MOHAMED ALÍ SEINELDÍN (1933-2009)
Soldado valiente, nacionalista sin dobleces, ferviente católico que luchó por ver en pie a la Argentina y su institución armada
Autor: Santiago González
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/mohamed-ali-seineldin-1933-2009/
El coronel Mohamed Alí Seineldín fue un soldado del ejército argentino, especializado en el entrenamiento de comandos, a quien sus camaradas y subordinados le han reconocido una irreprochable actuación en la guerra de Malvinas. También lo han descripto como un hombre duro y disciplinado, profundamente nacionalista y devotamente religioso.
Que una semblanza de Seineldín deba ir más allá de lo dicho para ocuparse de las revueltas castrenses que encabezó o inspiró, o de su concepción particular de los problemas del mundo y las maneras de resolverlo, tiene que ver tanto con los desvaríos de un país desquiciado como con el perfil de un hombre que se definía como católico, argentino y soldado.
Y como buen soldado Seineldín no tuvo otra ambición que defender a la patria y mantener en alto el honor de su arma. Pero el arma se deshonró sola, aunque a él le costara aceptarlo, y la patria le pagó su heroísmo en la guerra con una doble humillación: fue indultado a la par con Enrique Gorriarán Merlo, y en el día de su muerte se le negaron las honras militares.
“Tengo el honor de ser hijo de padres inmigrantes árabes, que a mí me enseñaron la religión católica y a ser mariano, sin ser [ellos] de la religión católica. Me enseñaron que debía comportarme como nacionalista argentino, siendo hijo de extranjeros. Y me formaron como soldado en la austeridad y en la pobreza, siendo ellos simples ciudadanos civiles”.
El párrafo pertenece al alegato pronunciado por Seineldín ante la Cámara Federal de Apelaciones de la capital federal el 7 de agosto de 1991. En esa referencia personal está contenido el marco de ideas que animó a este hombre desde su ingreso al ejército , y que evolucionaría con el tiempo hacia una interpretación conspirativa de la historia.
La descripción de sus padres como “simples civiles” por contraste coloca al militar en un plano superior: el poder militar –dice en el mismo alegato– pertenece al orden permanente, al igual que la Nación y la Constitución, pero no la política, “de la cual jamás he participado y jamás he votado en mi vida”. Los partidos “no pertenecen al orden permanente”.
Pero además, el ejército “es la fuerza más tradicional, es la fuerza que fundó la nación”, es la “institución fundamental de la patria, brazo armado de la nación, y salvaguarda de los más altos intereses de la patria, la única manera de mantener la disciplina”, según describió Seineldín ante los jueces.
Ese argumento sirvió históricamente para justificar los golpes de estado cada vez que los “simples civiles”, los “políticos”, se “indisciplinaban” o extraviaban el camino. Con él se movilizaba a los sectores “nacionalistas” de las fuerzas armadas, que de inmediato eran relegados por los “liberales”, cuyas acciones contrariaban todos los principios de aquéllos. Una constante desde 1930.
Sin embargo, Seineldín no fue un golpista: en 1975 se opuso al desplazamiento del comandante en jefe “nacionalista” Alberto Numa Laplane, por entender que su relevo abriría el camino hacia el derrocamiento del gobierno constitucional por los “liberales”. Luego del 24 de marzo de 1976 fue uno de los pocos oficiales jerárquicos que discrepó con la junta militar encabezada por Jorge Videla.
Seineldín participó en 1975 del Operativo Independencia ordenado por el gobierno de María Estela Martínez contra el foco guerrillero instalado en Tucumán, pero no tuvo acusaciones firmes que lo involucraran en violaciones de los derechos humanos durante los seis años de dictadura de las tres armas.
Según explicaría posteriormente, en 1976 las fuerzas armadas cayeron en una trampa: por un lado se las alentaba a combatir la subversión, por el otro se las acosaba con el tema de los derechos humanos. “El éxito táctico obtenido en la lucha contra el terrorismo [se convertiría] en el futuro en una derrota política”, dijo en el citado alegato.
Esa interpretación puede parecer caprichosa, pero lo cierto es que desde los Estados Unidos se alentó a los militares del proceso en su lucha antisubversiva (e incluso se requirió su ayuda en América central), y luego se apoyó (y se sigue apoyando) con generosas donaciones a los grupos de derechos humanos que enconan a la sociedad contra las fuerzas armadas.
En 1989, cuando todavía era candidato, Carlos Menem encomendó a Seineldín la elaboración de un anteproyecto de defensa y seguridad nacional. Al poco tiempo, “me di cuenta de que había sido engañado y que Menem era el agente designado por los Estados Unidos para instalar el nuevo orden internacional en la república”, recordaría el militar después.
Seineldín fue juzgado, condenado a cadena perpetua y dado de baja por su participación en dos alzamientos militares, el último en 1990 durante el gobierno de Menem. No fueron intentos golpistas, sino rebeliones del movimiento carapintada contra los jefes de la fuerza, a los que acusaban de debilidad en la defensa de la institución ante el poder político.
“De no haberlo hecho yo hubiera sido un traidor a la patria: dejar ver demoler mi institución y no hacer nada”, se excusó el coronel ante sus jueces. “En mi persona, como en muchos soldados, se produjo un choque duro entre el deber de la obediencia y la voz de la conciencia”.
