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"LET'S GO, BRANDON!" - "¡VAMOS, BRANDON!"

Los demócratas zurdos se encaminan a un desastre

Autor: Gerald Warner

Traducción: Hyspasia

Nota original: https://reaction.life/woke-democrats-are-heading-for-disaster/

La nota en inglés al pie de página.


"Let's go, Brandon!" ("¡Vamos, Brandon!") se convirtió en el slogan no oficial pero altamente efectivo de numerosas fuerzas que se han aliado en contra de Joe Biden (presidente de EEUU) y su disfuncional, kamikaze Partido Demócrata.

La semana pasada fuimos testigos de los primeros efectos de la revulsión que sienten los votantes contra las extravagantes políticas de gastos de Biden en la Casa Blanca y las imposiciones del ala marxista del Partido Demócrata (en términos británicos, el ala corbynista [1]). Facción que se ha dedicado a destruir la cultura americana y alienar al público, todo hecho a escala industrial.

Si alguien desea una imagen del creciente descontento cono los demócratas, su epítome se produjo la semana pasada con la revolución en New Jersey donde Ed Durr, un camionero [2] conservador derrotó al presidente del Senado de New Jersey [3], luego de gastar U$D 135 en su campaña. Los medios de comunicación ya están pidiendo la renuncia de Durr, luego de hacer periodismo arqueológico y descubrir unos muy viejos tuis que expresan escepticismo en cuanto a las personas "trans" y respecto a algunos aspectos del islam. Lo que estos censores zurdos en realidad reclaman es que Durr no comparte con ellos su ortodoxia, por lo cual su elección es, de alguna manera, inválida.

Si New Jersey fue malo para los demócratas, Virginia fue peor. Los republicanos se quedaron con los puestos de gobernador,  lieutenant governor (presidente del senado local y segundo en la línea de sucesión) y fiscal general. quitándoselos a los demócratas, así como también ganaron la mayoría de la cámara baja de la legislatura del estado. La elección de Glenn Youngkin como gobernadora fue traumática para los demócratas: pero la victoria de Winsome Sears como la primera vicegobernadora fue aún más ominosa para ellos. En su discurso de victoria describió cómo su padre vino de Jamaica en 1963 con sólo U$D 1,75 en su bolsillo y construyó una nueva vida. Ahora su hija es vicegobernadora del Commonwealth de Virginia.

"Lo que ustedes ven es el Sueño Americano", le dijo a su audiencia. También se veía como la peor pesadilla para los demócratas. Cuando una mujer de la etnicidad de Winsome Sears, como muchas otras, abraza los valores de patriotismo (está casada con un marine) y los logros por el propio esfuerzo y echan de un puesto jerárquico a un demócrata mientras llevan en alto el estandarte republicano, destruye el manual de los zurdos (woke). La ambición de BLM [4], Antifa y otras organizaciones inspiradas en el marxismo era dividir a la sociedad de acuerdo a las líneas de raza. Fue frustrada por miembros de esas minorías quienes se ven a sí mismo como norteamericanos, como esforzados peleadores y como padres, no como víctimas.

La rebelión de los padres, que cruza todas las líneas étnicas, en contra de la enseñanza de la Teoría Crítica de la Raza en las escuelas provocó que los arrogantes demócratas denunciaran a los progenitores como "terroristas domésticos". De pronto, objetar que al hijo de uno le enseñen odio racial es "terrorismo"; lo mismo sucede con cualquier objeción a la anti-científica indoctrinación "trans" y la admisión de varones a lugares antes privativos de mujeres y niñas. Ahora toda reunión de padres en las escuelas en todo EEUU es un campo de batalla; pero es una batalla que los demócratas no pueden ganar.

El análisis de los resultados en Virginia muestra una tendencia, no sísmica pero sí significativa, tanto en los condados azules como los rojos [5], para las mujeres y los votantes afroamericanos que han pasado su lealtad de los demócratas a los republicanos. El daño que Biden, Harris y Pelosi le han hecho a sus posibilidades de retener el poder al darle rienda suelta al ala "progresista" de perros locos ladradores es similar al que le hicieron Jeremy Corby, John McDonell et al al Partido Laborista del Reino Unido. Para los observadores británicos, el colapso del Partido Demócrata no es un fenómeno que llame la atención: es un déjà-vu.

