GOBIERNO MÍNIMO Y MÁXIMA VISIBILIDAD


Autor: El Reaccionario (@altrightar)

En la política, como en la vida, los melones se acomodan solos. A diferencia de la vieja usanza, cada sistema político moderno se debe a alguna especie de doctrina o ideología ordenadora. El propósito del hombre moderno ha sido siempre reemplazar el juicio humano por alguna especie de máquina perfecta que, una vez construida y calibrada a través de los aportes de algún Montesquieu o algún Rousseau, echara a andar sus motores por los siglos de los siglos — lejos de la falible mano del hombre. En pocas palabras, lo que se buscó fue aplicar los principios de la Revolución Industrial a la política, y de a poco reemplazar los líderes por sistemas de gobierno.
El sistema, según los optimistas de los siglos anteriores, se regularía a sí mismo — sólo hay que darle cuerda. La misma definición contiene la clave: “Conjunto ordenado de normas y procedimientos que regulan el funcionamiento de un grupo o colectividad”. Claro que siempre es necesario contar con la labor de servidores públicos para conservar el rumbo, aceitar algunos engranajes y realizar tareas generales de mantenimiento. Pero, en general, la nave se maneja sola.
El problema que quizás no vieron los ideólogos de las democracias occidentales (y no lo digo desde una posición de juez de la Historia) es que toda ideología es una imagen en baja resolución de la realidad. Se entiende más o menos de qué trata la cosa, pero los “agujeros” son inevitables. La mente humana más refinada pinta con brocha gorda.
Una vez que una ideología se libera en el mundo, ya no le pertenece a su creador, e impredeciblemente tomará los rumbos que tome: mutará, se desarmará y armará, se fusionará con otras, las depredará y escupirá sus huesos; o simplemente desaparecerá, pudiendo o no partes de sí misma sobrevivir en otras ideologías o sistemas. Las ideas, en cuanto a su propagación o extinción, son como los genes — regidos sus destinos por su capacidad de adaptación. [1]



En pocas palabras, cuando uno suelta una idea (meme) o conjunto de ideas (memeplex) entre miles de millones de simios sin pelo, es imposible saber lo que va a pasar. Sin embargo, no sería descabellado hacer algunas predicciones: todos los seres humanos compiten por poder, y las ideologías son sólo herramientas que obedecen a ese fin.
Me resulta curioso ver cómo aquellos que creen que la economía no puede ser regulada, viven a su vez con la convicción de que la política sí. Si, según Hayek, la economía planeada desde el centro es imposible debido a la multiplicidad de variables ¿cuántas más habrá en la política?
(Esto no quiere decir, por supuesto, que el central planning (político o económico) sea imposible. Es común oír a quienes adhieren al liberalismo clásico hablar del asunto como si se tratara de romper alguna ley de la física — quizás porque utilizan sus manuales de 1920 como si fueran eternamente vigentes. Esto no es así y China lo está demostrando de a poco. La clave está en la tecnología — pero el tiempo dirá.)
La clave de una buena forma de gobierno es que emerge naturalmente con el tiempo y va de la mano con la naturaleza humana en general, a la vez que combina con la particularidad de cada población. Como decía Joseph de Maistre, existen hombres, pero no existe El Hombre. Cada civilización encuentra, con el tiempo, la forma de gobierno que mejor le sienta. A mí, por lo menos, me hace ruido que exista un Partido Liberal en Argentina, otro en Japón y otro en Uganda. Pero quizás soy yo.



La democracia liberal, aquel sistema que, nos han dicho, representa la cúspide del pensamiento político humano, le debe su universalidad a su ambigüedad intrínseca. Cada nación del planeta la recibe cual casita premoldeada, para eventualmente hacerle los retoques pertinentes. La democracia siempre es en lo que termina convirtiéndose.
En Argentina, por ejemplo, diferentes fuerzas han tironeado de la impoluta democracia en múltiples direcciones, y han servido sus agujeros de refugio de todo tipo de delincuentes.
La democracia argentina se ha adaptado, generación tras generación, a ser lo que es — y tenderá con el tiempo a parecerse más a sí misma mientras le resulte conveniente. Lo cierto es que un gobierno no es otra cosa que una corporación con sus propios intereses. Esos intereses a veces coinciden con los de la población y a veces no. El principal interés del gobierno argentino, si estuviera a cargo de una sola inteligencia, sería la recaudación para la expansión — hábilmente balanceadas ambas para evitar que la ambición lleve a la dilapidación del capital. Esto es lo que Hans Hermann Hoppe llama low time-preference: el gobierno piensa a largo plazo y renuncia a la depredación excesiva inmediata con vista a futuras y mayores ganancias. Es un concepto simple: si tengo vacas y me como todas hoy, mañana me muero de hambre.
El gobierno argentino actual, por otra parte, es una especie de gallina sin cabeza que está dando sus últimos revoloteos espasmódicos antes de finalmente caer muerta. No hay ningún ejecutivo fuerte e identificable, y las operaciones de gobierno se llevan a cabo a nivel individual o faccional. Cada grupo controla una pequeña parte de la máquina, que utilizará sin reparos con los fines confiscatorios más egoístas. No hay conciencia del todo ni hay pensamiento a futuro: las vacas que yo no me como hoy se las va a comer otro mañana. Mejor me acomodo yo dilapidando todo lo que pueda ahora, porque es imposible saber qué será de mí mañana. Esto es lo que Hoppe llama high time-preference: la supremacía del aquí y ahora.



