LA VENCIDA

 


Esas dos experiencias fracasaron, pero con costos enormes para el bienestar de la gente, el patrimonio nacional y el destino de la Argentina como país independiente



Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/la-vencida/


Milei redobla la apuesta para imponer a una población abatida políticas de disciplina económica y social que ya fracasaron dos veces


avier Milei se dio cuenta de que no hay en el país oposición en condiciones de hacerle frente, y en su primer discurso ante el Congreso se dedicó consciente y deliberadamente a humillar, insultar y desafiar a quienes considera sus rivales: políticos (gobernadores, legisladores), sindicalistas, dirigentes sociales, ciertos empresarios. A dos de ellos los mencionó por sus nombres -Cristina Kirchner y Sergio Massa- para colocarlos como emblema del campo enemigo en mérito a su pésima imagen. Y en un ejercicio supremo de desprecio, después de haberlos fustigado sin descanso durante más de una hora de discurso, invitó a todos ellos a agachar la cabeza, lamer la mano de amo, y plegarse a sus designios. O quedar para siempre marcados por la infamia y el oprobio.

Pese a su debilidad de origen -no tiene partido, no tiene gobernadores, tiene pocos legisladores- el presidente se dio el lujo de hacer semejante demostración de fuerza porque el peronismo, amaestrado y domesticado por los Kirchner de manera no muy distinta de la que emplea Milei, carece hoy de identidad, propósitos y dirigentes. El PRO marcha hacia su disolución bajo la firme guía de Patricia Bullrich, decidida a fundirlo con el oficialismo libertario no obstante la resistencia tardía y desganada de Mauricio Macri. El radicalismo sigue atrapado en su perplejidad histórica, que le impide tomar posición en los momentos críticos porque teme perder los resortes de poder que controla bajo cuerda. El resto no es más molesto que una oleada de mosquitos.

En un país con los niveles de pobreza e indigencia que muestra la Argentina, y con una enorme mayoría de trabajadores informales o independientes, el poder de los otrora poderosos sindicatos es más un recuerdo folklórico que un arma eficaz, excepto en algunos gremios puntuales como bancarios o camioneros. De manera que el único frente de batalla que a los ojos de Milei aparece como significativo es el que le plantean los gobernadores, a los que tal vez injustamente atribuye el fracaso de su ley ómnibus en el Congreso. El ataque feroz que lanzó contra el de Chubut, mayormente un aliado, sólo se explica en el marco de esa percepción. Pero el presidente cree haber descubierto el arma capaz de doblegar cualquier conato de independencia provinciana: la plata.

En un ejercicio retórico lindante con la perversión, Milei se presentó como lo distinto: “Nosotros no vinimos a jugar el juego mediocre de la política, no vinimos a prestarnos al toma y daca de siempre”, dijo en su discurso. Y de inmediato les propuso a los gobernadores ese mismo juego, como si se tratara del único lenguaje que a su juicio entienden. Les planteó una especie de acuerdo, que llamó Pacto de Mayo, pero con condiciones, instruyendo a sus ministros a que “convoquen a los gobernadores de todas las provincias argentinas a la Casa Rosada para firmar un pre acuerdo y sancionar tanto la ley bases [ley ómnibus] como un paquete de alivio fiscal para las provincias.” Plata a cambio de las leyes que supuestamente sabotearon. Toma y daca.

La oferta vino acompañada de su correspondiente cuota de humillación: “Debo ser honesto en decirles que no tengo demasiadas esperanzas de que tomen este camino. Creo que la corrupción, la mezquindad y el egoísmo están demasiado extendidos. Pero si bien no tengo demasiadas esperanzas, tampoco las he perdido”, les dijo a los gobernadores. Y acto seguido, como si hiciera falta, les bajó todavía más el precio: “Quiero ser claro acerca de la naturaleza de esta convocatoria: nuestras convicciones son inalterables. Ordenaremos las cuentas fiscales de la Argentina con o sin la ayuda del resto de la dirigencia política.” La invitación, quiso decir, no tiene propósitos prácticos sino sólo dejar en evidencia a quienes “se resisten a perder sus privilegios, sus negocios o su comodidad.”