Los norteamericanos se están desayunando al hecho de que ya no son más dueños de su país. El escepticismo público en cuanto a lo que pontifica el establishment - burlas condescendientes por parte de las élites en las creencias de los habitantes, a las que tildan de noticias falsas (fake news) y teorías conspirativas - es la consecuencia a largo plazo de una posición partisana por parte de los medios de comunicación masivos que automáticamente lava todas las faltas de la izquierda mientras demoniza todo lo que hace la derecha.

El origen del slogan político "Brandon" nació hace un mes cuando se celebraba una carrera NASCAR en Alabama. Una periodista de NBC sports entrevistaba a un corredor de nombre Brandon Brown. La señorita adujo que las multitudes aclamaban a Brown al grito de "Let's go, Brandon!". En realidad gritaban "F*** Joe Biden!". Sin intentar dilucidar si la reportera era naive u obsecuente, oscurecer lo que en realidad el público decía sobre Biden significa para los conservadores el epítome de la actitud protectiva de los medios de comunicación para con el presidente y su partido; por lo tanto han adoptado el slogan satírico con gusto.

Los medios de comunicación lavaron el accionar de Biden desde que asumión: medidas fiscalmente insanas, la humillación global en Afganistán, la frontera sur abierta para cualquiera que quiera ingresar y una serie de balbuceos que reflejan las declinantes facultades cognitivas del presidente.

Considere por un momento si la situación fuera al revés. Si la notoria laptop de Hunter Biden hubiera sido propiedad de algún miembro de la familia Trump. Hubiera sido tapa de The New York Times y noticia de cabecera de CBS, NBC, etc. por días y días. Mientras los tuits de Trump fueron llevados más allá de todo sentido de la proporción, el descenso a la incoherencia narcoléptica de Biden es ocultada por los medios de comunicación. Si Trump se hubiera dormido durante el COP26, ¿cómo hubiera respondido la prensa? Todos sabemos la respuesta.

Pero hay más que el sesgo pro-demócrata de la prensa que inquieta a los norteamericanos. Desde 1776 los Estados Unidos han sido gobernados por las elecciones. La boleta ha sido su forma de vida, la esencia de su constitución y la garantía principal contra la tiranía.  Sin embargo ese totem hoy se volvió tóxico; ya no confía una gran parte de la población. Nuevamente, las élites han dado su burlona y despectiva respuesta: "Trump es un mal perdedor", "inventó teorías conspirativas sobre las máquinas eletorales de Venezuela", todo es demente y patético.

De hecho, ahora que se asentó la polvareda de las controvertidas elecciones de 2020, la luz está sobre las prácticas electorales de EEUU que han expuesto numerosas causas para preocuparse para cualquiera que valore un proceso de votación incorruptible. Olvídese de la mitología sobre el siniestro sistema Dominio; la amenaza contra la democracia de los EEUU proviene de las agencias integradas por seres humanos.

Mucho antes de que los votos fueran emitidos, existe una presión preliminar que toma la forma de encuestas de opinión, extremadamente favorables para los demócratas. Están, por lo general, focalizadas en los estados que pueden terminar en unas u otras manos. Una de las encuestas provocó la hilaridad entre los contendientes: 10 días antes de las elecciones, el informe daba 17 puntos de ventaja para Biden en Wiscosin; finalmente ganó por 0,6%. En Florida dos encuestas daban a Biden ganador por cinco o seis puntos; Trump ganó por tres.

Estas distorision se dan más en los informes elaborados por las universidades: los académicos son indiferentes a si luego los resultados no se producen; a diferencia de su rivales comerciales. El objetivo de estas encuestas falsificadas es desmoralizar a los partidarios republicanos, con la esperanza de que no vayan a votar. Se los conoce como "suppression polls" [6] ("Si Trump no tiene chances, ¿para qué voy a ir votar?") y dibujan los números mediante el procedimiento de darle mayor ponderación a minorías, a votantes registrados sobre votantes eventuales, todo lo que favorece a los demócratas. Los demócratas vienen diseñando todas estas estrategias por lo menos desde el 2008.

Para la verdadera berretización de la democracia, como fuimos testigos en el 2020. fue perpetrada por funcionarios totalmente extralimitados, que han ignorado las leyes electorales y distorsionaron en forma masiva el proceso democrático. Estas operaciones se concentraron en los estados contenciosos.

