FRUTAS TROPICALES

Autor: Marcelo Posada @mgposada


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ResturAR entregó la historia de Cecilia hija de productores jujeños. Ellos, en su pequeña explotación de 6 hectáreas producen, entre otras cosas, bananas y paltas. En el texto se señala cómo esa actividad les permitía generar ingresos suficientes para vivir pero que hacia fines de la década ya eran reducidos. El cambio en las condiciones macroeconómicas (tipo de cambio atrasado) implicó un deterioro en el resultado económico de la producción del pequeño productor.
Esta historia nos remite a otro aspecto de las llamadas economías regionales (tabaco, yerba mate, peras y manzanas), el leit motiv fue siempre el mismo: la crisis sectorial y el intervencionismo estatal inconducente. La historia de los padres de Cecilia, nos remite a otro tipo de producción que, como se nos cuenta, también padece crisis: la del cultivo de frutas tropicales.
Argentina posee zonas acotadas donde la potencialidad del desarrollo de la fruticultura tropical es elevada. Ciertas áreas de Jujuy, Salta, Tucumán, Formosa, Chaco y Misiones, básicamente, presentan características agroclimáticas que, aún con ciertos riesgos de heladas, permitirían el desenvolvimiento de la actividad con perspectivas positivas.
Banana, palta, ananá, mamón (o papaya) y mango son las principales producciones tropicales que se desarrollan en Argentina, destacándose ampliamente las dos primeras.[1]
Veamos algunas cifras para contextualizar.
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Las plantaciones de bananos cubren unas 5.400 has., concentradas en Salta (67%), Formosa (27%) y Jujuy (6%). Entre las tres provincias producen un poco menos de 100.000 tn. anuales, alcanzándose rindes de 18 tn/ha.
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Por su parte, las plantaciones de palto cubren 1.446 has., distribuidas entre Tucumán (62%), Jujuy (25%) y Salta (13%). La producción de palta asciende a 9.544 tn. anuales, con un rinde de 8 tn/ha.


Las plantaciones de ananá de nivel comercial se concentran en Misiones, totalizando unas 300 has. que producen 3.302 tn., con un rinde de 11 tn/ha.[2]


El mamón, por su parte, se produce en 176 has., concentradas fundamentalmente en Misiones (84%), Salta (11%) y Formosa (5%), alcanzando una producción de 2.158 tn., con un rendimiento promedio de 12 tn/ha.[3]
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Por último, la producción de mango cubre 272 has., distribuidas entre Salta (69%), Jujuy (15%), Formosa (14%) y Misiones (2%). La producción asciende a las 2.160 tn., con un rinde de 8 tn/ha.[4]
La producción por unidad de superficie (tn/ha.) es un buen indicador, no solo de las condiciones agroclimáticas bajo las cuales se desenvuelven las plantaciones, sino también del nivel tecnológico aplicado a esas producciones, incluyendo en esto desde los varietales utilizados hasta los tipos de manejo de las plantaciones realizados, pasando por los insumos aplicados. En razón de esto, y más allá de la magnitud relativa de la producción de frutas tropicales argentinas frente a la de otros países, es importante contrastar los rindes, porque expresan el desenvolvimiento concreto de la actividad a nivel primario.
En el caso del banano, Argentina presenta un rinde de 18 tn/ha., según se indicó más arriba, contra una media mundial de 21 tn/ha. Esa media encubre realidades dispares, como el hecho que los principales exportadores de banana del mundo poseen rindes sensiblemente superiores; por ejemplo, Ecuador alcanza las 33 tn/ha., Nicaragua 55 tn/ha, mientras que Brasil roza las 15 tn/ha. La producción argentina de bananas representa solamente el 0,15% del total mundial, mientras que Brasil, aún con su rinde más bajo que la media, cubre casi el 7% de dicha producción.
La producción de paltas en la Argentina (que presenta el 0,18% del total mundial), tiene un rinde de 8 tn/ha., contra una media mundial de 9 tn/ha. El valor del rinde nacional se contrasta contra el que se alcanza en Chile, que solo llega a 5 tn/ha, México, con 10 tn/ha., Brasil, con 16 tn/ha., o República Dominicana que asciende a 33 tn/ha.
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Considerando el caso del ananá, cuya producción nacional es el 0,01% de la mundial, vemos que el país tiene un rinde de 11 tn/ha., frente a una media internacional de 25 tn/ha., en la que se engloban situaciones como la de Brasil, con 39 tn/ha. (y el 10% de la producción mundial), México, con un rinde de 43 tn/ha, y Costa Rica con 63 tn/ha. (y el 11% de la producción mundial).
En el caso de la producción de papaya nacional de papaya (que es el 0,01% de la mundial), el rinde es de 12 tn/ha., frente a la media mundial de 30 tn/ha., dentro de la cual se encuentran casos como el de Brasil, que produce el 12% del total mundial con un rinde de 50 tn/ha.; México, con el 6% de la producción mundial y un rinde de 57 tn/ha., o República Dominicana, con el 5% de la producción mundial y un extraordinario rinde de 263 tn/ha.
Por último, veamos el caso del mango. Argentina tiene una producción de solo el 0,005% del total mundial, con un rinde de 8 tn/ha., que es igual al promedio mundial, dentro del cual se ubican casos como el de Brasil, que con el 5% de la producción mundial tiene un rinde de 16 tn/ha., México, con el 4% de la producción mundial y un rinde de 9 tn/ha., Ecuador con 8 tn/ha. o Belice, con 15 tn/ha.
¿Qué muestran estas cifras, considerando el caso argentino? En primer lugar, una heterogeneidad de situaciones al interior de la categoría “frutas tropicales”. Mientras en el caso del mango se está a nivel del promedio mundial, en banano y palto, que son los principales frutales tropicales del país, se está muy cerca del promedio mundial (aunque lejos de algunos competidores directos), con una brecha de apenas el 14% en banano y del 11% en palto. En cambio, en la producción de ananá y papaya, los rendimientos están, respectivamente, un 56% y un 60% por debajo de la media mundial.
Si, como se señaló más arriba, el rendimiento por unidad de superficie expresa las características productivas (tecnología y capital invertido), entonces en banano, palto y mango Argentina tiene un potencial de desarrollo importante, mientras que en ananá y papaya la brecha que expresa el diferencial de rindes expone una situación relativa peor.
Ahora bien, en las producciones que están relativamente mejor posicionadas (banana y palta) no se observa un nivel de desarrollo acorde, en cuanto a volumen de producción alcanzado ni al papel que desempeñan tales plantaciones en sus áreas de desarrollo.
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José Cheng, productor de frutas
exóticas (tropicales) en Formosa.


