MANÍ

Autor: Marcelo Posada (@mgposada)

El maní es una leguminosa vital para la dieta de muchos países de gran población, como China, India, Indonesia y Nigeria, además de ocupar relevante en la cultura culinaria de otras poblaciones asentadas en países desarrollados, como la Unión Europea y Estados Unidos. En cambio, en Argentina su consumo es insignificante, pese a lo cual es un cultivo que se ha desarrollado rápida e intensamente en las últimas décadas.

Hay referencias a su producción en el actual territorio argentino desde la época colonial, en particular en zonas del Noreste y el Noroeste. A fines del siglo XIX comienza su introducción en la Provincia de Córdoba, en su zona central, desplazándose luego hacia el Sur. Hasta la década de 1950 se trató de una producción acotada al consumo local, con una elaboración cuasi-artesanal. En ese momento década comienza a organizarse la producción manisera para la obtención de aceites, lo que exigió, por un lado, la realización de inversiones a nivel de plantas extractoras, y por el otro, la organización de la producción primaria de modo de ofertar al eslabón industrial un producto más o menos uniforme, adecuado para el procesamiento y con cierta seguridad de remisión.


Desde inicios de la década de 1990, la producción manisera cambia nuevamente su orientación, esta vez hacia la obtención de “maní confitería” con destino, fundamentalmente, hacia la exportación.


Argentina representa solamente el 1,2% de la superficie manisera del mundo y el 2,2% del total de la producción mundial, y sin embargo fue, al menos hasta inicios de 2018, el primer exportador mundial de maní considerando en conjunto los diferentes productos y subproductos. Ejemplos: Argentina es el el primer exportador mundial de aceite de maní, primero en maní elaborado y tercero de maní sin cáscara.


¿Cómo se pudo lograr esta perfomance productiva con tan baja proporción de área sembrada a nivel mundial? Gracias a que el consumo interno es muy bajo (0,3 kg/hab./año frente  los 4 kg/hab./año de la Unión Europea, por ejemplo) – en esos guarismos desde hace décadas -, a la par que los indicadores de producción de las dos últimas décadas experimentaron una evolución altamente favorable. Así, entre las campañas 2000/01y 2017/18, la superficie manisera se expandió un 95%, el volumen cosechado creció el 159% y el rinde por unidad de superficie se expandió un 32%. 


Córdoba es la principal provincia productora, y si bien en los últimos años perdió levemente su importancia relativa, igualmente continúa concentrando algo más del 90% de la superficie manisera, como así también la mayor parte de las plantas procesadoras. La Pampa, San Luis, Buenos Aires y, recientemente, Formosa, son las otras provincias que cuentan con producción primaria de maní y, en algunos casos, también con plantas procesadoras (como San Luis y Formosa).


Las características del cultivo, del tratamiento post-cosecha y del proceso de industrialización se potencian mutuamente para que producción primaria, transformación industrial y servicios conexos se asienten en un mismo espacio relativamente acotado.


El maní requiere de rotaciones que permitan descansar al suelo tres años antes de un nuevo ciclo manisero. Esto se debe, en buena medida, a que la forma de cosecha (arrancado e invertido para secado a campo) expone el suelo a la erosión, máxime al tratarse de suelos arenosos, a la par que este cultivo favorece la aparición de enfermedades en el suelo –hongos, fundamentalmente- cuando se repite en el mismo lote. Por tal razón, el área de cultivo debe ir “desplazándose”, en tanto que los productores buscan nuevas tierras para arrendar e iniciar un nuevo ciclo productivo. Según estimaciones de INTA, más del 80% del cultivo se realiza en campos alquilados [1]. 


El peso del arrendamiento a pagar por la parcela, más las características del paquete tecnológico requerido para un ciclo anual, genera un elevado costo de producción que no todos los agricultores pueden afrontar. Por tal razón, desde la década de 1990 y con mayor intensidad en la del 2000, comenzó a estructurarse un esquema productivo mixto: por un lado, las firmas transformadoras y exportadoras de maní comenzaron a alquilar campos y producir por sí mismas, a la par que celebraron contratos con productores medianos y grandes, proveyéndoles insumos y asesoría y asegurándoles la compra a un valor preestablecido, mientras que los agricultores efectuaban el aporte del resto de los costos y realizaban las tareas de cultivo correspondientes. Este entrelazamiento entre producción primaria y producción industrial, entre firmas industriales que retroceden hasta la producción primaria para asegurarse el aprovisionamiento de la materia prima, y productores que se agrupan en cooperativas para montar plantas procesadoras avanzando hacia la fase industrial, fue dando origen a una configuración particular de la estructura productiva. Configuración que se tiende a denominar cluster, más allá del origen y del uso académico del término [2]. 


