AVICULTURA


Autor: Marcelo Posada (@mgposada)

La producción avícola argentina:
una historia de falsa competitividad


En el año 2000, el consumo aparente de carne de pollo en la Argentina era de 26,6 kg./hab./año; en 2003 bajó a 18,4 kg; en 2015 superó los 45 kg./hab./año. Actualmente es 44 kg./hab./año.

A nivel del consumo aparente anual de huevos por habitante la evolución fue similar: 159 huevos en 2003, 265 en 2015, 272 en 2017.

¿Qué sucedió entre todos esos años? 
Si el consumo interno creció notablemente, si la exportación también creció fuertemente [1], qué es lo que sucedió para que hoy, inicios de 2018, el sector se encuentre, en palabras del su máximo lobbista, “…en el medio de lo que se denomina la ‘tormenta perfecta’”[2]? 
Otros empresarios se expresan en forma similar: “En 40 años operando en el sector, no recuerdo una situación de desánimo como la que viven los productores en los últimos meses”[3].  Incluso, el presidente de la empresa avícola de mayor envergadura sostiene: “Estamos pasando por uno de esos momentos críticos del sector, no es la primera vez, pero es la más profunda que yo recuerde”[4].


Ubicación de las granjas productoras
de huevos.

La avicultura discurre a través de dos cadenas productivas: la de carne y la de huevos. Si bien los encadenamientos entre eslabones  son similares, los procesos y estructuras productivas son diferentes. 


Ubicación de las granjas
productoras de carne.

Considerando la cadena de la carne aviar, en el país se registran alrededor de 4.500 granjas engordadoras de pollos y algo menos de 1.000 destinadas a reproducción, recría e incubación, las que se conectan con algo más de 50 frigoríficos aviares, de los cuales 5 concentran casi el 50% del total faenado.

Las empresas frigoríficas (comúnmente denominadas “integradoras”) concentran la producción de aves padres, de pollitos BB y del alimento balanceado requerido para el engorde, a la vez que, posteriormente, se abocan a las tareas de faena y comercialización de las aves. El engorde de esos pollitos BB se realiza en las granjas antes mencionadas (llamadas “integradas”), quienes reciben de parte del integrador a esos pollitos, el alimento balanceado, los productos sanitarios requeridos y la supervisión veterinaria necesaria. Por su parte, las granjas aportan la mano de obra requerida para el engorde, las instalaciones donde se desarrolla, y la energía necesaria (gas y electricidad).




Si bien la avicultura de carne está ampliamente distribuida en el país, el engorde se concentra en Entre Ríos y Buenos Aires, asentando estas provincias el 83% del total de esas granjas y el 76% de las plantas frigoríficas.

Como se señaló, las integradoras entregan los pollitos BB y los insumos requeridos a las integradas, las cuales realizan el proceso de engorde en sus propias instalaciones, y a su vez, entregan al integrado un pollo engordado al cabo de un ciclo que ronda los 45 días, recibiendo un pago determinado por pollo criado, según los parámetros de medición y control que fija el propio integrador.

La producción avícola realizada de manera organizada en la Argentina se remonta a mediados del siglo XIX, con epicentro en Entre Ríos, pero recién en la década de 1920 comienza a desarrollarse aprovechando la conexión ferroviaria con Buenos Aires, hacia donde se enviaban pollos vivos y huevos. Hacia mediados del siglo XX la producción primaria y la distribución de pollos y huevos estaban asentadas y pudieron aprovechar el cambio tecnológico que se dio en la actividad a partir de los años ’60 con la difusión de nueva genética “pesada” (para la producción de carne) y “liviana” (para la producción de huevos). En los primeros años de esa década se implementaron políticas públicas de cuño crediticio que impulsaron la instalación de granjas de incubación, recría y engorde, de plantas de procesamiento de balanceado y de frigoríficos aviares. Estas inversiones se afianzaron en la década siguiente cuando el modelo integrador/integrado se estabilizó y comenzó su rápida expansión por la región núcleo de la avicultura de carne: Entre Ríos y Buenos Aires.




En la actualidad, la gran mayoría de las granjas integradas se ubican en la franja de entre 10.000 y 20.000 aves en engorde, particularmente en Entre Ríos, mientras que las que Buenos Aires son de mayor escala de operaciones (cerca de 100.000 aves por granja), alcanzando el promedio nacional alrededor de 45.000 aves en engorde por granja. Las granjas de menor escala de operaciones son las que detentan instalaciones más antiguas y aplican procesos de menor productividad, mientras que, a la inversa, las granjas más grandes han invertido en nuevas instalaciones y ejecutan procesos más ajustados que redundan en mayor ganancia de peso y menor mortandad.

