TATTAGLIAS Y CORLEONES
Si la Argentina quiere revertir su decadencia debe eludir la polarización electoral entre las familias mafiosas que se adueñaron del Estado
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/tattaglias-y-corleones/
A partir del último cuarto del siglo pasado, el Estado argentino fue cayendo paulatinamente en manos de una mafia, que hoy lo maneja y aprovecha su poder coercitivo para robarse el patrimonio público y esquilmar a los ciudadanos del fruto de su trabajo. Esto, más que cualquier otra cosa, explica la decadencia de la nación y el empobrecimiento de su gente; explica la caída de una sociedad otrora orgullosa, educada, saludable, creativa, igualitaria e inclusiva a los niveles inferiores de cualquier referencia de desarrollo humano; explica la desintegración de un país razonablemente seguro y con control de su territorio, ahora con sus mares depredados, sus fronteras perforadas, su espacio aéreo liberado, sus vías fluviales en riesgo, y zonas rurales y urbanas cada vez más amplias a merced de grupos irregulares.
Esa mafia reúne de manera informal pero crecientemente compacta e integrada a esa parte del mundo corporativo, incluida la banca, que hace negocios con el Estado, a los sindicatos asociados al Estado, a los bufetes que litigan contra el Estado, a las fundaciones subsidiadas por el Estado, a las “organizaciones sociales” que intermedian el asistencialismo del Estado, y a una vasta plaga adicional de parásitos menores que también le chupa la sangre al Estado. Esa mafia, con todo lo poderosa que luce, no podría exhibir su presente lozanía sin la colaboración de tres aliados decisivos: la justicia, garante de impunidad; los medios de comunicación, orientadores de la opinión pública, y, sobre todo, la casta política que, legitimada por el voto popular, hace posible el funcionamiento de todo el conjunto mediante el manejo discrecional del poder del Estado.
Con total desprecio por la libertad de los ciudadanos y la soberanía de la nación, esa casta política, sin distinción de partidos o ideologías, ha alquilado también sus servicios a factores de poder externos, acomodando la agenda local a los deseos de la socialdemocracia europea y de los promotores del llamado consenso de Washington en el último tramo del siglo pasado, y desde entonces a las pretensiones de una minoría extremadamente poderosa, decidida a reconfigurar el orden mundial en una dirección que implica la evaporación de los estados nacionales en beneficio de un sistema de gobernanza global, y la reducción de sus poblaciones a un estado de esclavitud voluntariamente aceptada a cambio de un bienestar de rebaño.
La crisis del virus corona puso en evidencia que aquí enfrentamos una amenaza real y concreta, y no la fantasía de unos adictos a las teorías conspirativas. Hemos visto cómo la casta política en su totalidad, gobierno y oposición, compró a libro cerrado la amenaza de una pandemia concebida y promovida por la minoría globalista, cómo el gobierno hundió todavía más al país en la miseria con una cuarentena tan amplia y extensa como injustificada, cómo la oposición acompañó sin chistar esas decisiones; hemos visto a lobbistas pagados por las élites globales envolver con su asesoramiento a gobierno y oposición, hemos visto a la prensa asociada promover el pánico entre la población hasta volverla sumisa y temerosa, desesperadamente dispuesta a dejarse inocular sustancias que sus propios fabricantes se resisten a garantizar.
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La Constitución reformada en 1994, carta magna del Estado mafioso, dispone que la ciudadanía vaya a las urnas cada dos años, lo que mantiene al sistema en permanente, y conveniente, estado de expectativa: le garantiza a la mafia un colchón de credibilidad de corta duración cuyo agotamiento empalma con la apertura de un nuevo ciclo electoral, que diluye la frustración presente en la renovada esperanza de un cambio futuro. La prensa asociada ayuda cada dos años a instalar elecciones polarizadas que inducen a optar entre los Corleone, que prometen inclusión y justicia social, y los Tattaglia, que ofrecen desarrollo e instituciones, ilusión democrática que en los hechos consolida el reinado continuo de la mafia, el mantenimiento eterno del sistema que asegura la prosperidad de todos los que están adentro, y la ruina de todos los que están afuera.
