CUANDO PASE EL TEMBLOR




Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/cuando-pase-el-temblor/




De nuestra capacidad para avizorar el mundo emergente dependerá nuestro renacimiento como nación


“Estamos en guerra”, les advirtió a los franceses el presidente Emmanuel Macron al describir la emergencia provocada por el virus corona. “Esto es una guerra”, les dijo igualmente Donald Trump a los estadounidenses. No fueron los primeros ni tampoco los únicos en equiparar una peste con una guerra: ambos fenómenos trastornan las organizaciones políticas, producen saltos inesperados en las mentalidades, reordenan la economía, alteran incluso las fronteras. En 1945, Europa, América y Asia se encontraron, en todos esos órdenes, frente a realidades impensables apenas 30 años atrás, antes de que la bala de Gavrilo Princip torciera la historia del mundo. Las cosas cambiaron tras la caía del muro, el derribo de las torres, el desplome de las hipotecas. “Todo hace pensar que una disrupción internacional acaba de emerger”, escribió en Clarín el especialista Carlos Pérez Llana. “Decididamente, a la salida de la crisis el mundo no será igual.”


Cuando pase el temblor, todo será distinto: en esto coincide la mayoría de los analistas. Y allí terminan sus coincidencias, porque pocos incurren en la imprudencia de señalar la dirección del cambio. Los vaticinios más elementales extrapolan las tendencias enfrentadas que están a la vista, y auguran el triunfo de una u otra, salpimentando el pronóstico con hipótesis conspirativas que asignan intencionalidad a la pandemia con el inconfeso designio de asegurar la expansión arrolladora del populismo, o la implantación forzosa del Nuevo Orden Mundial. Los momentos de crisis han sido históricamente un terreno fértil para las teorías conspirativas, y también para las conspiraciones propiamente dichas. Tal vez sea sólo cosa de mala suerte, pero las clases medias que sostienen las democracias y la economía de mercado en Occidente salieron peor paradas de todas y cada una de las “disrupciones” ocurridas a partir del colapso de la Unión Soviética.


El mundo no será igual, y la Argentina tampoco será igual. Cada crisis trae consigo una oportunidad, y de nuestra capacidad para avizorar el mundo emergente y definir nuestro propio lugar en ese mundo dependerá nuestro renacimiento como nación, o nuestra caída hasta nuevas y desconocidas profundidades. Esta crisis nos encuentra indefensos no sólo en términos sanitarios sino especialmente en términos militares y culturales. Nuestras únicas armas para superar esta turbulencia y salir enteros y fortalecidos son nuestros recursos naturales, nuestra capacidad de trabajo, nuestra cohesión nacional y sobre todo nuestra inteligencia. De las cuatro, sólo los recursos naturales están asegurados al menos en lo inmediato; las otras tres tendremos que demostrarlas. Ya lo hemos hecho en el pasado, deberíamos poder hacerlo ahora. “En las malas, la Argentina se agranda”, dice el analista Andrés Malamud. Ojalá.


Al arrancarlo violentamente de la rutina, al obligarlo a reflexionar sobre su situación, la peste o la guerra le devuelven al ciudadano autonomía y capacidad de decisión, reavivan la conciencia de que el poder le pertenece. De alguna manera, reescribe el contrato social en términos mucho más exigentes y perentorios. Cuando la propia vida está en juego de manera evidente, nadie espera la próxima elección para renovar autoridades. El líder que no demuestra capacidad de liderazgo, autoridad para ordenar las voluntades individuales de modo de asegurar la supervivencia del conjunto, es rápidamente arrojado a un lado. Del mismo modo, el que se pone el conflicto al hombro y demuestra eficacia se asegura lealtades.