En cuanto a la cadena ovícola, la registración en el SENASA señala la existencia de alrededor de 1.000 granjas de producción de huevos, más las de reproducción y recría. Sin embargo, informes de la cámara empresaria del sector [5] sostienen que ese número es mucho mayor, mencionándose la existencia de unas 2.000 granjas productoras regularmente de huevos, más otras 20.000 que vuelcan sus excedentes productivos al mercado de modo ocasional.




Aproximadamente la mitad de los 13.000 millones de huevos producidos al año proceden de las granjas tecnológicamente más atrasadas, que son alrededor del 80% del total, mientras que las granjas más modernas y de mayor escala –el 20% restante- aportan la otra mitad de la producción.

Algunas granjas realizan la venta directa a las bocas de expendio y otras venden a través de acopiadores o mayoristas, o bien proveen a la industria transformadora de ovoproductos, o a las industrias alimentarias que utilizan huevos frescos en sus procesos.

Como se señaló anteriormente, a lo largo de los años 2000, el sector aviar experimentó una transformación significativa, incrementando la producción, la exportación y el consumo aparente nacional de ambos productos, carne y huevos. 

Y ese proceso tiene su epicentro temporal en el período de gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. El sector avícola traza una curva de desarrollo paralela a la que experimentó la fortaleza política de los gobiernos kirchneristas.





La producción aviar es, en síntesis, maíz y/o soja más energía, para mantener la temperatura adecuada para un engorde o postura eficiente, convertidos en carne y huevos. Con una capacidad de conversión de 2 kg. de alimento por cada kilogramo de carne, y con una variación en los niveles de conversión extremadamente sensible a cambios en las condiciones de temperatura, se entiende que, entonces, el alimento y la energía constituyan los dos factores determinantes en los costos de producción, a lo que se suma la mano de obra cuando la magnitud de las granjas la requieren. Dado el esquema organizacional, la alimentación está a cargo del integrador, mientras que la energía y la mano de obra está a cargo del integrado. Pero todos esos factores quedan reflejados de un modo u otro, en el costo total y, por ende, en el precio final del pollo o del cajón de huevos.

De esta manera, ese precio final será sumamente sensible a las variaciones en los precios de aquellos factores críticos: alimentación y energía, básicamente. Si por algún motivo, los precios del maíz o la soja bajaran, o si la tarifa por el servicio de electricidad o el valor del tanque de gas también bajaran o fuesen menor al nivel de precios general de la economía, entonces los costos de producción se reducirían, impactando directamente en la capacidad competitiva de las empresas del sector.

Durante el período de gobierno kirchnerista, en particular entre finales de la presidencia de Néstor Kirchner y mediados de la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, decisiones de políticas implementadas redundaron en que el alimento para las aves y el valor de la energía que consumían tuviesen precios relativos bajos y, por lo tanto, impactaran en un descenso relativo de los costos de producción, elevando así la capacidad competitiva (por costos) de esos productos.




Para asegurar un abastecimiento interno de pollos a precios bajos, “en defensa de la mesa de los argentinos”, en 2007 se instauró un sistema de compensaciones a las empresas avícolas que comprasen alimento (maíz o soja) para los pollos que posteriormente faenarían[6].

A la vez, las retenciones a las exportaciones de granos, más las trabas impuestas a autorizar tales exportaciones, dieron lugar a que los precios que se pagaran por esos granos fuesen mucho más bajos que el nivel real internacional. Si a esto se le agrega que la energía fue fuertemente subsidiada por el Estado, se observa que los dos rubros de costos –alimentos y energía- se abarataron para el sector, mientras que el resto de la economía nacional mantenía un ritmo inflacionario superior. A modo de ejemplo, téngase en cuenta que durante el período de vigencia del sistema de compensaciones (hasta 2011), las empresas avícolas recibieron más de $ 2.100 millones.




Complementariamente, y a diferencia de la carne vacuna que se gravó con retenciones a las exportaciones por un 15% de su valor, la carne aviar sufrió retenciones de sólo el 5%, sobre lo cual se realizaba un reintegro del 3,4%, redundando en un gravamen del 1,6%. 

