KAFKA LLEGA A ESCOCIA
Kafka llega a Escocia, y la libre expresión
desaparece.
Autor:
Theodore Dalrymple
Traducción:
María Fernanda Tognola
No
se defiende la libertad de expresión exigiéndolo para uno mismo sino
exigiéndolo para otros, especialmente cuando denuncias el uso que le dan o lo
que dicen. La libertad de estar de acuerdo con vos mismo no es libertad para
nada e inevitablemente termina en tiranía.
Pero
incrementar una tiranía de virtud auto proclamada parece ser el objetivo de los
intelectuales de universidad quienes, en el nombre de su propio beneficio, buscan
silenciar a aquellos cuya opinión encuentran objetable. Es precisamente la
misma clase que uno supondría que es la que más tendría miedo de la censura,
tanto legal como extra-oficial, quienes con más fuerza la defienden.
La
libertad de opinión y de expresión hace largo que viene en retirada en Gran
Bretaña, pero incluso con el standard en declive de tal libertad, el arresto de
un hombre de 35 años llamado Joseph Kelly en Glasgow es el punto más bajo al
que se llegó. Si la moda continúa podemos esperar muchos más puntos bajos.
A
Kelly se lo acusó con un aire Orwelliano por “delitos de comunicación” por
haber posteado un tweet ofensivo poco después de que un hombre llamado capitán
Tom Moore falleciera, a los casi 101 años de edad.
Moore,
un veterano de la Segunda Guerra Mundial, había ganado notoriedad recientemente
cuando a los 99 años, prometió caminar su jardín de una punta a la otra cien
veces para juntar dinero para el Servicio de Salud Nacional (NHS).
Para
cuando terminó, había recaudado $40 millones de dólares y se convirtió en un
popular héroe; fue hecho caballero por sus esfuerzos. Poco después de que Moore
muriera, ya sea por o con COVID, el Primer Ministro, con el típico mal gusto, inconsistencia
emocional e insinceridad cursi del que nace demagogo en busca de votos,
encabezó no un minuto de silencio colectivo, sino un minuto de aplausos en
memoria a Moore.
Arrestando a Joseph
En relación a esto, Kelly twiteó: “El único soldado Británico bueno es el que está muerto, ardé viejo, ardéeeeee”.
Nota de la traductora: Como la cuenta de Twitter de
Joseph (@2helpmehelpyou) no existe más, incluí una captura del tweet.
Esto de hecho fue vil y no muy inteligente, pero en la
imaginación de nadie habría lugar para llamar a esto una amenaza personal o
incitación a la violencia. Fue la expresión de una opinión cruda y grosera, de un
eructo enconado, y sin duda, de resentimiento. Pero la vileza del tweet de
Kelly no es el punto.
Alguien se quejó de esto a la policía, y la policía arrestó a Kelly.
Obviamente, “El Proceso” de Kafka, se convirtió ya no en una advertencia, sino en
un modelo a escala de Escocia. Como los primeros renglones de la obra dicen:
“Alguien debe haber difamado a Joseph K,. porque una mañana, sin haber hecho
nada realmente malo, fue arrestado.”
La policía escocesa, ávidos lectores de Kafka sin lugar a duda, debe
haber pensado que era muy oportuno hacer un ejemplo con un hombre cuyas
iniciales eran J.K. y cuyo primer nombre era Joseph.
Quejándose
Uno de los aspectos más significativos de la historia es que la persona que vio el Tweet de Kelly creyó que era lo correcto y apropiado quejarse del mismo a la policía, como un niño quejándose con su maestra que el pequeño Jhonny le está dando pellizcos. Ningún adulto se hubiera comportado así ni siquiera hace unos años, y si lo hubiera hecho, la policía se hubiera reído y le hubiera dicho que se vaya.
Hubo un cambio sorprendente en la atmósfera cultural en cuanto a la
libertad de expresión en el último cuarto de siglo. A mediados de los 90 escribí un artículo que
desagradó a cierto grupo de interés, uno cuyos miembros más importantes le
escribieron al director ejecutivo de mi hospital para quejarse, e incluso pedir
que me despidan.
El director ejecutivo respondió que lamentaba que quienes se quejaban
estuvieran molestos, pero que era un país libre y yo podía decir lo que
quisiera.
Dudo que algún director ejecutivo de hospital escribiera o se atreviera
a escribir de modo tan directo hoy en día; en ese entonces todavía era posible
una cierta fortaleza en la defensa de la libertad.
Cuando un cierto Sr. A…. escribió para quejarse que yo no le había
firmado un certificado por enfermedad para él, la gerencia me pidió que le
responda a su queja. “El sr. A…..,” Escribí, “es un borracho que le pega a su
mujer y no le voy a firmar ningún certificado.”
Como el Sr A…. sí era un borracho, sí golpeaba a su mujer, y no tenía
ninguna enfermedad, de la misma manera era cierto que yo no estaba listo para
firmarle un certificado por enfermedad, y ese fue el final del asunto. Me
atrevo a decir que no sería el final así ahora. La verdad ya no es más defensa
contra la acusación de haber causado una supuesta herida emocional.
Ingenieros de Almas
Lo que me parece claro es que los gobiernos
centrales y los responsables de instituciones menores o subordinadas, como la
policía y las universidades, se piensan a sí mismos cada vez más de la manera
en que Stalin pensaba, o decía que pensaba de los escritores: concretamente
como los ingenieros de almas.
Esto lo consideran necesario porque, si se
los deja, la gente tiende a pensar los pensamientos equivocados, y los
pensamientos equivocados son muy peligrosos, especialmente para quienes
invariablemente tienen los pensamientos correctos.
De hecho, tan peligrosas son las ideas
incorrectas que el expresarlas debería ser o criminalizado o bien quienes las
expresen deberían ser socialmente marginalizados, preferiblemente dejados en el
ostracismo; pero ya que la prevención es mejor que la cura, los niños,
adolescentes y jóvenes adultos deberían ser inmunizados contra esto con
adoctrinamiento.
En efecto, un gran número de gente,
especialmente en las universidades, ahora sueñan con un mundo en el que nadie
tenga malos pensamientos ni malos sentimientos (lo que ellos consideren “malo”,
por supuesto). Ese mundo tendría que ser altamente vigilado, sin duda, pero con
las técnicas modernas de vigilancia, esto no representaría grandes problemas.
El caso de Joseph K. -perdón, quiero decir
Joseph Kelly- muestra el futuro. A su debido tiempo, sin embargo, esa
vigilancia se volvería innecesaria; se esfumaría, como el estado, que en la
nueva sociedad, completamente humana como la imaginara Marx, se esfumaría.
Así como nadie en una sociedad Marxista
desearía ningún privilegio económico o social para sí, tampoco en la sociedad
en la que todos los Joseph Kellys fueron silenciados, nadie podría expresar o
ni siquiera pensar tales pensamientos como el suyo.
Después de todo, ¿qué es el pensamiento
sino una cuestión de hábito?
Por lo tanto, nadie podría ofender ni ser
ofendido, y la armonía absoluta reinará por los siglos de los siglos, amén.
Theodore Dalrymple es médico jubilado. Es editor
colaborador del City Journal de New York y el autor de 30 libros, incluyendo
“La vida en el fondo”. Su úlimo libro es “Embargo y otras historias.”