JOKER III



En las raíces posmodernas de la Alt-Right (y III)


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Concluye aquí la serie de Adriano Erriguel dedicada a la Metapolítica del Joker y, más concretamente, a la Alt-Right norteamericana.


ADRIANO ERRIGUEL


Nota de Hyspasia: Presentamos a ustedes un extracto de la columna de Erriguel. La nota completa se aprecia aquí. El Sr. Erriguel se expresa en jerga profesional y no en lenguaje llano, sin embargo, explica procesos que se desenvuelven todos los días ante nuestros ojos: política de DDHH, política de la víctima, política de las minorías, etc. Si pueden, no dejen de leer la nota completa.
Extractos de RestaurAR previos: Joker I y Joker II.


A partir del 8 noviembre 2016 –tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales americanas– el mundo comenzó a enterarse de que en Estados Unidos existía una “Derecha Alternativa” (Alt-Right).
Unos meses antes, en plena campaña electoral, Hillary Clinton había denunciado a la Alt-Right como un submundo de racistas, sexistas, chauvinistas y misóginos de extrema derecha: los mimbres de su particular “cesta de deplorables”. En ese preciso momento todas las huestes de un ejército on-line estallaron en chanzas, memes y celebraciones: ya estaban en la primera línea de la política nacional.
¿Qué es exactamente la Alt-Right? La respuesta del mainstream mediático es simple: la Alt-Right es la extrema derecha de toda la vida; una nueva marca (re-branding) del viejo pensamiento reaccionario, retrógrado, ultraconservador, misógino, homófobo, racista, sexista, machista, fascista, nazi, etcétera. Se trata de un diagnóstico tan sutil como el de esos viejos conservadores para los cuales todo el desparrame sesentayochista, libertario y contracultural de las últimas décadas era (y es), única e invariablemente, comunista. La simpleza de análisis responde también, en el caso que nos ocupa, a un interés estratégico: el de reconducir toda esta movida a las conocidas y tranquilizadoras aguas de la extrema derecha, frente a la cual ya todo está dicho y no hay que estrujarse las neuronas.
Pero desde el mainstream también se producen, a veces, diagnósticos sofisticados.Por ejemplo, el de la periodista Angela Nagle cuando escribe: “se equivocan todos los que dictaminan que la nueva sensibilidad de la derecha on-line no es nada más que la vieja derecha, y que no merece ninguna atención o diferenciación. Aunque en mutación constante, (…) este fenómeno tiene mucho más que ver con el eslogan de 1968 ‘prohibido prohibir’ que con cualquier cosa reconocible en la derecha tradicionalista”.[1]
En estas líneas defenderemos que la llamada Alt-Right es un fenómeno específicamente posmoderno. Más aún: que su identidad posmoderna es mucho más nítida que la de sus contrincantes,...


