JUICIO POR JURADOS: EL PUEBLO CONTRA LAS ÉLITES



A raíz de la reciente absolución del Dr. Lino Villar Cataldo en un juicio realizado bajo la modalidad de juicio por jurados, se volvió a discutir la pertinencia de esta última institución. 

No es un tema menor, sino que tiene que ver con movimientos que están ocurriendo a escala global. Desde las élites académicas, económicas y políticas, amantes de la tecnocracia (ya que los “técnicos” son ellos), se mira con horror la participación popular en los distintos aspectos de la administración estatal, y se escuchan argumentos del tipo: la gente no está preparada para tomar decisiones de importancia, debemos tener un estado profesional, etcétera. Por el contrario, mi opinión es que fomentar la participación y la responsabilidad entre los ciudadanos no sólo ayuda a una mejor administración, sino que fomenta el apego, el sentido de pertenencia, a una nación.

El juicio por jurados tiene una larga historia, pero en general se trató de una conquista del pueblo sobre sus soberanos. Implicaba que, en lugar de ser juzgados por un representante del monarca, uno tenía la posibilidad de ser juzgado por sus iguales, no estando así sometido a las arbitrariedades del soberano.

Sus primeras manifestaciones las vemos en la Carta Magna inglesa, y su aplicación luego en las colonias americanas. A nosotros, herederos del sistema absolutista e inquisitivo español, nos resulta una institución extraña, más allá de lo que vemos en las series y películas estadounidenses.

Gran parte de nuestros académicos (secundados por nuestros políticos) y el poder judicial (que no quiere perder el “dedo en el disparador”, ese poder que tiene de apretar y condenar a alguien) consideran que la población no está capacitada para algo tan sencillo como valorar una prueba y considerar si la conducta de una persona afectó un bien jurídico especialmente valorado por esa misma sociedad (¡vaya contradicción!).

Es considerar que alguien que no conozca completos los manuales de Soler, Fontán Balestra o Zaffaroni (pido perdón a los primeros por nombrarlos junto al tercero) no es capaz de considerar que una conducta realizada es reprochable, y que un juez, colocado en un escritorio, con chofer, custodia policial y un sueldo de cientos de miles de pesos, sí puede valorar eso.

Es de un elitismo epistémico intolerable, pero común entre la gente que se considera progresista y defensora del pueblo, pero que al mismo tiempo, lo desprecia.

Permítanme decirles que confío mucho más en el sentido común de un mecánico, de un ama de casa que va a buscar a los chicos a la escuela, de un almacenero asustado porque lo asaltan una vez por mes, de un contador, en fin, de cualquier persona común que sabe lo que se está viviendo, en lugar de lo que puede decir una persona rodeada de privilegios y que decide cuestiones que tienen que ver con la vida cotidiana (recordémoslo: es algo que nos puede pasar a cualquiera de nosotros, los simples mortales que tenemos que caminar por calles desprotegidas, libradas a la voluntad de lúmpenes drogados y que actúan sin miedo ni consecuencias), mirando todo a través del vidrio de sus teorías y sus ideologías. 
Y con el temor de que si se separa de la opinión mayoritaria, pasa a ser un paria entre sus pares, que son su sociedad. Lo que ocurra debajo de esa élite, no les importa. 


Pero no es sólo cuestión de sentido común, ya que podría lograrse igual resultado si se extirpasen las ideologías abolicionistas de los estrados judiciales. Mi opinión es que la institución del jurado permite involucrar al ciudadano común y corriente en la función de la justicia penal. Les da la enorme responsabilidad de decidir sobre la vida o la libertad de otro ciudadano si consideran que debe pagar por afectar a esa misma sociedad.

La Justicia deja de ser una idea abstracta, rodeada de manuales de derecho y decidida en oscuras oficinas y pasa a la misma sociedad de la cual emana y la cual debe ser protegida por ella. Tengo una opinión parecida con respecto al Servicio Militar Obligatorio (o, en su defecto, una especie de Servicio Nacional): involucra al pueblo con otra función fundamental del Estado (y cualquier grupo humano) como lo es el defenderse a sí mismo.

Una sociedad que no está dispuesta a sacrificarse para asegurarse un futuro, carece de él. 

De igual forma ocurre en las audiencias públicas (ir a una es una actividad que recomiendo). Desde especialistas hasta personas sin conocimiento específico dan su opinión sobre una obra, una tarifa.

Muchas de las opiniones más interesantes provienen de gente común y corriente, bien harían los tecnócratas en escucharlos. 

Una de las cuestiones más interesantes que estamos viendo en el mundo (muy discutida en este blog) es el fortalecimiento de una élite económica-académica-progresista y, al mismo tiempo, la rebelión contra ella.

Ejemplos son el Brexit, la elección de Trump, las manifestaciones contra la Unión Europea (también ha sido debatido en este blog). El rechazo que provoca esta élite que juega su propio juego, busca sus intereses, e intentan convencernos de que sus intereses son los que importan y no los nuestros es la marca de nuestros tiempos.

Un ejemplo que recién recordé: a seis días de la desaparición del ARA San Juan, donde 44 marinos, todos profesionales, preparados, de todos los rincones del país, cobrando sueldos mínimos, se perdieron en el mar.

A seis días, cuando todo el país estaba rezando por la aparición del buque, los diputados votaron una ley que a nadie le importaba, únicamente a ellos mismos (la de Paridad de Género, que implica que las listas de ellos deben estar conformadas por igual cantidad de varones que de mujeres), y unas cuantas diputadas de todos los partidos se sacaron una autofoto sonriendo y festejando. 


Esa simple imagen me demostró que la suerte de nosotros no les importa en lo más mínimo, que su agenda va por otro lado, y que no tenemos nada que ver con ellos.


Nos convencen que la “democracia” es elegir cada dos años entre listas confeccionadas por ellos de personas provenientes de una oligarquía, en un sufragio controlado por ellos, con sus reglas de clientelismo y corrupción, y luego, callarnos la boca porque “no entendemos”, no quejarnos porque “es golpista”. “Confiar” en que ellos quieren lo mejor para nosotros, mientras la academia escribe cientos de páginas para justificarlos.

Nuestra Nación está totalmente entregada a la agenda de esas élites internacionales. 

¿De qué otra forma se justifica que una organización como el CELS, financiada por el Reino Unido, haya sido la que dicta la política militar y decide los ascensos de oficiales de nuestras FFAA?

¿Cómo podemos admitir que una serie de jueces de la OEA, de los cuales no conocemos ni el nombre, ubicados en Costa Rica, a 8.000 km. y casi sin conocimiento sobre lo que ocurre en nuestro país, decidan qué es una violación a los Derechos Humanos y qué no?

¿Cómo puede ser que admitamos que desde el New York Times se haga lobby para legalizar el aborto, siendo que ésta debe ser una decisión que debe tomar nuestro pueblo?

Luego de dar toda esta vuelta, termino con lo siguiente: hay que exigir mayor participación.

No hay que creerse tonto o bruto.

Que una persona no tenga los pergaminos académicos de las facultades de derecho o de sociales no implica que no tenga sentido común, no implica que su intuición falle. El difícil combate contra esta oligarquía y sus aliados depende de esa participación.

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