DESDOLARIZACIÓN


Malas decisiones políticas y económicas restan credibilidad a la divisa estadounidense e impulsan a buscar alternativas


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota 4 de 5 en la serie “Un mundo multipolar”

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/desdolarizacion/


A

unque sin darle mucho espacio en las entrevistas que ofreció al partir de Beiyín, el presidente francés Emmanuel Macron dejó planteado un tema relevante para quienes como él abogan por un mundo multipolar. Sostuvo que Europa debía ser menos dependiente de la “extraterritorialidad del dólar”, una manera de describir la práctica generalizada de emplear la divisa estadounidense para saldar las transacciones internacionales. Macron no estaba sólo teorizando: la amplia comitiva empresaria que lo acompañó en su visita a China incluyó ejecutivos de la empresa de energía Total, una multinacional francesa, que por primera vez concretó allí una operación denominada en yuanes.

Seguramente el tema figuró en las conversaciones privadas que el francés mantuvo con su par Xi Yinpín. En los últimos años China, Rusia, Irán y otros países se han visto alcanzado por sanciones estadounidenses consistentes en restringir el acceso al sistema financiero mundial, vastamente denominado en dólares, y lógicamente quieren librarse de esas restricciones transando en otras monedas. También hubo quejas entre empresarios europeos sobre esa tendencia de Washington a emplear el dolar como arma, que en algunos casos los ha obligado a cancelar operaciones y cortar lazos con los países sancionados, a riesgo de enfrentar desagradables sanciones secundarias.

El presidente de Brasil Luiz Inacio “Lula” da Silva aterrizó en China una semana después que Macron y dijo cosas parecidas: “Todas las noches me pregunto por qué todos los países están obligados a comerciar en dólares”, contó. “¿Por qué no podemos comerciar con nuestras propias monedas. ¿Quién decidió que el dólar fuera la moneda de reserva tras la desaparición del patrón oro? ¿Por que no el yuan, el real o el peso?”. Lula habló durante la asunción de su discípula Dilma Rousseff como presidente del Nuevo Banco de Desarrollo, una institución financiera con sede en Shanghai creada en 2015 por los países del BRICS. “¿Por qué una institución como el banco del BRICS no puede tener una moneda para financiar las relaciones comerciales entre Brasil y China, entre Brasil y los otros países del BRICS?”, preguntó Lula.

Las palabras del mandatario sonaron cálidas y melodiosas como la música brasileña para la jerarquía china, que desde hace rato quiere sacarse el dólar de encima y reducir su tenencia de títulos del Tesoro estadounidense. Y Beiyín recibió al visitante con la misma alfombra roja que había tendido para el jefe de estado francés, aunque con una coreografía sutilmente adecuada para un presidente izquierdista de un país sudamericano. Mientras Xi Yinpín le daba la bienvenida a Lula una banda militar hacía sonar “Novo tempo”, una canción de Ivan Lins de fines de los setenta que imaginaba cómo sería el mundo tras el ocaso de la dictadura militar brasileña de aquellos años.

En realidad, la idea de “desdolarizar” y usar monedas locales para el intercambio entre los países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que hoy desvela a Lula, tiene ya una década de antigüedad: en 2013, justamente China y Brasil decidieron durante una reunión del grupo conducir sus transacciones comerciales en reales y yuanes. Lo novedoso en esa dirección sería ahora la creación de una moneda de uso común entre los países del BRICS destinada a facilitar sus intercambios, algo que según algunas fuentes podría ver la luz ya en agosto, cuando los cinco celebren su cumbre anual en Sudáfrica. Afectada por las sanciones occidentales, Rusia respalda calurosamente la iniciativa, y propone abrir el grupo a nuevas incorporaciones.

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Es imposible entender las múltiples iniciativas apuntadas a “desdolarizar” el intercambio mundial sin explicar primero cómo fue que se “dolarizó”. Antes de las guerras europeas, la divisa dominante en el mundo era la libra esterlina, lo que se correspondía con el lugar que la economía británica ocupaba en el planeta. Después de las guerras, la preferencia se dirigió hacia el dólar: Europa estaba destruida y gran parte de las reservas mundiales de oro habían buscado refugio en los Estados Unidos. Washington sancionó ese lugar privilegiado en los acuerdos de Bretton Woods, que consagraron al dólar como moneda de intercambio. Para muchos estados, hacia fines de los sesenta el dólar aventajaba al oro como reserva de valor.

Sin embargo, para esa misma fecha, un acuerdo entre los bancos centrales de los Estados Unidos y Europa destinado a mantener la correspondencia entre el dólar y su respaldo en oro (el London Gold Pool) resultó imposible de sostener, y en 1971 los Estados Unidos, enfrentados a una crisis en su balanza de pagos, desligaron oficialmente el dólar de sus reservas de oro. Desde entonces, el valor del dólar no ha estado sostenido por la riqueza estadounidense en sí sino más bien por la demanda que esa moneda tiene en el mundo como medio de atesoramiento e intercambio. Con dos apuntalamientos formidables: los organismos financieros internacionales, que otorgan sus préstamos en dólares, y “atan” a los receptores a esa moneda, y los “petrodólares”, la práctica de denominar en dólares el comercio mundial de hidrocarburos.