En Georgia, el secretario de estado Brad Raffensperger (RINO [7]), en consuno con activistas demócratas y con el fallido candidato Stacey Abramas, permitieron que las boletas de ausentes fueran contadas sin revisar sus firmas; el número de votos rechazados en el 2016 por errores en la firmas o ausencia de ellas fue del 6,5%; en el 2020 rechazaron el 0,37% de los votos en ausencia. Los fiscales y observadores ni siquiera estuvieron presentes cuando se contó el contenido de las cajas con boletas en Fulton County. Biden ganó Georgia por 12.500 votos.

En Pennsylvania el secretario de estado demócrata desafió la ley electoral al aflojar las reglas de verificación. Un total de 120.000 votos por correo fueron aceptados sin protocolo de revisión, además de extender la fecha de votación por tres días. El departamento de estado, sin ninguna razón, eliminó todos los datos de la plataforma PA Open Data a mediados de noviembre. Antes de eso, sin embargo, surgía de la información que 1532 votos por correo habían sido emitido por personas mayores de 100 años.

En Wiscosin la comisión electoral quebrantó la ley al permitir votos anónimos de 500 cajas con votos sin procedencia. En Michigan el secretario de estado demócrata permitió el voto online sin que se requiriera verificación de identidad. Un testigo afirmó haber comprobado que una misma boleta se pasaba más de diez veces por la máquina de conteo. En Arizona, sorprendentemente Biden ganó por 10.000 votos. En un condado, Maricopa, que fue auditado, se encontraron 2.500 con las firmas falsificadas. Esto en un solo condado.

Considerando la atmósfera surrealista de la elección presidencial del 2020, con muertos que votaron a Biden, no es de sorprender que millones de norteamericanos del común - ni locos ni teóricos conspirativos - están muy preocupados sobre la integridad del sistema de votación y por extensión, la legitimidad del gobierno. Tan seriamente preocupados que nuevas leyes electorales han sido aprobadas en lugares como Georgia, Florida y Texas para reducir las posibilidades de un fraude electoral. Sin embargo, los más extremistas de los demócratas calificaron las modificaciones legales como "supresión de votantes": para los más extremos de los extremos, cualquier intento de regular las elecciones, como por ejemplo, impedir que los no-ciudadanos voten, es "racista". Ese partido realmente debería cambiar su nombre.

La reafirmación de la ley electoral, que limita a los funcionarios públicos en futuras elecciones, más los resultados de estos últimos días, no augura bien para las posibilidades del Partido Demócrata en las elecciones de mitad de término. Biden mantiene el Senado por el voto de Kamala Harris y el margen de la cámara baja es mínimo. Cualquier pequeño cambio le dará la mayoría de ambas cámaras al Partido Republicano y dejará a Sleepy Joe como un pato rengo, más de lo que es hoy. Su propuesta de U$D 1.200 millones para "infraestructura" fue aprobada; la próxima, por U$D 3.500 millones pretende convertir a los EEUU en una dependencia, al estilo de Escocia circa 1970; lo que llevará al país a la muerte.

La popularidad de Biden cayó a 38%. Kamala Harris: 27,3% (la peor vicepresidente en 50 años). Las últimas encuestas sobre intención de voto para la cámara baja le da 46% a los republicanos y 38% a los demócratas. Los resultados en Virginia y New Jersey demostraron que Biden y los demócratas no enfrentan una crisis hipotética sino una existencial. La reacción de Biden a las novedades de Virginia demuestran que hasta Brandon se da cuenta que se irá pronto.

* * *


Notas de la Traductora:

[1] Corbyn: temporal líder del Partido Laborista Británico, exponente de la izquierda champagne, que llevó a su divisa a los peores resultados electorales desde la Segunda Guerra Mundial a la fecha.

[2] Camionero = chofer de camión. No confundir con dueño de camión.

[2]  Cámara alta de la legislatura estadual/provincial.

[4] BLM: Black Live Matter; la vida de los negros importa.

[5] Azul: demócrata. Rojo: republicano.

[6] Encuestas para suprimir.

[7] RINO: Republican in name only; lo único que tiene de republicano es el nombre.

* * *

Woke Democrats are heading for disaster

US Democrat Joe Biden and Kamala Harris
RedhoodStudios via Shutterstock
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“Let’s go, Brandon!” has become the unofficial, but highly effective, slogan of the multifarious forces now in coalition against Joe Biden and his dysfunctional, kamikaze Democratic Party. 

Last week we witnessed the first effects of voter revulsion against the extravagant spending policies of the Biden White House and the impositions of the Marxist – in British terms, Corbynista – faction of the Democratic Party that has dedicatedly set about destroying American culture and alienating the public on an industrial scale.

