SUBSIDIOS A LA ENERGÍA: MODELO INEFICIENTE
Subsidios a la Energía: ¿Hasta cuándo vamos a sostener este modelo ineficiente?
Argentina atraviesa sin duda la peor crisis económica de su historia. El congelamiento sobre los servicios públicos hace cada vez más grandes los aportes del Estado y ya sea por demagogia o porque nadie se atreve a que un titular en los medios masivos de comunicación diga “Tarifazo Nacional y Popular”, el problema continua.
¿Hasta cuándo la macroeconomía permitirá sostener un nivel cada vez más creciente de subsidios energéticos? Las últimas discusiones entre el Ministro de Economía, Martín Guzmán, y el Secretario de Energía, Federico Basualdo, demuestran que hemos llegado a un punto donde incluso los “paladines de los necesitados” necesitan aumentar las tarifas para reducir el costo que los subsidios tienen sobre las arcas del Estado.
En Argentina los subsidios energéticos se canalizan principalmente a través de dos grandes empresas, CAMMESA (Compañía Administradora del Mercado Eléctrico Mayorista) y ENARSA (Energía Argentina SA, hoy renombrada IEASA), que entre otros fines tienen a su cargo, respectivamente, el despacho y administración de la energía eléctrica, y la compra de gas importado para el abastecimiento del mercado interno.
CAMMESA le compra la energía a los generadores, para luego vendérsela a las distribuidoras. Los precios varían según cada tipo de generador (Eólico, Solar, Turbina de gas, si es precio Spot, con contratos, etc.) pero lo más destacable, es que CAMMESA vende la energía a un 40% de su costo, siendo el 60% restante cubierto por subsidios o aportes del Tesoro.
Vale aclarar, que la mayor parte de la energía del país se produce en centrales térmicas que consumen gas natural. Por lo tanto, no sólo subsidiamos la oferta de gas al productor, sino también el precio de la electricidad que las usinas le dan a CAMMESA mediante ese gas subsidiado.
El último Plan Gas, por ejemplo, asegura que los productores reciban el precio ofertado en un concurso público, y por el otro lado, que dicho costo sea abonado por usuarios. De haber una diferencia, la misma será cubierta por el Estado mediante subsidios. ¿Qué porcentaje representan esos subsidios? Depende de la clase política.
Si el Estado paga el 60% del costo de la energía eléctrica, o el 55% del costo del gas, esto significa que los subsidios los pagamos todos a través de nuestros impuestos, independientemente de nuestro poder adquisitivo. El dinero que destinó el Estado a subsidios energéticos fue el 1.7% del PBI en 2020; U$S 6.600 millones aproximadamente.
Según el presupuesto 2021 se iba a mantener la proporción del 1.7%, pero debido a las sucesivas devaluaciones y el eterno congelamiento tarifario, este porcentaje finalmente aumentará en 2021 más de lo que propone la demagogia electoral plasmada en el presupuesto oficial.
Es menester comprender que no existe subsidio más ineficiente que aquel sobre un bien escaso. Si no impulsamos la producción e incentivamos un consumo de gas o electricidad más eficiente, subsidiarlos significa poner parches sobre un problema que cada vez empeora.
Desde principios de siglo, la producción de gas viene en caída, y además, no se optimiza la capacidad en su transporte. Consecuentemente, en épocas invernales las industrias, y principalmente los hogares, demandan mayores cantidades de gas que el sistema energético argentino no puede proveer. ¿Qué parche se crea a este problema? Importar. La energía que importa el Estado cuesta el doble o triple del valor local, y eso significan divisas del Banco Central que hay que utilizar.
Este año los resultados para el Estado serán peores, debido al aumento de precios y volúmenes importados de petróleo y gas natural licuado (GNL).
Pésimas y sucesivas políticas energéticas, tuvieron como consecuencia que desde el año 2011 la Argentina pasara de ser un exportador neto de energía a tener déficit energético y comenzara a importar energía, sin poder revertir esta situación hasta el día de hoy.
¿Se pueden aumentar las tarifas en una crisis económica, con pandemia, en un año electoral? La respuesta ya la dio la casta política, negativamente, con aumentos despreciables frente a una inflación mayor al 40%.
También entendamos que no podemos dejar afuera a todo un sector de la población que no puede pagar todo el acumulado de esa cadena de costos energéticos. Para ellos existe hoy en día una herramienta: la Tarifa Social.
