Revolución en Riad
Autor: Mario Noya
Versión original: http://elmed.io/revolucion-en-riad/
Atención, atención, mucha atención a lo que sucede en Arabia Saudí. Los expertos no se ponen de acuerdo en el análisis pero desde luego coinciden en que el reino está viviendo una auténtica revolución.
Las miradas están fijas en Mohamed ben Salman, omnipotente príncipe heredero: muy joven (32 años) y ambicioso, “el más duro” de los hijos del octogenario y desaparecido rey Salman parece decidido a dinamitar un statu quo en el que todo el poder está en manos de la inacabable familia real y el establishment religioso.
MbS no quiere que las cosas sigan igual y ha empezado a actuar en consecuencia. He aquí la clave explicativa de la vasta operación contra la corrupción que saltó a las páginas de la prensa internacional el pasado día 4 y que se llevó por delante a once príncipes, cuatro ministros y decenas de exministros. Algunos han recurrido a la memorable escena de Casablanca en la que el capitán Renault, antológicamente hipócrita, cierra el bar de Rick porque “¡aquí se juega!” para advertir de que lo importante en la espectacular batida que llenó de confinados el majestuoso hotel Ritz-Carlton de Riad no era lo aparente sino el formidable mensaje subyacente: nadie está fuera de mi alcance y la familia ya no es lo que era; olvidaos de la proverbial ijma (tradúzcanlo por “consenso”) y de que soy una suerte de primus inter pares: el Estado soy yo, el rey de facto Mohamed, hijo de Salman.
Entre los corruptos caídos en desgracia en Corruptolandia se cuentan el príncipe Alwalid ben Talal, uno de los hombres más ricos del planeta, sobradamente conocido en el mundo de las finanzas por su participación en compañías como Apple, Twitter y Citigroup, y su semejante Miteb ben Abdalá, hasta entonces caudillo de una Guardia Nacional que tiene como principal cometido impedir que el Ejército se revuelva, lo que la empareja con –vaya por Dios/Alá– la Guardia Revolucionaria iraní (por cierto: como ésta, también se encarga de las operaciones exteriores más comprometidas; así, de la misma manera que la GR está desplegada en Siria o Irak, la GN lo está en el vecino Baréin, potencialmente explosivo). Meses antes había caído Mohamed ben Nayef, ex príncipe heredero, exministro del Interior, con lo que ya no hay quien tenga fuerzas armadas que oponer al arrollador MbS, como bien apunta Elliott Abrams en su imprescindible “Game of Thrones Comes to Saudi Arabia”.
Quien quiera librar la guerra contra MbS por otros medios, léase los financieros, que repare en lo que le ha pasado al intocable e hiperconectado Alwalid ben Talal. Y los más suspicaces incluso andan preguntándose si verdaderamente fue un accidente lo que acabó con la vida del príncipe Mansur, hijo del príncipe Muqrín –exjefe de inteligencia y príncipe heredero hasta que el rey Salman lo defenestró (abril de 2015)–, horas después de la referida megarredada contra la corrupción, o si se trató de otra advertencia mohamedita.
En cuanto al clero, el poderosísimo clero del wahabismo tremebundo, el clero que es uno de los pilares del Reino (el otro es la propia familia Saúd), MbS no sólo ha despojado a su policía moral (la odiada Mutawa) de la facultad de practicar detenciones, sino que ha llamado a la adopción de un islam más “moderado”. ¿Pretende también el príncipe Mohamed hacerse con el control de la educación y la observancia de la religión? Entonces sí que a Arabia Saudí no la reconocería ni la madre que la parió, por decirlo al modo deslenguado de Alfonso Guerra.
La revolución mohamedita es también económica y social. Económica: ahí están sus proyectos Visión 2030 y NEOM, con los que pretende desenganchar al Reino de su fatídica petroleodependencia y desarrollarlo a base de futurismo y nuevas tecnologías; y social, que tendrá como gran momento simbólico el día del inminente 2018 en que las mujeres puedan por fin conducir. Y por supuesto tiene igualmente política exterior propia: en Yemen y en el Líbano, contra Qatar y, por encima de todo, concebida para plantar cara al archi(í)enemigo persa, la República Islámica de Irán.
¿Qué esperar del revolucionario príncipe/rey Mohamed ben Salman? Nada bueno, advierte en Bloomberg Leonid Bershidsky, que ve en MbS una suerte de Vladímir Putin enturbantado. En cambio Eli Lake, también en Bloomberg, pide un voto de confianza para quien estaría haciendo lo que EEUU lleva décadas reclamando a Riad. En Middle East Eye, la árabe Madawi al Rashid ve difícil que el Reino vaya a instalarse en la Modernidad por medio de purgas y noches de los cuchillos largos –la imagen desaforada es suya–, mientras que en The Atlantic el árabe Husein Ibish saluda el advenimiento de “una nueva Arabia Saudí para una nueva era”.
¿Marcará época Mohamed ben Salman? ¿Querrá y podrá ser el Atatürk de los Saúd, o lo derrocará su propia gente como al rey… Saúd? ¿Quizá lo asesinen, como a Faisal? No pierdan detalle y hagan sus apuestas.