Además, la carne aviar fue uno de los emblemas del acuerdo “Petróleo por alimentos” que alcanzó Argentina con Venezuela, en cuyo marco se exportaban alimentos (aves y lácteos, principalmente) a cambio de derivados del petróleo. Esas “exportaciones”, entonces, permitían canalizar la elevada producción que se alcanzó, producto de las inversiones realizadas, estimuladas por los costos decrecientes que se enfrentaban y porque, a la vez, el consumo interno crecía estimulado por la capacidad de sustitución del pollo frente a la carne vacuna[7], cuya producción fue duramente afectada por las políticas implementada por el gobierno en esos años.


Argentina exportaba carne aviar a Arabia Saudita, a Chile, a Yemen, a Omán, pero más del 70% del total se exportaba a Venezuela, con lo cual la dinámica exportadora estaba fuertemente sujeta a los vaivenes que pudiera sufrir la economía de aquel país.


Scioli, Domenech, Fernández.

La cámara sectorial más importante, el Centro de Empresas Procesadoras Avícolas (CEPA), presidida por Roberto Domenech, entabló con el gobierno de aquel entonces muy estrechos lazos, siguiendo los intereses de las políticas implementadas y obteniendo una ganancia para ambas partes: el gobierno podía exponer que el valor del pollo era bajo (frente al de la carne vacuna) y que se exportaba a ritmo creciente, a la par que las empresas integradoras se expandían también a ritmo creciente, al igual que sus ganancias. Un estudio contemporáneo del proceso sostenía como conclusión que el modelo organizacional del sector de la carne aviar era de tipo oligopólico colusivo, con las consecuencias sectoriales y de bienestar social general que ello apareja[8]. 

En el caso de la producción ovícola, si bien los niveles de intervención fueron menores, igualmente se vio beneficiada a nivel de costos con la baja relativa del precio de sus dos insumos claves: alimentos y energía. Y esto estimuló las inversiones que querían aprovechar la oportunidad que brindaba el mercado, expandiendo la producción y así, consecuentemente, impulsando el incremento del consumo de huevos por habitante.

Cuando en 2012, en el marco del cierto “ajuste” económico que se realiza en el inicio del segundo gobierno de C.F. de Kirchner, se elimina el sistema de compensaciones, el sector avícola comenzó a sufrir remezones. El crecimiento que venía experimentando se ralentizó, aún cuando igualmente seguía beneficiado por los precios artificialmente bajos a los que accedía por el alimento y la energía. A la vez, Venezuela comenzó a demorar los pagos por las exportaciones que recibía, lo cual sumado al atraso cambiario dio lugar a que la vía exportadora no sea tan redituable como hasta ese momento.




En 2013 comienzan a verificarse problemas en las cadenas de pago entre integradoras e integradas, lo cual significó un impacto muy fuerte en el área productiva entrerriana, dada la estructura netamente familiar del proceso de engorde. Al mismo tiempo, una de las firmas más grandes del sector comenzó a sufrir un proceso de vaciamiento empresario que la llevó finalmente a la quiebra, demorada gracias a los esfuerzos del gobierno de la Provincia de Buenos Aires para evitarla antes de las elecciones de 2015 [9].

Con el inicio del gobierno de Cambiemos, la baja sustancial de las retenciones agrícolas y el comienzo del proceso de sinceramiento de los valores de la energía, el sector enfrentó de lleno lo que había comenzado a experimentar desde 2012: que su competitividad por costos ahora debería afrontar la realidad del mercado.




Las integradoras se enfrentaban a precios crecientes del maíz y la soja, a tarifas energéticas elevadas en sus plantas de faena y a mercados externos poco favorables para la colocación de la producción argentina. Los integrados, por su parte, afrontaron un incremento sustancial en sus costos por el aumento de la energía, a la par que el precio que recibían por el engorde que realizaban no llega a cubrir sus costos [10]. Y en el caso de los productores de huevos el panorama no era muy diferente: alimentos y energía incrementaron sustancialmente sus costos, que no podían verse reflejados de la misma manera en los precios que recibían [11]. 

La llamada “crisis del sector avícola” es, en realidad, un proceso de transición, desde una etapa de crecimiento -que se dio durante el gobierno kirchnerista- que no fue sostenible genuinamente, sino que se levantó sobre pilares endebles: asistencia financiera directa, subsidios indirectos, y aperturas de mercados externos cuasi-cautivos por acuerdos comerciales nación-nación, hacia otra etapa en la cual debe enfrentar al mercado sin protección oficial.


Gallo: Jean Miró.


