GUERRA O PAZ: ELLOS TENDRÁN QUE ELEGIR


Los norteamericanos tendrán que elegir


¿Se alejarán los votantes de las eternas guerras en las próximas elecciones?


Autor: Douglas Macgregor

Nota orginal: https://www.theamericanconservative.com/americans-must-choose/

En inglés al pie.


Elegir ir a la guerra es la más importante decisión política que efectúa Washington en nombre del pueblo de los EEUU. La guerra afecta profundamente la economía doméstica y la carnicería humana que crea no se limita a suelo extranjero. Sin embargo, la última vez que los votantes fueron convocados a opinar sobre terminar una guerra fue en 1968, cuando Nixon prometió terminar el conflicto en Vietnam y diseñar una retirada honorable.

Una vez más, los norteamericanos deberán elegir. ¿Apoyarán esta guerra proxy cada vez más virulenta en Ucrania, un subproducto de la prosecución de la hegemonía global por parte de Washington? ¿O los norteamericanos exigirán que Washington proteja las fronteras del país, asegure el estado de derecho, respete las culturas y las tradiciones de naciones diferentes a nosotros, y comercie libremente con todas las naciones, al mismo tiempo que proteja la prosperidad de los EEUU, de su comercio y de sus ciudadanos?

El sistema financiero y económico está a riesgo de fallar catastróficamente. Y Ucrania está perdiendo la lucha con Rusia. A menos que los norteamericanos exijan un nuevo rumbo en política exterior esta vez, como hicieron en 1968, cederán el control sobre sus vidas y sus ingresos a la élite de Washington para su orgía de gasto y su peligrosa guerra proxy contra Rusia y para el arbitrario ejercicio del poder estatal contra los ciudadanos norteamericanos en su propio suelo. 

Después de la Segunda Guerra Mundial, los EEUU emergieron con la más dinámica y productiva base científico-industrial, una fuerza de labor altamente calificada, una cultura fuerte, una sociedad cohesionada. Para el momento en que Dwight D. Eisenhower le entregó el mando a John F. Kennedy, no había ninguna materia de significancia estratégica en cualquier lugar del mundo sobre la cuál la superpotencia norteamericana no pudiera influenciar en forma decisiva. El poder militar de los EEUU estaba en todos lados.

Washington estaba fascinado con su habilidad de intervenir a su gusto en los asuntos de naciones y pueblos con los que los norteamericanos antes jamás habían interactuado. Cautivados por la ilusión de poder infinito, los presidentes Kennedy y Lyndon B. Johnson no perdieron el tiempo en buscar oportunidades para remodelar al mundo a imagen y semejanza de los EEUU.

La Guerra de Vietnam trajo sobriedad al electorado norteamericano, pero luego de la victoria de los EEUU en la Guerra Fría en 1991, los presidentes borraron la diferencia entre guerra y paz. En la confusión resultante, la imprudente persecución de la hegemonía militar global y el internacionalismo moralizante que inspiró la intervención en Vietnam volvió a ganar su antigua popularidad.

La clase gobernante de Washington ignoró la máxima prioridad en todos los temas de estrategia nacional: primero y antes que nada, el perenne imperativo de preservan el poder nacional. Mientras los líderes norteamericanos comprometían soldados, marinos, miembros de la Fuerza Aérea e infantes de marina a las interminables intervenciones en el sudeste asiático, el Caribe, los Balcanes, Afganistán, Iraq, Siria, Libia y África Subsahariana, la participación de los EEUU en el PBI mundial bajó del 40% en 1960 a un aproximado 24% en el 2022.

Los trabajadores norteamericanos perdieron terreno a medida de que las multinacionales con sede en los EEUU cerraron las fuentes de trabajo y enviaban el empleo a China y otras partes de Asia. Virtualmente todos los beneficios materiales asociados con el crecimiento económico de estos últimos 50 años fueron a los norteamericanos ubicados en la mitad superior de la pirámide de ingresos del país.

En un informe llamado "Operación Medioambiental conjunta 2008" los autores advirtieron al comité asesor del gobierno que "Cualquier descenso de México en el caos demandaría una respuesta de los EEUU basada en las serias implicancias que tendrá para la seguridad doméstica". El informe no llamó la atención de la administración Obama y las actuales élites que comandan Washington no parecen más interesadas hoy que lo que estuvieron en el 2009.

