BREXIT - LOS CONSERVADORES DIBUJAN EL MAPA BRITÀNICO

Los Conservadores (Tories) usaron el Brexit para redibujar el mapa electoral británico

Por GERALD WARNER
Nota original: https://reaction.life/the-tories-use-brexit-to-redraw-the-electoral-map/
Versión original al pie.


La elección general del Reino Unido fue un evento extraordinario. Fue, por primera vez, y casi con certeza por última vez que una elección británica gire alrededor de Europa. Esta fue la elección de Brexit: reiterada, para beneficio de los políticos que tienen un toscano en la oreja, el resultado del referendo del 2016 sobre si dejar o no la Unión Europea. En tandem con ese tema, el Partido Laborista donde una agresiva facción marxista había tomado el control, trató de ganar poder eludiendo el tema del Brexit e intentando sobornar al electorado con promesas de gasto público de una escala impracticable.

La característica distintiva de toda elección general en Gran Bretaña es el sistema electoral el-primero-obtiene-el puesto. En cada circunscripción el votante simplemente pone una cruz al lado del nombre de su candidato preferido y quien reciba la mayor cantidad d evotos es elegido como miembro del Parlamento. Es el sistema de voto màs simple que alguna vez se haya diseñado y diametralmente diferente de los variados sistemas de representación proporcional. Favorece a los dos partidos establecidos - el Laborismo y los Conservadores - y se le hace muy difícil a los pequeños grupos políticos romper la barrera y convertirse en serios contendientes.

El Primer Ministro, Boris Johnson, peleó la elección con un slogan sucinto: "Logremos el Brexit". Tocó en el profundo resentimiento de millones de votantes que habían visto,  estupefactos, como por tres años y medio el Parlamento dominado por representantes en su mayoría pro quedarse en la Unión Europea tozudamente bloqueaban todo esfuerzo para implementar la decisión del referendo del 2016 y llevar a Gran Bretaña fuera de la Unión Europea. Incluso muchas personas que había votado "Quedarse" rechazaban el espectáculo de cómo anulaban un voto democrático.

La alienación se agravaba cuando la recientemente elegida líder del eurófilo Partido Liberal Democrático, Jo Swinson, decidió pelear la elección con la plataforma "¡Paremos el Brexit!". Propuso hacerlo no mediante el llamado a un segundo referendo - que hubiera sido más que controvertido - sino simplemente revocando el Artículo 50, retirando la solicitud de retiro de la Unión Europea que Gran Bretaña había presentado oportunamente. Esto hubiera sido anular arbitrariamente la decisión de 17, 4 millones de votantes, un claro repudio a la democracia. El sentimiento de la democracia puesta a riesgo fue reforzado por la conducta del líder de la oposición, Jeremy Corbyn, su canciller en las sombras John McDonnell y una facción de extrema izquierda llamada Momentum que ejercía un control de hierro sobre el Partido Laborista.

El Manifiesto Laborista comprometía al partido a un diluvio de gasto público. Prometía crear un "fondo de transformación social" de £ 150 mil millones para apoyar el mayor programa de vivienda provistas por el Estado desde la Segunda Guerra Mundial y la mejora edilicia de escuelas y hospitales. Otro "fondo de transformación verde" para crear una economía verde con un costo de £ 250 mil millones. Proponía la renacionalización de todos los servicios públicos. La Confederación Industrial Británica estimó el costo en £ 196 mil millones. Y así... Fue, de lejos, el más libertino programa que alguna vez se le haya propuesto al electorado británico. Su mera extravagancia fue su punto débil: los votantes se negaron a considerarlo como una propuesta creíble.

Los conservadores prometieron abandonar la austeridad y gastar más en servicios públicos, en particular reclutar más policías y enferemeras. Pero el costo es sólo una pequeña fracción del pantagruélico programa laborista. Los dos principales partidos persiguieron dos políticas contrapuestas también en el Brexit. Boris Johnson hizo un pedido directo a sus votantes: denme una mayoría con la que pueda trabajar y yo les doy el Brexit sin más demoras ni extensiones. El laborismo, en contraste, estaba dividido sobre este tema. Jeremy Corbyn fue un euroescéptico toda su vida, pero su partido odiaba el Brexit, por lo que tuvo rizar las velas. A sabiendas de que las circunscripciones del norte de Inglaterra que siempre había votado al laborismo, y que en el 2016 votaron fuertemente por el Brexit, trató de armar un paso intermedio entre la gente de izquierda de Londres que apoya quedarse en la Unión Europea y los obreros del norte que son pro-Brexit.

