nacional Agropecuario 2018
Pese a que contó con antecedentes censales de calidad excelsa para la época, como el Censo Nacional Agropecuario de 1937, Argentina tiene una trayectoria censal signada por situaciones y procesos problemáticos. Hubo información censal que luego de relevada sencillamente desapareció de los repositorios oficiales. También hubo postergaciones de las fechas pautadas de realización de los censos (cada diez años). Al mismo tiempo, en distintos momentos se modificó sustancialmente la estructura de variables y definiciones censales, impidiendo la comparación interanual plena. En otro caso, la información censal fue publicada parcialmente, y la parte más rica para el análisis se canalizó a través de mecanismo no oficiales. Y en otro, el censo se levantó en un contexto sociopolítico absolutamente adverso para realizarse tal relevamiento, con la consiguiente subdeclaración o, directamente, no atención al censista, con lo cual los resultados finales obtenidos fueron totalmente desvirtuados.
De por sí, entonces, la mencionada trayectoria censal agropecuaria obliga al analista a prestar mayor atención en el análisis que efectúa, y sobre todo, a contextualizar acabadamente el dato censal con el cual trabaja.
La reciente difusión pública de los resultados provisorios del Censo Nacional Agropecuario 2018, CNA’18 (https://www.indec.gob.ar/ftp/cuadros/economia/cna2018_resultados_preliminares.pdf) despertó desde el primer momento algunas discusiones públicas acerca de la información brindada. Algunos lectores de ese Censo señalaron que el mismo subestimaba la cantidad de cabezas bovinas en existencia; otros hicieron hincapié en que la superficie agrícola relevada no coincidía con la que publicitaba el Ministerio de Agroindustria; y otros, para dar un ejemplo más, remarcaban que algunos de los datos censales brindaban un panorama socioproductivo preocupante, quizás algo alejado del escenario de bonanza sectorial que difunde el gobierno de Mauricio Macri.
Los censos agropecuarios, más allá de la metodología de caracterización y relevamiento que sigan, tiene por finalidad principal recavar datos actualizados para identificar cuantitativa y cualitativamente la configuración del sector productivo abordado. En términos generales, los censos agropecuarios se organizan en torno a cuatro grandes ejes: el estructural, el productivo, el tecnológico, y el sociodemográfico. La información relevada se remite a una cobertura censal determinada (que en el caso del CNA’18 fue todo el territorio nacional argentino [1]) y a un período de tiempo especificado (en el CNA’18 se tomó como fecha de corte, para consignar los datos estructurales, el 31/12/17, mientras que para los aspectos productivos se tomó como período de referencia al lapso 01/07/17-30/06/18, a la vez que consideró al 30/06/18 como fecha de referencia para el relevamiento de infraestructura, maquinaria y stock disponible en las explotaciones censadas).
Los censos cumplen la función de una “fotografía” del sector en un momento determinado. No buscan presentar una “película” exponiendo la evolución de determinadas variables sectoriales. La visión evolutiva más inmediata la entregan otros instrumentos, como los registros periódicos (por ejemplo, los que debería mantener actualizados el Ministerio de Agroindustria o el SENASA). Sin embargo, esos registros se concentran en los aspectos cuantitativos de la producción (cuántas cabezas de ganado hay, cuánta superficie se sembró o se cosechó, etc.), no captándose (porque no está en su sentido original) los cambios estructurales del sector, que sí son capturados por los relevamientos censales.
Otra particularidad de los registros no censales, es que en Argentina están mayormente al servicio del contralor fiscal, subordinando tales registros del área de Agroindustria y SENASA a los requerimientos que tiene la AFIP. En Argentina, se registra para controlar impositivamente, no para monitorear la evolución de determinados aspectos del sector agropecuario y agroindustrial en el corto y mediano plazo.
