¿QUÉ ES EL MARXISMO CULTURAL?

- ¿Qué queremos?
- Drogas y mutilación.
¿Cuándo lo queremos?
- Ahora.
- ¡Je, je, jo, jo!
- Los que odian a los trans deben ser eliminados.


Dicho sea de paso, patologizar lo normal y normalizar lo patológico es una de las tantas inversiones luciferinas de la izquierda.



Uno cortito.





Autor: reaxionario (@reaxionario)





Hace un rato escuché a la diputada Lemoine en el programa de Tenembaum. En el ala “batalla cultural” de la gestión del Presidente Milei, Lilia me parece una de las más importantes figuras, no sólo porque desde que asumió no ha hecho más que mejorar en sus declaraciones, sino porque no le esquiva a meterse en complejas discusiones de teoría política


En un momento, Lemoine habló del marxismo cultural, ante lo cual el periodista le retrucó con la pregunta lógica — ¿qué es el marxismo cultural? — que si no me equivoco también se la hizo a Agustín Laje en otra entrevista. Yo sé y Tenembaum también sabe que una manera sencilla de agarrar a la derecha en offside, por el simple hecho de que es bastante difícil de responder o al menos de responder bien.


Es una pregunta que todos tememos en mayor o menor medida, en el contexto que sea. La mayoría directamente no puede responderla, y quienes pueden hacerlo requieren tiempo y quizás un oyente con cierto nivel de preparación — y aún así suele dejar la sensación de que se podría haber hecho mejor. Me ha pasado mil veces.


Para mí, con todo el respeto que merecen ambos, ni Laje ni Lemoine dieron una respuesta satisfactoria, y el escurridizo periodista se fue a su casa una vez más con la carta que siempre cumple. Quiero terminar con eso de una vez por todas. Si esto llega a la diputada Lemoine, muchas gracias por leer.


Ahora sí, ¿qué es el marxismo cultural?


En términos prácticos, el marxismo es la lucha de clases. Mientras más evidente sea la división entre opresores y oprimidos, más cerca estará una sociedad de la revolución, de la subsiguiente dictadura del proletariado, y finalmente de la utopía comunista. En los papeles por lo menos.


Para los marxistas, toda armonía social es mera apariencia. Es una calma despótica, bajo la cual están reprimidas innumerables contradicciones internas y relaciones de poder esperando ser descubiertas. En otras palabras, las sociedades más saludables son en realidad las más enfermas porque ni siquiera empezaron a tratar sus problemas, como esas familias “felices” donde todos se odian en secreto. Si creés que estás bien, es porque estás mal. Dicho sea de paso, patologizar lo normal y normalizar lo patológico es una de las tantas inversiones luciferinas de la izquierda.


Por supuesto, como no se puede hacer la revolución si la gente se lleva más o menos bien, el deber del marxista es romper con esta ilusión de paz. Donde no hay discordia, debe crearla; donde sí hay, debe asegurarse de que nunca termine. De ahí la infiltración en los movimientos obreros, por ejemplo. Para el marxista, la paz es derrota.


El proceso a través del cual se fabrica y sostiene el conflicto puede resumirse así:

  • Hallar una minoría susceptible de ser percibida como oprimida, o crearla a partir de alguna característica común.
  • A través de la propaganda, definirla y hacerla consciente del lugar que ocupa en la superestructura de dominación.
  • Una vez creada la conciencia de clase, mostrarle la solución o “liberación”.

Al final de este proceso, donde antes existía un pueblo, ahora hay coaliciones de minorías que van creciendo a medida que la izquierda hace su trabajo arqueológico de desenterrar conflictos “tapados” por una cubierta de falsa conciencia.


Y la manera más efectiva de lograr esto es a través de la cultura. Cada canción, película, libro o videojuego mainstream, con excepciones que se destacan por escasas, apunta de alguna manera a la profundización de la lucha de clases. Hombres contra mujeres, negros contra blancos, patrones contra empleado, gente “trans” contra gente “cis” — todo se cocina en la academia y llega a la gente a través de los diferentes medios masivos.


Finalmente, en la cima de todo esto y cosechando los mayores beneficios, la agrupación política que se ofrece como emancipadora, que otorga beneficios — “derechos” — a cambio de lealtad, que se traduce en militancia y votos.


El marxismo cultural, por lo tanto, es una metodología de creación y difusión de propaganda de lucha de clases que en la praxis sirve para crear reciprocidad entre minorías “oprimidas” y líderes políticos “liberadores” en contra de un sistema “opresor” más o menos tangible, que suele ser la sociedad en su conjunto. La sociedad es homofóbica; la sociedad odia a las mujeres; la sociedad discrimina a los gordos. Cada medida de gobierno implica la rectificación de una injusticia — una victoria del más débil sobre el más fuerte.


El problema de todo esto, sin embargo, es que es una gran ficción. La revolución no estalla, el paraíso igualitario nunca llega. Tampoco la izquierda desnuda ninguna tensión oculta bajo una superficie de coexistencia pacífica, porque eso sólo existe en la imaginación de los intelectuales. Alguien como Tenembaum dirá que no, que eso es progreso, pero es mentira.


El único resultado concreto de la aplicación del marxismo cultural es la disolución social, y su único fin es la acumulación de poder. Todo lo demás es superfluo.

Para un análisis más detallado, recomiendo mi serie de ensayos La Izquierda y el Poder.


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