If anyone wanted a snapshot of the mounting disillusionment with the Democrats, its epitome was last week’s electoral revolution in New Jersey, where Ed Durr, a conservative truck driver, defeated the long-serving President of the New Jersey Senate, after spending $135 on his campaign. Already, the mainstream media are demanding Durr’s resignation, after an exercise in offence archaeology unearthed a couple of old tweets expressing scepticism regarding “trans” persons and aspects of Islam. What these woke censors are actually claiming is that, because Durr does not share their orthodoxy, his election is somehow invalid.

If New Jersey was bad for the Democrats, Virginia was worse. The Republicans took the posts of governor, lieutenant governor and attorney general from the Democrats, as well as winning a majority in the previously Democrat-held House of Delegates. The election of Glenn Youngkin as governor was traumatic for Democrats; but the victory of Winsome Sears as first woman lieutenant governor was even more ominous for them. In her victory speech she described how her father came from Jamaica in 1963, with just $1.75 in his pocket, and built a new life. Now his daughter is lieutenant governor of the Commonwealth of Virginia.

“What you are looking at is the American dream,” she told her audience. It also looked like the Democrats’ worst nightmare. When a woman of Winsome Sears’ ethnicity, like so many others, embraces the values of self-help and patriotism (she married a Marine) and ejects a Democrat from a senior political position while carrying the GOP standard, she tears up the entire woke play-book. The ambition of BLM, Antifa and other Marxist-inspired organisations to split society along racial lines is being frustrated by members of those minorities who see themselves as Americans, as strivers and as parents, not as victims.

The parental revolt, across ethnic lines, against the teaching of Critical Race Theory in schools provoked arrogant Democrats to denounce parents as “domestic terrorists”. Suddenly, to object to one’s children being taught race hate is “terrorism”; ditto any objections to anti-scientific “trans” indoctrination and the admission of men to previously private women’s and girls’ spaces. Every school board meeting in America is now a battleground; but it is a battle that Democrats cannot win.

Psephological analysis of the Virginia results showed a trend, not seismic but significant, across both red and blue counties, for women and African-American voters to switch allegiance from Democrat to Republican. What Biden, Harris and Pelosi, ably assisted by the barking-mad “progressive” wing of their party, have done to their prospects of retaining power is exactly what Jeremy Corbyn, John McDonnell et al. did to the Labour Party in Britain. For UK observers, the meltdown of the Democratic Party is not a challenging phenomenon, but déjà-vu all over again.

Americans are waking up to the fact they no longer own their country. The US public’s scepticism regarding all establishment claims – patronisingly derided in this country and by the American elites as a propensity for fake news and conspiracy theories – is the long-term consequence of a partisan stance by the mainstream media that automatically sanitises all faults on the left, while demonising everything on the right. 

The origin of the “Brandon” political slogan, last month, was an NBC sports reporter at a NASCAR race in Alabama, interviewing a driver called Brandon Brown. The reporter claimed that the loud chanting from the spectators was encouragement: “Let’s go, Brandon!” In fact they were chanting “F*** Joe Biden!” Regardless whether the reporter was being naive or disingenuous, this obscuring of what the public was actually saying about Biden seemed to conservatives to epitomise the media’s protective attitude towards the president and his party, so that they adopted the satirical slogan with relish.

The media have whitewashed Biden’s record since taking office: a medley of fiscally insane policies, global humiliation in Afghanistan, a southern border open to all comers and a steady stream of stumble-mumble pronouncements that reflect the president’s declining cognitive faculties. 

Consider if the situation were reversed. If Hunter Biden’s notorious laptop had been the property of a Trump family member, would it not have commanded the front page of The New York Times and the news headlines on CBS, NBC, etc for days on end? Where Trump’s tweets were blown up out of all proportion, Biden’s decline into narcoleptic incoherence is sedulously obscured by mainstream media. If Trump had fallen asleep at COP26, how would the media have responded? Everybody knows how.

But there is more than media bias causing Americans unease. Since 1776, the United States has been governed by elections, the ballot has been its way of life, the essence of its constitution and the chief guarantee against tyranny. Yet today that totem has been rendered toxic; it is no longer trusted by a large proportion of the population. Again, the elites have their sneering, dismissive response: Trump was a bad loser, manufacturing conspiracy theories about Venezuelan voting machines, all quite mad and pathetic.