Una caracterización sencilla de la figura del cluster indica que es una concentración espacial de empresas e instituciones de un sector determinado, interconectadas entre sí por intercambios de bienes y servicios, materiales e inmateriales. Este entramado facilita que las empresas puedan desarrollar ventajas competitivas a través de mejoras en su entorno, potenciándose las individualidades por medio de la interconexión con las otras firmas e instituciones. Esa interconexión puede estar dada por relaciones de mercado, o bien por intercambios enmarcados en contratos, a la par que con las instituciones del sector (cámaras, entidades científico-tecnológicas, etc.) se tejen redes de colaboración y retroalimentación mutua. Y toda esa interconexión se refuerza, a su vez, por estar dada dentro de un mismo espacio geográfico.


El entramado manisero cordobés (que es, como se señaló anteriormente, el núcleo principal del complejo manisero argentino) se configura claramente como un cluster –según la caracterización expuesta- dada la proximidad geográfica de las firmas e instituciones, su relacionamiento en red, su especialización en un sector productivo, y su capacidad de innovación aplicada a dicha producción.


Cuando a fines de la década de 1980, el mercado internacional del maní comienza a centrarse en la demanda de productos diferentes del aceite, las empresas cordobesas encaran un proceso de transformación que configuró –ya en la década siguiente y sobre todo en la primera del nuevo siglo- la estructura del llamado cluster manisero. La producción primaria se expandió en superficie y, particularmente, en volumen y rendimiento, a la par que la industria amplió su capacidad instalada realizando importantes inversiones. En paralelo, como se mencionó más arriba, comenzaron a imbricarse ambas fases a través de las formas organizativas señaladas: integración vertical, contratos, etc. Al mismo tiempo, la fase primaria comenzó a trabajar mancomunadamente con el INTA local y con distintos departamentos universitarios, a fin de mejorar prácticas productivas, testear tecnologías y monitorear los avances alcanzados. Hacia delante en la cadena, la industria exportadora ajustó sus procesos y productos a lo demandado por los mercados consumidores, elevando los estándares de calidad, de modo tal que respondan a los parámetros más exigentes, como los vigentes en la Unión Europea.


De sólo exportar aceite de maní, el país comenzó a producir y exportar un abanico de productos derivados de ese cultivo, destacándose: maní confitería entero, maní confitería partido, maní plancheado, maní preparado y/o saborizado, maní en pasta y manteca, y grana de maní, además de continuar exportando aceite de maní, y de producir –básicamente para el mercado interno- harinas y pellets de maní [3]. 


La producción nacional de “maní en caja” (es decir, el maní dentro de la vaina que contiene los granos) supera levemente 1 millón de toneladas, de las cuales el 25% es cáscara y el 5% otros tipos de desechos (tierras y ramas), por lo cual se industrializa el 70% del total. De ese volumen, el equivalente al 60% del total se destina a la producción de “maní confitería” y sus derivados, y el 10% a la industria aceitera. Los porcentajes de destino del maní –confitería o aceite- varía año a año en función del volumen producido, de la calidad de dicho volumen, y de las tendencias de la demanda. Del total procesado, el 90% se destina a la exportación y el resto para el mercado interno.


El complejo se compone, a nivel de su fase de procesamiento, de cerca de dos docenas de firmas, entre las que se destacan cuatro que llegan a concentrar más del 50% del total de las exportaciones. Las industrias tienen una capacidad instalada ociosa de alrededor del 25%, lo cual es debido, básicamente, a la escasez de materia prima; de ahí, entonces, que las firmas tiendan a la integración vertical o a los contratos para asegurarse el aprovisionamiento de la misma.


Argentina logra posicionarse en el mercado mundial de los productos maniseros en base a una aguerrida estrategia exportadora respaldada en innovaciones e inversiones en las fases primaria e industrial del complejo, todas ellas pivoteando en torno a incrementar el volumen y la calidad del producto final. Así, el maní argentino –cordobés, básicamente- se cultiva y transforma siguiendo normas de aseguramiento de la calidad BPA, BPM, HACCP, BRC y ETI, además respetar los estrictos parámetros de sanidad impuestos por el principal mercado comprador argentino, como es la Unión Europea (a la cual se destina aproximadamente el 50% de las exportaciones). Y el grueso de esas exportaciones, debe destacarse, se trata de productos con valor agregado post-cosecha, además del propio que trae el cultivo (innovaciones tecnológicas en la fase previa, investigación y desarrollo, modernización organizacional, etc.).