Porque cuatro décadas de alternancia no han producido sino menos inclusión y menos desarrollo, menos justicia social y menos instituciones, lo que se traduce en niveles de pobreza, desempleo, pérdida de educación, de salud, de seguridad y de justicia jamás vistos. Menos de la mitad de la población activa tiene un empleo formal; sin el auxilio de los planes sociales la pobreza llega al 55% y la indigencia al 20%. Más de la mitad de los chicos son pobres, proporción que llega al 75% en distritos suburbanos y del interior. Aunque no hay estadísticas, las pruebas de ingreso a la universidad o al empleo indican que el analfabetismo funcional y la pérdida de competencias laborales son alarmantes. La inflación absorbe las últimas gotas de sangre de un cuerpo anémico: el billete de mayor denominación en la Argentina equivale a seis dólares.
Afrontamos ahora un nuevo turno electoral y la prensa asociada insiste en orientar la opinión hacia una opción inexorable y apocalíptica: hay que votar a A para que no gane B, porque si gana B se acaba el mundo y todos con él. En esta temporada, el contenido de A o B se reconoce sintonizando C5N o LN+, o prestando atención a cualquiera de los medios gráficos, radiales o electrónicos alineados según esos polos narrativos. Unos y otros se valen de andanadas retóricas y de especulaciones elaboradas sobre encuestas dudosas para sugerir que cualquier intento de fuga de la opción de hierro beneficia inevitablemente al enemigo, y es equivalente a la traición. Todo entre loas a la democracia y alabanzas a la voluntad popular. Hace casi medio siglo que seguimos atrapados en esta trampa, presos entre unas redes que sólo existen en nuestra cabeza, apretadamente urdidas por los medios, y que nos impiden reaccionar.
El cebo de esa trampa asegura que vivimos en una democracia. Pero para que exista democracia tiene que haber partidos políticos formados sobre una plataforma y con afiliados activos en condiciones de promover representantes y dirigentes y de vigilar su comportamiento, y la Argentina tiene apenas franquicias electorales. Tiene que haber ciudadanía libre, y siete de cada diez argentinos dependen de un cheque estatal para subsistir. Tiene que haber votantes razonablemente educados y enterados, y cada vez menos gente entiende lo que lee o lo que escucha. Tiene que existir prensa independiente, y público que la sostenga económicamente, y en la Argentina predomina la prensa asociada a las familias mafiosas, y un público hecho a la idea de que la información es gratis. Y lo que recibe casi siempre es gratis, pero casi nunca es información sino propaganda.
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Si la ciudadanía recibiera información, sabría cómo reaccionar. Pero la élite se asegura de mantenerla en la ignorancia, el temor y la confusión. Cristina Kirchner habló por toda la casta cuando desafió: “Si no les gusta, armen un partido y ganen las elecciones”. Porque ni el sistema educativo ni la prensa asociada enseñan, educan, informan sobre cómo se forma un partido, cuáles son los derechos y deberes de los afiliados, y en qué consiste la participación democrática. Toda la pedagogía mafiosa se orienta a mantener al ciudadano esclavo de las falsas opciones. Cuanta más grieta, cuanta más polarización, cuanta más incitación a votar a A para que no gane B, más se consolida la Argentina mafiosa, que es la suma de A y B. Toda la pedagogía mafiosa enseña que el poder, en definitiva, es cosa de los poderosos, y que el ciudadano de a pie nada tiene que hacer allí, más que votar como le dicen.
Entonces, ¿es así nomás? ¿No hay nada que hacer? ¿Tattaglia o Corleone? No necesariamente. Como dice el dicho, el diablo hace la olla pero no le pone la tapa, y siempre hay un resquicio por el que colarse y quebrar los sistemas opresivos más compactos. Tomemos el caso de la prensa. A simple vista parecería que C5N y LN+, por citar los ejemplos más nítidos, exponen cada uno la mitad de la noticia, presentan cada uno a la mitad de sus protagonistas. Pero he aquí dos medios que no hacen un entero, porque hay zonas de la realidad que no aparecen ni en una ni en otra señal, zonas escamoteadas al conocimiento del público, zonas que la mafia no quiere que la gente conozca. Zonas de cuya existencia tenemos noticia, con suerte, gracias a las redes sociales y a los escasos medios con agenda editorial independiente.
Por ejemplo, el espectador de C5N se aburrió de escuchar loas a la vacuna Sputnik y el espectador de LN+ se hartó con el llanto de las viudas de Pfizer. Pero en ninguna de esas señales se habló con pareja intensidad del uso preventivo de la Ivermectina para el tratamiento de la covid, ni se puso en pantalla a los autores locales de estudios sobre su eficacia; en ninguna de esas señales se hizo mención, con la seriedad y atención que el caso merecía, de los tratamientos a base de ibuprofeno inhalado, exitosamente practicados por profesionales y clínicas dispersos por todo el país como alternativa al protocolo establecido, que en un número de casos demasiado grande como para ser pasado por alto condujo a los enfermos a la muerte.
