Lenin, o el triunfo del espíritu
Autor: Pío Moa
Versión original: https://gaceta.es/opinion/43388-20171109-1208/
Es llamativo que el centésimo aniversario de la revolución bolchevique, entre el 7 y el 8 de noviembre según nuestro calendario haya pasado casi sin pena de gloria, a pesar de que condicionó tan profundamente la historia del siglo XX, y que sus consecuencias duran en muchos aspectos hasta hoy. Se trató de la primera revolución marxista de la historia, y ahora mismo muchos movimientos ideológicos actuales, tipo feminismo, homosexismo, ecologismo, indigenismos en América y otros, los mismos separatismos, tienen raíces más o menos precisas o diluidas en aquella revolución.
Puede decirse que fue la revolución de Lenin en un sentido preciso: para llevarla a cabo tuvo que enfrentarse a unas condiciones materiales “objetivas” absolutamente contrarias, a la dictadura de las condiciones económicas, y enfrentarse incluso a su propio partido bolchevique, a la mayoría de sus dirigentes.
Para empezar, el marxismo, al menos en su esencial carácter revolucionario, estaba siendo abandonado por los “revisionistas” alemanes, que constataban que la predicción de que el capital explotaría y empobrecería más y más al proletariado no se cumplía, sino que era posible explotar las libertades burguesas para mejorar progresivamente. Y el partido marxista alemán, socialdemócrata (nacido como marxista revolucionario), era el único con verdadero poder en los países industrializados, ya que en Francia el marxismo había calado poco, y mucho menos aún en Inglaterra o Usa. La referencia de las izquierdas rusas era Alemania.
En segundo lugar, la revolución de febrero (marzo) había ocurrido estando Lenin exiliado: tardó un mes en volver, y un mes en aquellas circunstancias es mucho, cuando los demás partidos habían tomado posiciones de poder y dirección.
En tercer lugar, la idea de Lenin de transformar aquella revolución “burguesa” en “proletaria” no era compartida por casi nadie. La idea general, entre los marxistas, era que, siendo Rusia un país mayoritariamente agrícola y poco industrializado (aunque se industrializaba a buen ritmo), era imposible allí una revolución socialista. Había que apoyar a la burguesía hasta que el país se hubiera industrializado lo suficiente y creado un proletariado masivo. Esa idea la compartían muchos en el propio Partido bolchevique.
En cuarto lugar, prácticamente todo el mundo, partidos y gente común, apoyaban la formación de una Asamblea Constituyente propuesta por el Gobierno Provisional, también La idea de Lenin era precisamente evitar aquella asamblea y sustituir el poder del Gobierno provisional por el poder de los soviets. Pero casualmente esa idea no la tenían los soviets en absoluto, y en ellos los bolcheviques eran muy minoritarios.
La “materia”, las “condiciones objetivas”, mostraron su peso en las jornadas de julio, cuando el soviet de Petrogrado se negó a tomar el poder, los bolcheviques fueron ilegalizados y Lenin pasó a la clandestinidad. Claro que al mismo tiempo el gobierno provisional fracasó en su Ofensiva Kérenski”, pero los bolcheviques quedaron desacreditados y acusados de agentes de Alemania (lo que, objetivamente, eran).
El fracaso influyó en un mayor aislamiento de los bolcheviques y de Lenin dentro de ellos. Solo en septiembre se repondría algo cuando los soviets frustrasen el golpe de Kornílof. Pero, aunque el Gobierno Provisional estaba cada vez más desacreditado, los soviets no se opusieron a Kornílof en pro de un poder socialista, sino de uno burgués.
La consigna “todo el poder a los soviets”, no calaba en los propios soviets, y Lenin, consciente de que se opondría a la mayoría material de aquellos consejos, entendía el asunto de otra manera: sería su partido, por medio del Comité Militar Revolucionario, el que tomara realmente el poder mediante un golpe típico, y después lo “ofreciera”, por así decir, al II Congreso de los soviets, para que este no tuviera más remedio que “aceptarlo”. Y esto fue exactamente lo que sucedió, aunque muchos sovietistas lo rechazaron y el poder real quedó, por supuesto, en manos del partido, con apoyos del ala más extrema de los social revolucionarios. Cuando, en enero, se celebró por fin la Asamblea Constituyente, los bolcheviques volvieron a quedar en minoría , pues el Partido Social Revolucionario casi lo duplicó en votos. Pero Lenin usó el poder para hacer inefectivas sus decisiones.