¿Existe la Alt-Right?
Cualquiera que se acerque de nuevas al fenómeno Alt-Right se verá desconcertado por su carácter escurridizo. Este movimiento no cuenta con una organización centralizada, ni con un corpus dogmático, ni con un programa político. Su expansión es viral y sigue la lógica de las redes. No obstante, para el mainstreammediático no se plantean dudas: la Alt-Right, como tal, no existe. Es un bluff, una reedición de la extrema derecha de toda la vida. ¿Hasta qué punto es esto verdad?
...
No obstante, el término Alt-Right fue rápidamente apropiado por el activista Richard Spencer (antiguo discípulo de Paul Gottfried) en un sentido concreto de reivindicación del etnonacionalismo blanco. Bajo la expresión Alt-Right pasaron a confluir, de forma progresiva, una serie de webs, revistas on-line, bloggers, etc., cuyos intereses gravitan en torno a los temas proscritos de cualquier debate respetable: la crítica de la sociedad multicultural, la crítica de la ideología de género, el estudio de IQ y la biodiversidad humana, el antihumanismo tecnológico o la antiglobalización, por señalar algunos. ...
Pero más allá del “núcleo duro” intelectual, el grueso de la Alt-Right está compuesto por lo que Milo Yiannopoulos denomina “conservadores naturales”: todo ese mundo que responde a un instinto natural de defensa de unas identidades que se perciben como amenazadas: la cultura occidental, ciertos grupos demográficos (la clase media blanca, los trabajadores víctimas de la globalización), las identidades sexuales llamadas “tradicionales”, etc. Los “conservadores naturales” se contraponen así a la derecha economicista que no conoce más valores que los del “libre mercado” (a la que denominan cuckservatives: conservadores-cornudos).[3]Algunos de sus más conspicuos representantes –recelosos de la proximidad de la extrema derecha– prefieren identificarse como “conservadores”, “libertarios”, “patriotas”, etc., y componen lo que ha venido a llamarse la “Alt-Lite” (o sea: la versión light de la Alt-Right).
A las dos categorías anteriores conviene añadir también el universo juvenil on-line, blasfemo, inococlasta, carente del bagaje moral y/o religioso de los viejos conservadores y en el fondo profundamente nihilista que conforma una cultura de la incorrección política en Internet. Este sector es el que confiere a esta derecha alternativa su identidad más jocosa y contracultural, y el que la ha dotado de una peculiar eficacia como máquina de guerra metapolítica.
La Alt-Right, en suma, no es una franquicia de contornos definidos y que alguien pueda reclamar como propia. ...
Por lo que se refiere a su modus operandi, la Alt-Right responde a una serie de propiedades que la anclan en una posmodernidad radical. ...
Las seis reglas de la guerra cultural posmoderna


1-           Es la cultura, estúpidos
Hoy más que nunca, Gramsci nos indica el camino. A estas alturas del siglo XXI Gramsci es el único pensador marxista al que podemos considerar, con toda propiedad, nuestro contemporáneo. Todo es política, y en política –hoy más que nunca– todo es cultura. Vivimos en la época de la tecnocracia gris que lo ha invadido todo, en los tiempos “post-heroícos” de la gobernanza y de los pequeños consensos institucionales. En esta tesitura son los imaginarios culturales –las ideas, las creencias, los símbolos y los valores sociales– los que marcan la diferencia entre unas ofertas políticas y otras.
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2-           La antítesis es más importante que la síntesis
Escribe Milo Yiannopoulos: “escarbando en las profundidades de la derecha alternativa, pronto resulta evidente que el movimiento resulta más fácilmente definible ateniéndonos a lo que se opone que a lo que defiende. Hay una infinidad de desacuerdos entre sus miembros sobre lo que debe construirse, pero una cierta unidad virtual acerca de lo que debe destruirse”. La Alt Right es fundamentalmente antitética, y eso es un sello inequívoco de su posmodernidad.
Pocas cosas hay más naftalinosas, para un posmoderno que se precie, que las cosmovisiones omnicomprensivas en las que todo encaja. Ridículas se revelan las pretensiones morales de legislar sobre las conciencias... Se trata, ante todo, de una gigantesca empresa de demolición.
Todo lo cual obedece además a una lógica inmemorial. ¿Dónde reside el gran motor de las revoluciones sino en el resentimiento? ...


