PUTIN METE LA GUERRA FRÍA EN HIELO

 



Autor: Gabriel Gavin

¿Quiénes son los rusos y qué quieren? Es una cuestión que ha perseguido a político y periodistas desde tiempos inmemoriales pero, como han demostrado los eventos de la última semana, muchos todavía no están cerca de encontrar una respuesta.

Por semanas, Rusia ha desplegado decenas de miles de tropas en la frontera del Este ucraniano, mientras observadores internacionales advierten que fuertes encontronazos entre las fuersas de Kiev y Moscú se aceleran. Muchos políticos ucranianos y sus aliados en Occidente claman que la concentración de tropas es la muestra de que el Presidente Vladimir Putin intenta invadirlos. El Kremlin insiste, sin embargo, que los soldados están únicamente para asegurar la frontera.

El jueves, las intenciones de Rusia se aclararon levemente. Después de supervisar los juegos de guerra de Crimea, el Secretario de Defensa Sergei Shoigu tomó al mundo por sorpres y proclamó que las unidades estacionadas cerca de la frontera demostraron que están "listas para el combate", y que retornarían a la base. Al final del mes, agregó, el retiro sería completo.

Permanece por saberse si el retiro de tropas enfriará las tensiones de la región, que habían llegado cerca del punto de ebullición en las recientes semanas. Kiev puntualizó que evidencia que sólo la OTAN puede garantizar su seguridad y pidió al bloque aumentar su presencia, incluyendo aviones de guerra cerca de la frontera con Rusia. Tener tropas de EEUU cerca de la frontera ha sido siempre una línea roja para Moscú, y el despliegue de tropas llevaría a un ciclo de escaladas.

Algunos comentaristas occidentales, también, parecen enfervorizarse ante la perspectica de uan guerra. Entre ello Anders Åslund, un economista sueco que asesoraba al gobierno de Boris Yeltsin durante su desastrosa transición al libre mercado, y quien, desde entonces, integra el Consejo Atlántico [The Atlantic Council]. Åslund ha sufrido bromas en Twitter después de declarar que en Kiev entraron en pánico y los residentes buscaban refugios para bombas. Al sufrir el criticismo de los locales, mantuvo que sólo se codea con las élites y que por lo tanto tenía una perspectiva diferente. Predicciones que ni Washington ni Moscú quieren arriesgar una guerra entre los dos poderes nucleares, sobre el este ucraniano, lo que no queda claro cuando los titulares son "Putin quiere la guerra".

De igual forma, rumores corren de que el presidente de Rusia usaría su asiento en el Concejo de la Federación para anunciar una respuesta a las recientes sanciones de EEUU. Comentaristas intercambian teorías que podrían incluir el anexamiento de dos zonas del Donbas, o anunciar la fusión con Belarús. Nuevamente, Putin se niega a hacerle caso a la histeria de la prensa; en cambio se dirige al parlamneto sobre planes sociales y gastos en educación de cara a las próximas elecciones parlamentarias. Se mantuvo alejado de la política internacional, excepto para insistir que su país busca relaciones amigable con todo el mundo, mientras ominosamente advierte que hará que cualquier agresor extranjero "lamentarán sus acciones como nunca se han arrepentido de algo anteriormente".

Si bien se reduce la preocupación sobre Ucrania, ha expuesto algunos veteranos observadores de Rusia; el Kremlin parece haber dejado mal parados a sus detractores. El tratamiento del opositor Alexei Navalny actualmente en prisión por fraude, ha sido na fuente de tensión con EEUU y la Unión Europea. El oposito anti-corrupción anunció una huelga de hambre el pasado 31 de marzo, quejándose de que no se le ha permitido acceso a sus propios médicos para su dolor de columna. La prensa sostiene que Putin quiere al líder de la oposición muerte, mientras las capitales de Occidente amenazan con nuevas sanciones si algo le sucediera a Navalny durante su tratamiento.

MIles de rusos salieron a la calle en protestas no autorizadas el pasado miércoles, luego del discurso de Putin. Mientras los activistas manifestaban, sostienen que tuvieron apoyo en otras ciudades, no sólo en Moscú. Sin embargo sus números fueron menores que en otras ocasiones, como el arresto de Navalny en enero. Sorprendentemente, cerca de medio millón de personas han expresado su interés en participar via internet, pero muy pocos de ellos efectivamente se conectaron.

La marcha fue pacífica, incluso jovial, algunos perplejos de que la policía antidisturbios no los hubiera disgregado, limitándose a mantenerlos lejos de los edificios públicos. Si bien algunas fotos de episodios violentos en San Peterburgo pudieron verse posteriormente, la cantidad de detenciones fue notoriamente inferior que en enero. Marchas no autorizadas están prohibidas en el país según las reglamentaciones de la pandemia, pero los activistas estaban interesados en expresar su preocupación por la salud de Navalny y pedir que se les deje ingresar a sus médicos a la prisión en lugar de recibir la atención de los médicos penitenciarios.