Contra un telón de fondo de decaimiento social, político y económico, el presidente y el Congreso [de EEUU] ignoran la desintegración de la sociedad civil en México. Los carteles de droga mejicanos (con asistencia de ayuda desde Cuba y Venezuela) no sólo invaden los EEUU con impunidad,  sino que expanden su violencia a toda la sociedad norteamericana.

Sin embargo, no es la metástasis del cáncer de criminalidad del Río Grande en lo que hace foco el Presidente Biden y sus Congreso obediente.  Hace foco en la guerra proxy  en Ucrania.

Cuando se trata de gastos en defensa y el dinero de los donantes de las campañas políticas, México no puede competir con Rusia y China. Washington toma como una cuestión de fe que una Ucrania dividida, a usanza y semejanza de la Alemania Dividida podrá ser la piedra basal de una nueva Guerra Fría con Moscú que durará por décadas. Al agregar a China en este nuevo "Eje de la Maldad" es simplemente agregar la frutilla al postre para los halcones del departamento de defensa y sus lobbistas y donantes.

¿Es Washington serio? ¿O es este nuevo, embrionario paradigma de Guerra Fría una manera intelignte de garantizar un fondeo continuo a Defensa y lucrativas donaciones a "the Hill" [el Capitolio de EEUU]? ¿Son las nuevas amenazas en el exterior diseñadas, también, para silenciar las voces disidentes en el ámbito doméstico y comandar obediencia interna por parte del pueblo de los EEUU? Son preguntas pertinentes.

Si las amenazas de la frontera sur han de ser ignoradas, entonces Washington debería enfrentar la falta de integrantes en las Fuerzas Armadas de EEUU, que son inadecuadas en tamaño y existe una decrepitud general en el Ejército regular. Guerra contra una fuerza continental como Rusia, así como la seguridad en la frontera del Río Grande, demanda fuerzas terrestres poderosas a futuro.

Moscú no aguantará mucho tiempo más las acciones agresivas de Washington que tiene por objeto obstaculizar la instalación de Rusia en Ucrania. Moscú no está en la garra de una necesidad hitleriania de conquista, pero al colocar armas en Ucrania, Washington amenaza a Moscú.

Si parafraseamos al ex secretario de defensa Bob Gates, cualquier presidente o político norteamericano que este dispuestos a arriesgar una guerra convencional por posesión territorial con Rusia debe tener en cabeza examinada, o como mínimo, merece tratamiento psiquiátrico. Lo mismo puede decirse de cualquiera en Washington que quiera entrar en una disputa nuclear con Moscú.

Es tiempo de elegir, una vez más. ¿Qué clase de república quieren los norteamericanos? ¿Qué clase de política externa quieren los norteamericanos?´


* * *

Sobre el autor:

Douglas Macgregor

Douglas Macgregor, Col. (ret.) es miembro jerárquico de "The American Conservative", ex asesor de la Secretaría de Defensa durante la administración Trump, y veterano condecorado, autor de cinco libros.


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Comentario de Restaurar: A diferencia del autor, creemos que el responsable del tráfico de drogas no es México sino la propia élite de Washington a la que, con criterio, critica. Es imposible el tráfico de cocaína desde México, o el de heroína desde Afganistán - ocupada por 20 años por el ejército de EEUU - sin la voluntad y corresponsabilidad de autoridades norteamericanas.  Los carteles mejicanos son simplemente "contractors", como en tantos otros casas. 








Americans Must Choose

Will voters compel a shift away from endless foreign wars in the upcoming election?

Military mobility continues in Bakhmut frontline
(Photo by Muhammed Enes Yildirim/Anadolu Agency via Getty Images)

Choosing war is the most important policy decision Washington makes on behalf of the American people. War profoundly affects the domestic economy, and the human carnage it creates is not limited to foreign soil. Yet, the last time American voters compelled a fundamental policy shift away from war was in 1968, when Nixon promised to end the Vietnam conflict and devise an honorable exit.