Aunque la Tarifa Social cubra cierta parte del consumo a cero costo, para luego en el siguiente escalón de consumo cubra la mitad del costo, lamentablemente quienes son destinatarios de esta herramienta suelen ser quienes más consumen y menos conocen sobre ahorro energético, ya que suelen tener equipos o electrodomésticos más viejos, además de no disponer del capital necesario para ir a comprar una heladera eficiente o lámparas led, por citar un ejemplo.
Según los marcos regulatorios vigentes, es el Estado quien decide otorgar subsidios a usuarios o regiones, y los mismos deben estar limitados en el tiempo, ser explícitos, y contar con recursos en el presupuesto de cada año, de manera que su costo no altere el funcionamiento de la industria.
A pesar de lo mencionado anteriormente, la Argentina afronta una política de subsidios que ha sido un problema sin solución durante los últimos 20 años. A la salida de la convertibilidad, pasamos de un sistema donde los precios y tarifas reconocían precios de prestación, a un congelamiento de tarifas y precios, quizás el más largo de la historia, que funciona como una “tarifa social generalizada” la cual minimizó los errores de exclusión -no dejamos a nadie afuera-, pero tuvo un enorme error de inclusión con un costo fiscal enorme.
¿Cuál fue el costo de la política de subsidios entre 2003 y 2015?
A partir de 2005, la inflación empezaba a tener dos dígitos y el costo de los subsidios comenzaba a ser relevante, hasta alcanzar un pico en 2015, donde los subsidios llegaron a U$S 17.000 millones anuales.
El costo fiscal de la política de subsidios en el 2014 fue equivalente al déficit fiscal de la Argentina. Para ser más claros: si no se aplicaban subsidios a la energía, la Argentina no tenía déficit fiscal. Por otro lado, la política de tarifas y subsidios en una EMERGENCIA PERMANENTE -18 de los últimos 20 años- desincentivó la inversión, la producción de energía cayó, y la misma fue reemplazada con importaciones que demandaron en 2014 el equivalente al saldo comercial de la Argentina de ese año. Dicho de otra forma: si no importábamos combustibles, la Argentina no tenía déficit en la balanza comercial.
La ausencia de inversiones derivó en una peor calidad del servicio. La frecuencia de los cortes en el AMBA en 2015 triplican los del año 2000 y la duración de dichos cortes se multiplica por 5. Toda esta ola de subsidios se da en un contexto donde literalmente había crecimiento económico y la gente podría haber afrontado aumentos paulatinos.
Se generó una enorme distorsión en los precios de consumo, descartando cualquier idea de Eficiencia Energética. Además distorsionaron las decisiones de inversión, las cuales sólo funcionaron a partir de planes estímulos o incentivos a la oferta, que intentaban reactivar una inversión privada que veía un escenario de alto riesgo.
El ajuste en la administración de Mauricio Macri era inevitable. Al dejar el gobierno, entregó en 2019 los subsidios en U$S 4.700 millones, habiéndolos reducido en un 72%. Por supuesto que esto, entre tantas otras decisiones, tuvo implicancias en el resultado electoral.
Sin embargo, el inicio de la actual administración, SIN PANDEMIA, trajo bajo el brazo la misma receta del 2003 a 2015: emergencia, congelamiento e intervención de los entes reguladores.
En abril 2019, los subsidios a CAMMESA cubrían el 32% de los costos, mientras que hoy cubren poco más del 60% y el proyectado para fin de año estará en torno al 70%, resultando en U$S10.000 millones.
Estamos repitiendo la receta del pasado, pero a una velocidad mayor, porque la inflación crece a pasos agigantados.
LEY DE SUBSIDIOS A LAS ZONAS FRÍAS Y CÁLIDAS
Los subsidios como están planteados actualmente, no son distributivos sino que favorecen a los usuarios de mayor poder adquisitivo. El 34% de los hogares no están conectados a la red de gas. ¿Cómo puede beneficiarse de una tarifa de gas subsidiada ese usuario que no se encuentra conectado a la red?
Irónicamente, 2,8 millones de usuarios conectados a la red de gas natural que no forman parte de ningún grupo vulnerable, pagarán el gas a menos de un cuarto del valor que abona un usuario de gas en garrafa.
Los usuarios que utilizan garrafa, si quisieran tener un nivel de confort similar a los que se encuentran conectados a la red, gastarían entre 4 y 6 veces más dinero que los beneficiados por la ampliación de la zonas frías, pese a no estar contemplados en ningún grupo vulnerable.
Ese hogar que paga su garrafa -además de pagar impuestos y el IVA en los alimentos o cualquier bien que consume- ayuda a cubrir la tarifa de los usuarios que se encuentran en una situación más favorable.
