EL EXCEL, EL PAPEL, EL PAÍS
Esa algarabía me remitió a otros momentos políticos recientes, caracterizados por la misma imprudencia, la misma irresponsabilidad, la misma desaprensión
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Obsesionado con los números de la economía financiera, el gobierno se desentiende de la economía real, que es la única fuente de riqueza
La fotografía que muestra al presidente y sus ministros celebrando con algarabía futbolera no se sabe bien qué, si habernos endeudado con el FMI a niveles superiores al de todos los otros países del mundo sumados, o haber entreabierto la canillita del cepo sin que estallaran los caños, o haber merecido la atención de un alto funcionario del Norte, esa foto, digo, exhibe en su sencilla elocuencia el desvarío que envuelve a la clase dirigente argentina desde hace ya demasiado tiempo.
Esa algarabía, reforzada poco después con un cantito de tribuna compuesto por el presidente y entonado por su propia voz, me remitió a otros momentos políticos recientes, caracterizados por la misma imprudencia, la misma irresponsabilidad, la misma desaprensión. Primero recordé las aclamaciones de pie con que el Congreso saludó la trágica declaración del default en diciembre de 2001, pero enseguida me vinieron a la memoria los aplausos que acompañaron la sanción de la ley de intangibilidad de los depósitos en esa misma época.
La clase dirigente argentina, hoy como hace casi un cuarto de siglo, celebra cuando no hay nada para celebrar y festeja cuando no hay nada para festejar, y lo hace cuando el sentido común no puede sino advertir negros nubarrones en el horizonte, aviso de episodios meteorológicos severos en plazos no muy distantes.
Los celebrantes de entonces eran en su mayoría populistas, los de hoy son mayormente financistas (imposible llamarlos liberales). Esto indica que el problema de nuestra clase dirigente es más grave, no se relaciona con afinidades ideológicas o pertenencias políticas o convicciones doctrinarias; su extravío tiene que ver, me parece, con una manera de entender la realidad, de vincularse con la realidad, que los muestra muy distantes, muy alejados de la vida cotidiana del país cuya conducción se les ha confiado.
“El papel aguanta todo”, solía decir el periodista Carlos Mira al burlarse de la tendencia de los populistas a enumerar listas de “derechos” en una ley, derechos muy nobles y muy justos sin duda, pero de cuyo traslado eficaz a la calle, a la vida de todos los días, nadie se ocupa y a nadie le importa. Por ley todos los argentinos tienen derecho a una casa y a un trabajo, lo que no tienen es una casa y un trabajo. Hay un abismo entre el papel, que aguanta todo, y la realidad, que impone sus límites.
Entre los financistas, los que ahora nos gobiernan, las cosas no soy muy diferentes. Parafraseando a Mira, podría decirse que “el Excel aguanta todo”. Anotan sus números en la planilla de cálculo, imponen normas y regulaciones, mueven columnas de un lugar a otro, toman deuda por aquí y colocan fondos por allá, suman celdas de este lado y las multiplican por este otro, autorizan una cosa, prohíben otra y presionan por una tercera, y cuando logran finalmente que las cifras coincidan al pie del balance experimentan el mismo éxtasis que los populistas cuando estampan en sus leyes el artículo final, de forma. Celebran y aplauden.
Pero hay un abismo entre la planilla de Excel de los financistas y la vida cotidiana de la gente, un abismo tan amplio como el que separa el papel que soporta las leyes de los populistas de la realidad sobre la que idealmente deberían operar. Gobernar no es dictar leyes con enunciados de buenos propósitos ni hacer coincidir en la hoja de cálculo el debe y el haber. Gobernar, dijo nuestra máxima autoridad en leyes y en economía, es poblar.
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Cansado de que la citaran tanto para un barrido como para un fregado, Alberdi tuvo que aclarar el alcance de su famosa frase. “Gobernar es poblar —escribió— en el sentido que poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente.” E insistió: “Poblar, repito, es instruir, educar, moralizar, mejorar la raza; es enriquecer, civilizar, fortalecer y afirmar la libertad del país, dándole la inteligencia y la costumbre de su propio gobierno y los medios de ejercerlo.”
Dicho de otro modo, gobernar un país es según Alberdi ordenar la cosa pública con vistas a mejorar la condición de sus habitantes, hacerlos más educados, más ricos, más libres y mejor organizados porque sólo así la nación que los contiene puede volverse más educada, más rica, más libre y mejor organizada. Para nuestro constitucionalista, la economía era economía política, no un fin en sí misma sino un instrumento de promoción social y engrandecimiento nacional. No se le escapaba esa dimensión humana que es intrínseca tanto a la política como a la economía.