La mezclar resultante enojó a ambos bandos y le quitó al laborismo el apoyo en todo el país.  La elección fue rencorosa y, sin embargo, extrañamente en sordina. Boris Johnson siempre fue conocido como un showman, impredecible, y muy característico. Con los medios de comunicación manteniendo a todos los líderes de los partidos bajo microscopio,  Johnson se limitó a entrevistas con interlocutores complacientes y a hacer giras a negocios y fábricas. Con esta estrategia los conservadores se privaron de los talentos de un colorido intérprete público; pero calcularon que era preferible a arriesgar que el Primer Minsitro cometiera una gaffe que sería pasto de los medios de comunicación y que lo perjudicara durante la campaña.

Al momento de la elección la facción "Quedarse" [en la Unión Europea] dentro del Partido Conservador había implosionado: algunos representantes fueron expulsados del partido, otros defeccionaron a otrops partidos políticos, otros se presentaron como independientes, muchos se retiraron de la política. Habían colaborado con los partidos de la oposición en varios ardides parlamentarios para subvertir el Brexit y en la elección general tuvieron pésimos resultados propinados por un electorado vengativo.

A todo lo largo de la campaña varias encuestas de opinión predijeron una segura mayoría para los conservadores. Para todo evento, los pronósticos fueron precisos, aunque subestimaron levemente la fuerza del apoyo a los conservadores. El problema fue que esas encuestas proyectaban una participación general de cada partido en porcentajes, cuando cada circunscripción tiene su perfil distintivo y algunos de ellos son claramente marginales, así que con unos pocos votos desviados en tal o cual sentido, pueden tener un efecto desproporcionado en el escenario nacional. Un Londres pro "quedarse" fue visto como el gran soporte del laborismo, suponiendo que pudiera mantener sus bancas del norte - la llamada "Muralla Roja" de circunscripciones "seguras" - que el laborismo retuvo por décadas.

Pero esas bancas había votado por grandes mayorías irse de la Unión Europea (Brexit) y muchos abandonaron el laborismo en la elección, viéndolo ahora como el partido de "quedarse" [en la Unión Europea] y que había despreciado los deseos de sus votantes de clase trabajadora. El resultado fue catastrófico para el laborismo. Hubo un desastre similar, aunque en pequeña escala, en Gales, también un fortín laborista. En Escocia - la parte del Reino Unido que le dio las mayorías para armar tres gobiernos laboristas en el Siglo XX - los nacionalistas escoces tuvieron un gran crecimiento, reduciendo la posición del laborismo a una sola banca desde Escocia.

El resultado es 365 bancas para los conservadores, 203 para los laboristas y sólo 11 para los Liberales Demócratas. La líder de los Liberales Demócratas Jo Swinson, que aspiraba a "cancelar Brexit" perdió su banca. Mientras se pueden aplicar muchas capas de interpretaciones a estos resultados, una cosa es cierta: Gran Bretaña quiere dejar la Unión Europea - el mito del "remordimiento por el Brexit" que crearon los que querían quedarse luego del referendo ha quedado totalmente desacreditado. El fortalecimiento de los nacionalistas de Escocia, quienes demandan un segundo referendo para la independencia de Escocia, garantiza futuras fricciones entre Westminster y Escocia en los próximos años.

¿Cómo usará la victoria Boris Johnson, ahora que tiene una mayoría con un partido que se libró de su facción "quedarse"? En primer lugar, apurará en el Parlamento toda la legislación necesaria para que Gran Bretaña se vaya de la Unión Europea el 31 de enero: esta es una fecha de vencimiento que no será extendida. Enfrentados con lo que ahora es un Brexit inevitable, algunos líderes de la Unión Europea se alegran por la larga mayoría del primer ministro, en la creencia de que lo libra de la presión de los más duros, y creen que esto permitirá a Johnson intentar un Brexit más liviano.