En general, el sector de las frutas tropicales muestra una composición dual: un número reducido de medianas y modernas unidades productivas, y una gran cantidad de pequeñas explotaciones que se desenvuelven en peores condiciones productivas (varietales, infraestructura y tecnología). Mientras las unidades de mayor extensión poseen producciones acorde a los estándares de calidad superior, tanto para el mercado interno como para la exportación (en el caso de la palta producida en Tucumán), las otras explotaciones se orientan al abastecimiento de los mercados regionales y, en determinados casos, llegando a los mercados concentradores más importantes, como el del Mercado Central de Buenos Aires.
En los casos de las cinco frutas tropicales analizadas, Argentina es un importador neto; a grandes trazos, importa anualmente 400.000 tn. de banana, 9.600 tn. de palta, 11.000 tn. de ananá, 146 tn. de papaya y 1.400 tn. de mango. Solo exporta palta y en una cifra irrelevante frente al contexto mundial (164 tn.) pero de importancia para Tucumán, donde se produce la palta exportada.
Es decir, el horizonte de desarrollo que tienen estas producciones es muy grande considerando solamente el abastecimiento interno. Sin embargo, no se verifica una expansión productiva con esa orientación. Al contrario, se identifican situaciones problemáticas como la reciente crisis bananera de la provincia de Formosa, que le dio alguna visibilidad pública al tema, al concretarse una jornada de protesta de esos productores en la Ciudad de Buenos Aires.
Exceptuando algunos productores de palta de Tucumán y de banana de Salta, el grueso de los agentes productivos primarios del sector de las frutas tropicales encuentra en estas una alternativa diversificadora de la producción, pero no el eje de su estrategia productiva. Hacia el Noreste, principalmente en Formosa (banana) y Misiones (ananá y papaya), la actividad adquiere un perfil netamente minifundista o, como se lo denomina en ocasiones, un perfil social. Minifundio, tendencia al monocultivo, escaso capital, atraso tecnológico, varietales no renovados, inadecuado manejo productivo, son algunos de los rasgos que se observa y que explican, en definitiva, la baja perfomance productiva de esas unidades.
Así como el rinde promedio mundial engloba situaciones heterogéneas, con países que expresan producciones de punta y otros de fuerte atraso relativo; a nivel nacional pasa lo mismo, y los guarismos antes reseñados encierran en sí, por ejemplo, en el caso del banano, unidades empresariales que duplican el rinde nacional, mientras que el grueso de las unidades minifundistas no llegan siquiera a la mitad del rinde bananero del país.
Aún teniendo la alternativa de un mercado interno insatisfecho, la producción frutícola tropical argentina no logra despegar, pese a los reiterados “planes estratégicos” y “mesas de diálogo” que organiza el aparato estatal con el fin de impulsar aquel despegue.
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Quizás el enfoque de intervención deba ser revisado, porque a la vista de los resultados alcanzados hasta el momento, no se observa éxito alguno en dicho enfoque. Las empresas que se han desarrollado exitosamente (como la exportadora de palta tucumana o algunos grandes productores salteños de banana) lo han hecho por sí mismo, con inversiones y estrategia comercial y sus beneficios se derivan hacia el medio local, por ejemplo, bajo la forma de mano de obra ocupada e impuestos pagados. Sin embargo, la gran masa de productores frutícolas tropicales se desenvuelve en un esquema de producción reducida, muchas veces de monocultivo, orientada al autoconsumo y comercialización en los mercados regionales, llegando solo los de alguna escala más grande y mejor calidad de producto a abastecer a compradores de los grandes mercados concentradores nacionales.
El caso de la producción bananera de Formosa es arquetípico en de esta situación. Esos pequeños productores, escasamente diversificados, con tecnologías atrasadas y con varietales que deberían ser renovados, subsisten en gran medida por los subsidios y diversas clases de ayuda que les entrega el gobierno provincial. En algunos casos, esas ayudas toman la forma de equipos o insumos y en otras, adquieren la apariencia de instalaciones para mejorar la operatoria comercial, pero siempre se trata de iniciativas que buscan paliar la crisis del sector, nunca se trata de intervenciones de apoyo a iniciativas productivas y/o comerciales surgidas de los propios productores. Y no muy distinta es la situación en Misiones, donde, por ejemplo, el Estado provincial ha invertido sustanciales sumas en montar plantas envasadoras y transformadoras de la fruta producida, pero cuyo desenvolvimiento no logró traspasar las fronteras de la provincia.