Milei dedicó la primera y más extensa parte de su discurso a describir la deplorable herencia arrojada por veinte años de kirchnerismo, con entreacto incluido. Es imposible no compartir esa descripción, salvando su insistencia en poner el foco en el robo de gallinas y hacer la vista gorda respecto del robo del gallinero. Lo primero es fácilmente comprensible para el público, y sumamente irritante porque entraña privilegios y desigualdades que se sufren a flor de piel. Lo segundo es difícil de explicar de manera sencilla, suele afectar la integridad o el patrimonio nacional, y sus actores no son caras conocidas de la política o la economía sino esos personajes misteriosos, elegantemente acompañados, que a veces exclaman “¡Viva la libertad!” desde los palcos del Congreso.

En ese marco, el presidente propuso en su mensaje otras nueve leyes “anticasta”, de las cuales seis se ocupan de tonterías capaces de emocionar al público, y tres tocan temas que merecen la atención, dos sindicales y uno político. Es importante legislar sobre la democracia interna en los sindicatos y limitar la reelección de sus dirigentes, aunque es dudosa la prudencia de hacerlo en momentos de peligrosa conflictividad como los que se avecinan. En cambio es muy acertado dar prioridad a los convenios colectivos por empresa respecto de los sectoriales: protege a las pymes. También es razonable eliminar el financiamiento público de los partidos: sólo ha servido para hacer negocios con los “sellos de goma”, y no ha reducido la influencia de los “donantes privados” en la política.

Pero el corazón de la parte propositiva del mensaje presidencial, la “novedad” que sus voceros venían anticipando a lo largo de la semana aunque al parecer ninguno sabía bien de qué se trataba, fue el llamado Pacto de Mayo, un documento de diez puntos cuyas veleidades fundacionales no guardan proporción con su modesto contenido -algunas precisiones muy concretas, las que le importan a Milei, junto a transitadas expresiones de deseos-, y que el gobierno presentó separadamente, impreso con una tipografía cuyo estilo evoca el de las actas y pactos que precedieron a la sanción de la Constitución Nacional.

“La realidad es que hoy nos encontramos frente a un punto de inflexión”, dijo el presidente. “La crisis que hemos caracterizado es mucho más profunda que simplemente material: es una crisis de horizonte porque todo lo que hemos probado los argentinos en los últimos 100 años ha fracasado. Ya no quedan opciones: la conclusión lógica es que la única alternativa posible es hacer algo diametralmente distinto a lo que se ha hecho en el pasado. Eso es lo que estamos intentando hacer nosotros: volver a las bases volver a las ideas que hicieron grande a este país.”

La afirmación presidencial merece por lo menos dos observaciones. Primero, no todo lo que se hizo en los últimos 100 años fracasó: en ese lapso, la Argentina como país conoció por lo menos dos momentos muy buenos, envidiables si los miramos desde hoy, con excelentes niveles de desarrollo económico y humano. Sería mucho más útil estudiar esos momentos, y las razones por las que se frustraron, que descartarlos en bloque. La aseveración de Milei habría resultado acertada si se hubiese limitado a los últimos 50 años, que no tienen redención posible.

La segunda observación sobre el postulado del mandatario tiene que ver con la idea de que la solución para nuestros problemas pasa por hacer exactamente lo opuesto de lo que se hizo en el pasado. Esto, dicho así, es un disparate: ¿De qué pasado habla Milei? Supongo que se refiere a los últimos 100 años. ¿El de Perón, entonces, el de Onganía, el de Videla, el de Alfonsín, el de Menem, el de Kirchner, por mencionar sólo a los que dejaron una huella más marcada, todos distintos entre sí? ¿Lo opuesto a qué, de toda esa serie, deberíamos hacer?