La palabra economía viene del griego oikos, que significa casa, más como familia y patrimonio familiar que como vivienda, sumado a nomos, que en este caso podríamos entender como administración o gestión (a-nomia es la falta de gobierno). Esto quiere decir que desde su misma concepción, la economía aparece ligada a la persona, y más que a la persona a la unidad familiar representada por la casa. La economía es entonces el buen gobierno de la familia como célula de la sociedad, la correcta obtención de sus recursos, atención de sus necesidades y administración de sus bienes.
La actividad económica estuvo siempre relacionada con las personas y las cosas físicas. Palabras tan típicas del lenguaje económico como mercado o plaza evocan nítidamente el espacio real donde los productores ofrecían e intercambiaban sus productos para satisfacer sus diversas necesidades, primero mediante el trueque y luego sirviéndose de la moneda, casi siempre piezas pequeñas de metales preciosos con valor intrínseco que facilitaban las transacciones.
Los problemas comenzaron con la aparición del dinero. El dinero es básicamente un trozo de papel con una promesa de pago, que carece del valor intrínseco del metal pero al que una determinada sociedad le reconoce un valor equivalente a la promesa que presenta, no muy distinto de un pagaré pero más normalizado y de aceptación generalizada. Poco a poco, el dinero mudó su naturaleza y se convirtió en un bien en sí mismo, en un bien transable, y así nacieron los bancos, el crédito, las casas de cambio y la economía financiera.
Desde ese momento, la actividad económica quedó dividida en dos: por un lado la economía real, que está relacionada con la producción e intercambio de bienes y servicios y orientada hacia la promoción de la familia y la nación, la economía original, la economía de Alberdi digamos; por el otro, la economía financiera, la economía que se ocupa de un único producto, sin valor intrínseco y puramente simbólico como es el dinero, la economía de Javier Milei digamos.
La economía financiera desempeñó desde su origen un papel subsidiario respecto de la economía real, primero solventando guerras y más tarde sosteniendo grandes operaciones comerciales, exploraciones o instalaciones industriales que de otro modo habrían estado fuera del alcance de un individuo o grupo de individuos. En todos los casos se trataba de operaciones de riesgo, y el dinero prestado recibía como recompensa una tasa de interés acorde con ese riesgo.
Desde fines del siglo pasado, y gracias a que el desarrollo capitalista permitió la acumulación de fortunas varias veces sobrehumanas, la economía financiera creció en importancia hasta abandonar su papel subsidiario y convertirse en la gran ordenadora de la economía en general. El propósito de la economía real dejó de ser el original de abastecer a las necesidades humanas y mejorar la condición de vida de los hombres, y pasó a ser el de asegurar la máxima rentabilidad del capital.
Ya no se trata de que alguien con pasión por los automóviles decida poner una fábrica de autos con la ambición de producir los más hermosos, veloces y potentes del mundo, y a eso dedique su vida y procure transmitir esa misma pasión a sus hijos y sus nietos. Ahora se trata de que una porción determinada de capital, de cotizantes anónimos reunidos en un fondo de inversión, alcance su máximo rendimiento, sea fabricando autos o tintura para el pelo o zapatillas, aquí o en la China. Literalmente.
La distinción entre estos dos carriles del todo distintos por los que transita la actividad económica generalmente es pasada por alto, o deliberadamente escamoteada, por analistas, comunicadores y economistas, que en su discurso público confunden continuamente uno con otro. Hablan por ejemplo del mercado como si fuera el lugar donde se transan tomates o tractores cuando en realidad están hablando únicamente del mercado financiero, al que muchas veces se refieren en plural, como “los mercados”, para confundir todavía más.
Celebraciones como las de la foto a la que hacemos referencia en el comienzo de esta nota tienen que ver con sucesos acaecidos en la economía financiera, también aludida como la macro, la economía de Milei y su gobierno; las expresiones de desaliento, desesperanza y decepción recogidas a diario por la prensa entre trabajadores, pequeños comerciantes urbanos y productores familiares del interior, tienen que ver con lo que ocurre en la economía real, también aludida como la micro, la economía de Alberdi.