3-           Libertad, desigualdad, identidad
“Los hombres aspiran de entrada a la libertad. Adquirida la libertad, aspiran a la igualdad, porque ésta está amenazada por la libertad. Adquirida la igualdad, aspiran a la identidad, porque ésta está amenazada por la igualdad. Nos encontramos exactamente en este punto”.[4] Estas palabras del fundador de la “Nueva derecha”, Alain de Benoist, nos sitúan en el centro de la problemática posmoderna: cómo fundamentar un proyecto identitario colectivo en una época de hibridización y de homogeneización generalizada. La posmodernidad de la Alt-Right reside, entre otras cosas, en su carácter de proyecto identitario.
La época actual abunda en colectivos desnortados, en identidades en busca de una redefinición. La Alt-Right “se dirige especialmente a aquellos que se sienten atomizados y alienados en la sociedad occidental moderna: a ellos les ofrece orgullo y autoafirmación, en vez de odio y autodesprecio”.[5] En este sentido el movimiento responde a las inquietudes de unos sectores sociales que han sufrido durante décadas los asaltos de la cultura hegemónica, centrada en la demonización del varón blanco occidental y de su huella en la historia. Si los ejecutivos cosmopolitas de la Costa Este o los diseñadores gay de la Sexta Avenida son arquetipos de la América progresista (los “burgueses bohemios” descritos por Richard Brooks en su libro Bobos en el Paraíso), los arquetipos de la Alt-Right apuntan hacia los despreciados redneck, los whitetrash o hillibillies (poderosamente descritos por Jim Goad en su libro Manifiesto Redneck): jóvenes blancos de futuro incierto que habitan zonas herrumbrosas y posindustriales, bajo el cielo épico de los pioneros llegados de Europa. Cuestiones raciales aparte, el populismo americano es –ante todo y sobre todo– una cuestión de clase.[6]
Para la derecha alternativa ha llegado el momento de deconstruir a los deconstructores, de pasar por la criba de la biología y de la genética a las figuraciones identitarias de la ingeniería social progresista. ...


4-           La imposibilidad del conservadurismo
Pensar que puede haber una “posmodernidad conservadora” es un oxímoron, una contradicción en los términos. Por supuesto, la posmodernidad puede utilizar ideas, palabras o conceptos más o menos “reaccionarios”, más o menos “progresistas”; pero si lo hace, es ante todo como “juegos de lenguaje”, como “tropos” que se sitúan dentro de un discurso global que en sí mismo no puede ser ni “conservador” ni “progresista”, sencillamente porque se mueve en un marco diferente.
Lo cierto es que, desde una perspectiva de derecha alternativa, muy poco hay ya que “conservar”. La llamada a defender un “pasado común” –el grito de guerra habitual de todos los conservadores– es irrelevante, desde el momento en que ese pasado común ya no existe ... La derecha ha perdido todas las batallas culturales desde el fin de la segunda guerra mundial, si bien ha mantenido intactos los poderes ejecutivos y la estructura económica. Esos poderes ejecutivos y esa estructura económica se funden ahora con la izquierda cultural, porque ésta es la que ahora le sirve. ¿Qué hay entonces que conservar?
Cuando la demografía, la migración masiva, la globalización y el multiculturalismo son los factores que moldean el futuro, hablar de “conservadores” versus “progresistas” tiene tanto sentido como hablar de güelfos contra gibelinos. No obstante, ése es el “marco” conceptual que la izquierda quiere conservar, porque a ella le conviene. Ahora bien, la izquierda es el establishment, ergo necesariamente conservadora.
Avanzamos hacia tierra incógnita, no vivimos por tanto en un “momento conservador” sino post-conservador...


5-           Disonancia cognitiva
En la posmodernidad el medio es el mensaje, y la realidad –como decía Baudrillard– ha sido asesinada. En un mundo virtual compuesto de apariencias, de imágenes y de puntos de vista, lo determinante no son los datos, sino la mediación de los mismos; en otras palabras: lo importante es quién fija el “marco” y quién controla las “narrativas” (storytelling). Hasta ahora sólo unos pocos tenían el monopolio de todo ello, de forma que todo conspiraba para bloquear cualquier visión discordante. Pero el año 2016 pasará a la historia como aquel en el que “otras narrativas” (la “posverdad” dicen los cursis) lograron imponerse sobre las verdades oficiales. ¿Cómo fue posible?
Sencillamente, la Alt-Right demostró mayor habilidad que sus rivales a la hora de navegar en un contexto de realidad virtual posmoderna. El “desvío cultural”, el “atasco cultural”, el troleo, los memes: todas las técnicas situacionistas fueron revisitadas por la “derecha alternativa” para demoler las narrativas adversas, y ello de una forma insolente, divertida, proyectando una imagen de fuerza frente a la imagen de sus rivales, hecha de superioridad moral y de indignación virtuosa.
Toda “guerrilla de la comunicación” que se precie tiene un objetivo: provocar situaciones de disonancia cognitiva. ... Ante los ojos del país, las universidades “liberales” (que habían dominado la vida intelectual durante décadas) se retrataban como un mundo intolerante y sectario, perdían su aura: disonancia cognitiva pura y dura.


