VACA VIVA


Vaca viva pero no para los vivos de siempre

Autor: Marcelo Posada (@mgposada)

la “vaca viva” como sinónimo de bioeconomía, debe ser el grito de guerra, por un sistema jurídico, económico y fiscal que tenga por principios reducir a lo mínimo la intervención y las regulaciones.

Algunos meses atrás, cuando el Ing. Fernando Vilella acuñó la feliz expresión “vaca viva”, lo hizo en un sentido claro y preciso: hacer referencia a la necesidad de permitir el pleno desarrollo de las fuerzas productivas involucradas en lo que hoy, más sofisticadamente, se conoce como bioeconomía.

En contraposición de la mitificación de que el futuro argentino dependía de poner en valor el yacimiento gasífero y petrolero de Vaca Muerta, se planteó que había un camino más real, más presente, más conocido: el de toda la riqueza bioeconómica que contiene el territorio argentino.

El escenario prodigioso que auguraban a partir de Vaca Muerta implicaba subsidios, intervenciones públicas en el precio de la unidad de referencia, créditos blandos, exenciones impositivas, esquemas de rebajas para determinados gravámenes, y otra miríada de perrogativas a las empresas que se instalasen en aquellas tierras y comenzaran a explotar ese yacimiento. 

La Nación y las Provincias comenzaron a entrever un horizonte glamoroso, con muchos puestos de trabajo creados, con una gran dinámica de movimiento económico, con grandes volúmenes exportados y, a la par, con importantes ingresos de dólares para la economía nacional (pero, fundamentalmente, para las arcas públicas, vía impuestos de diversos tipos).

El entusiasmo gubernamental tuvo como contrapartida la carencia de un análisis crítico de la situación. 

Así, no se comprendió cabalmente que la viabilidad del desarrollo de Vaca Muerta –en un escenario sin subsidios ni intervenciones- implicaba que el precio internacional del petróleo convencional continuara en su máximo de 2008, sin contemplar que ya había iniciado un proceso tendencial descendente, hasta el piso que tocó en mayo de 2020. Vaca Muerta sólo era posible con el petróleo convencional en los valores del mercado alcista.

Hacer de Vaca Muerta el pilar de la construcción de una Argentina próspera sólo era posible bajo dos condiciones: desconocer por completo el ciclo económico (o conocerlo y tener la soberbia de creer que se lo puede domar), y cargar a las sociedad presente el costo de asistir a ese desarrollo, en nombre de un difuso bienestar para la sociedad futura.

Mientras el mercado bajista del petróleo hacía cuesta arriba la fantasía de Vaca Muerta, Argentina iba desperdiciando la oportunidad de expresar todo su potencial bioeconómico. 

Para lograrlo, no necesitaba subsidios, ni “barriles criollos”, ni exenciones temporales a determinados gravámenes; nada de eso: la “vaca viva” solo necesitaba (y necesita) que se permita la liberación de sus fuerzas productivas.

¿Qué significa eso? 

Que no se castigue a la producción, que no se desincentive la inversión, que no se desestimule la generación de puestos de trabajo, que no se sobrerregule el desenvolvimiento de las actividades, que el Estado sea un acompañante del sector privado y no su amo.

El presidente de la Nación ha comenzado a expresarse en diversas ocasiones acerca de que en la Argentina se debe comenzar a prestarle más atención a la “vaca viva”. Es una gran noticia este viraje, aunque, lamentablemente, la primera enunciación pública ocurrió durante el anuncio oficial de la fallida intervención a la firma Vicentín. Es decir, se habló de “vaca viva” en un escenario que es exactamente la contracara del escenario que requiere el desarrollo de la “vaca viva”.

La bioeconomía es la agregación de valor a la biomasa; valor que es conocimiento; y conocimiento que es inversión en investigación, desarrollo y formación de recursos humanos. 

La biomasa adquiere valor al momento en que es intervenida, con mayor o menor agregación de conocimiento, pero ya no es lo que era: una vaca no es una vaca, sino es conocimiento e inversión en genética, en praderas, en instalaciones, en capacitación de personal; es leche, o cuero, o carne que tendrán más o menos valor (conocimiento incorporado) según el mercado que lo demande, pero siempre tendrá una huella de la intervención humana.

Cuando más denso sea el entramado de esas huellas que deja la intervención humana en el bien, mayor valor tendrá, aunque –paradójicamente- esas huellas busquen que determinados productos sean menos intervenidos (carnes biológicas, carnes a pasto, etc.).

El flujo de conocimiento que da valor a la biomasa debe ser libre, tener capacidad de desplazarse, estar regulado lo mínimo, solo en función del aseguramiento de la salud pública y de la preservación del medio ambiente de un modo lógico y racional.

El desenvolvimiento bioeconómico (la “vaca viva”) no necesita medidas de apoyo, necesita libertad.

Pero esa libertad debe ser estructural, no coyuntural. En estas semanas se ha difundido un documento de una nueva cámara empresarial de segundo orden que agrupa a asociaciones empresarias de distintas actividades agroindustriales, el cual pretende concebirse como un plan de desarrollo sectorial. 

Al analizarse sus propuestas se observa que allí se entiende al desenvolvimiento empresarial dentro del mundo bioeconómico como una dádiva del Estado: desgravaciones impositivas, reducciones de aportes patronales, cambios en los considerando contables impositivos, crédito subsidiado, compensaciones y suspensiones temporales de determinadas cargas impositivas, y un largo etcétera.