Once again, Americans must choose. Will Americans continue to support escalating proxy war in Ukraine, a byproduct of Washington’s pursuit of global hegemony? Or will Americans demand that Washington defend America’s borders, maintain a republic that upholds the rule of law, respect the cultures and traditions of nations different from us, and trade freely with all nations, even as it protects America’s economic prosperity, its commerce, and its citizens? 

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The American financial and economic system is at risk of failing catastrophically. And Ukraine is losing the fight with Russia. Unless Americans demand new directions in foreign policy now, as they did in 1968, they will surrender control over their lives and incomes to the Washington elite’s orgy of spending on a dangerous proxy war against Russia and the arbitrary exercise of state power against American citizens at home.

After World War II, the United States emerged with the world’s most dynamic and productive scientific-industrial base, a highly skilled labor force, and a culturally strong, cohesive society. By the time Dwight D. Eisenhower turned over the presidency to John F. Kennedy, there was no matter of strategic significance anywhere in the world over which the American superpower could not assert a decisive influence. American military power was everywhere.

Washington was enthralled with its ability to intervene at will in the affairs of nations and peoples that Americans had not previously encountered. Captivated by the illusion of limitless power, Presidents Kennedy and Lyndon B. Johnson wasted no time looking for opportunities to reshape the world in America’s image.

The Vietnam War sobered up the American electorate, but after America’s Cold War victory in 1991, presidents have blurred the distinctions between war and peace. In the resulting confusion, the reckless pursuit of global military hegemony and the moralizing internationalism that inspired intervention in Vietnam regained its old popularity.

Washington’s ruling class has ignored the top priority in all matters of national strategy: first and foremost, the enduring imperative to preserve American national power. As America’s leaders committed American soldiers, sailors, airmen, and Marines to endless interventions in Southeast Asia, the Caribbean Basin, the Balkans, Afghanistan, Iraq, Syria, Libya, and sub-Saharan Africa, America’s share of global GDP fell from 40 percent in 1960 to roughly 24 percent in 2022.

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American workers lost ground as U.S. multinational corporations cut their workforces and sent jobs to China and other parts of Asia. Virtually all the material benefits associated with economic growth in the last fifty years went to Americans in the upper half of the income distribution.

In a report called “Joint Operating Environment 2008,” the authors warned the Joint Chiefs of Staff, “Any descent by Mexico into chaos would demand an American response based on the serious implications for homeland security alone.” The report did not command the attention of the Obama administration and Washington’s current political elites seem no more interested today than they were in 2009. 

Against this backdrop of social, political, and economic decay, the president and Congress are effectively ignoring the disintegration of civil society in Mexico. Mexican drug cartels (with the assistance of enablers in Cuba and Venezuela) are not only invading America with impunity. The cartels are also exposing Americans to criminal violence in their own country.

Yet it is not the metastasizing cancer of criminality on the Rio Grande that is the strategic focus for President Biden and his compliant congress. It is the proxy war in Ukraine.

When it comes to defense spending and donor money, Mexico cannot compete with Russia or China. Washington takes it as a matter of faith that a divided Ukraine on the model of a divided Germany will support a new Cold War with Moscow for decades. Adding China to the new “axis of evil” is simply icing on the cake for defense hawks and their donors.

Is Washington serious? Or is the new, budding Cold War paradigm simply a clever way to guarantee a steady stream of funding for Defense and lucrative donations for the Hill? Are the new threats abroad also designed to silence dissident voices at home and command domestic obedience from the American People? These are fair questions.

If the threats south of the border must be ignored, then Washington should face up to the American military’s shortage of quality manpower, the woefully inadequate size, and general decrepitude of America’s regular Army. War with a continental power like Russia, just as true security along the Rio Grande, demands powerful land forces-in-being.

Moscow will not put up much longer with Washington’s aggressive actions to stymie Russia in Ukraine. Moscow is not in the grip of Hitlerian lust for conquest, but Washington’s weaponization of Ukraine is an existential threat to Moscow.

To paraphrase former Secretary of Defense Bob Gates, any American president or politician who is willing to risk a high-end conventional land war with Russia should have his head examined, or at a minimum, deserves serious psychiatric care. The same must be said of anyone in Washington who wants to engage in nuclear brinksmanship with Moscow.

It is time to choose again. What kind of Republic do Americans want? What kind of foreign policy do Americans want?

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