El jueves en cambio, un medio opositor a Putin, Mediazona, informó que los abogados de Navalny confirmaron que los médicos propios habían sido autorizados por las autoridades del penal a ingresar y que los médicos le pidieron que terminara con la huelga de hambre. Este evance no había sido hecho público con anterioridad, a pesar de que Navalny se había reunido con sus abogados y éste les había encargado que postearan el mensaje en la mañana antes de las marchas. El viernes, Navalny confirmó que sus médicos podían ingresar y que el finalizaría su huelga de hambre. Dijo que había sido el resultado de las marchas de sus seguidores, a pesar de que había obtenido el permiso antes de las manifestaciones.

Kevin Rothrock, editor de Meduza, otro sitio ruso opositor al gobierno escribió que: "Me extraña que Navalny no hubiera mencionado a sus médicos en sus declaraciones en Instagram. El acceso a los médicos eran la razón publicita de las marcha, pero resulta que el permiso había sido concedido un día antes de las mismas". Pareciera que el consenso alrededor de Navalny en Occidente se deteriora. Ya no es la figura anti Putin unificadora. El apoyo de occidente se debilita.

Mientras algunos predecían una nueva guerra fría esta semana. Pareciera que se adelantaron a los hechos. En los pasados días funcionarios de la República Checa expulsaron 18 diplomáticos rusos alegando que eran agentes de inteligencia responsables de la exploción de un depósito de municiones en el 2014. Dijeron que las municiones iban a ser destinadas a Ucrania y que los espías produjeron la explosión.

En respuesta, Rusia envió a casa a 20 diplomáticos checos. Praga sostuvo que era una respuesta más dura de la esperada y llamaron a otros países de la OTAN a tomar medidas de reciprocidad. Los checos afirma que si los rusos no revén la medida expulsarán 60 diplomáticos rusos. Ruidos diplomáticos se produjeron en las pasadas semanas en distintos países. Washington y Moscú llamaron a sus embajadores, dejando ambas embajadas sin su personal jerárquico en medio de una escalada.

De igual manera, la relación de Putin con Joe Biden empezó de mala manera, con el presidente de EEUU llamando a su contraparte "asesino" en una entrevista, lo que despertó el enojo de Moscú. Washington acusa a Rusia de estar detrás del envenenamiento de Navalny con el agente nervioso novichok, con intentar interferir en las elecciones de 2020 y de cyber espionaje a SolarWinds. Rusia niega todas las acusaciones, pero no escapó de un nuevo paquete de sanciones promovido por Biden, con la expulsión de diplomáticos para mayor énfasis.

El presidente de EEUU comenzó su carrera política cuando el polvo se asentaba en la USSR, y la OTAN se expandía hacia el este. Putin, mientras tanto servía como oficial de la KGB en Alemania Oriental cuando la Cortina de Hierro se derrumbaba. A pesar de que jugaron diferentes roles, ambos están íntimamente involucrados en el final de la Guerra Fría. Sólo el tiempo dirá si quieren empezar un nuevo ciclo.

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Gabriel Gavin es un periodista residente en Moscú, escribe para periódicos independientes incluyendo The Independent, The Spectator y The Kyiv Post.


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Notas Relacionadas:

EL FALSO DIMITRI
http://restaurarg.blogspot.com/2020/09/el-falso-dimitri.html

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Putin puts the new Cold War on ice

Who are the Russians, and what do they want? It’s a question that has haunted politicians and journalists for time immemorial but, as events this week have shown, many are still no closer to finding an answer.

For weeks, Russia has been deploying tens of thousands of troops on its borders with Eastern Ukraine, as international observers warn that fierce clashes between Kyiv’s forces and Moscow-backed militants are worsening. Many Ukrainian politicians and their allies in the West have claimed the build up to be an indisputable sign that President Vladimir Putin had his heart set on an invasion of the Donbass. The Kremlin insisted, however, that its soldiers were just there to secure the border.

On Thursday, Russia’s intentions became slightly clearer. After overseeing massive wargames in Crimea, Defense Secretary Sergei Shoigu took the world by surprise when he proclaimed that the units stationed near the frontier had proven themselves “combat ready,” and would soon be returning to base. By the end of the month, he added, the withdrawal would be complete.

It remains to be seen whether the move will cool tensions in the region, which had risked boiling over in recent weeks. Kiev has pointed to the standoff as evidence that only NATO can guarantee its security and asked the bloc to step up its presence, including potentially flying warplanes near the Russian border. Having US armed forces on the country’s doorstep has long been a red line for Moscow, and their deployment would likely lead to a cycle of escalations.

Some Western commentators, too, seemed to work themselves into a fever pitch over the prospect of war. Among them was Anders Åslund, a Swedish economist who advised Boris Yeltsin’s government during its disastrous free market transition, and who has since become a Washington-based Fellow of The Atlantic Council. Åslund was roundly mocked on Twitter after declaring that the mood in Kyiv was one of “panic,” and residents were already searching for bomb shelters. Facing criticism from locals, he maintained that he only mingles with “elites,” and was therefore getting a different perspective. Predictions that neither Washington nor Moscow wants to risk a war between the world’s two foremost nuclear powers over Eastern Ukraine went largely unheeded in favour of “Putin wants war” headlines.

