ALGUIEN QUIERE QUE COMAS BICHOS

Insectofagia, la banalidad del mal y los chupatintas


Autor: Carlitos Schmitt (@xaophilos)

Nota original: https://litoschmitt.substack.com/p/alguien-quiere-que-comas-bichos



Interrumpo la serie de ensayos sobre la educación para tratar sobre un tema más urgente—y más sensacionalista. El miércoles seguimos con la programación prevista…


Si son usuarios regulares de internet, muy probablemente se hayan topado con el evidentísimo impulso mediático para promover el consumo alimenticio de insectos. Es obvio que alguien quiere que comas bichos.

El impulso viene, aparentemente, desde muy arriba: lo promocionan el World Economic Forum, la Unión Europea, las Naciones Unidas, así como todos sus lacayos mediáticos.




Más recientemente, la conspiración de los insectívoros llegó a Sudamérica, particularmente a la República Argentina, en donde el SENASA (“Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria”—ni siquiera pueden hacer una sigla bien) lanzó una invitación al “Primer encuentro nacional de la cadena de valor de insectos para consumo humano y animal” a través de Twitter.






Hay cada vez más articulos de pluma argentina que explican los supuestos beneficios—completamente inventados—que traería comerte un budín de saltamontes: supuestamente bueno para la salud, supuestamente bueno para el medioambiente y supuestamente bueno para evitar la crisis de alimentos malthusiana (artificial) que planean los imbéciles del SENASA.

Estoy seguro que, hoy por hoy, todos los países del mundo tendrán algun equivalente a esta situación—o van a tenerla pronto.

Los problemas de las conspiraciones: la banalidad del mal

Hay una legión de twitteros y bloggeros desvelados que denuncian que la propaganda pro-insectos es parte de un plan sinárquico cósmico para esclavizar al 90% de la población mundial.

No niego que haya conspiraciones mundiales. Puede que las haya. Es más, muy probablemente existan: no es imposible pensar que las acciones particulares que generan degeneración y fealdad en nuestros tiempos estén coordinadas desde lo alto por una mente maestra—mente que, en mi opinión, no es humana, sino demónica. Puede que todo este circo no sea más que un enorme tablero de ajedrez cuyos fines no alcanzamos a ver…

Sin embargo, estoy convencido de que las conspiraciones universales no son incompatibles con el hecho de que quienes las llevan a cabo suelen hacerlo por motivos increíblemente rastreros e imbéciles. Quiero decir: puede ser que el fin mediato o final de hacernos comer bichos sea la esclavización o la degeneración total del ser humano. Sin embargo, el fin inmediato es claramente mucho más anodino, más burdo y no tan premeditado.

Cuando hablamos de estos temas, hay que tener en cuenta lo que algunos filósofos han llamado “la banalidad del mal”. Salvo algunas importantes excepciones en las que el mal es verdaderamente terrible, el mal que hay en el mundo no es fruto de conspiraciones brillantes. Muy por el contrario, el mal es banal, tonto, básico. Los estados de desorden, de inestabilidad y de fealdad surgen más por falta de buena planificación y por acumulación de pequeños vicios particulares que por planes maquiavélicos geniales.

No estoy diciendo que esto hace que el mal sea menos malo. Todo lo contrario: es incluso peor.

Es lo que nos enseña, por ejemplo, el enorme Salustio en su Conjuración de Catilina. Este historiador cuenta cómo la conspiración que casi destruye la República Romana fue una avalancha de pequeños egoísmos y vicios carnales de aristócratas aburridos e intemperantes—ambiciosos y sedientos de estatuas orientales, comidas exóticas y travestis— y no una serie de acciones milimétricamente delimitadas. Incluso la “mente maestra” de esta conspiración, el mismísimo Catilina, estaba llevado por sus pequeñas ambiciones de fama y placer más que por un motivo grandioso de dominación.

Lo único que realmente requiere una planificación cuidadosa por parte de un genio secreto es el bien o cualquiera de sus formas: la belleza, el orden, la paz, etc. Si se me permite una metáfora, construir una catedral bella necesita de planificación e inteligencia; en cambio, cualquier imbécil puede generar un fuego que la destruya o iniciar una avalancha que aplaste todo el pueblo.

La razón por la que parece que el mal es siempre conspirativo o planificado es simplemente que, en este mundo sublunar, el estado inmediato y natural de la materia es el desorden. Sin una inteligencia que imprima orden y propósito a la creación—en este caso, sin una inteligencia que dirija al hombre hacia el bien por la persuasión o por la fuerza—todo degenera en un inmenso caos.

