LA HORA DE LA VERDAD
Alberto Fernández sacude la mesa de lugares comunes y comentarios blandos y obliga a mirar la realidad de frente
El presidente Mauricio Macri admitió públicamente la posibilidad de no ser reelecto en octubre. Su gobierno comenzó a aceptar que se encuentra en dificultades para cumplir en tiempo y forma con sus compromisos financieros. El FMI reconoció de hecho que su plan para la Argentina ha sufrido trastornos que deben ser estudiados mientras queda en suspenso un nuevo desembolso previsto para septiembre. Y el gobierno de los Estados Unidos, aval de ese plan, originalmente concebido para el salvataje del oficialismo, rompió el silencio mantenido desde las PASO y anunció su disposición a seguir colaborando con la Argentina, más allá de quien resulte ungido por las urnas en octubre. A todos, parece, les cayó la ficha en la misma semana.Esa repentina iluminación simultánea no fue casualidad. Estuvo precedida, y en gran medida provocada, por la detonante declaración del candidato triunfante en las primarias, Alberto Fernández, luego de su reunión el lunes con una misión política del Fondo: “Quienes han generado esta crisis, el gobierno y el FMI, tienen la responsabilidad de poner fin y revertir la catástrofe social que hoy atraviesa a una porción cada vez mayor de la sociedad argentina”. En una reunión similar en junio, Fernández ya había advertido a los emisarios del Fondo que sus desembolsos sólo servían para financiar la fuga de capitales, esta vez exhibió cifras y gráficos: el 80% de los 44.500 millones de dólares girados hasta el momento tuvieron ese destino, les dijo.
También les recordó que ese dato denunciaba “un incumplimiento flagrante a lo dispuesto por Artículo VI del Acta Constitutiva” del organismo, cuyo primer párrafo dispone que “ningún miembro podrá utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida considerable o continua de capital”. Los emisarios no cuestionaron, al menos públicamente, las reconvenciones de Fernández. Pero el gobierno no ocultó su furia, y sus voceros culparon al candidato de echar leña al fuego, y sabotear el próximo desembolso del FMI. Esos reproches cruzados mostraron que el esperado entendimiento gobierno-FMI-oposición no se iba a materializar, y al día siguiente el mercado hizo sentir su preocupación y su enojo.
Lo que agrava esta crisis, y que ya ha ocurrido otras veces en el país, es la intersección de los problemas políticos con los problemas financieros, que condicionan las posiciones de los diferentes actores y dificultan una solución. Desde el mismo momento en que emergió favorecido de las primarias, Fernández hizo saber, al gobierno y al público, que su principal preocupación era el cuidado de las reservas del Banco Central, cuyo deterioro reduciría significativamente el margen de maniobra de un próximo gobierno para imprimir un rumbo distinto a la economía del país. La preocupación de la administración cambiemita es otra: mantener un dólar estable, aún al precio de sacrificar reservas, convencida de que eso le asegura votos. Las expectativas de los protagonistas son contradictorias.
Las medidas anunciadas esta semana por el ministro de hacienda Hernán Lacunza, y el modo mismo como las anunció, revelan que el gobierno no logra desprenderse del modo electoral y sigue actuando como partido en campaña. Comenzó lo que debía ser una exposición técnica con una arenga política sobre las responsabilidades del partido triunfante en las PASO en la solución de la crisis, y expuso luego cuatro resoluciones orientadas a prorrogar vencimientos de deuda de corto plazo a fin de liberar divisas para arrojar al mercado de cambios y contener el valor del dólar, que es lo mismo que quemar reservas. Las medidas apuntan a evitar una corrida antes de las elecciones, pero no sirven para otra cosa. O sí: pretenden también involucrar en la crisis y en su desenlace al candidato y al partido opositor, cuya aprobación y respaldo demandan.