En los siguientes gráficos podemos observar a la izquierda las provincias beneficiadas con la nueva ley -impulsada por Máximo Kirchner- y a la derecha el nivel de incidencia de pobreza en Argentina:
El resultado es trágico y obvio: las zonas más pobres del país deben subsidiar a las zonas beneficiadas por la nueva ley.
Bajo el esquema de subsidios cruzados planteado en la modificación para zonas frías, los usuarios de la red de gas van a pagar un recargo fiduciario por su consumo para financiar que las zonas frías tengan gas más barato. Para financiarlo, habrá un aumento en los cargos que pagan las PYMEs, las estaciones de GNC, grandes industrias, usinas térmicas y otros usuarios. Como consecuencia, va a volver a subir el costo mayorista de la electricidad. Es decir, los hogares pobres conectados a la red eléctrica van a tener que pagar un cargo adicional por el gas usado en generación térmica para financiar a los usuarios de algunas localidades que van a ser beneficiados con la extensión del subsidio patagónico. Inédito.
Como si fuera poco, también están preparando otro proyecto -de otro brillante kirchnerista por supuesto- para que se otorguen rebajas de tarifas eléctricas en “zonas cálidas”, el cual ciertamente ya recibió aprobación de la oposición.
¿Qué podemos resaltar y concluir de todo esto?
El aumento de tarifas tiene un costo político, social y económico insoslayable. Es importante instalar en la sociedad la idea de que quien consume la energía tiene que pagarla por lo que vale, como fue durante muchas décadas.
La salida de la pandemia va a dejar un enorme porcentaje de la población, mayor al actual, por debajo de la pobreza. Urge pensar una política pública de subsidios consensuada por todo el arco político, incorporando al debate a los diversos profesionales que posee la Argentina en materia energética, ya que este problema no se soluciona ni en uno, ni en dos periodos de gobierno. Esta política debería tener en consideración la eficiencia en el gasto, transformando los subsidios generalizados existentes a la oferta, en subsidios a la demanda con una fuerte campaña de concientización sobre el esfuerzo fiscal que realizan el Estado y los contribuyentes para financiar esos subsidios. Para lograr esa eficiencia en el gasto, debe existir un mecanismo de focalización bien aceptado, que disminuya los errores de inclusión que tenemos actualmente.
La herramienta de hoy es la tarifa social, que cubre a jubilados, pensionados, discapacitados, receptores de AUH, etc., y la misma focaliza en base a atributos y criterios sociales objetivos, minimizando errores de inclusión cruzando bases con el registro de inmuebles o del automotor.
Necesitamos salir del congelamiento tarifario eterno, que tiene un costo fiscal cada vez mayor y pone en jaque el funcionamiento de la cadena energética. La extensión en el tiempo de los subsidios va en detrimento del futuro del sector energético y la inversión en él.
Toda esta política de populismo energético aleja a las personas de la realidad. Nadie va a pagar por una máquina eficiente o por una heladera nueva si la electricidad no es un costo significativo en su canasta industrial o familiar. Esta pésima asignación de recursos genera derroches de energía.
Volviendo más reales los costos, podríamos incentivar la eficiencia energética, un concepto casi inexistente en la Argentina. Esto podría implementarse con un reemplazo de máquinas viejas por equipos más eficientes (motores, heladeras, calefones, etc), lo que produciría significativos ahorros para la economía de los hogares, las industrias, y las arcas del Estado.
Tenemos todas las herramientas para financiar una correcta política de eficiencia energética y reactivar al mismo tiempo la industria nacional, mientras a la vez se pueden permitir aumentos en las tarifas sin afectar de manera excesiva a los usuarios finales. Sólo falta la voluntad política de hacerlo.
Que quede claro, de no pagar las tarifas con subsidios, los pagaremos con impuestos, lo cual es igual de grave.
Los subsidios son “parches” que no solucionan ningún problema. Por el contrario, se deberían generar mejores incentivos que fomenten la inversión en la industria para volver al autoabastecimiento energético perdido. Un crecimiento en la producción de gas, acompañado de una disminución impositiva, permitiría a los usuarios obtener precios equilibrados en las facturas.
Si no corregimos esto a tiempo, las distribuidoras dejarán de pagar la energía que venden y, en consecuencia, el problema escalará desde las empresas de transporte y distribución al resto del sistema (producción y generación), el cual se encaminará a la cesación de pagos.
Esa situación es la cual debemos evitar llegar.
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Escrito por los Ing. Nicolás Pierri y Candela Sol Silva, de CAUSA Argentina
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