En razón de la distinta naturaleza de un y otro tipo de relevamiento, no es aconsejable comparar interanualmente los resultados censales con los resultados registrales, mientras que sí es factible la comparación intercensal. Pero esto último debe, a su vez, matizarse considerando dos cuestiones claves: una, la metodología con que se diseñaron los censos, y otra, el contexto del relevamiento. En el caso del CNA’18, la metodología seguida es compatible con la que se inauguró con el relevamiento censal de 1988, por lo cual, entonces, es perfectamente contrastable –desde lo metodológico- el escenario sectorial brindado por el censo de 2002 con el de 2018. Sin embargo, en la comparación intercensal deben tenerse en cuenta las distintas situaciones productivas, climáticas o sociopolíticas que enmarcan cada operativo de relevamiento censal. En tanto esto, por ejemplo, no es posible comparar los resultados del CNA’18 con el censo inmediatamente anterior, levantado en 2008, cuando el contexto sociopolítico entorpeció dicho operativo e invalidó por completo los resultados alcanzados.
Intentar comparar los datos registrales con los datos censales lleva a poner en cuestión a estos últimos, cuando en realidad debería efectuarse una comparación entre instrumentos similares. Cuando se difundió el dato de las existencias bovinas consignado en el CNA’18, que arrojó un stock de algo más de 40,4 millones de cabezas, de inmediato se contrastó ese dato con el relevamiento periódico que efectúa SENASA y difunde el Ministerio de Agroindustria, que señala un rodeo bovino de algo menos de 54 millones de cabezas. La información recavada por los censistas es una declaración testimonial del informante, y en los censos, al igual que en muchos otros relevamientos, existe un sesgo a la subdeclaración. En cambio, la configuración de los registros, muchas veces a partir de información de carácter fiscal, es más ajustada a la realidad (por ejemplo, el sistema de pinzas que utilizan el SENASA y la AFIP para el contralor de los productores ganaderos, en particular para el movimiento de la hacienda, dificulta grandemente la subdeclaración).
Discutir si la información difundida por Agroindustria tiende a sobreestimar los resultados productivos del sector, a fin de mejorar discursivamente del ministro de turno, o si el sesgo de la subdeclaración censal es tan elevado, se torna necesario para tener una idea acabada más precisa de la situación sectorial. Entre tanto no se clarifique esta situación, la comparación interanual solo debe hacerse entre instrumentos compatibles entre sí.
El disponer de los datos provisorios del CNA’18 es un paso adelante para conocer con más precisión cómo se configura estructuralmente el sector agropecuario, y aún cuando puedan haber certeras críticas a la metodología seguida, a la confiabilidad del relevamiento realizado, o a la cuantía consignada en las variables productivas, igualmente a nivel estructural contar con esta información es positivo, siempre que se la analice en el marco de sus posibilidades y potencialidades reales.
En tanto esto, en las líneas siguientes esbozaremos una primera aproximación a lo que nos dice el CNA’18 respecto de la variación estructural del agro a grandes trazos, centrada en los principales focos de atención de la información censal.
El primer factor de observación es la cantidad de explotaciones agropecuarias censadas. A los pocos minutos de la difusión de los resultados del CNA’18 comenzó a hacerse hincapié en que entre 2002 y 2018 había desaparecido casi el 25% de tales explotaciones [2].
La reducción en el número de explotaciones es una constante en el desenvolvimiento capitalista del agro. Y no es un fenómeno de los últimos años: entre 1988 y 2002, el relevamiento censal muestra una reducción de casi el 21% de las explotaciones.
Tal como señalan numerosos autores, el mecanismo de progreso económico en la agricultura es el mismo que opera en todos los sectores de la economía: la especialización. Esa especialización no es solo en lo atinente a determinadas líneas productivas, sino también en lo relacionado a una multiplicidad de funciones, antes realizadas con los recursos propios de la unidad y ahora transferidas a especialistas externos. Esto, obviamente, va unido a incrementos en los niveles de mecanización de actividades, a reorganizaciones operativas y de gestión, a incrementos en la productividad de la tierra, el capital y la mano de obra, y a una mayor dependencia de los mercados. Como consecuencia de la especialización y sus cambios correlacionados se desenvuelve una marcada y constante diferenciación a nivel sectorial, lo que se expresa en una inevitable transformación estructural: manteniéndose aproximadamente constante la superficie agropecuaria [3], la reducción del número de explotaciones es constante a lo largo del tiempo.
El segundo foco de atención de los observadores del CNA’18 está puesto en el tamaño de las explotaciones. Como se señaló en el Cuadro 1, la superficie media de las explotaciones del país se incrementó casi un 20%, condicentemente con la tendencia general, que ya había experimentado el lapso 1988-2002, cuando ese tamaño medio creció casi un 25%.
