EL DÍA DESPUÉS
El día después — defendiendo lo (casi) indefendible.
… or not.
Deor
Si hay algo que nos está salvando del Apocalipsis zombie parece ser este sistema pedorro, que si no nos hace felices por lo menos nos mantiene adormecidos con fútbol, cerveza y Netflix.
Autor: el reaccionario boomer (@reaxionario)
Todos los argentinos estamos en desacuerdo en todo, excepto en una cosa: hay que deshacerse de la clase política. Yo, como cualquiera que me conozca debe saber, pienso lo mismo. Pero hoy, para variar un poco, les traigo otra cosa: un argumento a favor del status quo.
Todos fantaseamos acerca del día en el que nos libremos de esta casta decadente — de esta élite que está a pocos pasos de organizar torneos de paintball en pelotas en los pasillos de la casa de gobierno. Le pasó a la monarquía francesa y puede pasarnos a nosotros.
Lo que pocos ponderan, daydreaming sobre guillotinas en alguna cola de AFIP porque el calor nos pone irritables, es el día después. Y no me refiero a un simple “que se vayan todos”, porque eso no cambiaría nada. El problema, como siempre, no son los actores sino la obra.
Por eso los partidos de derecha no sirven — porque pretenden arreglar la democracia. El hecho de que la democracia no funciona, no funcionó ni va a funcionar, les pasa desapercibido. Su único propósito es el de perpetuarla, cuando deberían tratar de voltearla — o por lo menos no darle de comer. En fin.
Me refiero a un reboot del sistema — un 1789, un 1917 o un 1933 en Alemania.
¿Qué pasa cuando las cabezas terminen de rodar? Es una gran pregunta. No tengo la respuesta, pero tengo algunas ideas — y ninguna es agradable. El común denominador de todas es el caos, y los que tengan que vivirlo (es inevitable) no la van a pasar bien. Aunque tomemos el camino largo de un lento descenso hacia el infiero somalí, a medida que nuestras instituciones se desgasten y el constante aufklarung propagandístico ya no baste para mantener el orden; o una revolución nos deje a merced de un puñado de sociópatas — va a estar jodido para todos.
La verdad, sin embargo, es que todo puede empeorar aún más y nunca repuntar.
Lo cierto es que, por pésimo que sea, este sistema más o menos mantiene el orden, y los argentinos no saben vivir de otra manera. Tampoco estoy convencido de que estén en condiciones de reconstruir la nación. Se suele escuchar el cliché de que Europa y Japón se levantaron después de las guerras, que estamos llenos de recursos naturales, que podríamos ser potencia, etc.
La clave de toda reconstrucción es la calidad demográfica, que es lo que de verdad hace a una nación, y no sus riquezas. No importa si los Aliados arrasaron con Alemania o si los ingleses comían de la basura en el ‘45 — tenían la capacidad para resurgir. Pateá un hormiguero una, dos, diez veces, y al otro día lo vas a ver tal cual estaba. Eso siempre y cuando las hormigas sepan qué hacer.
La verdadera tragedia argentina es su deterioro demográfico — mucho más grave que cualquier pérdida económica. África también está llena de recursos, amigos. El tema es saber aprovecharlos.
Tal cual están las cosas, al menos la gente no se está matando entre sí. Si hay algo que nos está salvando del Apocalipsis zombie parece ser este sistema pedorro, que si no nos hace felices por lo menos nos mantiene adormecidos con fútbol, cerveza y Netflix.
Ni ganas de ser rebeldes tenemos a pesar de los repetidos atropellos y humillaciones
Los días son difíciles pero pacíficos. La gente putea mucho — en la calle, en la verdulería, en las oficinas públicas, en Twitter (sobre todo en Twitter) — pero, tal cual está escrito en Deor, me banco el mal trago y en dos horas estoy en casa mirando a boquita.
¿Estamos listos para tirar eso a la basura? No sé. Si supiéramos qué hacer después, quizás, pero no me consta que ese sea el caso. Tal vez puedan informarme ustedes.
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