Estas medidas, que según la prensa se están trabajando desde la presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación, no harían más que dejar en posición subordinada a las empresas de la bioeconomía involucradas: funcionarían exitosamente por gracia de quien administre el Estado, y no porque existan las condiciones estructurales de una macroeconomía sana, de un sistema impositivo justo e incentivador a la inversión y la producción, de un Estado que acompañe y no que dirija.

Este tipo de propuestas, como la difundida en estos días, no asienta el desarrollo económico y social que se deriva del crecimiento de la producción de cuño bioeconómico en bases firmes, sino en graciosas concesiones gubernamentales. 

Aún cuando sean fijadas por ley, siguen siendo concesiones que dependerán de la voluntad del gobierno de turno o de la coyuntura política y económica. 

Estas propuestas son más propias de agentes rent-seeking que de empresarios que busquen el pleno y normal desarrollo de los mercados.

Por supuesto que desde el cuadro de situación actual, el desenvolvimiento bioeconómico requiere de apoyos pre-competitivo en muchas de sus aristas productivas, en particular para agentes de menor escala y mayor debilidad en dotación de recursos, en capacidades o en solidez de articulación al mercado. 

Pero es precisamente eso, un apoyo pre-competitivo destinado a sectores puntuales, expresión de políticas diferenciadas, y no un esquema de apoyo global al sector.

El sector de las empresas de la bioeconomía (desde un laboratorio que hace investigación genética hasta un horticultor del cinturón verde de La Plata, desde un contratista de servicios agrícolas hasta el inversor en producción forestal de Corrientes, desde el criador bovino del Oeste de Formosa hasta la destiladora de biocombustibles a la vera del Paraná) requieren de un escenario que les brinde seguridad jurídica, libertad de movimientos del capital, y capacidad de asumir exclusivamente los riesgos de su actividad y no los riesgos institucionales derivados del manejo político del Estado.

Desde ya, es fácil reclamar una “vaca viva” que implique subsidios o exenciones y que los costos y riesgos se distribuyan socialmente. Es fácil pero no es sostenible. Ni socialmente justo.

El concepto del Ing. Vilella, la “vaca viva” como sinónimo de bioeconomía, debe ser el grito de guerra, de reclamo por más libertad, por un sistema jurídico, económico y fiscal que tenga por principios respetar la libertad empresarial, y eso significa reducir a lo mínimo la intervención y las regulaciones, aún cuando se las narre con motivos “protectores”. 

La única protección para la producción, el único incentivo real, es la libertad económica. Con acompañamiento estatal cuando sea necesario, pero sin intervención en el derrotero que sigan las empresas. Sin salvatajes. Sin subsidios. Algunas empresas avanzarán, otras se reconvertirán, unas crecerán, otras se reducirán, otras quedarán en el camino. Es el ciclo de vida de las empresas, como el de las personas. En el ecosistema empresario no todas viven, una sí, otras no; pero cuando cae un meteorito en ese ecosistema (la exacción estatal y la sobrerregulación), todas mueren.

La apertura económica, la desregulación, el fin del intervencionismo estatal en precios y demás aspectos de la producción bioeconómica generará inicialmente un impacto fuerte, quizás doloroso, inevitable, pero que es la antesala del inicio de un ciclo de crecimiento y prosperidad.

El proceso que se viviría puede asimilarse a lo que se denomina “la pausa de Engels”. 

La innovación tecnológica genera un incremento de productividad que en el siglo XIX, como lo observó Federico Engels, implicó el desplazamiento de los obreros que antes hacían determinadas tareas a mano, dando lugar a quedar desocupados. 

Los que permanecían en actividad se volvían más productivos y, por ende, sus salarios pasaron a ser más altos, con capacidad de mayor demanda económica. Esa nueva y mayor demanda da lugar a la creación de nuevos mercados para bienes y servicios que, en última instancia, significan nuevos empleos, donde se absorben los que habían quedado sin trabajo anteriormente.

Así, la “pausa de Engels” (la diferencia de tiempo que corre entre el incremento de productividad, con el consiguiente desempleo, y la creación de nuevos empleos) comprende dos movimientos: el de desplazamiento –el surgimiento de los desempleados- y el compensación –la creación de nuevas fuentes laborales que absorbe a aquellos desempleados-.

La liberación de la economía del yugo intervencionista, sobrerregulador y de exacción fiscal, inevitablemente dará lugar a dos movimientos similares a los del proceso mencionado: muchas empresas (y sus trabajadores) quedarán fuera del mercado, o al menos, se verán muy afectadas por el nuevo ritmo de funcionamiento, pero también muchas otras surgirán producto del reacomodamiento y del pleno funcionamiento de las fuerzas productivas. Desplazamiento y compensación.

No necesariamente es un proceso fluido o armónico; al contrario, puede ser un proceso con avances y retrocesos, con conflictos y choques de intereses, pero es la única alternativa de crecimiento y desarrollo válida. La historia y la experiencia muestran que aquí, en la Argentina, y en otros países, la intervención estatal, la regulación excesiva, las medidas proteccionistas, el dirigismo y la planificación centralizada no conducen al éxito ni al pleno desenvolvimiento sectorial y empresarial.

Una “vaca viva” como la de la propuesta de los empresarios “rent-seeking” es sólo una “vaca viva para los vivos de siempre”.

Una “vaca viva” de desarrollo independiente, en libertad, es para beneficio de toda la sociedad, y una apuesta por las generaciones futuras.

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Agradecemos la difusión del presente artículo:  

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