La peste o la guerra acicatean el tribalismo aletargado, reavivan la conciencia de pertenecer al grupo. Cada uno sabe que su destino depende de los propios, con los que mantiene tácitas obligaciones recíprocas, y poco importa a los ajenos. En el campo de batalla o en las calles recorridas por el espectro de la peste, la vida depende de lo que haga el vecino o el compañero de trinchera, y a la inversa. La distracción o la indiferencia de uno puede significar la muerte del otro. La solidaridad deja de ser una piadosa recomendación moral para convertirse en un imperativo vital, y el insolidario se vuelve tan peligroso como el enemigo. La peste o la guerra, sacan a la luz lo peor del ser humano, que es lo más conocido por otra parte, pero también revelan lo mejor de cada uno, como sabemos desde Malvinas.


La peste o la guerra pulverizan las ideologías, los relatos, las doctrinas, y abren paso al sentido común porque reducen todo a la opción más atávica y primitiva, esa que la especie lleva grabada en los recónditos pasadizos de su espíritu: la vida o la muerte. El sentido común campea en los pronósticos de una treintena de expertos consultados por la revista Politico, editada en Washington, acerca del mundo que nos espera cuando la peste amaine. Algunas de sus vislumbres más promisorias:


– fin del idilio con la cultura del consumo y del descarte, de la frivolidad y de la hiperactividad, del individualismo exacerbado;


– revalorización de la pericia, la capacidad, la experiencia, así como de la ciencia y el conocimiento científico;


– un nuevo patriotismo no expresado exclusivamente por las fuerzas armadas, sino también por otros servidores públicos, como médicos (aplaudidos en varias ciudades afectadas por la peste), enfermeros, maestros, e incluso cajeros de supermercado (reconocidos por Angela Merkel);


– eclipse del mercado y revalorización del Estado como principal organizador social;

– aprecio de la seriedad, el conocimiento y la experiencia en el ejercicio de la función pública; recuperación del carácter honroso del servicio público en todos los órdenes, incluida la función de gobierno;

– revalorización de la dimensión social, comunitaria, de la vida, y con ella del espacio público, de los lugares de encuentro como parques y paseos, y de la actividad compartida;

– nuevo énfasis en las instituciones de salud pública y redefinición de la investigación, desarrollo, producción y distribución de medicamentos;

– optimismo, diversión, comida casera, familia, mayor intimidad en la vida amorosa y posiblemente una nueva oleada de nacimientos masivos.


Estas predicciones parecerían más del agrado de los “populistas” que de los “globalistas”. Pero las grandes crisis, como parece ser ésta en la que apenas estamos entrando, suelen producir saltos cualitativos, no intensificaciones de una u otra tendencia preexistente. Como dejan entrever los augurios de estos expertos, probablemente el mundo futuro exhiba características que hoy defienden uno u otro de los bandos, pero como parte de una estructura general completamente distinta, y por el momento difícil de imaginar. Otra predicción de los consultados es el ocaso de las grietas, de las grandes polarizaciones ideológicas y políticas que hoy dividen a las sociedades occidentales, como consecuencia de la aparición de un “enemigo común” (la peste) y de la “conmoción política” resultante (que impulsa a colocar la pericia por encima de la bandería).


Cuando pase el temblor, el mundo no será igual y la Argentina no será igual. Insisto en la urgencia de pensar el futuro, aprovechando la pausa de la cuarentena. El contexto que se avecina, como ocurre siempre, va a estar tan lleno de trampas y escollos como grávido de oportunidades. Si los vaticinios de los expertos citados van en la buena dirección, tendremos más oportunidades que escollos. Necesitamos empeñar lo mejor de nosotros, ese espíritu que aflora en la guerra o en la peste, para sortear unos y aprovechar las otras. Justo cuando estábamos cayendo al fondo de la tabla de posiciones, cambian las reglas del juego: no podemos permitirnos desperdiciar esta oportunidad. Inteligencia, liderazgo, trabajo y conciencia nacional pueden llevarnos nuevamente al lugar donde se discuten el bronce, la plata y el oro, un lugar donde ya estuvimos y desde donde resulta imperdonable que hayamos caído.


–Santiago González



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