La distribución porcentual de las explotaciones agropecuarias por escala de tamaño (ajustándolas para hacerla compatible entre los dos últimos censos agropecuarios) muestra el siguiente panorama.
Como se observa, la distribución de las explotaciones en el mosaico de la escala de tamaño de las unidades, no se modificó sustancialmente entre 2002 y 2018. Si a los fines gráficos se reagrupara la mencionada escala en cuatro genéricos conjuntos –explotaciones pequeñas, medianas chicas, medianas grandes, y grandes-, se vería que porcentualmente, las pequeñas unidades son las ceden participación a favor de, fundamentalmente, las medianas grandes, en total consonancia con el desenvolvimiento histórico del capitalismo agrario.
Por supuesto, lo expresado en el Cuadro 3 no es más que una simplificación extrema, porque la noción de pequeña, mediana o gran explotación está dada en función de la localización territorial y de la actividad productiva desarrollada. Solo se lo presenta para ejemplificar que el CNA’18 está exponiendo que, a grandes (muy grandes) trazos, la estructura agraria nacional continúa con su tendencia de desenvolvimiento histórica.
El tercer eje de análisis sobre el que se presta especial atención es el de la configuración de la estructura jurídica de tenencia de la tierra en la que se produce. La comparación de la información publicada del CNA’18 con la existente correspondiente al 2002 requiere de una adecuación, porque la amplitud expositiva del último censo no es la misma que la publicada para el 2002, con lo cual se deben efectuar sumas de categorías, dando origen a ciertas distorsiones como se aprecia en la línea Otros del Cuadro 4, expresado en hectáreas.
Salvando la mencionada distorsión de Otros, se observa que a lo largo del período se incrementó sustancialmente el porcentaje de superficie operada bajo arrendamiento; mientras en 2002 equivalía al 11,5% del total de la superficie trabajada, en 2018 pasa a ser el 18,5%. De esta constatación puede inferirse que la actividad agropecuaria argentina continuó su trayectoria de modernización, en la cual la propiedad no es el factor central e ineludible para el desenvolvimiento productivo, sino que el acceso a la tierra a través del alquiler deja traslucir que la organización flexible de la actividad, sin inmovilizar de grandes sumas de capital y apelando al mercado de tierras en alquiler y a los servicios de empresas especializadas, tal como se vino verificando por relevamientos desde fines de la década de 1980, continúa su curso.
En cuarto término, los analistas ponen el foco en la cuestión de cuánta gente vive en las explotaciones agropecuarias censadas, infiriendo en base a ello procesos de despoblamiento rural. Y sí, efectivamente, el CNA’18 muestra que la población residente en establecimientos rurales ha caído significativamente desde 2002: un 40%. Y esto tampoco es una ruptura con la tendencia histórica de décadas en el agro argentino. Y en la misma línea, se verifica entre 2002 y 2018 una abrupta caída de los trabajadores permanentes (asalariados y familiares del productor): descienden el 70%.
La modernización productiva, las nuevas formas organizativas, la búsqueda de nuevos estándares de vida de calidad superior solo alcanzable en centros urbanos, entre otros, son factores que impulsan la disminución de la cantidad de personas que viven permanentemente en los establecimientos agropecuarios, como así también –y fundamentalmente-, la reducción de la cantidad de trabajadores permanentes que allí se emplean.
Como expresión de esos cambios modernizadores puede señalarse que el CNA’18 indica, respecto de 2002, un incremento del 87% en cuanto a la superficie trabajada con servicios de maquinaria contratados (equivaliendo a algo más del 43% del total de la superficie censada). Y esto, por supuesto, influye en la mencionada reducción del número de trabajadores permanentes registrados en las explotaciones censadas.
Otra cuestión de referencia en el análisis censal es el de la dotación de equipamiento productivo. Si bien el CNA’18 aporta información de diversos tipos de equipos, se puede analizar la disponibilidad de tractores como elemento arquetípico de este rubro de análisis.