Las características organolépticas, sanitarias y de procesamiento del maní en nuestro país le han ganado el reconocimiento internacional. Para afianzarlo, la Provincia de Córdoba sancionó la Ley 10.094 creando la denominación “Maní de Córdoba. Certificado de origen”, buscando así establecer un sello de calidad internacionalmente reconocido [4].  Sin embargo, dicha Ley no llegó a ser reglamentada. Aún así el propio cluster manisero la adoptó, más allá de la configuración legal que se intentó dar. Este hecho muestra a las claras que los agentes privados (las empresas del complejo) actúan en pos de preservar y afianzar su capacidad competitiva más allá del apoyo o de las trabas que se deriven del accionar público.


La exitosa inserción argentina en el mercado manisero internacional puede ser evaluada de modos diferentes. Si por un lado es una muestra cabal de la capacidad competitiva del sector, pues no sólo logró entrar a dicho mercado sino que incrementó rápida y ampliamente la cuota que detenta en el mismo, según antes se mencionó; por el otro, el 90% de la producción nacional destinada a la exportación puede entenderse como una debilidad, dado que torna al sector vulnerable a factores que impacten de lleno en esa dependencia (aparición de nuevos competidores, surgimiento de barreras arancelarias o para-arancelarias, variaciones negativas en el tipo de cambio que disminuyan la capacidad competitiva por esa vía, etc.). Y esa debilidad se acrecienta aún más cuando se toma en cuenta que la mitad de las exportaciones se destinan a un mismo mercado (el de la Unión Europea).


Una muestra de la capacidad competitiva de maní argentino está dada por la comparación con los costos de producción y el margen bruto obtenido por unidad de superficie que se alcanzan en Estados Unidos, que es otro jugador fuerte en el mercado manisero. Argentina tiene un costo de producción equivalente a un tercio del estadounidense, el cual sólo puede competir en base a un subsidio (Price Lost Coverage) que recibe del gobierno local, y aún así, el resultado final (antes de impuestos) es más positivo en Argentina que en Estados Unidos.


Que el complejo manisero argentino es competitivo y líder mundial es algo destacado en numerosas publicaciones en los últimos años [5].  Sin embargo, y pese al horizonte promisorio que se auguraba a esta producción, un cambio en las reglas de juego impositivas ha significado un problema de magnitud para el sector, máxime al combinarse con un último año climatológicamente difícil.


La baja de reintegros a las exportaciones y la suba de los derechos de exportación decretadas en la segunda mitad de 2018 por el gobierno nacional impactaron de lleno la producción y su capacidad de competir por precio. Así, al cabo de unos pocos meses, el maní argentino que se colocaba en Rusia (segundo destino de las exportaciones) fue desplazado por el maní producido por Brasil que se perfila, al mismo tiempo, como un nuevo competidor dinámico y con elevado potencial en los mercados internacionales [6]. 


El cluster manisero se conformó por decisión de los agentes que lo integran, alimentándose tanto de la inversión privada como de las externalidades captadas del funcionamiento del sistema científico-tecnológico público con el cual interactuó. En base al producto de esas inversiones y del desarrollo de una estrategia de posicionamiento y afianzamiento en los mercados, el sector convirtió al país en el primer exportador mundial de maní.


Desenvolviéndose en un contexto no siempre propicio para la inversión y el riesgo empresario, el sector fue creciendo y consolidándose. Sin embargo, la presión fiscal es más fuerte que la dinámica interna del cluster manisero, y ha provocado que hoy comience a perder mercados, expresando con ello una disminución de su capacidad competitiva.


No se trata de una competitividad espuria, sólo basada en el tipo de cambio, sino que fue construida desde las bases, con inversiones, con trabajo en red, con organización, con estrategia exportadora. Y sin embargo, pese a que a diferencia de muchas otras economías regionales, la manisera tiene bases sólidas en su capacidad competitiva, la presión impositiva la afecta y le hace perder grados en dicha capacidad.


El sector, como otros de la economía real argentina, no necesita subsidios, ni prebendas, ni excepciones especiales, sino que requiere que lo dejen desenvolverse libremente, soportando una presión impositiva que no desincentive las iniciativas inversoras y expansivas de la actividad, ni constituya un lastre que genere costos imposibles de reducir y que restan capacidad de competencia por precio en los mercados internacionales.


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[3] A estos productos transables, se debe agregar que la industria genera valor a través del procesamiento de los desechos, básicamente, la cáscara del maní, a partir de la cual se genera energía eléctrica, y también se produce carbón activado (representando el 20% del consumo nacional de este producto, importándose el resto).

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