Desde el momento en que nadie conoce los pensamientos políticos íntimos de Johnson, puede ser que sea así. Pero, por el otro lado, ¿para qué querría un soft Brexit? Comprometería los tratados comercios que desea negociar fuera de la Unión Europea. Mantendría a Gran Bretaña dentro de la tela de araña de la UE de regulaciones y leyes, sin mencionar las contribuciones financieras, que pueden convertirse rápidamente en foco de resentimiento doméstico. Johnson ha visto el destino de los políticos británicos que traicionaron la promesa del Brexit, ¿por qué incurriría innecesariamente en controversia y odio? Es igual de creíble que vaya por un duro acuerdo, como el primer Primer Ministro Británico con el que Bruselas tiene que lidiar que NO tiene cadenas parlamentarias que lo sometan. Puede amenazar con una salida en los términos de la OMC (Organización Mundial de Comercio) en diciembre 2020 si no consigue un acuerdo razonable. La Unión Europea se puede haber encerrado en una esquina muy poco confortable.

Domésticamente, Boris Johnson emplea la frase "Un Partido Conservador para Una Nación) como si fuera una sola palabra. La austeridad es historia. Si bien se presenta duro con el crimen y la inmigración (no era su postura previa), está dispuesto a aumentar el gasto público. El conservadurismo post Brexit puede lucir muy diferente del consenso que hubo durante los días de Cameron.


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The Tories use Brexit to redraw the electoral map


The UK general election was an extraordinary event. It was, for the first and almost certainly the last time at a British election, chiefly about Europe. This was the Brexit election: it reiterated, for the benefit of tin-eared politicians, the result of the 2016 referendum on leaving the EU. In tandem with this theme, a Labour Party that had been taken over by an aggressively Marxist faction, tried to gain power by fudging the issue of Brexit and attempting to bribe the electorate with promises of public spending on a totally impracticable scale.

The distinctive feature of any general election in Britain is the first-past-the-post electoral system. In each constituency the voter simply puts a cross opposite the name of the preferred candidate and whoever receives the largest number of votes is elected as Member of Parliament. It is the simplest voting method ever devised and strikingly different from the various systems of proportional representation. It favours the two largest and long-established parties – Labour and Conservative – and it is very difficult for smaller political groupings to break through and become serious contenders.

The Prime Minister, Boris Johnson, fought the election on one succinct slogan: “Get Brexit done!” It tapped into the deep resentment of millions of voters who had watched, appalled, for three and a half years while a parliament dominated by pro-Remain MPs stubbornly blocked every effort to implement the decision of the 2016 referendum and take Britain out of the EU. Even many people who had voted Remain were repelled by the spectacle of a democratic vote being nullified.

This alienation was aggravated when the newly elected leader of the Europhile Liberal Democrat Party, Jo Swinson, decided to fight the election on a platform of “Stop Brexit!” She proposed to do so not by holding a second referendum – which would have been controversial enough – but by simply revoking Article 50, withdrawing Britain’s application to leave the EU. That would have meant arbitrarily annulling the decision of 17.4 million voters, a clear repudiation of democracy. That feeling of democracy being at risk was reinforced by the behaviour of the leader of the opposition, Jeremy Corbyn, his shadow chancellor John McDonnell and the hard-left faction named Momentum that exercised an iron control over the Labour Party.

The Labour manifesto committed the party to an unbelievable deluge of public spending. It pledged to create a £150bn “social transformation fund” to support the biggest programme of state-owned house-building since the Second World War and the upgrading of schools and hospitals. Another “green transformation fund” was to create a green economy at a cost of £250bn. Proposed renationalisation of all the main public utilities was costed by the Confederation of British Industry at a preliminary output of £196bn. And so on… This was by far the most profligate programme ever put to the British electorate. Its very extravagance was its undoing: voters refused to believe it was a credible proposition.

