NUESTRA HORA

Las circunstancias nos imponen la tarea de reconstruir un país devastado por medio siglo de desgobierno y traiciones


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/nuestra-hora/


No necesito decir que tenemos por delante una parada brava: de una manera u otra, ya todos lo sabemos, o lo intuimos. Y no me refiero sólo a lo que pueda ocurrir inmediatamente después de las elecciones, con los habituales espectros de cataclismo económico o de violencia civil que, más allá de su mayor o menor probabilidad, se agitan siempre en la trastienda de nuestras inquietudes. El reto que nos aguarda es de los que nos ponen a prueba, de los que revelan, a propios y ajenos, si estamos a la altura.

Muchas veces hemos mirado con admiración y respeto a los que pelearon sable en mano por asegurar la independencia de estas tierras, o a quienes con leyes y códigos, con arados y fraguas, con tiza y pizarrón, convirtieron estos remotos potreros incultos en uno de los grandes países de la tierra. Ahora es nuestra hora: las circunstancias nos imponen la tarea de reconstruir desde sus escombros un país devastado por medio siglo de desgobierno y traiciones, con una población empobrecida, embrutecida, acobardada y confundida.

Y esto, que ya es mucho, no es todo: el destino nos impone además levantar nuestra nación y defender nuestra libertad justamente en momentos en que azota en el mundo el vendaval globalista, enemigo de las naciones y de la libertad.

Menudo desafío.

Más o menos como armar una carpa en descampado mientras arrecia el huracán.


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Una nación está compuesta por una parte inmaterial y una parte material. La parte inmaterial reside en el espíritu de sus integrantes como identidad, es decir conciencia de pertenecer a un determinado grupo humano distinto de otros grupos humanos, y como voluntad, es decir deseo e intención de cultivar ese grupo en la convicción de que su prosperidad facilita la prosperidad personal. La parte material es lo que comúnmente llamamos el Estado, e incluye las normas (la Constitución, las leyes, los códigos), los organismos administrativos (los llamados “poderes” del Estado), la infraestructura de servicios (escuelas, hospitales, tribunales, rutas, puertos), y los recursos naturales de propiedad común.

La parte material de la nación es lo evidente, y lo que vemos está todo roto. El sistema republicano que adoptamos se convirtió en una comedia, todos y cada uno de los tres poderes son una estafa a la ciudadanía: la justicia llega tarde, mal y nunca; el legislativo no debate nada importante, y lo importante lo cede al ejecutivo; el ejecutivo no tiene ni idea de cuáles son sus deberes, ni cuál es su rumbo. Los servicios que debería proveer ese sistema son inexistentes: no tenemos defensa, ni seguridad, ni educación, ni salud, ni infraestructura ni moneda dignos de ese nombre, aunque algunos nichos que todavía funcionan aquí y allá, probablemente gracias a la voluntad de sus agentes, mantengan cierta apariencia de normalidad.

Menos evidente es la salud de la parte inmaterial de la nación, la parte espiritual. ¿Hasta dónde nos sentimos argentinos, hasta dónde compartimos la creencia en un destino común? Aquí las señales son ambiguas e inciertas. El antiperonismo identificó el nacionalismo con el nazismo e incluyó el patriotismo entre las bajas pasiones, primitivas y propias del populacho; la intensa campaña de desmalvinización posterior a la guerra sofocó su inesperado reverdecimiento, y los vientos globalistas que empezaron a soplar en los noventa empujaron la conciencia nacional hacia el rincón de los trastos viejos, junto con el orgullo y el optimismo que trae asociados.

Pero la clave, sin embargo, está en el espíritu: sin patriotismo, sin conciencia nacional, sin voluntad compartida de ser, sin “pasión argentina” como diría el liberal Eduardo Mallea, la reconstrucción de la materialidad de la nación se vuelve una quimera, por más probidad en las instituciones republicanas o más libertades civiles y económicas que se logre asegurar. Una nación es “un proyecto sugestivo de vida en común”, decía Ortega y Gasset, otro liberal. No hablaba de ideologías ni de códigos de conducta ni de sistemas políticos o económicos. Si la nación es espíritu, ¿cómo diagnosticar, entonces, la salud espiritual de la nación?