Ahora, sin la vigencia de aquellas políticas kirchneristas de apoyo sectorial, las empresas del sector deben reacomodarse. Deben enfrentar un mercado interno con sobreoferta y, por lo tanto, con precios bajos que no pueden equiparar el alza de los costos impulsados por la inflación, el reacomodamiento de las tarifas energéticas y el precio internacional de los granos.

Como expresó uno de los empresarios emblemáticos del sector: “Tenemos que encontrar una nueva competitividad”[12]. 

Hasta este momento, el sector creció sobre los perjuicios que sufrieron los agricultores que veían reducida su rentabilidad por la aplicación de retenciones a las exportaciones, sobre las pérdidas que sufrieron los ganaderos por la política sectorial aplicada por el kirchnerismo, sobre los subsidios energéticos y las compensaciones que recibieron, ambos solventados con los recursos del Estado (es decir, del conjunto de sus ciudadanos). Ahora, entonces, es momento de verificar la capacidad de las empresas del sector para competir genuinamente.

En esta transición habrá, sin lugar a dudas, integradoras e integrados que quedarán fuera del mercado, como habrá también productores de huevos que saldrán del mismo. Sucederán procesos de concentración productiva y de expansión de los más eficientes. El sector, como un todo, se reconfigurará con ganadores y perdedores, y se podrá verificar si el comportamiento empresario oligopólico colusivo continúa o se modifica, y qué consecuencias sectoriales y generales aparejará. Las empresas podrán exponer cuánto aprendieron de la experiencia de la primera década y media del siglo y se reconfigurarán, o si continúan esperando beneficiarse de la captación de rentas y subsidios de diferente tipo.


Francisco de Goya, Bodegón.


La trayectoria del sector avícola argentino se torna paradigmática de cómo parte del empresariado nacional entiende la competividad: como subsidio y protección. Ahora es el momento en que se verá cuántas de ellas aprendieron las lecciones correctas de la experiencia pasada.


* * * 



Agradecemos la difusión del presente artículo: 
Todas las notas de Marcelo Posada aquí.

* * *

[1] Argentina pasó de exportar 60.000 tn de carne de pollo en 2003 a 366.000 tn en 2013, descendiendo a las 255.000 en 2017. En el caso de los huevos, para los cuales el mercado externo es de baja importancia relativa, se pasó de exportar menos del 1% de lo producido en 2003 a exportar el 6% en 2015, alcanzando en el presente la exportación el 5% de los huevos producidos.
[2]  https://news.agrofy.com.ar/noticia/166458/industria-avicola-medio-tormenta-perfecta
[3]  https://www.motivar.com.ar/2017/04/es-la-proteina-mas-barata-en-todo-el-mundo
[4]  https://www.unoentrerios.com.ar/la-provincia/para-grazia-esta-es-la-peor-crisis-la-avicultura-que-recuerda-n1438777.html
 [5] Cámara Argentina de Productores Avícola (CAPIA); https://www.globalmethane.org/documents/events_ag_20070514_nazar_poultry.pdf 
[6]  https://serviciosucesci.magyp.gob.ar/principal.php?nvx_ver=2676 
[7]  http://www.ipcva.com.ar/documentos/792_expectativasconsumo.pdf
[8]  https://inta.gob.ar/sites/default/files/script-tmp-modelizacion.pdf 
[9]  El caso de Cresta Roja, empresa originalmente de Rasic Hnos., es paradigmático: creció en base al sistema de compensaciones y subsidios indirectos; pero cuando sus dueños observaron que ese crecimiento era insostenible, comenzaron un proceso de vaciamiento. Previo a las elecciones de 2015, el gobierno de D. Scioli intentó socorrer a la firma para retrasar su cierre, y lo mismo hizo el nuevo gobierno bonaerense de M. Vidal, y ambos fracasaron, porque no comprendieron que no era un problema de una empresa, sino del sector en su conjunto.
[10]  http://supercampo.perfil.com/2017/07/los-productores-integrados-al-borde-del-abismo 
[11]  https://www.motivar.com.ar/2017/04/produccion-del-huevo-en-argentina. Y en el caso de los huevos hay un agravante: el huevo tiene un corto período de perecibilidad, por lo cual –a diferencia de un frigorífico que puede mantener congelado sus pollos faenado-, el productor debe vender su producción lo más rápidamente posible, desfasándose así entre costos afrontados y precios recibidos.
[12]  http://fmfleming887.com.ar/nota/5061/-momento-crucial-para-la-avicultura-argentina 

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