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¿PROTECCIONISMO O LIBRECAMBISMO?


Autocentrar el desarrollo para poner fin a la mundialización neoliberal
Por BERNARD CONTE

@elmanifiestocom

Nota original:https://elmanifiesto.com/dinero/5886/autocentrar-el-desarrollo-para-poner-fin-a-la-mundializacion-neoliberal.html

Hoy en día, parece que el "libre comercio" sea la inexorable "ley de hierro" de la mundialización neoliberal. Como dijo Margaret Thatcher: "No hay alternativa". ¿Es cierta esta afirmación en negativo? Muchos economistas piensan, por el contrario, que un proteccionismo de desarrollo autocentrado, aplicado en grandes conjuntos homogéneos, como Europa, es la clave frente a la globalización financiera. En el libro "Proteccionismo vs. Librecambismo" (ediciones Fides) se explica esta visión tan poco "ortodoxa".

El librecambio es una condición necesaria para el éxito de la mundialización liberal que lanza al conjunto de los asalariados a una competición salvaje donde el ganador es siempre el mismo, asegurando así una bajada en las condiciones sociales cada vez mayor, y un cada vez mayor beneficio de la finanza internacional y de los celosos servidores de sus círculos partidarios. El librecambio autoriza la deslocalización de las producciones en los lugares donde los costes son más reducidos y permite así la localización de los beneficios en los “paraísos fiscales” donde los controles son mínimos, incluso inexistentes. El librecambio engendra la desindustrialización del norte, la laminación de las clases medias y la tercermundialización que desarticula y disloca las estructuras económicas, institucionales, sociales y políticas en el sentido más favorable al capitalismo financiero mundializado. La prioridad dada al crecimiento de los beneficios disminuye proporcionalmente la capacidad para cubrir los “costes humanos”.
Salir de la dinámica de la tercermundialización implica un ajuste de las estructuras para reducir la dominación del capitalismo financiarizado, para autocentrar el desarrollo y volver a dar prioridad al hombre. En este enfoque, la terapia proteccionista ocupa un lugar destacado.
La imposición del librecambio
La oligarquía y sus lacayos: políticos, mediáticos, económicos… han trabajado sin descanso para persuadir a las poblaciones de las ventajas del librecambio y de la neoliberal división internacional del trabajo. Por ejemplo, las investigaciones económicas, actualizadas por las “evidencias empíricas” sobre el vínculo entre la apertura comercial de los países y su crecimiento económico, se han beneficiado de generosas financiaciones, especialmente por parte de la Banca mundial y del FMI. Poco importa si, con frecuencia, se han tomado demasiadas “libertades” con las hipótesis, con la fiabilidad de las estadísticas o con los tratamientos econométricos, pues lo esencial era probar que, cuanto más está abierto un país al exterior, más práctico es el librecambio y más fuerte es su crecimiento económico. Porque, para la oligarquía, el librecambio es una condición necesaria para el éxito de la deslocalización industrial característica de la mundialización neoliberal.
El éxito de la deslocalización de la producción
El objetivo es maximizar los beneficios por la competencia de los asalariados, y no únicamente sobre el plano nacional, sino al nivel mundial. Gracias al librecambio, la deslocalización de las actividades económicas de los países del norte hacia los países con salarios más bajos, ha permitido inundar el mercado mundial de productos a precios sin competencia. La liberalización financiera ha autorizado la transferencia de beneficios realizada hacia zonas “acogedoras”, como los paraísos fiscales. Para deshacerse de las regulaciones estatales, por la imposición del librecambio de las mercancías y de los capitales… el capitalismo ha logrado con éxito, sin obstáculos reales, reestructurar el planeta en su mayor provecho, obviando los costes económicos y sociales de tal reestructuración. La mundialización neoliberal permite a los capitales aprovechar, sobre el conjunto de los territorios, las ventajas comparativas económicas y financieras que están estrechamente relacionadas con las “desventajas” comparativas sociales de las poblaciones residentes. En otras palabras, se trata de organizar la miseria y su explotación, a través de la imposición de una desigual división internacional del trabajo, con el objetivo de lograr beneficios crecientes sin cesar.
La desindustrialización del norte como resultado
La desenfrenada competencia de los países con bajos salarios ha contribuido ampliamente a la desindustrialización de los países del norte. En 1970, la industria representaba el 48% del PIB de Alemania, el 39% de Italia y el 35% de los Estados Unidos. En 2008, estas proporciones habían descendido, respectivamente, al 29%, al 26% y al 21%. En Francia, entre 1970 y 2009, el peso de la industria se ha reducido casi a la mitad, pasando del 34,9% del PIB al 18,8%. En 30 años, Francia ha perdido cerca de 2 millones de empleos en el sector industrial y casi un millón desde 2007. El caso de Francia es singular: potencia industrial “mediana”, su desmantelamiento industrial ha sido operado, a la vez, “por lo bajo” en beneficio de los países emergentes (China) y “por lo alto” en beneficio de países más industrializados (Alemania). Este efecto de “cizalla” acelera la pauperización de la mayor parte de la población, fenómeno que no puede ocultar los vestigios, constantemente disminuidos, de la protección social del Estado-providencia. El norte se empobrece en vías del subdesarrollo, se tercermundializa.
La laminación de las clases medias