El resultado de esto es un sentimiento perpetuo de barco a medio hundirse. La realidad es que si todos nos pusiéramos de acuerdo, podríamos tapar el agujero del casco y salvarnos, pero nadie me asegura a mí que mientras yo esté soldando abajo vos no vayas a entrar a mi camarote a robarme mi plata y mis joyas. Por eso mejor me salvo yo, y si puedo manotear algo en el camino, mejor. Seguro va a pasar otro barco pronto.
A nivel gobierno, esta es la receta perfecta para el desastre. No hay vista hacia el futuro en un barco que se hunde, y Argentina no tiene nada que envidiarle al Titanic. El procedimiento de coordinado no tiene nada, aunque es sorprendente la capacidad ordenadora que tiene la desesperación por llevarse lo último que va quedando. Todo resulta en lo que Samuel Francis llama anarco-tiranía: dar vía libre a los delincuentes reales mientras se hostiga sin descanso al inocente. Es lo que se me viene a la cabeza cada vez que encuentro algún operativo de tránsito.
Para ilustrar mejor el concepto, hablemos un poco de la delincuencia. En Junín, donde yo vivo, no paran de sumar móviles, agentes de tránsito, agentes de policía local, y cámaras de seguridad — a la vez que la inseguridad se dispara como en el resto del país.
Pongámonos en la cabeza del Secretario de Seguridad de la ciudad por un momento. Si este hombre tuviera de verdad ganas de combatir el problema, no podría: tendría que sortear un millón de obstáculos; perderse en el laberinto burocrático para no llegar a absolutamente nada. Y Dios lo libre de reprimir. Las pocas ganas, entonces, de hacer las cosas bien (si es que las tiene), se esfuman en el momento en el que el funcionario comprende la futilidad de su labor. Sin embargo, es obvio que tiene que hacer algo. He aquí el principio ordenador del político en democracia: la Ley del Gobierno Mínimo y Máxima Visibilidad.
La Ley del Gobierno Mínimo y Máxima Visibilidad es una vuelta de tuerca más al concepto de Samuel Francis: implica el balance ideal entre gobierno y visibilidad. Debido a que estamos en un barco que se hunde, de poco sirve combatir a los chorros pensando a 20 o 30 años. Si la cosa sale bien, otro se va a llevar el crédito, si es que esto no se va al fondo del mar primero. Lo que hacés, en su lugar, es abrir un centro de monitoreo. Redoblás los controles de tránsito. Ponés más policías en la calle. Todo esto, por supuesto, siguiendo al pie de la letra la consigna de máxima visibilidad. A la gente inocente la van a parar los controles todo el tiempo, claro, pero por lo menos estás haciendo algo.
Si la inseguridad no baja, nadie puede acusarte de nada. Que miren todo lo que hiciste. Si el problema persiste, claramente el problema real está más arriba. Y vos, de paso, te compraste un par de departamentos y acomodaste a tus hijos en la Municipalidad. Podés retirarte tranquilo a cosechar los frutos de tu labor.



Si alguno de ustedes se pregunta por qué los políticos están tan lejos de sus representados, es porque aún persiste en su cabeza el parásito de su educación cívica, y cree que la clase política es un grupo de servidores públicos, en lugar de ser miembros de una corporación que persigue sus propios intereses. Y la anarco-tiranía, es decir, el acoso permanente al inocente y la rienda suelta a los malos, es lo que mejor se ha adaptado a sus propósitos Si terminar con los ladrones, la droga y acomodar los números del país les fuera rentable o conveniente a corto plazo, ya habrían colgado a varios.
[1] Ver The Selfish Gene, de Richard Dawkins; Thought Contagion, de Aaron Lynch; TheMeme Machine, Susan Blackmore; Virus of the Mind, Richard Brodie.

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