A diferencia del bien y del orden, que requieren cantidades enormes de energía para existir, el desorden y el mal generan, sin ningún tipo de esfuerzo, más desorden. La entropía todo lo traga aplica tanto a la vida moral como a la arquitectura, la política y la naturaleza.

La única razón por la cual la naturaleza parece ‘naturalmente’ ordenada y perfecta es porque hay criaturas invisibles que la animan y la sostienen—algo que toda persona sensata sabe.



Todo esto va a lo siguiente: la mayoría de las conspiraciones tienen como fin inmediato el estómago o los testículos. Nada más. Los “planes mundiales” son, en la mayor parte de los casos, un vejete degenerado que quiere tener un flujo eterno de prostitutas magrebíes y por eso inunda su pueblo de inmigrantes; un diputado que quiere parecer “cool” con sus nietos y legisla en favor de la sodomía universal; un funcionario gordo y pelado que tiene un rencor con los niños del barrio alto, etc etc etc.

Nada más que pequeñas pasiones amplificadas por el poder que circunstancialmente lograron obtener.

Los que quieren que comas bichos

Los que quieren que comas bichos no son necesariamente magos ocultos con planes malignos. Klaus Schwab no es un gran mago satánico: es un funcionario con mucha plata. Una rata con esteroides que hará todo lo posible por obtener un poco más de credito social, una gota más de fama…

Si existe alguien con el poder y la inteligencia para planificar conjuraciones universales, nunca vas a conocer su nombre.

Las más de las veces, los que te quieren destruir son managers patéticos, chupatintas estatales preocupados por sus implantes de cabello, nerds sin amigos que trabajan en fondos de capital de riesgo, legisladores cocainómanos—en resumen, una serie de gusanos disolutos que sólo pueden pensar en sí mismos y en sus estómagos.

Schwab y compañía no mueven nada en este mundo. Son actores, mequetrefes que en tiempos más afortunados hubiesen sido vendedores de kebab o mercaderes de alfombras. Lo mismo a nivel latinoamericano o argentino: los que te quieren vender toda clase de degeneraciones son los Albertos Fernandez, los Baradel, los Larreta; gusanos metamorfoseados que, por algún error del Demiurgo, terminaron manejando un país en vez de un carrito de choripán.




No pueden planificar nada y no quieren planificar nada más allá de la satisfacción inmediata que les da tener los estómagos colmados de medialunas forradas de oro.

La mala noticia es que es tanto más ignominioso que los planes malignos no sean tales, y que detrás de la conspiración universal haya un gordo pelado sin más pretensiones que tener un loft en Miami.

La buena noticia es que estos tipos son completamente contingentes y descartables. No son genios. No son estrategas. No son eminencias grises. No durarán por siempre y es completamente posible revertir la situación.

He aquí una tarea…

¿Por qué quieren que comas bichos?

¿Cuáles son las verdaderas razones?


Dinero

La cría de insectos comestibles es un negocio que aun está en pañales. Si se suman los hechos de que (1) hay pocos competidores; de que (2) no hay regulaciones; de que (3) el negocio presenta enormes márgenes económicos y de que (4) cuenta con un inmenso aparato mediático haciendo fuerza para meterlo en la mente de los internautas, el resultado que obtenemos es una enorme cantidad de dinero para quien lo haga bien.

En ese caso, ¿qué le importa a algún mequetrefe vender insectos infestados de parásitos con tal de vivir eternamente de vacaciones en las Bahamas?


Más dinero y más control estatal

No debe sorprender a nadie que la retórica de la insectofagia venga apoyada fuertemente en motivos green, en la farsa ecológica. “Los insectos generan menos huella de carbono, etc etc”

Como vimos en otro artículo, toda la mentira verde no es más que un medio estatal para sumir todo a su poder. Arguyendo razones ecológicas, el estado y sus secuaces eliminan el poder de las entidades independientes (productores alimentarios independientes, pequeños productores, pymes, etc), lo que les permite monopolizar todos los sectores que deseen.

Pueden leer el artículo aquí: "La farsa verde"

No sería sorprendente que la insectolatría viniera aparejada de fuertes impuestos y otras medidas de fuerza hacia el sector agroganadero.


Más desorden y más dinero

Una vida sana y ordenada, es muy mala para el comercio. La gente que vive feliz y saludablemente en el seno de una cultura, con tradiciones vivas y vínculos humanos fuertes no consume tanto como el individuo atomizado y depresivo de la gran urbe.

Puede que haya algo de esto en los come-bichos: te quieren débil, enfermo, sin tradiciones, sin cultura. ¿Para qué comer un plato típico de tu país un domingo en familia si puedes comer licuados de cucaracha sólo en tu cápsula? Cuando te enfermes, puedes consumir la pastilla… etc., etc., etc.


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Agradecemos la difusión del presente artículo:  

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