Milei parece dar una pista cuando propone “volver a las bases, a las ideas que hicieron grande a este país”. Cuando usa la palabra “bases” -como en los dos megaproyectos que envió al Congreso- el presidente remite a Alberdi, a quien debemos la Constitución Nacional pero no la construcción nacional. Quienes hicieron grande a este país, quienes lo organizaron, le dieron códigos e instituciones, le proporcionaron educación y salud, los que aprovecharon el marco constitucional de Alberdi para poner a la Argentina al tope de las naciones del mundo fueron los miembros de la generación del 80, todos profundamente patriotas, nacionalistas, industrialistas y proteccionistas. Como el propio Alberdi, por otra parte, que era liberal pero no tonto.

Detrás de las palabras del presidente asoma su rostro desagradable una vieja grieta que nos viene enfrentando a los argentinos desde hace mucho tiempo, atizada por quienes se benefician de nuestra desunión. Hace algunos años, los términos de esa separación se distinguían según unas tríadas que la definían a lo largo de la historia: San Martín-Rosas-Perón, para los nacionalistas; Mayo-Caseros-Libertadora, para los liberales, que no creen en personalismos. ¿Quién falta aquí, quién no encaja? Julio Argentino Roca, el fundador de la nación moderna, el hacedor, el estadista. Liberal y nacionalista, inasible para las facciones.

La “vuelta a las ideas que hicieron grande a este país” es una frase efectista, pero vacía de contenido. Las ideas no agrandan ni empequeñecen nada, sólo brindan un marco ideológico e institucional para la acción, y ese marco -salvada la desdichada reforma de 1994- sigue en pie, está vigente, no necesitamos volver a él porque nunca nos fuimos, por lo menos desde 1983: sólo hay que aplicarlo. Lo que hizo grande a este país no fueron las ideas por sí mismas, sino la traducción de esas ideas en hechos, la visión estratégica, la gestión administrativa. En suma, la política, la sabiduría política de toda una generación.

Los diez puntos del Pacto de Mayo que Milei propuso no sólo a los gobernadores, sino también a los líderes políticos y los ex presidentes (eufemismo por Mauricio Macri), carecen de cualquier visión estratégica, no postulan un rumbo ni configuran un destino, están despojados de ese “proyecto sugestivo de vida en común” que Ortega y Gasset consideraba intrínseco a la idea de nación. Son en el mejor de los casos reglas de comportamiento tendientes a asegurar que el capital extranjero no encuentre obstáculos para explotar los recursos naturales y humanos del país, ni desórdenes o arbitrariedades administrativas que afecten sus operaciones.

Esos eventuales inversionistas extranjeros fueron en realidad los destinatarios de toda la gestión de Milei hasta el día de la fecha: a ellos estuvieron dirigidos los proyectos más controvertidos de sus dos poderosos instrumentos normativos -el decreto de necesidad y urgencia y la ley ómnibus-, a ellos estuvo dirigida la estrategia de poner innecesariamente la economía nacional en coma inducido para impresionarlos con la velocidad de los resultados, a ellos estuvo dirigido en definitiva el primer mensaje del presidente ante el Congreso nacional. Milei lo dejó inadvertidamente en evidencia en el último párrafo de su discurso de más de una hora cuando se dirigió por fin “a los argentinos” (¿a quién le había hablado hasta entonces?) para pedirles paciencia y confianza.

Milei, ¡ay!, está muy lejos de Roca y muy cerca de Martínez de Hoz y de Menem, al que reivindicó en un tramo de su discurso. Sus diez puntos apuntan en la misma dirección de las políticas que se intentaron aplicar en la década de 1970 y en la década de 1990, ambas alejadas y más bien contrarias a cualquier programa soberano. Esas dos experiencias fracasaron, pero con costos enormes para el bienestar de la gente, el patrimonio nacional y el destino de la Argentina como país independiente, y ahora estamos frente a lo que parece ser la tercera. Consciente de la postración política, social y económica en que se encuentra el país que le tocó gobernar, el presidente confía en que pueda ser la vencida.

–Santiago González


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