SUMO PONTÍFICE
Autor: Juan Martín Perkins
Como pasa siempre, con el periodismo operando la agenda, los medios tradicionales se convirtieron al catolicismo express y sacaron patente de expertos en asuntos vaticanos.
El objetivo parece ser la santificación inmediata de Bergoglio.
Ante la muerte, lo primero que debemos es silencio, oración y respeto, pero nadie se ahorra su conveniente novela sentimental, como si quisieran saturar al mundo antes del funeral.
Bonelli, Tato Young, Nelson Castro, Víctor Hugo o el que uno elija escuchar a ambos lados de la grieta radial, se oyen presumiendo saber más de teología que Joseph Ratzinger.
No sé si es justo tomar estas “argentinidades” como causales de las consecuencias del papado que termina, pero está a la vista que el liderazgo global que practicó el sumo pontífice tuvo el sello de su personalidad e ideología política, que nunca disimuló.
Todos parecen haber olvidado, incluido él, que Francisco es el papa número 266 de una sucesión que lleva casi 2.000 años desde Cristo predicando lo mismo.
Lo saben, pero olvidan que por más que un grupo de curas villeros jueguen un picado en Plaza San Pedro, por más que los compañeros militantes se tomen selfies irrespetuosas junto al cadáver y las suban a las redes sociales con comentarios sobre la humildad de los zapatos negros, lo que era pecado seguirá siendo pecado, Cristo seguirá siendo Dios, su palabra no perderá actualidad ni precisará adaptaciones de época eliminando mandamientos difíciles e incómodos de cumplir… porque Dios es eterno.
Los hombres comunes, incluído el papa con toda la dignidad de su título, no tenemos la eternidad resuelta el día que morimos.
Su santidad ha muerto, pero el camarlengo anunció que Francisco “ha vuelto a la casa del Padre” como si la eternidad se resolviera en un juicio express de un segundo.
El camarlengo, como si fuera Mercedes Ninci para radio Mitre, convierte en una beatificación instantánea lo que debería ser un momento de súplica en silencio.
Sin duda el Vaticano se ha bergoglizado y en lugar de instar a los fieles a rezar para que el alma de Francisco sea invitada a permanecer junto al Señor, se da por sentado su destino Eterno como si nadie creyera en el juicio divino. ¿Es que muchos no creen?
Nadie se salva automáticamente. Mucho menos un papa, por ser quien más responsabilidad tiene como el pastor de 1.800 millones de católicos.
La muerte en sí, no te hace bueno por más que los medios la endulcen con épica sentimental.
Amar al papa, es no abandonarlo a la épica inventada por la curia del circo vaticano y los medios conversos.
Los creyentes católicos verdaderos, deben orar por el perdón a todas las oscuridades, ambigüedades y silencios de Francisco, por la salvación de su alma.
El papa ha muerto, y como todo hombre está siendo juzgado por el Señor de la historia.
Necesita mucha oración antes que circo y festival progre globalista.
Hay que rezar para que los cardenales se dejen asistir por el Espíritu Santo al margen de todo el penoso politiqueo eclesiástico y surja del cónclave un buen papa que nos confirme y nos una en la fe verdadera.
¿Será mucho pedir en los tiempos que corren?
Juan Martín Perkins.
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