6-           Distanciamiento irónico
En la “guerra cultural” que precedió a la victoria de Trump se enfrentaron dos bandos. Por un lado, una tropa de hirsutos moralistas. Por el otro lado, señala la periodista Angela Nagle, “una extraña vanguardia de videoaficionados teenagers, de amantes del manga con inclinación por las esvásticas, de irónicos conservadores estilo South Park, de gamberros antifeministas, de extraños nerds acosadores, de trolls y de fabricantes de memes, todos ellos rebosantes de humor negro y de amor de la transgresión por la transgresión (lo que hacía difícil saber si verdaderamente tenían ideas políticas o si todo era una broma)”. Lo que parecía reunirlos a todos­ –continúa Angela Nagle– “era la afición a burlarse de la seriedad, de la autosatisfacción moral y del aburrido conformismo intelectual del establishmentliberal y de los activistas de la corrección política”.[9]
Distanciamiento irónico: una cualidad típicamente posmoderna, desde el momento en que –como señala el comentarista y blogger Hanzi Freinacht– “todo aquel que carezca de un bien desarrollado sentido de la ironía, así como de un divertido desapego hacia una sinceridad excesiva, es automáticamente percibido como poco fiable”.[10] ...
La auténtica risa se abre siempre sobre un fondo de incertidumbre, de desacuerdo con el mundo. La auténtica risa suele ser cruel, y nunca es moral. En la época de la inocencia perdida, acaso sea esa la única vía de rebelión que nos queda. …
¿Reaccionarios, retrógrados, partidarios de la monarquía o simples anarquistas instintivos? Para muchos activistas de la “derecha alternativa”, plantear esta pregunta carece simplemente de sentido. ...
La vía del Joker
Cabe plantearse una hipótesis: muchos americanos votaron a Trump porque, dadas las alternativas, simplemente eso era lo más divertido. Por el mismo motivo y de la misma manera en la que Adan y Eva eligieron comerse la manzana. Y ya sabemos lo que pasó después.
MAGA: una sublime gamberrada ante la tecnocracia global, ante la oligarquía que nos dice que sólo hay un mundo posible: el suyo. Los Think Tanks, Wall Street, Silicon Valley, el club Bilderberg, los “líderes de opinión”, el Smart living, la Europa de los “valores”, los espacios seguros, la OTAN, el New York Times, The Economist, las ONGs, el Dalai Lama, George Soros, Lady Gagá, todos tuvieron que asumirlo. El 8 de noviembre de 2016 la América liberal se desfondaba en ritos de histeria, en terapias de llanto colectivo; ríos de lágrimas inundaban las pantallas del mundo (los funerales de Kim Il Sung fueron un modesto precedente) y se convertían en el hazmerreir de los deplorables del planeta. La risa y el llanto, el llanto y la risa fundidos en un momento jocoso e irrepetible. Los americanos habían decidido activar la opción Joker.
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Pero ¿quién es el Joker?
Durante las últimas dos décadas, Hollywood ha producido una serie de películas – los male rampage films tipo American Psycho, El club de la lucha o Gangs de Nueva York– que tienen un estatus “de culto” en el ambiente Alt-Right. Estos films nos presentan a personajes psicóticos o esquizofrénicos en situaciones monstruosas. Pero en todos estos films los monstruos atienden a razones que merecen una cuidadosa reflexión. En realidad, a través de la alienación de sus personajes, lo que estas películas retratan es un vacío metafísico: el profundo vacío de los valores dominantes.
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¿Y qué mayor monstruo que el Joker? En el film El Caballero Oscuro (la segunda parte de la “trilogía Batman”, de Christopher Nolan) el personaje del Joker da todo un recital de filosofía nietzschiana, pero sustituyendo el martillo por la dinamita, por la pólvora y por la gasolina… para derribar a los ídolos.
¿Qué ídolos quiere derribar el Joker?
El Joker se pasea por la pantalla dando ejemplos de actitud anti-utilitarista (la memorable escena en que prende fuego a una montaña de dinero) y de desplantes aristocráticos (“¡solo pensáis en el dinero! Esta ciudad merece un criminal de más clase, y yo se lo voy a dar”). Pero la esencia de su filosofía se comprime en estas frases: “la mafia tiene planes, la policía tiene planes…, ya sabes…, ellos son intrigantes, intrigantes tratando de controlar sus pequeños mundos. Yo no soy un intrigante, yo… sólo trato de mostrar a los intrigantes cuán realmente insignificantes son sus intentos de controlar las cosas (…). Yo soy un agente del caos”.
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La risa del Joker no es la risa de Homo Festivus... Por eso se confunde con tantos “noes”: los “noes” a la constitución europea, el “no” británico (Bréxit), el “no” a Hillary. A medida que la globalización siga desestructurando las sociedades occidentales, a medida que sigan aumentando la rabia y la frustración, es previsible que sigan proliferando los Jokers.
El Joker del cine es un mostruo criminal y despiadado. ...
En las cartas del Tarot, el Joker representa el “cero”, el borrón y cuenta nueva, la vuelta al casillero de salida.
En la novela de Umberto Eco, El nombre de la Rosa, la risa –el secreto de la Poética de Aristóteles– se ve por fin liberada de su prisión. La novela concluye con el incendio de la Abadía, el símbolo del viejo orbe medieval. Un nuevo mundo ha de comenzar…
En la mitología germánica, el dios Loki –el Joker del panteón nórdico– precipita el Raggnarok: el crepúsculo de los dioses, la necesaria conclusión que ha de preceder a un nuevo ciclo.
Acaso sea ése el último secreto de la risa del Joker; la seguridad de que, tras la furia y el ocaso, se esconde la promesa de un eterno renacer.