In fact, now that the dust has settled from the controversial 2020 presidential election, the spotlight that has been trained on American electoral practices has exposed many causes for concern by anyone who values an incorruptible voting process. Forget the mythology about sinister Dominion voting machines: the threat to democracy in America comes from human agencies. 

Long before voting takes place, the preliminary softening-up of the conservative vote takes the form of opinion polls significantly skewed to favour the Democrats. They are generally focused on the battleground states. One poll provoked hilarity among its competitors, 10 days before polling day, by placing Joe Biden 17 points ahead in Wisconsin; he won by a whisker, 0.6 per cent. In Florida, two polls put Biden ahead by five and six points respectively: Trump won by three points.

These distortions are most commonly found in surveys by organisations connected with universities: tenured academics are indifferent to getting the outcome wrong, unlike their commercial rivals, their object is to demoralise Republican supporters, in the hope they may not vote. These are known as “suppression polls” (“If Trump has no chance, why bother voting?”) and they are concocted by over-sampling minorities, polling registered voters rather than likely voters, all of which favours the Democrats. The Democrats were discussing this device as long ago as 2008.

But the serious trashing of democracy, as witnessed in 2020, was perpetrated by Democratic office-bearers acting totally ultra vires, illegally ignoring electoral law and distorting the democratic process on a massive scale. This was concentrated in the battleground states. 

In Georgia, the Republican (RINO) secretary of state Brad Raffensperger, in agreement with Democratic activist and failed gubernatorial candidate Stacey Abrams, allowed absentee ballots to be counted with their signatures unverified; the number of rejected mail-in ballots in 2016 had amounted to 6.5 per cent, in 2020 they totalled just 0.37 per cent. Polling observers were not even present when some ballot boxes were counted in Fulton County. Biden won Georgia by 12,500 votes.

In Pennsylvania the Democratic secretary of state similarly defied state electoral law to loosen the verification rules. A total of 120,000 mail-in ballots were accepted without legal protocol and deadlines were extended to three days after polling day. The department of state, without giving any reason, removed all election data from the PA Open Data platform in mid-November. Before then, however, it had emerged that 1,532 mail-in votes had been cast by people over the age of 100 (clearly, Georgia is a very healthy state) and in Allegheny County, 41 ballots had been mailed out to people born on 1 January, 1800 and thus aged 220 years.

In Wisconsin, the election commission broke the law by allowing anonymous votes from almost 500 illegal unmanned drop-boxes. In Michigan, the Democratic secretary of state opened an illegal online mail-in facility, with no signatures required, in defiance of electoral law. A witness testified to seeing ballots run eight to 10 times through a tabulating machine. In Arizona, surprisingly won by Biden with a margin of 10,000 votes, only one county – Maricopa – was subsequently audited, when 2,500 bad signatures were found in that county alone.

Considering the surreal atmosphere of the 2020 presidential election, with veterans of the War of Independence casting their votes for Joe Biden, is it any wonder that millions of mainstream Americans – neither cranks nor conspiracy theorists – are gravely concerned about the integrity of the voting system and, by extension, the legitimacy of the government? So serious is that concern that new laws have been introduced in places such as Georgia, Florida and Texas to reduce the scope for election fraud. Yet that legitimate action by states has been denounced by leftist fanatics as “voter suppression”: to the more extreme Democrats, any attempt at regulating elections, even preventing non-citizens from voting, is “racist”. That party really ought to change its name.

The reaffirmation of electoral law, with office-bearers more constrained in their conduct at future elections, plus last week’s results, do not augur well for Democratic prospects at the approaching mid-term elections. Biden holds the Senate by the casting vote of Kamala Harris and the House by a narrow margin. A small swing would give the GOP both houses of Congress and leave sleepy Joe an even more lame-duck president than he already is. His $1.2 trillion “infrastructure” bill has been passed; his next, $3.5 trillion package designed to convert America into a dependency culture on the model of Scotland, circa 1970, will be mauled to death.

Joe Biden’s popularity rating has dropped to 38 per cent, Kamala Harris’s to 27.8 per cent – the worst vice-presidential rating in more than 50 years. The latest poll shows congressional voting intentions at 46 per cent for Republicans, 38 per cent for Democrats. Last week’s results in Virginia and New Jersey demonstrated that this is not a hypothetical crisis for Joe Biden and the Democrats, but an existential one. Biden’s reaction to the news from Virginia showed that even Brandon now realises he must soon let go.

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