El “brazo armado de la Patria” se iba convirtiendo en una comparsa de desfile o de “festival folklórico”, para usar palabras de Seineldín, y ésto es lo que no toleraban los carapintadas, soldados de vocación y de carrera, preocupados por la defensa nacional, y en su mayoría escasamente alcanzados por las acusaciones sobre violaciones a los derechos humanos.
En el alegato que citamos, Seineldín expone una elaborada interpretación conspirativa y habla de un plan de destrucción de las fuerzas armadas, que se inicia con la “trampa” en la que caen los jefes del proceso, sigue con la desmalvinización y los enjuiciamientos de Raúl Alfonsín, y se prolonga con la desnacionalización de recursos estratégicos por Menem.
“¿Cuál es la finalidad de todo esto? Entrar urgentemente en el nuevo orden. Nuevo orden [al que] tenemos que entrar inermes, con las manos en la nuca, caminando de rodillas. Y ninguna duda de que seremos pobres, dependientes y excluidos”. Ese nuevo orden supone el sojuzgamiento militar, económico y cultural de países como la Argentina.
Seineldín ampliaría su teoría sobre el nuevo orden (al que identifica con la globalización) en un folleto escrito durante su prisión en Magdalena en 1992, y donde inscribe la mayor parte de las transformaciones sociales que se vienen operando en el mundo occidental como resultante de un designio único, imperialista, hegemónico y anticristiano.
Esta interpretación conspirativa, que seguramente Seineldín venía gestando ya desde los años de la dictadura, le atrajo apoyos desde un lugar inesperado –los Estados Unidos–, y en la persona de un dirigente político y mentor ideológico, alternativamente descripto como marxista o fascista, y único líder “movimientista” del país del norte: Lyndon LaRouche.
LaRouche, cuyos colaboradores conforman “uno de los mejores servicios de inteligencia privados del mundo”, según un ex funcionario de Washington, apoyó a la Argentina durante la guerra de Malvinas, fustigó la desarticulación del programa nuclear y misilístico que llevaba a cabo nuestro país, y atribuyó al FMI la debacle económica argentina en el 2001.
La Executive Intelligence Review, publicada por LaRouche, siguió con atención el juicio a Seineldín, y publicó entrevistas con su esposa Marta Labiau, y con el capitán Gustavo Breide Obeid, otro dirigente carapintada encarcelado. Desde la cárcel, Seineldín participó varias veces por vía telefónica en conferencias organizadas por LaRouche.
En 1993, Seineldín escribió el prólogo para un libro publicado por LaRouche con el título de La conjura para aniquilar a las fuerzas armadas y las naciones de Iberoamérica, y en el que una serie de colaboradores examinan en profundidad la situación de los países del continente en el marco de ideas de LaRouche, en las que parece haber abrevado Seineldín.
LaRouche considera que hay en el mundo una suerte de elite financiera con asiento principal en Londres, que es la principal enemiga del progreso social, y que trasciende al capitalismo y al socialismo. A los fines de imponer ese “nuevo orden” de que hablaba Seineldín, esa facción oligárquica no vacila en destruir naciones, culturas, valores, creencias religiosas, etc.
Seineldín atrajo también otras miradas en el país del norte, como la de George Bush padre, quien durante algún encuentro con Menem al parecer se interesó por asegurarse de que el coronel siguiera bien preso. Bush probablemente asociara a Seineldín con un antiguo amigo suyo al que posteriormente decidió castigar: el panameño Manuel “Cara de piña” Noriega.
Seineldín había sido agregado militar en Panamá y más tarde asesor de sus fuerzas armadas, período durante el cual trabó relación con Noriega, quien le obsequió una pistola soviética cuando el coronel regresó a la Argentina. Noriega había sido agente de la CIA cuando Bush padre era su director, pero para entonces ya había caído en desgracia con los Estados Unidos.
Durante esa estadía en Panamá Seineldín creyó ver confirmada su visión conspirativa: los militares argentinos, amigos de los Estados Unidos y luego destrozados por ellos; Noriega, amigo de los Estados Unidos, y luego acosado por ellos; Saddam Hussein, ariete de los Estados Unidos contra Irán y luego enemigo público número uno.
“Fue a partir de 1988 [cuando tomé] conocimiento en Panamá del cambio de modelo político que se impondría a todos los países iberoamericanos, a saber el reemplazo de la república y del estado nacional por un bloque de naciones dependientes de los Estados Unidos (hoy llamado ‘globalización’ o ‘nuevo orden internacional’ “, recordaría.
Y aparentemente fue también entonces cuando conoció las ideas de LaRouche, y empezó a incorporarlas a su cosmovisión. No está claro cuándo comenzaron los contactos directos entre Seineldín y los seguidores de LaRouche, pero aparentemente se desvanecieron luego del indulto dispuesto por Eduardo Duhalde en el 2003, tras doce años de encierro.
La actividad pública de Seineldín tuvo un muy bajo perfil desde entonces. Sus ideas acerca del país y del mundo –nacionalistas, católicas, antiliberales, corporativas– aparecen sin embargo recogidas en la plataforma del Partido Popular de la Reconstrucción, que encabeza su camarada Breide Obeid.
Seineldín murió rodeado de la indiferencia pública y del desdén de una prensa uniformada en el credo progresista. Casi un centenar de soldados que habían estado bajo su mando en Malvinas se desplazaron silenciosamente desde diversos lugares del país para acompañarlo hasta la última trinchera.
–Santiago González