1.ª Parte del artículo. Aquí.
2.ª Parte del artículo. Aquí.
    
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[1] Angela Nagle, Kill all normies. Online culture wars from 4chan and Tumblr to Trump and the Alt Right. Zero books, 2017, Edición Kindle.
[3] En inglés, cuckservative es la unión de las palabras cuckold (cornudo) y conservatives. El cuckservative sería así el conservador del establishment que asiste al espectáculo de su esposa –o de su cultura– siendo penetrada por un extraño (a los efectos, casi siempre un negro).


“Para los conservadores naturales es la cultura –y no la eficiencia económica– el valor superior. Más específicamente, valoran sobre todo las expresiones culturales de su propia tribu. La sociedad pefecta, para ellos, no se indentifica con un PIB en perpetuo crecimiento, sino con la capacidad para producir sinfonías, basílicas y grandes maestros. La tendencia natural conservadora de la Alt-Right valora todas esas apoteosis de la cultura occidental, las declara valiosas y merecedoras de ser preservadas y protegidas” (Milo Yiannopoulos, “El Manifiesto de la Alt Right”, publicado en este periódico).
[4] Alain de Benoist, Dernière année. Notes pour conclure le siècle. L’Age d’Homme, 1999, p. 240.
[5] Vincent Law, “The Alt-Right and Antifa are exactly the same”, en: altright.com.
[6] David Brooks, Bobos en el Paraíso. Grijalbo, 2001. Jim Goad, Manifiesto Redneck. Dirty Works, 2017.   
[9] Angela Nagle, Obra citada.
[10] Hanzi Freinacht, “4 things that make the Alt-Right postmodern”.

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