A las debilidades intrínsecas de la esfera de la producción de frutas tropicales, debe sumarse el papel retardatario a su desarrollo que se genera por el denominado “costo argentino”, en particular, el derivado de los gastos de fletes. En una anécdota recabada en distintas publicaciones del sector, se recuerda que un funcionario nacional de la anterior administración gubernamental, en una reunión de la “Mesa Nacional de Frutos Tropicales”, reconoció que “Buenos Aires está más cerca de Shangai que de Formosa”, en relación a los costos de flete para colocar la producción desde su lugar de origen hasta el mercado de consumo.[5]
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A diferencia de las intervenciones públicas en los casos de la producción tabacalera, yerbatera y frutícola de manzanas y peras, en el caso de las frutas tropicales, dado el nivel de desarrollo relativo de las mismas y el horizonte de expansión potencial que poseen, el Estado puede desempeñar un papel activo importante: no dirigista, sino de acompañamiento; no planificador, sino estimulador; no asistencialista, sino incentivador.
El Estado (nacional y provincial) debe acompañar a la iniciativa privada, a la cual puede estimular e incentivar a través de diversos mecanismos, impulsando que sean los propios productores quienes decidan salir a la conquista del mercado interno, el cual hoy es abastecido en gran medida por fruta importada. Abandonando el papel asistencial que mantiene a los pequeños productores en condiciones inestables, siempre al borde de la crisis (o inmersos en una crisis silenciosa), y adoptando un rol de acompañamiento para que aquellos productores que lo decidan (porque sepan que se terminó el asistencialismo estatal) puedan modernizar sus unidades, mejorar la producción y orientarse a abastecer al mercado nacional.
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Para todo esto, se requiere de un Estado que genere condiciones macroeconómicas que estimulen la producción, que dinamicen la economía real, no sólo el negocio financiero. Un Estado que haga un uso eficiente y eficaz de los recursos que la sociedad le delega junto a los derechos y funciones que esa misma sociedad le entrega a cambio de asegurar las normas de convivencia social.
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Un Estado inteligente, que piense en cómo incentivar al productor de Laguna Naick Nek a mejorar su bananal, antes que pagar el viaje de una tupida delegación de burócratas al Salón Internacional de la Alimentación en París. Un Estado eficiente que reduzca los costos internos por medio de la eliminación o reducción de impuestos y mejora de la infraestructura. Un Estado, en definitiva, que comprenda que la verdadera asistencia a los pequeños productores pasa por dejar su rol asistencialista y comenzar a ocupar un papel de estimulador y de acompañante pre-competitivo.
Los padres de Cecilia, la protagonista del relato que nos presentó @hyspasia, no necesitan que los asistan, sino que se generen las condiciones macroeconómicas, de infraestructura, fiscales y de acompañamiento público para que puedan desatar todo su potencial productivo.
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[1] Sin embargo, también se cuenta la presencia de muy pequeñas producciones de otras frutas tropicales como maracuyá, chirimoya, lichi, guayaba, carambola, pitaya, pachira, etc.
[2] Datos de INTA elevan la producción de ananá hasta las 12.000 tn., con un rinde de 40 tn/ha.; sin embargo, aquí se tomó la información de FAOSTAT, a fin de hacerla comparativa con el resto de los cultivos, a la par que los guarismos de FAO parecen más concordantes con la realidad productiva del país.
[3] Nuevamente, para esta producción el INTA consigna una cifra superior de hectáreas y de toneladas, pero al igual que en el caso anterior, se opta por tomar la información de FAO.
[4] En el caso del mango, también el INTA duplica el número de hectáreas en producción y el volumen obtenido en ellas; no obstante lo cual, dado que se trata –como los casos anteriores- de estimaciones, se opta por utilizar los datos validados por FAO.
[5] Cfr. CRA Agronoticias. “Impulso a las frutas tropicales para paliar la crisis de las economías regionales”, Buenos Aires, diciembre 2014.

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