EL DÍA DESPUÉS


"El Triunfo de Baco", por Cornelis de Vos, Museo del Prado.

Pase de antorchas del antiperonismo


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/el-dia-despues/


La antorcha del antiperonismo porteño pasa a manos de Milei, que se aprovecha de unas clases medias distraídas o no tanto.


veces las cosas se ordenan de tal manera que producen significados propios, inesperados.

 La elección de concejales porteños este domingo registró la concurrencia más baja de votantes en toda la historia de la ciudad, y ese desinterés se prolongó más allá del cierre de los comicios cuando la audiencia de televisión se desentendió de las minucias del escrutinio y las sutilezas de los análisis políticos y dirigió su atención a la película El día después de mañana, cuya programación por el canal 11 atrajo las preferencias del público.

Que un 53% de los porteños haya ido a votar es casi un milagro y sugiere en principio que el sistema democrático sigue ejerciendo una atracción inercial por lo menos en la mitad de los habitantes de la ciudad, porque ninguno de los problemas específicos que padecen, de modo especial en educación, salud, seguridad y vivienda, fue tocado siquiera tangencialmente por ninguno de los principales candidatos. Algunos hablaron de olor a pis, otros de crueldad y otros de Milei; nadie propuso nada.

Este domingo, sin embargo, pasaron cosas. La tentación inmediata es la de apuntar lo que parece ser el ocaso definitivo del PRO, monarca indiscutido de la reina del Plata durante casi dos décadas y de repente incapaz de teñir con su color siquiera una de las 15 comunas de la ciudad. Pero el eclipse es más profundo, porque el PRO nunca fue más que el vino viejo de la Unión Cívica Radical en odres nuevos.

"El Triunfo de Baco", de Diego Velázquez, Museo del Prado.

Al lado de los globos amarillos, de Gilda, de la referencia maniática a los “equipos”, del mentiroso “escuchar a los vecinos”, y de la épica del “hacer” –que en la práctica escondía los mismos acomodos, las mismas obras públicas direccionadas y los mismos negociados de siempre– estaba el estandarte institucional y republicano exhibido por las gestiones radicales (y para-radicales) de la ciudad desde mucho antes de su innecesaria autonomía.

Este domingo el PRO de Mauricio Macri, el desprendimiento encabezado por Horacio Rodríguez Larreta, y la estudiantina radical armada por Martín Lousteau no lograron, ni sumados, acercarse a las cifras obtenidas por sus verdugos libertarios, en cuyas manos queda depositada a partir de ahora la representación y la conducción del antiperonismo visceral y vernáculo, motor y razón de ser de la política ciudadana. 

El antiperonismo porteño pasó, efectivamente, de aquel momento inaugural de la Unión Democrática, teñido de romántico antifascismo, al de la solemnidad piadosa y republicana de la procesión de Corpus previa al 55 y la educación cívica en las plazas posterior a la Libertadora, para encarnarse luego en las cultivadas administraciones radicales, madrinas del Teatro San Martín, la Biblioteca Nacional, la Usina del Arte y otros hitos de la elegancia intelectual urbana.

El PRO recibió la antorcha del antiperonismo ciudadano, y supo ponerlo al día llevándolo a extremos de vulgaridad que probablemente sin quererlo sintetizó magistralmente el regisseur Ricky Pashkus en aquel espectáculo que con el título de Argentum el gobierno amarillo obsequió a los líderes del G-20 congregados en la Atenas del Plata y emocionó hasta las lágrimas a su comitente. De allí a la etapa que ahora se abre había un solo paso.

La elección del domingo, con su clara transferencia de la representatividad mayoritaria desde el PRO a los libertarios, conduce el antiperonismo hacia una nueva altura: lo eleva, o lo rebaja según se mire, de la vulgaridad macrista a la guaranguería mileísta, a la violencia verbal y estética, el desprecio y la agresividad, el autoritarimo y la arrogancia, en proporciones tales que los antiperonistas originales, los del 45, habrían identificado nítidamente como fascistas. 

Si bien se advierte allí una suerte de corriente explícita, si se quiere formal, que va mutando con el tiempo y se cierra sobre sí misma, hay otro flujo subterráneo que es constante y no tiene matices, y que va de los cabecitas, las patas en las fuentes y la puta, pasa por la cabaretera y el cornudo, incluye a los kukas, la yegua y los planeros, y conduce a los orcos del mileísmo. La guaranguería puede ser una etapa institucional, pero también es una tradición porteña.

A diferencia de lo que ocurre en el gran Buenos Aires, donde juega de local, el peronismo siempre fue visitante en la ciudad, al punto que se pensó mantenerlo a distancia mediante el simple expediente de levantar los puentes. El 30% de votos que consiguieron el domingo sus tres listas sumadas representa el nivel histórico de apoyo que es capaz de concitar en la capital de la República.

Pero hay una señal de alarma que sus dirigentes deberían atender: las comunas más pobres de la ciudad, allí donde sería esperable un más alto respaldo a los candidatos peronistas, fueron en cambio las que mostraron niveles más bajos de concurrencia a las urnas, lo que quiere decir que sus habitantes no encontraron en su oferta política una respuesta a sus preocupaciones o intereses, o simplemente que dejaron de creer en la política, en la democracia.

Leandro Santoro, cabeza de la lista peronista con nombre de fantasía, dilató su retórica con la intención de atraer a sectores del progresismo y terminó por desdibujarla ante los propios. Probablemente sumó tantos radicales a los que el amarillo no les sienta bien como perdió peronistas que saben, no tanto por ideología sino porque lo sienten en las tripas, que peronismo no es progresismo. Su 27% compensó con unos lo que perdió con los otros.

Tanto los radicales, macristas o no, como los peronistas, progresistas o no, tendrán ahora que reflexionar sobre su propia identidad y revisar sus estrategias con vistas a las elecciones legislativas nacionales de octubre, empezando por discernir qué fue, en definitiva, lo que le permitió al mileísmo capturar el interés de un tercio de los votantes. Su antiperonismo fue, en todo caso, un valor agregado pero no lo principal.

La inflación reprimida, el precio del dólar reprimido, y los sueldos reprimidos son factores capaces de enternecer los corazones más duros de las clases altas y medias altas porteñas, y de mantener en alto las expectativas de las clases medias, sin que ninguna de esas dos franjas se detenga demasiado a pensar sobre la sustentabilidad en el tiempo de esas delicias: una porque francamente no le interesa y la otra por pereza o ignorancia o ideología. Milei se aprovecha de esos descuidos: el día después de mañana, al parecer, no le importa a nadie.

"El Triunfo de Baco", de Annibale Caracci, fresco.


–Santiago González


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