SERTORIO: PASCUA SIN RESURRECCIÓN
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Con la bondad reflejada en el rostro |
Autor: Sertorio
Nota original: https://elmanifiesto.com/pascua-sin-resurreccion/
No se ha ido cualquier día el peor de los papas de la posmodernidad a la que adhirió y aupó («el Anticristo», lo llamaban unos amigos hondamente católicos). Se ha ido el día mismo de Roma, el del 2.778.º aniversario del día en que Rómulo y Remo fundaran la Urbs, la Urbe de la que todos venimos: AB URBE CCONDITA. Celebremos pues ambos hechos –la desaparición de uno y la permanencia de la otra– con este obituario que le dedica Sertorio.
Sin duda, el hecho histórico más importante de los últimos cincuenta años es la islamización de Europa y su radical descristianización. Y, sin duda también, esto es algo que debería preocupar a las jerarquías de una institución clave a la hora de edificar el Occidente que ahora muere: la Iglesia de Roma. Sin embargo, el papado, la fuerza que estuvo detrás de las cruzadas, de la gesta de Lepanto y de nuestra Reconquista, la que canonizó a San Luis y a San Fernando, no sólo no siente la menor preocupación por el cambio de civilización que tiene lugar en Europa, sino que lo fomenta. Y hay algo todavía peor: la Iglesia católica se ha convertido en un vector de destrucción de la cristiandad, en un auxiliar estratégico –con los obispos al frente– en la demolición de la tradición europea.
No podemos negar que Bergoglio, alias papa Francisco, representa mejor que nadie ese giro suicida que experimenta Occidente y que no parte de sus pueblos, sino de sus jerarcas, de aquellos que están empeñados en destruir nuestras naciones, nuestras culturas y nuestras identidades. Los pescados siempre se pudren por la cabeza. Y la cátedra de Pedro, ocupada hasta hace unas horas por este sujeto, hace tiempo que está carcomida por las termitas del modernismo. En estos últimos años muchos nos hemos hecho una pregunta inevitable: ¿Queda algún creyente en el Vaticano?
Postrado a los pies de unos sátrapas africanos
Este papa de postrimerías será rápidamente olvidado, como sucede con todos aquellos que se entregan a las tentaciones del efímero mundo. Vendrá otro al que suponemos igual o peor, porque hay que ser muy optimista como para pensar que la Iglesia de Roma tiene remedio. Y ojalá sea ésta un previsión equivocada, pero no hay razones que inviten a creer que la próxima fumata blanca nos traiga algo mejor de lo que ahora pasa al muladar de la historia. Poco importa quién será el nuevo capellán de Soros, el nuevo sacristán del Anticristo; como escribió Cioran, la Iglesia católica tiene los siglos contados.
La arquitectura de los dogmas y la doctrina no ha cambiado. Da igual. Poco les importan esas cosas a los saduceos de la Curia y al número menguante de sus acólitos. Desde los años sesenta la Iglesia católica decidió que el mundo no era uno de los enemigos del alma. La carne parece que ya tampoco. Sólo falta el demonio… o no. Convertida en una ONG de izquierdas, Roma vive de la sombra de lo que fue un magisterio indiscutible y si no fuera por el catolicismo popular de procesiones, cofradías, bodas y funerales, más el negocio de la educación, nadie pisaría una parroquia ni se aburriría en una catequesis. Sesenta años de aggiornamento la llevan por el camino de convertirse en una secta evangélica más. Y encima, aquí, en España, son cómplices de la profanación de una basílica que alberga a más de un centenar de mártires asesinados por los rojos en la guerra del 36. Al cardenal Cobo sólo le falta acudir vestido de pontifical a la voladura de la cruz del Valle de los Caídos.
No es Bergoglio lo único que está muerto.
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