El último censo registra respecto de 2002 algo más de 44 mil tractores menos, es decir, un 18% de caída respecto de principio de siglo, pero son más nuevos (y por ende, más modernos en cuanto a su equipamiento y prestaciones): los que al momento del relevamiento poseían menos de 5 años de antigüedad incrementaron su participación entre ambos años en un 15%. Pero más significativo es el aumento de la potencia de tales maquinarias: en 2002, el 8% de los tractores era de más de 140 CV, mientras que en 2018 ese rango de potencia representa casi el 20% del parque de tractores. Así, entonces, si bien dicho parque se redujo en términos absolutos entre ambos años, a la vez experimentó un incremento sostenido en la potencia instalada, lo que permitiría –en teoría- una mayor cobertura de superficie de trabajo por máquina disponible.
Por último, y también a modo de ejemplo de información estructural que el CNA’18 aporta y que puede ser de interés para los analistas, debe mencionarse que aborda la cuestión de la superficie irrigada, factor clave para el desarrollo productivo del país. Según este censo, se relevaron casi 1,4 millones de hectáreas bajo riego, cifra que no se puede contrastar con las del censo de 2002 porque no han sido publicadas. Pero si se las compara con el estudio de FAO (realizado en el marco de un convenio con el gobierno nacional en 2015), la divergencia es amplia, puesto que en dicho estudio se consigna una superficie irrigada de 2,1 millones de hectáreas (http://www.fao.org/3/a-i5183s.pdf).
Esta situación de divergencia entre la información censal de 2018 y otras fuentes, como la recién mencionada, y sobre todo con las fuentes registrales de stock o número de explotaciones específicas de determinadas actividades productivas [4], reafirman la necesidad de limitar las comparaciones entre instrumentos estadísticos similares. En tanto esto, entonces, no se abordan aquí las cuestiones de neto corte productivo (superficie implantada por tipo de cultivo, cantidad de explotaciones por tipo de producción ganadera, etc.).
La difusión de los resultados preliminares del CNA’18, como se señaló más arriba, es un importante paso dado para actualizar el conocimiento que se tiene sobre algunos aspectos de la configuración estructural del sector agropecuario argentino. Las divergencias que puedan señalarse respecto de los resultados alcanzados con otros instrumentos de relevamiento informativo obedecen, básicamente, a la diferente orientación de esos instrumentos. Estos y el Censo, cada uno de ellos, tienen sus propios objetivos, conceptualizaciones y estrategias de relevamiento que los hace, a cada uno por separado, útiles para determinados fines, pero no necesariamente comparables unos con otros.
El CAN’18 será, con seguridad, mejorable desde lo conceptual, lo metodológico y lo operativo, pero es un paso importante para la construcción de un sistema estadístico moderno y sólido. Pero aún más importante es el panorama que muestra, en tanto que esboza los grandes trazos de un sector de actividad dinámico, moderno y pese a todo, pese a las políticas públicas negativas para su desarrollo, pese a la incertidumbre macroeconómica que generan los sucesivos gobiernos, y pese a las situaciones críticas que viven determinadas producciones de importancia regional, como un todo el sector responde en su trayectoria evolutiva a los grandes lineamientos del desenvolvimiento capitalista agrario.
[1] El CNA’18 incluye en su relevamiento todas las fracciones de terreno incluidas en los radios censales rurales y mixtos de todo el país, excluyendo a aquellos radios censales no urbanos correspondientes a zonas montañosas, desérticas, lacustres, etc., es decir, donde no se practica ninguna actividad agropecuaria.
[2] Todos los Cuadros incluidos en este texto son de elaboración propia a partir de la información censal de los años de referencia.
[3] Entre 1988 y 2002, la superficie agropecuaria censada se redujo algo menos del 1,5%, mientras que entre 2002 y 2018 lo hizo en casi el 10%, pero debe contextualizarse esa caída en algunos ajustes que se hicieron para la definición de qué radios censales quedaban fuera del área de cobertura, lo que explica en buena medida ese incremento de la reducción.
[4] Un ejemplo interesante de divergencia es el del número de tambos: para el CNA’18 existen 7.069 tambos en actividad, mientras que para el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina, ese número se eleva a 10.287 (http://www.ocla.org.ar/contents/newschart/portfolio/?categoryid=17#cbp=/Contents/NewsChart/Details?chartId=10022024)