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La economía financiera es la única susceptible de ser captada enteramente en una planilla de Excel, y por eso fascina a sus devotos, les transmite una sensación de poder y de control que perderían por completo tan solo con poner un pie en la calle. La plaza, el mercado, la intemperie en realidad los aterran, y sólo se les ocurre controlarlos con la policía. No debe sorprender que Milei eluda los espacios públicos y el contacto directo con la gente, excepto en ámbitos filtrados y vigilados. La única verdad ya no es la realidad sino la hoja de cálculo.
El ministro Luis Caputo nos anunció muy orondo que se iniciaba la Fase 3 del plan, lo que nos permitió enterarnos de que hubo una Fase 1 y una Fase 2. Y de que hay un plan. Si lo hay, es siempre el mismo: controlar el precio del dólar para contener la inflación sacrificando reservas en el altar del carry-trade, primero las obtenidas con el blanqueo, luego con la renta agrícola de la pasada campaña y ahora con la inyección masiva de fondos del FMI. Ése es todo el plan, es puramente financiero, y es letal para la economía real, para las empresas, los hogares y las personas.
Todo el interés que despierta la Argentina en el mundo económico es financiero, ése es su mayor atractivo, aparte de algunos nichos extractivos concedidos con extrema liberalidad, y sólo para captar su aporte financiero inicial. The Economist, el Wall Street Journal y la agencia Bloomberg, poderosos voceros de la economía financiera mundial, recomendaron al FMI en sendas notas editoriales conceder al gobierno de Milei el máximo desembolso inicial posible, y el FMI lo hizo, en el marco de su segundo crédito masivo a la Argentina violatorio de sus propias normas.
Y el gobierno de Milei, como para que no quedaran dudas sobre sus intenciones con ese préstamo, lo primero que hizo fue invitar a los capitales golondrina a traer sus dólares a la Argentina para sumarse al carry-trade por un plazo mínimo de seis meses —justo hasta las próximas elecciones—, ya con la seguridad de que podrán retirar sus capitales y sus ganancias gracias al aporte del FMI. Esas ganancias, junto a los intereses del préstamo que las ampara, van a ser pagados con lo que produzca el trabajo argentino, y nada quedará en el país. Cero.
La fascinación del gobierno, y de quienes lo acompañan, por la economía financiera es casi infantil. Viven en un mundo de especulación, de fondos, de criptomonedas, de inversiones, de planillas de Excel; hablan de poner a “trabajar” el dinero cuando lo único que trabaja, lo único que produce realmente riqueza, son los brazos y las mentes de las personas. ¡Hasta se ha propuesto impartir educación financiera en las escuelas, en lugar de enseñar artes y oficios a los jóvenes, ensanchar el mercado de trabajo y acrecentar la riqueza nacional!
Los economistas profesionales que saturan los medios de comunicación raras veces aportan ideas, propuestas o comentarios relacionados con la economía real. Que yo sepa, sólo Iris Speroni, a quien debo citar una y otra vez en esta columna, se ha ocupado en sus análisis económicos de cosas tan elementales y de sentido común como la nutrición y la educación de los niños, el desarrollo de huertas domésticas y la cría de pollos y gallinas en cada casa. ¡Estas son las cosas, entre otras muchas, que demanda con urgencia la economía real, la vida real, el país real!
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Si lo único que produce verdaderamente riqueza es el trabajo, resulta absurdo intentar el ordenamiento de una economía desquiciada empezando por sus finanzas, por la macro. Es la economía real, la de Alberdi, la que ordena los números, y no al revés. Esto lo entendió perfectamente Donald Trump, cuyas primeras medidas de gobierno apuntan a proteger el trabajo de los estadounidenses y forzar el retorno a su país de las industrias repartidas por el mundo en busca de mejores rendimientos… financieros.
El gobierno de Milei hizo exactamente lo contrario: empezó por la macro y para ordenar las finanzas no demuestra el menor empacho en endeudar masivamente al país, inducir una recesión que está destruyendo por millares sus plantas productivas, sus bocas comerciales, y los empleos relacionados con ellas, y como frutilla del postre, encarecer las exportaciones por vía de la manipulación cambiaria y abrir la importación indiscriminada de bienes que compiten con los producidos localmente.
Inversión, consumo, empleo, exportación muestran como consecuencia números negativos, y no se advierte en el horizonte recuperación posible, más bien al contrario. El mundo que aplaude a Milei es el que se beneficia de este desatino, mientras la Argentina, como si fuera víctima de algún maleficio, prosigue atónita, sin capacidad de reacción, su marcha hacia la dependencia externa, el empobrecimiento y la decadencia de todos los indicadores económicos y sociales que la enorgullecieron en el pasado.
–Santiago González
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