The Conservatives pledged to abandon austerity and spend more on public services such as recruiting more police and nurses. But the cost was only a small fraction of the gargantuan Labour programme. The two main parties also pursued contrasting Brexit policies. Boris Johnson made a straightforward appeal to voters: give me a working majority and I will deliver Brexit with no more delays and extensions. Labour, in contrast, was divided on the issue. Jeremy Corbyn was a lifelong Eurosceptic, but his party hated Brexit, so he had to trim his sails. Aware that Labour constituencies in the north of England had voted heavily to Leave, he tried to tread a path mid-way between the Remainer left in London and the blue-collar pro-Brexit Labour vote in the north.

The resulting fudge alienated both sides and deprived Labour of support all across the country. The election was rancorous and yet, in a way, strangely subdued. Boris Johnson has always been known as a showman, unpredictable, but very characterful. With the media keeping all the party leaders under a microscope, however, Johnson confined himself to interviews with unchallenging interlocutors and doing tours of businesses and factories. With this strategy the Conservatives were arguably depriving themselves of the talents of a colourful public performer; but they calculated that was preferable to the risk of the Prime Minister committing some gaffe that would give the media a field day and derail their campaign.

By the time of the election the Remain wing of the Conservative Party had imploded: some MPs had been expelled from the party; some defected to other political parties, others stood as independents, many retired from politics. They had collaborated with the opposition parties in the various parliamentary ploys to subvert Brexit and at the general election they fared badly at the hands of a vengeful electorate.

Throughout the campaign the various opinion polls predicted a safe majority for the Conservatives. In the event, their forecasts were fairly accurate, though slightly underestimating the strength of the Conservative support. The problem was that those polls recorded projected vote share, but each constituency had its own distinctive profile and some of them were tight marginals, so that a few votes redirected one way or the other could have a disproportionate effect on the national picture. Pro-Remain London was seen as Labour’s greatest strength, provided it could hold onto its seats in the north – the so-called “Red Wall” of safe constituencies – that had been held for decades.

But those seats had largely voted Leave at the referendum and many abandoned Labour at the election, regarding it as now a Remain party that had disregarded the wishes of its working-class voters. The result was a catastrophe for Labour. There was a similar disaster, on a smaller scale, in Wales, also a Labour stronghold. In Scotland – the part of the UK that supplied the majorities for three Labour governments in the 20th century – the Scottish nationalists made large gains, reducing Labour to just one seat in Scotland.

The outcome was 365 seats for the Conservatives, 203 for Labour and just 11 for the Liberal Democrats. The Liberal Democrat leader Jo Swinson, who had aspired to “cancel Brexit”, lost her seat. While many layers of interpretation can be put on those results, one thing is certain: Britain wants to leave the EU – the myth of “Leaver remorse” put about by Remainers after the referendum is totally discredited. The strengthening of the nationalists in Scotland, who demand a second referendum on Scottish independence, guarantees friction between Westminster and Scotland over the next few years.

How will Boris Johnson, now armed with a large overall majority in a Remainer-free party, use his victory? Firstly, he will rush through Parliament all necessary legislation for Britain’s departure from the European Union on 31 January: this is one Brexit deadline that will not be extended. Faced with what is now the inevitability of Brexit, some EU leaders are rejoicing in the UK premier’s large majority, in the belief that it frees him from the pressure of hardline Tory Brexiteers, encouraging him to craft a softer Brexit.

Since nobody knows Johnson’s inner political thoughts, that might be the case. But, on the other hand, why would he want a softer Brexit? It would compromise the trade deals he wishes to negotiate outside the EU. It would hobble Britain with tendrils of EU regulations and laws, not to mention financial contributions, that would quickly become a focus of domestic resentment. Johnson has seen the fate of UK politicians who betray the promise of Brexit: why would he needlessly incur controversy and odium? It is equally likely that he would drive a harder bargain, as the first British prime minister Brussels has dealt with who had no parliamentary drag-chains restraining him. He could threaten an exit on WTO terms in December 2020 if he does not get a reasonable agreement. The EU may have painted itself into a very uncomfortable corner.

Domestically, Boris Johnson is employing the phrase “One Nation Conservative Party” as if it were one word. Austerity is history. While tough on crime and immigration (not his previous posture), he is willing to loosen the purse strings of public spending. Post-Brexit Conservatism will look very different to the party consensus during the Cameron years.

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