En fin, partiendo de una situación prácticamente imposible, Lenin consiguió imponer su revolución mediante un golpe de estado. Pero fue una revolución, realmente totalitaria, primera marxista de la historia y que daría lugar a muchas otras. En solo treinta y pocos años un tercio de la humanidad vivía en regímenes inspirados por el de Lenin, e incluso, algo después, un país comunista pequeño y atrasado lograba derrotar a la superpotencia useña, y otro se había instalado en las mismas barbas del Tío Sam. Un impulso expansivo como no se conoce otro en la historia. Nadie habría podido imaginarlo en los meses entre marzo y noviembre del 17.
Lenin demostró una voluntad de hierro, una capacidad de cálculo y una comprensión profunda de algunas realidades. No dudó en volver a Rusia bajo protección del Estado Mayor alemán, que por su propio interés financió también su propaganda destructiva en el ejército ruso. Entendió que se había formado un doble poder, y que la palanca para destruir el proceso de marzo podían ser los soviets. Luchó y amenazó dentro de su propio partido para conseguir suficiente apoyo, aunque vacilante, a sus planes, sin poder evitar que algunos como Kámenef y Zinóvief, le sabotearan abiertamente. Consiguió llevar a sus posiciones a alguien como Trotski, que tuvo una importancia excepcional encabezando el soviet de Petrogrado y organizando técnicamente el golpe. Stalin y otros también estuvieron de su parte. Diseñar la estrategia, convencer a un número suficiente de los suyos, arrastrar a masas considerables y lograr el éxito en solo siete meses y contra fuerzas contrarias que parecían abrumadoras, puede decirse que fue un triunfo del espíritu sobre la materia, por parte del materialista Lenin. Diríamos que fue espíritu, aunque malo, o malo, aunque espíritu.
La consigna con la que llevó inconscientemente a las masas en la dirección querida fue “Paz, Pan y Tierra”. La paz se transformó en una guerra civil feroz que pudo acabar con cerca de diez millones de personas entre los combates, el terror y las epidemias causadas por la situación. El pan se transformó en grandes hambrunas y regiones enteras desabastecidas. La tierra fue distribuida, pero solo como prólogo a su total expropiación y “colectivización” socialista. El espíritu juega estas pasadas. Y en la dictadura del proletariado, el proletariado quedó sometido a un poder que le negaba incluso el derecho a la huelga, pues ¿cómo van a hacer los obreros huelga contra su propio poder? Con la consigna de autodeterminación de las nacionalidades pasó algo semejante: ¿Cómo va a rebelarse un pueblo contra un poder que le ha salvado de la tiranía y le garantiza la autodeterminación? El espíritu enloquecido.
Lenin era también un teórico de altura. Frente a los revisionistas justificó la necesidad de la revolución en general, y también en Rusia pese a su atraso industrial. Coincidía con los revisionistas en que el capitalismo, por entonces, ya no era el de libre competencia, sino un capitalismo financiero-industrial, globalizado e interpenetrado (muchos creen que estas cosas son nuevas). Los revisionistas creían que ello creaba buenas condiciones para pasar pacíficamente al socialismo. Lenin, por el contrario, consideraba que ese gran capital internacional simplemente reducía a pura farsa los parlamentos y los gobiernos, que pasaban a depender directamente de los intereses del capital financiero o imperialista, de los cárteles y trusts, etc., por lo que las libertades burguesas se convertían en una enorme mentira. Y que en esa farsa los revisionistas representaban el papel de agentes desmoralizadores del proletariado, sobornados gracias a las superganancias obtenidas de las colonias. Pronosticó que, lejos de asegurar la paz, ese nuevo tipo de capitalismo desencadenaría guerras mundiales, y ahí pareció acertar. La guerra imperialista debía ser transformada en guerra civil para acabar de una vez con el capitalismo. Desgraciadamente para él, la realidad material fue muy otra: los obreros, lejos de ser internacionalistas y pacifistas, apoyaron a sus respectivos países en la gran guerra. De todas maneras, Lenin supo aprovecharla en Rusia, contra todos. Fue un triunfo del espíritu. Del mal espíritu.
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