LAS CALLES PERDIDAS

Autor: ripvanwinkle (@dcacademico)

Hace algunos días leía en el diario una nota sobre el cierre del clásico restaurante Hermann de Palermo . Hace un par de años aproximadamente que no iba pero la noticia me generó una mezcla de melancolía y rabia.
Viví a media cuadra de ese sitio durante muchos años de mi infancia y adolescencia con lo cual en mi caso se trata no del mejor lugar en el que comí pero si en el lugar al que más veces fui en mi vida a pasar momentos más que a comer.

Típico lugar de barrio, parroquianos, mozos (de los de antes) que te conocían, te contaban alguna novedad y te mentían un poco, comida abundante a un precio razonable, familias, la bataclana de la cuadra con algún amigo nuevo y los señores que mientras comían con su mujer también conocían bien a la bataclana.

Lo de la melancolía es un tema personal y cada uno tendrá su lugar o su situación con algo.
Pero el tema es la rabia. Esa que da que los modelos de desarrollo, urbanismo y seguridad nos saquen de las calles y del contacto diario con nuestra pequeña comunidad que es el barrio.
Hemos sido rodeados de a poco por edificios que reemplazaron viejas construcciones que son totalmente impersonales, clonados y llenos de servicios que son una invitación a no salir de ese lugar. Algunos de los más caros y lujosos tienen hasta Restaurantes y/o deliverys dentro.
Esto sin hablar de que los vecinos son auténticos desconocidos y el único nexo con el afuera es el administrador que suele ser un chorro encargado de arreglar y robar con construcciones de una calidad espantosa. En la mayoría de los edificios de nueva construcción la desarrolladora se asegura por contrato el beneficio de ser el administrador durante determinada cantidad de tiempo, lo que es más o menos como tener un Fiat y pagarle a Ratazzi todos los meses por si se te pincha una goma y el te diga dónde cambiarla.

Todo esto trae aparejado que además en los alrededores del edificio de a poco vayan desapareciendo los negocios de barrio dando lugar a cadenas de supermercados, chinos y franquicias de todo tipo, siendo las peores esos cafés con mesas de 50 cm de diámetro que solo son para pasar un rato y seguir de largo.
Conocen a alguien que diga “yo paro en un café Martínez “como uno decía paro en el bar de Paco en la esquina de …

Todo esto acaba con las relaciones personales con semi conocidos o desconocidos, como más les guste decirlo, con el espíritu de los lugares y nos convierten en una sociedad uniforme, algo así como un marxismo con buenos modales.
Por supuesto que entiendo el capitalismo como el mejor sistema de desarrollo en la historia de la humanidad, pero estos modelos en donde está mezclado el límite entre lo que es público y lo que no, no podemos decir que estos modelos sean privados ni que alienten la libre competencia.
Todo esto sale desde la política y no es sólo algo local, es una tendencia mundial el haber convertido las ciudades en una inmobiliaria gigante.

En nuestro caso en la legislatura de la CABA las aprobaciones para todos los proyectos urbanísticos y de destrucción del patrimonio cultural cuentan con el visto bueno de casi todo el arco político menos de algunos trasnochados de izquierda que no son parte del negocio.
Basta ver una sesión para ver cómo todos se cagan de risa entre ellos entre sanción y sanción de leyes para seguir convirtiéndonos en entes que solo podemos consumir lo que ellos quieren y en donde ellos quieren.

El modelo cierra con todos encerrados y por eso también no hacen nada por evitar el crecimiento de los guetos en las ciudades que son los principales proveedores de mano de obra barata para todo el circo de afuera y en menor de medida de la marginalidad que colabora a que evitemos salir de nuestras jaulas por miedo.
Las ciudades, nuestras ciudades, que nacieron como faros de libertad , crecimiento económico y cultural, hoy se convirtieron en la olla a la que cada vez le suben más el fuego y nosotros somos las ranas que estamos adentro nadando (aún) felices.

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