La desindustrialización genera la tercermundialización a través de la laminación de las clases medias, que fueron progresivamente constituidas en el curso del período de después de la guerra. Este fenómeno no perdona al centro imperial: en los Estados Unidos, “el ingreso real medio ha bajado de 5.261 dólares durante la última década”. En consecuencia, el ahorro de los hogares ha sido reducido progresivamente también. «En el curso de los Treinta Gloriosos (1945-1975), la clase media norteamericana ahorraba en torno al 9% de sus ingresos anuales después de impuestos. A principios de la década de los años 1980, esta proporción estaba en torno al 7%. La tasa de ahorro cayó a continuación al 6% en 1994, y después al 3% en 1999. En 2008, los norteamericanos no ahorraban nada. Paralelamente, el endeudamiento de los hogares explotó. En 2007, la deuda del americano-tipo representaba el 138% de sus ingresos después de impuestos». Pauperización y reducción a la “esclavitud” por vía del crédito, tales son las consecuencias de la mundialización neoliberal y de la tercermundialización que la acompaña.
La tercermundialización
Inspirándose en François Perroux y en su análisis del subdesarrollo es posible definir el fenómeno de la tercermundialización como el resultado de una dinámica de dominación. Para Perroux, el subdesarrollo es principalmente engendrado por la dominación colonial o neocolonial. De forma similar, la tercermundialización es el producto de la dominación del capitalismo financiero que desarticula las estructuras económicas, sociales, institucionales y políticas de la antigua configuración (el liberalismo regulado) y las reordena en una “nueva” configuración fundada sobre una base geográfica más amplia, con el objeto de maximizar sus beneficios. Este ajuste estructural, impuesto bajo la fuerza restrictiva del FMI, engendra la tercermundialización que se expresa “concretamente, no en los términos ambiguos de una cifra única como el PNB per cápita, sino en un fenómeno más profundo y más complejo: la falta de cobertura de los “costes humanos”.
La falta de cobertura de los “costes humanos”´
Para François Perroux: «En un conjunto humano, los costes humanos se reparten operacionalmente en tres grupos. Son los siguientes: 1º Los que impiden que las personas mueran (lucha contra la mortalidad en el trabajo profesional y fuera de las horas de trabajo); 2º Los que permiten a todas las personas una vida física y mental mínima (actividades de prevención higiénica, de atención médica, de seguro de invalidez, de vejez, de desempleo); 3º Los que permiten a todas las personas una vida específicamente humana, es decir, caracterizada por un mínimo de conocimientos y un mínimo de placeres (esencialmente: costes de instrucción elemental, costes de un mínimo ocio)». Según Perroux, los costes humanos constituyen un mínimo a cubrir ante cualquier necesidad. En el marco de la mundialización neoliberal, si exceptuamos a una pequeña minoría, la cobertura de los costes humanos no está asegurada para una gran parte de la población y se reduce, como poco, para el resto de la población.
Salir de la dinámica de la tercermundialización
Para esto es necesario minimizar, incluso suprimir, los efectos negativos de la dominación del capitalismo financiero. Aun multidimensional, la solución incluye forzosamente una reorientación de la economía hacia los recursos endógenos y el mercado interior, para realizar un desarrollo autocentrado. El autocentrado puede ser considerado sobre una base nacional o sobre ella, más amplia, de un reagrupamiento regional. En todos los casos, convendría especialmente asegurar la relocalización de ciertas actividades, no en vistas de una “autosuficiencia” o de una “autarquía” sistemáticas, sino de un objetivo de “seguridad” económica y social que permita una cobertura real de los costes humanos. En esta óptica, garantizar la “seguridad” implica la reducción de los aspectos de dependencia portadores de los perniciosos efectos de la dominación.
Con la ayuda de un proteccionismo “terapéutico”
Autocentrar el desarrollo supone la implementación de un proteccionismo terapéutico que debe acompañarse de políticas de incentivos, de políticas de regulación… y sobre todo, de un proyecto colectivo. La terapia podría inspirarse en el “proteccionismo educador” de Friedrich List y en las teorías y experiencias del desarrollismo sudamericano. El proteccionismo así considerado no es un repliegue sobre sí mismo, no es tampoco un nacionalismo agresivo, ni un aislacionismo. Se propone desarrollar el comercio y los intercambios sobre la base del respeto de una competencia leal. Se trata de un proteccionismo “flexible” y “mesurado” que proporciona derechos de entrada variables para ciertos tipos de productos juzgados como “sensibles”.
Encareciendo los productos importados, el proteccionismo va a suscitar la creación de empresas que produzcan bienes en sustitución de las importaciones, generando empleos, ingresos, impuestos…, permitiendo iniciar y alimentar un proceso de desarrollo autocentrado, es decir, centrado sobre el mercado interior. Como la deslocalización de las actividades engendra una pérdida de conocimientos y de “saber hacer”, un importante esfuerzo en la educación-formación debería ser llevado a cabo para cubrir las necesidades perdidas, pero también para acompañar al desarrollo de la investigación y de la innovación. La intervención del poder público será necesaria para suscitar, armonizar y coordinar las iniciativas de desarrollo, lo que implica una planificación indicativa.
En cuanto a la medida del ajuste estructural, en vista de la cobertura efectiva de los costes humanos, las modalidades de la terapia proteccionista evolucionan en función de los avances del proceso y del respeto a las reglas de una competencia leal entre los socios del intercambio.

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