Versión original: http://elmed.io/revolucion-en-riad/
Atención, atención, mucha atención a lo que sucede en Arabia Saudí. Los expertos no se ponen de acuerdo en el análisis pero desde luego coinciden en que el reino está viviendo una auténtica revolución.
Las miradas están fijas en Mohamed ben Salman, omnipotente príncipe heredero: muy joven (32 años) y ambicioso, “el más duro” de los hijos del octogenario y desaparecido rey Salman parece decidido a dinamitar un statu quo en el que todo el poder está en manos de la inacabable familia real y el establishment religioso.
MbS no quiere que las cosas sigan igual y ha empezado a actuar en consecuencia. He aquí la clave explicativa de la vasta operación contra la corrupción que saltó a las páginas de la prensa internacional el pasado día 4 y que se llevó por delante a once príncipes, cuatro ministros y decenas de exministros. Algunos han recurrido a la memorable escena de Casablanca en la que el capitán Renault, antológicamente hipócrita, cierra el bar de Rick porque “¡aquí se juega!” para advertir de que lo importante en la espectacular batida que llenó de confinados el majestuoso hotel Ritz-Carlton de Riad no era lo aparente sino el formidable mensaje subyacente: nadie está fuera de mi alcance y la familia ya no es lo que era; olvidaos de la proverbial ijma (tradúzcanlo por “consenso”) y de que soy una suerte de primus inter pares: el Estado soy yo, el rey de facto Mohamed, hijo de Salman.
Entre los corruptos caídos en desgracia en Corruptolandia se cuentan el príncipe Alwalid ben Talal, uno de los hombres más ricos del planeta, sobradamente conocido en el mundo de las finanzas por su participación en compañías como Apple, Twitter y Citigroup, y su semejante Miteb ben Abdalá, hasta entonces caudillo de una Guardia Nacional que tiene como principal cometido impedir que el Ejército se revuelva, lo que la empareja con –vaya por Dios/Alá– la Guardia Revolucionaria iraní (por cierto: como ésta, también se encarga de las operaciones exteriores más comprometidas; así, de la misma manera que la GR está desplegada en Siria o Irak, la GN lo está en el vecino Baréin, potencialmente explosivo). Meses antes había caído Mohamed ben Nayef, ex príncipe heredero, exministro del Interior, con lo que ya no hay quien tenga fuerzas armadas que oponer al arrollador MbS, como bien apunta Elliott Abrams en su imprescindible “Game of Thrones Comes to Saudi Arabia”.
Quien quiera librar la guerra contra MbS por otros medios, léase los financieros, que repare en lo que le ha pasado al intocable e hiperconectado Alwalid ben Talal. Y los más suspicaces incluso andan preguntándose si verdaderamente fue un accidente lo que acabó con la vida del príncipe Mansur, hijo del príncipe Muqrín –exjefe de inteligencia y príncipe heredero hasta que el rey Salman lo defenestró (abril de 2015)–, horas después de la referida megarredada contra la corrupción, o si se trató de otra advertencia mohamedita.
En cuanto al clero, el poderosísimo clero del wahabismo tremebundo, el clero que es uno de los pilares del Reino (el otro es la propia familia Saúd), MbS no sólo ha despojado a su policía moral (la odiada Mutawa) de la facultad de practicar detenciones, sino que ha llamado a la adopción de un islam más “moderado”. ¿Pretende también el príncipe Mohamed hacerse con el control de la educación y la observancia de la religión? Entonces sí que a Arabia Saudí no la reconocería ni la madre que la parió, por decirlo al modo deslenguado de Alfonso Guerra.
La revolución mohamedita es también económica y social. Económica: ahí están sus proyectos Visión 2030 y NEOM, con los que pretende desenganchar al Reino de su fatídica petroleodependencia y desarrollarlo a base de futurismo y nuevas tecnologías; y social, que tendrá como gran momento simbólico el día del inminente 2018 en que las mujeres puedan por fin conducir. Y por supuesto tiene igualmente política exterior propia: en Yemen y en el Líbano, contra Qatar y, por encima de todo, concebida para plantar cara al archi(í)enemigo persa, la República Islámica de Irán.
¿Qué esperar del revolucionario príncipe/rey Mohamed ben Salman? Nada bueno, advierte en Bloomberg Leonid Bershidsky, que ve en MbS una suerte de Vladímir Putin enturbantado. En cambio Eli Lake, también en Bloomberg, pide un voto de confianza para quien estaría haciendo lo que EEUU lleva décadas reclamando a Riad. En Middle East Eye, la árabe Madawi al Rashid ve difícil que el Reino vaya a instalarse en la Modernidad por medio de purgas y noches de los cuchillos largos –la imagen desaforada es suya–, mientras que en The Atlantic el árabe Husein Ibish saluda el advenimiento de “una nueva Arabia Saudí para una nueva era”.
¿Marcará época Mohamed ben Salman? ¿Querrá y podrá ser el Atatürk de los Saúd, o lo derrocará su propia gente como al rey… Saúd? ¿Quizá lo asesinen, como a Faisal? No pierdan detalle y hagan sus apuestas.
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