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En las entrelíneas de las encuestas preelectorales puede advertirse que la mayor parte de los ciudadanos ya se ha dado cuenta de que el país está tocando fondo y que el jueguito de las dos pandillas socialdemócratas que lo administran (en su beneficio) desde 1983 en simulada “alternancia democrática” no permite hacerse ilusiones. Difieren sin embargo en la manera de reaccionar: algunos prefieren seguir pidiendo pizza y mirando Netflix como si nada pasara, otros tratan de poner a salvo sus personas y sus bienes buscando el amparo de banderas ajenas, y otros más, aunque por ahora los menos, andan buscando alternativas, incluso creando alternativas. Son los anticuerpos que despiertan esperanzas sobre la sanación.

Pensemos en esos grupos de ciudadanos que, asfixiados por una cuarentena eterna, despótica e injustificada, salieron a las calles en todo el país para reclamar por su libertad de tránsito, de trabajo, de comercio y de expresión. Pensemos en esa mujer, la primera, que en la capital federal desafió las restricciones y fue a tomar sol al parque en su reposera, y anotemos la marcha de nueve días por las libertades civiles que arranca este mismo fin de semana desde Venado Tuerto con rumbo a la ciudad de Córdoba. Pensemos en las rebeliones populares contra afianzadas dictaduras provinciales como la de Formosa, y prestemos atención a su proyección sobre el escenario político como demanda de aires nuevos.

Tras la profunda decepción que significó el gobierno de Cambiemos, asomaron en las elecciones de 2019 alternativas impensadas: liberales como la de José Luis Espert y nacionalistas como la de Juan José Gómez Centurión. Impensadas porque el progresismo socialdemócrata se las venía arreglando bastante bien para estigmatizar todo lo que se le opusiera desde la “derecha”, a tal punto que ningún político con ambiciones se animaba a reconocerse como de derecha. Espert y Gómez Centurión se desligaron de esos temores, encontraron respuesta en la sociedad, y abrieron espacios que se afirmaron todavía más en las primarias de este año, con la irrupción arrolladora de Javier Milei en la capital federal.

Milei y Espert se han mostrado exitosos en su capacidad para atraer votos en los distritos donde se presentan, y muchas agrupaciones liberales o libertarias del interior se referencian informalmente en ellos. El NOS de Gómez Centurión, por su lado, está más avanzado en su intención de convertirse en un partido nacional: cuenta con filiales y representaciones en muchas ciudades del interior, con importante trabajo de base, y ha exhibido un apreciable comportamiento electoral en algunas provincias, especialmente en Entre Ríos donde se ubicó como tercera fuerza. Nunca vamos a valorar lo suficiente el esfuerzo de estas personas para instalar en la escena política voces distintas, claras e intransigentes, contra la indiferencia o la hostilidad manifiesta de la prensa asociada a las camaleónicas pandillas socialdemócratas.

Lo dicho sugiere apenas que la Argentina puede sanar, que el estetoscopio detecta signos vitales: hay demanda de libertad, hay preocupación por el destino nacional, hay un desinterés y una desconfianza crecientes respecto de la política tradicional, y las expectativas tienden a orientarse en la dirección del liberalismo o del nacionalismo.

Esto es auspicioso en sí mismo: en primer lugar porque devuelve el debate político a los términos profundos que lo han animado desde los orígenes de nuestra argentinidad (morenistas y saavedristas, unitarios y federales, antiperonistas y peronistas), y que nada tienen que ver con las variantes socialdemócratas que se alternan sin debate en el usufructo del estado desde 1983. Oficialistas y opositores aburren ahora cuando hablan porque no tienen nada que decir, o lo que dicen nada tiene que ver con lo que el ciudadano siente, sufre y sueña.

Y también es auspicioso porque al menos una parte de la ciudadanía argentina siente la necesidad de movilizarse en defensa de sus libertades, o en defensa de la integridad de su nación, justamente cuando el globalismo arrecia en su ofensiva mundial contra la libertad y contra las naciones, que son el espacio jurídico (constitucional, legal) que garantiza la libertad.


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La casa ni siquiera está en desorden, la casa está en ruinas. Los signos vitales sugieren que hay brazos y voluntades dispuestos a trabajar en la reconstrucción. Pero ¿hay ingenieros y maestros de obra resueltos a conducir la tarea? Los sectores más vulnerables han dado muestras con su voto, en la elección de 2015 y en las primarias de este 2021, de que están dispuestos a sacrificar un auxilio presente para ellos en beneficio de un futuro prometido para sus hijos. No se ha visto en la clase dirigente una disposición similar a resignar ventajas de corto plazo, y mucho menos a contribuir con tiempo y dinero, en aras de un futuro mejor para todos, incluidos ellos mismos. Prefieren seguir apostando por las pandillas socialdemócratas, mientras esperan que las cosas se arreglen solas.