Likewise, rumors ran rampant that the Russian President would use an address to the Federation Council on Wednesday to announce a major response to recent US sanctions. Commentators traded theories that this could include the annexation of the two breakaway Donbass republics, or the announcement of a formal merger with troubled Belarus. Again though, Putin refused to live up to the hype, instead setting out his stall ahead of parliamentary elections with welfare and education spending. He steered clear of foreign policy, other than to insist that his country seeks friendly relations with all, while ominously warning that it would make any foreign aggressors ”regret their actions like they’ve regretted nothing before.” 

If the scale of concern over the confrontation in Ukraine, and how quickly it appears to be fading out, has exposed some veteran Russia-watchers, the Kremlin again appears to have wrong-footed its detractors. The treatment of opposition figurehead Alexei Navalny, currently serving time in prison for fraud, has been a source of tension with the US and EU. The anti-corruption campaigner announced a hunger strike on 31 March, complaining that he had not been allowed access to his own doctors for back and spine pain. Media reports ran claims that Putin wants to see the opposition leader dead, while Western capitals warned of fresh sanctions if anything were to happen to him while protesting against his treatment. 

Thousands took to the street for a series of unauthorised protests across the country on Wednesday, following Putin’s speech. But while activists demonstrated they could drum up support in a range of remote cities, rather than just the capital, their numbers were far lower than the previous demonstrations that took place following Navalny’s arrest in January. Surprisingly, nearly half a million people had expressed their interest in participating via a website set up by organisers, but only a tiny proportion of them turned up on the day. 

By and large, the marchers were also peaceful, even jovial, with many genuinely perplexed that riot police did not disperse the crowds, opting instead to simply keep them away from government buildings. While footage of some violent episodes later emerged from St Petersburg, which saw some of the fiercest skirmishes in January, the numbers of arrests were still small by comparison. Unauthorised rallies are banned under the country’s current pandemic-prevention laws, but those present were all the more intent on making their concerns for Navalny’s health known and demanding he be allowed to see his doctors, rather than the standard prison service physicians.

On Thursday though, opposition-leaning outlet Mediazona, one of the most popular Kremlin-critical news sites, reported that Navalny’s legal team had confirmed the opposition figure had actually been given permission by penal authorities to be seen by private doctors as requested two days prior, and the medics were urging him to end his hunger strike. This fact had somehow not been made public previously, despite Navalny meeting with his lawyers and giving them a message to post online on the morning of the planned demonstrations. On Friday, Navalny confirmed he had been granted access to the medics and would begin ending his hunger strike. He chalked the outcome up to his supporters, despite the appointments happening before protests had begun.

Kevin Rothrock, editor of Meduza, another Russian news site frequently critical of the government, wrote that “I find it a little weird that Navalny didn’t mention [his medical care] in his statement released today on Instagram. Access to doctors was ostensibly the reason for yesterday’s protests, but it turns out he was granted exactly this — a day before the demonstrations.” It would appear that any consensus around Navalny as a unifying anti-Putin figure in the West may be crumbling, and his relevance in Western nations’ foreign policy may therefore wane, particularly if the situation soon quietens down.

While those predicting a new Cold War was imminent this week appear to have spoken too soon, there are still evident tensions. In the past few days, officials in the Czech Republic have expelled 18 Russian diplomats over allegations Moscow’s intelligence agencies were behind an explosion at an ammo depot in the country, back in 2014. They say the weaponry had been destined for troops in Ukraine, and claim spooks were behind it. 

In response, Russia sent home 20 Czech envoys, a response that Prague has since described as “stronger than expected” and left them calling on other NATO countries to take reciprocal measures. Czechia’s foreign minister has warned that, unless the decision is reversed, more than 60 Russian embassy staff in Prague could be expelled. Diplomatic representation has taken a pummeling in recent weeks, nowhere more than with America, where both the Kremlin and the White House have recalled their ambassadors for urgent talks, leaving them without top-tier contacts at a time when tensions have been rapidly escalating.

Likewise, Putin’s relationship with Joe Biden got off to a rocky start, with the US President branding his counterpart a “killer” in an interview that sparked outrage in Moscow. Washington accuses Russia of being behind the poisoning of Navalny with the nerve agent novichok, attempts to interfere in the 2020 presidential election and the unprecedented SolarWinds cyber-espionage breach. Russia denies each of the charges, but has not escaped a new package of sanctions unveiled by Biden, with the expulsion of more diplomats thrown in for good measure.

The US President cut his teeth in politics as the dust was settling on the USSR, and NATO was expanding eastwards. Putin, meanwhile, was serving as a KGB officer in East Germany as the Iron Curtain fell. Though they played very different roles, both were intimately involved in the last Cold War. Only time will tell whether either wants to start a new one.

Gabriel Gavin is a Moscow-based journalist writing about Central and Eastern Europe for outlets including The Independent, The Spectator and The Kyiv Post.

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