Esto le permitió a los Estados Unidos emitir dinero en proporciones kirchneristas y darse una vida regalada porque siempre hubo demanda para sus dólares, cosa que lamentablemente no ocurre con nuestros pesos. El inversionista norteamericano Peter Schiff, cuyo descarnado realismo recuerda al de nuestro Carlos Maslatón, lo expuso de manera impecable: La dolarización de las finanzas mundiales, dijo, “nos permite vivir por encima de nuestros medios. Podemos consumir toda clase de cosas que no producimos. Y la única razón por la que podemos hacerlo es porque imprimimos dinero que no nos cuesta nada, y nuestros socios comerciales aceptan eso en lugar de bienes reales. Si perdemos ese privilegio, nuestro estándar de vida va a implosionar.”

Para hacernos una idea de la dimensión del privilegio al que alude Schiff, veamos cómo lo describe Amit Bansal, un militar indio retirado que suele ocuparse de asuntos internacionales: “Para fines de los noventa, casi el 90% del comercio mundial se pactaba en dólares”, escribió Bansal. “El atesoramiento crecía, y se imprimían más dólares para cubrir esa demanda. Hoy, contra reservas en oro de casi 500.000 millones de dólares, han emitido divisas por casi cuatro billlones, y bonos del Tesoro por otros 38 billones, lo que equivale a casi 80 veces las reservas totales del Tesoro estadounidense.” Situación singular que implica una extraordinaria, e injustificada, transferencia de recursos desde el resto del mundo a los Estados Unidos.

Pero los políticos siempre se encargan de arruinarlo todo. Desde que neoconservadores y globalistas tomaron el control de la política exterior estadounidense, comenzaron a usar ese privilegio monetario como herramienta para imponer sanciones a los países cuyas voluntades pretenden torcer. Así lo hicieron con China, Irán y varios otros, incluida Rusia, a la que el año pasado le congelaron 300.000 millones de dólares, aproximadamente la mitad de sus reservas, además de expulsarla del sistema internacional de pagos Swift. Naturalmente, son esos países los que, forzados de hecho a conducir sus intercambios en otras denominaciones, ahora están a la cabeza de la campaña desdolarizadora, a la que se suman gustosos sus socios en el BRICS y otros que no lo son.

“Hay infinitas razones por las que el mundo querría deshacerse de los dólares y no depender del dólar estadounidense como moneda de reserva. Pero nosotros le regalamos otra,” comentó el inversionista Schiff. “Al imponer sanciones económicas contra Rusia, el gobierno de Biden puso efectivamente de relieve lo peligroso que es que los Estados Unidos disfruten de este privilegio. Hemos atemorizado al mundo al punto de que prefiera librarse de los dólares, algo que deberían hacer de cualquier modo porque va en la dirección de sus intereses.” Para el economista Peter Earle, “no sólo fue el empleo político del dólar lo que impulsó a los más variados actores a alejarse de él, sino también opciones de política económica cada vez más equivocadas”. Citó como ejemplos las decisiones adoptadas a propósito de la crisis de las hipotecas de 2008 y la crisis del covid de 2020.

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Si en algo parecen coincidir los observadores es en que la desdolarización de la economía mundial es un proceso en marcha, que ya venía insinuándose por lo menos desde hace una década, y que los acontecimientos recientes no han hecho sino acelerar en beneficio de otras opciones. Según el Fondo Monetario Internacional, el peso del dólar en las reservas de divisas se redujo del 71% en 1999 al 57% en 2021, y continúa declinando. Se espera que el empleo mundial del dólar como moneda de atesoramiento siga cayendo hasta el 40-45% en los próximos dos a tres años. Según el FMI, los que se alejaron del dolar tomaron dos direcciones: “un cuarto hacia el renminbi [nombre oficial de la moneda china], y tres cuartos hacia las divisas de países más pequeños con un papel más limitado como monedas de reserva.”

El eclipse de los “petrodólares” parece acentuar esa tendencia. El reciente distanciamiento entre Arabia Saudí y los Estados Unidos, los nuevos realineamientos geopolíticos observados en el medio oriente, y la suscripción de negocios petroleros en denominaciones distintas del dólar plantean serios interrogantes en ese sentido. “El mercado del petróleo, y por extensión todo el mercado mundial de commodities, es la póliza que asegura la posición del dólar como moneda de reserva”, dijo al Wall Street Journal el economista Gal Luft. “Si se quita ese ladrillo, todo el muro comenzará a desplomarse”.

En un informe publicado a mediados del año pasado, el World Gold Council dijo que el 80 por ciento de los 57 bancos centrales encuestados por ellos planeaba expandir sus reservas en oro, especialmente los vinculados a mercados emergentes y economías en desarrollo, invocando “desplazamientos en el poder económico mundial” como factor relevante de sus decisiones. Un 42 por ciento preveía una declinación proporcional del dólar en el total de reservas durante los próximos cinco años, y mencionaba como causa la menor confianza que despertaba como reserva mundial de valor.

La búsqueda de una moneda propia por parte de los países del BRICS aparece así menos como una aventura de países ideológicamente opuestos a Occidente que como una respuesta razonable de política económica frente a un mundo cuya configuración económica y geopolítica se muestra singularmente fluida. Según la consultora económica británica Acorn, los países del BRICS ya han superado al G7 (Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Francia, Italia, Alemania y Japón) en términos de PBI basado en la paridad de poder de compra. Los cinco países del BRICS, que representan el 41 por ciento de la población mundial y el 16 por ciento del comercio internacional, aportan casi el 31,5% del PBI del mundo, frente al 30,7 por ciento de los países del G7. –S.G.

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