Pero las cosas no se arreglan solas: solas, empeoran. A esta altura deberíamos haberlo aprendido. Y mucho menos se arreglan cuando la embestida globalista agrava lo que ya es grave de por sí: lo hemos visto con la ofensiva contra la familia, y la promoción del aborto, la ideología de género, la pedofilia y la eutanasia; lo hemos visto con la pandemia imaginaria, las cuarentenas destructivas y las vacunas letales; lo estamos viendo en estos días con las patrañas del cambio climático. Y hemos asistido, en todos los casos, a la complicidad traidora de las pandillas, kirchnerista y cambiemita, en la suscripción de adhesiones, acuerdos y compromisos con los globalistas que ponen el riesgo la vida y el patrimonio de los argentinos.

¡Y cuando digo que el argentino no es nacionalista, no es patriota, la gente me mira horrorizada!”, le confiaba René Favaloro a Magdalena Ruiz Guiñazú hace cuarenta años. “Pero ser patriota es algo diferente. Significa ser responsable, poseer sentido del país. Llevar en el alma todo lo bueno y malo que nos pertenece.” Las cosas, efectivamente, no se arreglan solas, no se arreglan sin un ejercicio de la voluntad, y no se arreglan especialmente sin un ejercicio de la voluntad de quienes por capacidad, vocación, decencia y patriotismo estén en condiciones de conducir la reconstrucción. Si éstos dan el ejemplo, y empeñan incluso su patrimonio, no les van a faltar inteligencia ni brazos decididos a donar horas de trabajo.

Capacidad administrativa, fondos, trabajo, aportados por patriotas para reconstruir por ejemplo la defensa nacional. Podría haber dicho hospitales o aulas, pero preferí mencionar este punto para que se entienda bien a qué me estoy refiriendo, a qué clase de esfuerzos para qué clase de objetivos.


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Para escapar de la trampa socialdemócrata, la sociedad ha generado, como vimos, alternativas liberales y nacionalistas, que pueden servir como piedras de toque o puntos de encuentro para organizarse, discutir y planificar. La reconstrucción sólo será posible mediante un entendimiento entre ambas corrientes de opinión, un pacto entre las visiones contrastantes que laten en el corazón profundo de nuestra vida política, un acuerdo de caballeros en el que cada parte modere los excesos de la otra, un compromiso a respetar hasta que llegue el momento de coronar con una rama verde el techo de la casa reconstruida. A partir de allí, debate y alternancia según dicten la vida y la historia.

Aunque los recelos y las desconfianzas entre ambas corrientes, y aun entre distintos brazos de una misma corriente, todavía son muchos, es hora de sentarse a la mesa y discutir franca y honestamente afinidades y diferencias. Un entendimiento entre liberales y nacionalistas no sólo es posible, como lo ha demostrado el apretón de manos que pudieron sostener Gómez Centurión y Milei, sino que además es urgente.

El entendimiento es posible en los términos de complementariedad que ya describí en una nota anterior: los liberales tienen mucho que aportar para el saneamiento y la revitalización de nuestro orden interno, desde el sistema republicano hasta la economía de mercado. Los nacionalistas están en las mejores condiciones para trazar nuestra estrategia geopolítica: definir el lugar que la Argentina pretende ocupar en el mundo, y a partir de esa definición decidir la clase de relaciones que va a mantener con otros países, con otros bloques, en el contexto de un mundo interrelacionado.

Es cierto que hay muchas zonas grises e intersecciones complicadas, pero hasta donde se pueda es un deber postergar esa discrepancias. El entendimiento además es urgente porque existe la posibilidad de que los acontecimientos se aceleren, las demandas de una nación en crisis se multipliquen, y una situación extrema exija ritmos distintos de los que contempla el sistema democrático, con instancias ejecutivas y deliberativas extraordinarias cuya prudencia y buen juicio convendría asegurar de antemano. Ya hemos pasado por situaciones semejantes, y nadie querría volver a repetirlas: perdimos todos, salvo los maleantes.


–Santiago González

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