Todo lo que hizo el gobierno después de la derrota en las PASO y de la turbulencia financiera que le siguió fue convertir a un lenguaje más o menos racional la reacción irracional que tuvo el presidente Macri al día siguiente: culpar de la crisis al partido triunfante por el sólo hecho de haber triunfado. Y exigirle que su candidato se haga cargo solidariamente del problema. La demanda encierra un malentendido doble y deliberado: pretende involucrar a la oposición en la responsabilidad de la crisis (que no la tiene) y en su resolución (para la que seguramente tiene ideas diferentes de las del gobierno). Es cierto que Fernández tiene una responsabilidad solidaria en esta crisis, proporcional al volumen de votos recibido, pero esa responsabilidad es de orden institucional, no metodológico ni, mucho menos, causal.
La responsabilidad metodológica le corresponde al gobierno. Y uno tiene la impresión de que el oficialismo tiende a engañarse en la apreciación de su situación económica del mismo modo como lo ha hecho respecto de su situación política. Pese a que el diagnóstico que se advierte detrás de las medidas anunciadas por el ministro Lacunza luce mucho más realista que el de otros miembros del gobierno, su metodología excesivamente atenta al propósito electoral de estabilizar la plaza cambiaria, y de paso embromar al rival, parece chiquita y al mismo tiempo difícilmente sustentable de aquí a diciembre. Demostró haber sido concebida apresuradamente, contrarió el pedido expreso del candidato opositor para que se cuidaran las reservas, y contribuyó en el plano internacional a intensificar la preocupación de los mercados financieros por un nuevo default argentino.
Motivos de preocupación no les faltan. Los comentaristas políticos acostumbran endulzar nuestros oídos de ciudadanos con frases motivadoras como “treinta y tantos años de ininterrumpida democracia” o “el primer presidente no peronista que llega al final de su mandato”. Las dos son falsas: en diciembre de 2001 hubo un golpe de estado civil que interrumpió la sucesión democrática, y la presidencia de Macri habría volado por el aire a mediados del año pasado, arrastrada por el noveno default de la querida democracia, si no hubiese sido por el protectorado de facto ejercido desde entonces por el gobierno de los Estados Unidos y el FMI.
Ese auxilio preservó las formas pero extendió la agonía. “Si no hubiéramos ido al Fondo, el dólar valdría $60”, justificaba en junio de 2018 el diputado Eduardo Amadeo. Catorce meses después el gobierno tiene dificultades para mantener el dólar en $60, y nosotros cargamos sobre nuestras espaldas una deuda adicional de 50.000 millones de dólares del FMI que sólo sirvieron para alejar por unos meses el fantasma del default y el quiebre institucional. Eso lo saben los mercados, y también lo saben los peronistas, dos actores que no suelen engañarse con fantasías ideológicas porque los guía el más craso pragmatismo.
“Argentina está en un default virtual y escondido”, le dijo Fernández el viernes al Wall Street Journal. “El gobierno de Macri causó un daño similar al que la Argentina sufrió en 2001: un default de la deuda, falta de reservas para contener el dólar, una fuerte devaluación y un incremento en la pobreza”, agregó. Y volvió a insistir en la responsabilidad del FMI en el escenario de las últimas semanas: “Fue un acto de complicidad con el gobierno de Macri. Fue la campaña de reelección más costosa de toda la humanidad”, le dijo al diario estadounidense. Se ocupó además de avisar que no acompañaría las medidas anunciadas por Lacunza: “El mercado sabe hacia dónde se dirigen”, afirmó.
Fernández es sólo un candidato en campaña, y no tiene al mismo tiempo responsabilidades de gobierno que le impidan o restrinjan comportarse en modo electoral. Sabe, y espera, que sus explosivas declaraciones en los dos extremos de la semana pueden contribuir a que todo lo que tenga que estallar lo haga antes de que ponga en marcha su casi seguro mandato, y le despejen el camino para desarrollar sus políticas, orientadas según promete a revertir ocho años de estancamiento económico. También es probable que crea haber cumplido, de algún modo, con su responsabilidad institucional: sacudió la mesa de lugares comunes y comentarios blandos, y obligó a todos a mirar la realidad de frente, de una buena vez.
–Santiago González
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