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ANA BOTÍN, SANTANDER Y EL GRUPO BILDERBERG

 

Café amargo


Cualquier día, a las élites “españolas” se les atraganta el café. No se arruina a la clase media en vano.


Una de las mejores noticias recientes la hemos conocido mucho tiempo después de que se produjera. Es la audiencia que Ana Patricia Botín, faraona del Ibex-35 y heredera del banco de papá, concedió el pasado mes de mayo a Santiago Abascal en su palacete de El Viso. Como antes lo hicieran el doctor Sánchez, el quidam Casado, el toy boy Rivera o el caniche rojo Pablo Iglesias, todos los súbditos, cortesanos y fámulos de Su Majestad Financiera, el verdadero poder de este país en desguace, pasan ante la accionista máxima de lo que queda de España para exponer sus planes a quien tiene la potestad de dar el visto bueno y poner dinero, televisiones y periodistas al servicio del candidato. Todos beben el café de la adusta oligarca y todos tratan de endulzarlo a su manera, ya sea con sacarina, con stevia o con azúcar de caña. Iglesias fue con licor de gloria, pestiños, guirlache y fruta escarchada e inició allí un romance político con la Gran Banquera que todavía hoy dura. No es para menos, la casa de empeños de los Botín tiene hipotecada a media España y a los políticos que la malbaratan, y con las cosas de comer no se juega; gracias a la plutócrata ecofriendly, Podemos se ha convertido en la empresa familiar más próspera del ramo de la política.

La Prendera Mayor del Reino se declaró simpatizante de los perroflautas bolivarianos, y éstos la excluyeron de la raza maldita de los explotadores

La Prendera Mayor del Reino se declaró simpatizante de los perroflautas bolivarianos, y los niñatos rojos la excluyeron de la raza maldita de los explotadores, categoría en la que no se puede incluir a los vástagos de la saga de los Botín, pero sí a Amancio Ortega. Ana Patricia tiene mucho más de lo segundo que de lo primero, mientras que el empresario gallego no puede ostentar el poso del dinero antiguo, es un self made man, con lo que eso ofende a las delicadas pituitarias de nuestra izquierda inclusiva, resiliente y, sobre todo, snob. Y los perroflautas se han vuelto putas respetuosas: para el Banco de Santander no hay Memoria Histórica. Eso es para los que se alzaron en armas, no para los que financiaron el Régimen y se beneficiaron de los negocios que en él hacían.

Hoy, lo chic es ser lo más de izquierdas posible, como aquella marquesa de Parla de Foxá, amiga de la URSS de Stalin y turista revolucionaria. Y nadie puede estar más al dernier cri que la reina sin corona de esta monarquía republicana, donde el Borbón titular  está para servir de diana a los salivazos de la izquierda nativa y de la chusma periférica.

Todos insultan al rey, nadie a Ana Patricia Botín. Eso demuestra quién manda

Todos insultan al rey, nadie a Ana Patricia. Eso demuestra quién manda. En fin, que resignándose a lo inevitable, la heredera llamó a capítulo a ese Abascal tan montaraz y trabucaire, que la atacaba en sus mítines, delante de una plebe de clase media condenada por la Historia y ejecutada por su banco. Era el único de los políticos que no evolucionaba como un pequinés, que no alzaba la patita, que no movía la colita y que no hacía cucamonas ante el ama. Por supuesto, para fieras tan cimarronas no hay pienso y sí mucho ladrido de dobermann mediático. Suponemos que, molesta porque la criada le salga respondona, la señora marquesa llamó al aparcero conflictivo y pensó que un cafecito en petit comité amansaría a la fiera.

La Botín se dio cuenta de que aquel recio vascongado no servía para mayordomo de su finca

Ella le habló del cambio climático, del calentamiento y de todos esos melindres de señoronas empoderadas, las que antes presidían las mesas petitorias del Domund, que sirven para hacernos comer insectos, pagar más por la luz y vivir peor: algo parecido a una escena de Los Santos Inocentes, pero adaptado a las lectoras del Telva. Abascal, que nació para guardabosques, hizo oídos sordos a la garambaina de los millonarios globales, esa descarbonización que hace cisco al ciudadano medio, pero que baña en oro a los señoritos rojos de Bilderberg. Ana Patricia se revistió con el manto de la superioridad moral, con el que ahora se adornan los banqueros y demás plutocráticas aves de rapiña, y Abascal le hizo trizas la capa guarnecida de mundialismo. Aquello fue un diálogo de besugos en el que la Botín se dio cuenta de que aquel recio vascongado no servía para mayordomo de su finca, España, país propiedad del Ibex–35, aunque la Constitución diga que es de todos los españoles. No sólo no valía para guardés; además, se negaba a serlo. Así no hay quien se tome un café, aunque se cueza en puchero de oro. ¿Cómo es posible que un político español defienda a las clases medias y a los autónomos? ¿Es que no sabe quién manda? Y, para colmo, le habla de la soberanía nacional, esa antigualla. ¿Cuánto cuesta  la soberana España? Ella lo sabe mejor que nadie, porque la ha comprado. Evidentemente, ese Abascal es un peligro, un loco, un revolucionario. La dueña de la democracia lo descartó definitivamente: es un hombre imposible. Abascal no da el perfil de político que exige el banco de los rojos, el que financia a Sánchez y a su gobierno, ese del que cualquier español decente debería retirar su nómina y sus fondos (si es que le quedan).

Abascal se fue a la calle sin nada: sin televisiones, sin préstamos y sin puertas giratorias. Y seguro que sus relaciones con los “populares” serán aún peores. Eso sí, sus partidarios pueden estar seguros de que no votan a un caniche. Hace ya muchos años, en julio de 1789, hartas de ser desplumadas, las víctimas de los banqueros y de los fermiers (arrendadores de impuestos) salieron a la calle, tomaron la Bastilla y las primeras cabezas que cayeron y se clavaron en picas, para que la nación disfrutara del espectáculo, no fueron las de los ministros de Luis XVI, sino la de los financieros que sangraban al país. Aquellos eran otros tiempos, cuando la plebe era más sabia. Pero a golpes se aprende. Cualquier día, a las élites “españolas” se les atraganta el café. No se arruina a la clase media en vano.


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