Del mismo modo, por las señales citadas desfilan todos los días las caras habituales de sus familias de referencia, kirchneristas por un lado, cambiemitas por el otro. La izquierda siempre encuentra algún espacio en una u otra pantalla porque siempre ha sido funcional a la mafia. Pero lo que no aparece en esas señales, ni en la constelación de medios que cada una representa, son las figuras que cuestionan el sistema establecido, sean libertarios como Javier Milei, o nacionalistas como Juan José Gómez Centurión. Milei solía ser asiduamente invitado cuando era una figura colorida e inofensiva que calentaba la pantalla, pero a medida que se acercan las elecciones, resulta evidente que no transa con la mafia e insiste en ser candidato, las apariciones de Milei comienzan a ralear. De todos modos, tuvo más suerte que Gómez Centurión, ex candidato presidencial, veterano de Malvinas, y tenazmente ignorado pese a que su partido NOS se ha expandido por todo el país, cuenta con personería en numerosos distritos y en varios ha formado alianzas con grupos afines.
Estos dos ejemplos sugieren que hay una manera útil de leer y escuchar la prensa asociada al sistema mafioso: atender menos a lo que dice y más a lo que no dice. Porque parece claro que esa prensa dice lo que conviene al sistema y calla lo que conviene al ciudadano. No es que se oponga, cuestione o discuta, lo cual sería no sólo su derecho sino su obligación; es que justamente falta a su obligación cuando silencia, oculta, ignora, omite cualquier cosa que contradiga los designios de la mafia, se trate de la manera de enfrentar la amenaza de un virus o de las iniciativas políticas para rescatar al país de una crisis profunda y prolongada, que amenaza con arrastrar al abismo a la nación y a todos sus ciudadanos. Milei pone el acento en la libertad, que se apoya en las leyes, las instituciones, la defensa y la seguridad; Gómez Centurión lo coloca en la nación, que se apoya en la tradición, la fe, la familia y la identidad. Entre los dos definen ese nacionalismo liberal que inspiró los mejores momentos de nuestra historia. En las provincias, aquí y allá, hay otros como ellos.
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Al ingresar en la segunda mitad del año el estado anímico general es de temor y confusión, de repliegue en el día a día con la oscura sensación de que en algún momento algo va a estallar. Algunos compran dólares, otros compran armas, otros más se van del país o planean hacerlo. Pero la mayoría está ocupada en poner algo de comida en el plato. En los comicios por celebrarse en los próximos meses deberemos renovar parcialmente el elenco de nuestros representantes, formalmente un claro ejercicio democrático. Pero sólo formalmente. Como los partidos no funcionan, el armado de las listas se decide en las cúpulas, sin arte ni parte de los afiliados. Y esas listas no han sido concebidas buscando la mejor sintonía con las necesidades y angustias de los ciudadanos en este momento penoso, sino en un tira y afloja de egos e intereses con la mira puesta en las elecciones presidenciales de 2023. Cuando la mayoría de los argentinos no puede hacer planes a dos meses debido a la incertidumbre reinante, la casta se permite hacer planes a dos años. Hay que ser muy ingenuo, o muy tonto, para creer que esa gente, que parece habitante de un planeta lejano, va a dar voz en el Congreso a las penurias de sus votantes, los va a representar.
“No hay diferencia entre Juntos por el Cambio y el Frente de Todos. Cuando tuvieron que ir en contra la propiedad privada, la libertad y subir los impuestos, lo hicieron”, dijo Milei en estos días. “Argentina está destruida moral y espiritualmente, ése es el origen del problema”, declaró Gómez Centurión por su lado.
A los Corleone y los Tattaglia no les interesa la libertad ni la patria, sólo sus negocios, sus privilegios.
Si usted siente que algo lo liga todavía a la Argentina, si cree que aquí puede haber un futuro para usted, para sus hijos, para sus nietos, en las votaciones que se avecinan deles la espalda. Las cosas no cambian solas, hay que ayudarlas. Tenga en cuenta que no se trata de ganar una elección, sino de clavar una cuña en la estructura monolítica de la mafia, de fracturarla ahora para desalojarla luego, de recuperar la soberanía sobre la propia vida y sobre la propia tierra.
-Santiago González
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