SANTO TOMÁS DE AQUINO Y SAINT-EXUPÉRY

 



Bernardino Montejano




Hace muy poco, una mujer muy joven de nombre Clara y con una apellido de difícil pronunciación, estudiante de letras, me pidió que hablara en la reunión habitual de un grupo al cual pertenece, acerca de Saint-Exupéry; esto no es ninguna novedad, porque muchos conocen mis estudios acerca del escritor francés, incluso, la defensa de su memoria, cuando ha sido ofendida por inventos, tergiversaciones o mentiras acerca su vida o de su pensamiento, lo que ha motivado que un amigo me llame el “guardián de Saint-Exupéry”.

La novedad que nos alegra y mucho, fue cuando le preguntamos acerca del grupo en el cual hablaría y me informó, que se trata de jóvenes que estudian el pensamiento de santo Tomás de Aquino, y a quienes les interesa comparar al teólogo medieval con pensadores de nuestro tiempo.

Al principio me pareció un algo muy difícil, pero de repente tuve una iluminación respecto al tema, que si Dios quiere expondré: Del “Régimen de los Príncipes” de santo Tomás de Aquino a la “Ciudadela” de Saint-Exupéry, el que me permitirá referirme al pensamiento político de ambos, porque son sanos criterios para un buen gobierno.

Lo primero que hicimos fue buscar la obra del Aquinate, que tenemos a la vista, con otro título “De Regno”, (Du Royaume, Egloff, París, 1946), regalo de un tío segundo, Jaime Canevari, en agosto de 1959, a quien recordamos con gratitud.

En la introducción a la obra, que es presentada por María Martin-Cottier, se aclara que “De Regno, llamado después De regimine principum”, es considerado como inacabado” (Ob. cit., p.18).

Aquí tenemos una coincidencia: la obra de santo Tomás concluye en forma abrupta en el Libro II, Capítulo IV, y debemos recurrir a otras de sus obras para completar su pensamiento político.

Lo mismo sucede con “Ciudadela” obra en la cual Saint-Exupéry había trabajado diez años y esperaba trabajar otros diez, concluye en el capítulo CCXIX, y como se trata de algo en bruto, no corregido, está llena de repeticiones, de ensayos que esperan un texto definitivo y por eso, su lectura es tediosa y difícil. En la edición francesa de las obras de Saint-Exupéry, (Gallimard, París, 1959), el índice de sus principales rúbricas preparado por su hermana Simone, (págs. 998/1008), puede ser muy útil para ubicar los temas fundamentales. Pero aquí también debemos recurrir a otras obras para entender su pensamiento, en especial “Tierra de hombres”, existe edición argentina, Fripp Editor, 2021, “Piloto de guerra” y hasta los Carnets.

Tanto el Aquinate como el escritor francés, se refieren a la política como una realidad práctica. El primero, al presentar el plan de su obra se pregunta: ¿Qué puedo ofrecer que sea digno de la majestad real, conforme a mi estado de religioso? Y responde: “lo mejor será componer una obra que se ocupe de la realeza”, su origen y los deberes del rey, desde la autoridad de las Sagradas Escrituras, la enseñanza de los filósofos y el ejemplo de los príncipes más alabados, pidiendo el auxilio de Aquél que es Rey de los reyes y Señor de los señores (Ob. cit. p.23).

En el segundo, basta abrir “Ciudadela” para que Dios aparezca, pues al hombre: ”lo hace nacer, crecer, lo llena de deseos, de pesares, de alegrías, de sufrimientos, de cóleras y perdones, después lo hace entrar en Él… Y si sabes descubriste, saborearás la eternidad en tus movimientos… El tiempo no es un reloj de arena, sino un cosechador que ata su gavilla” (I).

Santo Tomás compara al reino con un navío y al gobernante con un piloto a quien corresponde elegir el camino, la vía, y cita a los Proverbios de Salomón: “Donde no hay guía el pueblo se dispersará”, por ello es necesario que “en toda multitud exista un principio director” (p. 29).

En “Ciudadela”, aparece la tarea del gobernante: “Soy servidor de Dios… Soy la barca que ha recibido una generación en prenda y la pasa de una orilla a la otra. Dios a su vez la recibirá de mis manos, tal como me la confió, quizá más madura, más prudente y cincelando mejor los jarros de plata, pero no cambiada” (II).

Santo Tomás distingue entre gobierno justo e injusto y escribe: “Si una multitud de hombres libres es ordenada por aquél que la gobierna al bien común de la misma, tendremos un gobierno recto y justo. Pero si el gobierno es ordenado al bien privado de aquél que gobierna, ese gobierno será injusto y perverso; es por eso que el Señor amenaza a tales jefes por la boca de Ezequiel: “Maldición a los pastores que se apacientan a sí mismos, es decir que buscan su propia ventaja” (XXXIV, 2).



Para Saint-Exupéry, la injusticia y perversidad se concretan en la figura del insensato, que busca destruir los ritos que jalonan el tiempo y la morada que protege al hombre del abismo del espacio, porque “los hombres habitan y el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de la casa… Y no habita el mismo universo, quien habite o no el reino de Dios” (III).

Y si no habitas una morada no sabes ya donde te encuentras… Escucho la voz del insensato: “¡Cuánto lugar dilapidado, cuantas riquezas inexplotadas! Es preciso demoler estos muros inútiles y nivelar estas escaleras que complican la marcha. Entonces el hombre será libre”.

Libre, pero “perdido en una en una semana sin días, en un año sin fiestas, que no muestra su rostro”. Los hombres dilapidan su bien más precioso: el sentido de las cosas. Festejan al enemigo, traicionan sus tradiciones: han mudado el palacio en plaza pública.

Por eso, para proteger a ese navío de los hombres, a esa Ciudadela, sin la cual perderían la eternidad, el gran jefe hace aprisionar y descuartizar al insensato, “condeno al juglar y salvo así a mi pueblo de pudrirse” (V).

En esta introducción encontramos ya una gran coincidencia: Santo Tomás y Saint-Exupéry en distintos tiempos y con muy diversos lenguajes persiguen el bien de los gobernados, que legitima todo gobierno a través de un recto ejercicio de la autoridad, que debe velar ante todo por resguardar aquello que los griegos llamaron nomos, por el cual. como recordaba Heráclito, el pueblo debía luchar tanto como por las murallas.



Buenos Aires, marzo 31 de 2025.                                                         


Bernardino Montejano                                               


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