UN PROGRESISTA DE VERDAD: DON PANCHO

Los Ramos Mexía I

Autor: Juan Martín Perkins

Si sos progre, lee especialmente con mucha atención. Dame la oportunidad de sacarte del relato deshonesto de Pigna y O’Donnell. Te voy a contar sobre un personaje realmente progresista de verdad. Tan y puro y sano que el relato no lo pudo “usar”.
Francisco Hermógenes Ramos Mejía, se instaló allá por 1811 con su joven esposa y sus hijos en una región bonaerense donde sólo había indios pampas. Nadie se aventuraba mas allá de la frontera natural que representaba el río Salado.“Don Pancho” desafió al imposible y se fue a poblar “suelo salvaje”.


Primero hizo una excursión exploratoria acompañado por 5 gauchos. Entre ellos, el gaucho Molina, a quien Alberto Merlos inmortalizara en una milonga surera.
Molina era su gaucho “lenguaraz”, baqueano conocedor que le haría de intérprete con los indios.
Eligió tierras ubicadas en lo que hoy es Maipú y, cuando formalizó la compra, hizo sendos pagos a las autoridades y también a los indios, a quienes consideraba sus dueños naturales. Este fue un caso SIN PRECEDENTES en esa época. El trato fue por 60 leguas cuadradas, que los indios midieron según lo que pueda galopar un caballo en un día.
Don Pancho, mantuvo con  esos primitivos habitantes relaciones especiales, sabiendo que la convivencia proviene, fundamentalmente, del respeto irrestricto al principio de la propiedad.
La frontera con el indio en Provincia de Buenos Aires, SXVIII y SXIX.

Había estudiado profundamente las cuestiones del aborigen y estaba convencido de que el indio, bien tratado, podía ser muy útil a la sociedad que lo integrara. Esta visión tiene origen en los ecos de la sublevación de Tupac Amaru y en su casamiento con María Antonia Segurola, descendiente por vía materna de una princesa Inca y de Ampuero, lugarteniente del conquistador Francisco Pizarro. Tupac Amaru había muerto junto con su familia en defensa de la raza oprimida y desplazada por los malos funcionarios de la burocracia española quienes, desoyendo ordenes de la corona, negaban justicia a los indios. Ramos Mejía estudiaba en la Universidad de Chuquisaca para entonces.. Y ese episodio lo dejo marcado para siempre.
De regreso a su patria, eligió vivir en la lejanía habitada por los indios para iniciar su vida de estanciero.

Podría haberse quedado en la comodidad de “Tapiales” (lo que actualmente es el mercado central, camino a Ezeiza) pegado a CABA donde ya tenía 7000 hectáreas. Sin embargo, prefirió aventurarse hacia el interior profundo.
Largo y penoso viaje el de los Ramos Mejía con tres niños chiquitos a través de soledades, sin caminos ni sendas hasta llegar a la región de verdes lomadas, lagunas y pajonales de cañadones que serían asiento de la “ESTANCIA MIRAFLORES“.
Levantaron Ranchos de paja y barro que sirvieron de vivienda a patrones y personal. En poco tiempo, la estancia tuvo su casco; la cercanía con las Tolderías permitió que los indios se arrimaran y colaboraran, al tiempo que asimilaban la vida sedentaria de los blancos. Los indios ayudaron en la construcción y defensa de la población. De ahí que la palabra “estancia”, que viene de “estar”, de “quedarse”, sea tan apropiada para denominar a los establecimientos que terminaron con la vida nómade de los habitantes de las pampas, indios y gauchos, posibilitando el afincamiento de los hombres y sus familias en un lugar, para el desarrollo y progreso del desierto.

Los Ramos Mejía enseñaron a los indios a plantar árboles (que aún podemos admirar), a usar el arado a caballo, a sembrar trigo, maíz, cebada y lino, a tejer y hacer otras artesanías. Don Pancho les inculcó nociones de moral y principios cristianos, para lo cual adaptó el Evangelio a las costumbres y mentalidad indígena. Pronto, se convirtió en una especie de patriarca de los pampas.
No tardaron en salir carretas y carretas de “Miraflores”. Cueros, lanas, cerdas, cereales y demás productos de la región como plumas de ñandú y de las aves que poblaban las lagunas.
Las relaciones con los caciques vecinos y los que merodeaban mas al sur siempre fueron inmejorables: Pichimán, Ancalifú, Maicá, Cachul, Antonio el Grande y otros demostraron que entre ellos y Ramos Mejía existía una confianza mutua que los hechos no desmentían.
Las dificultades comenzaron ante los recelos que esta situación peculiar provocó entre los demás estancieros del sur, entre los que estaba el mas poderoso y preferido del revisionismo del relato, Don Juan Manuel de Rosas de las leyes y “la Santa Federación“.
En 1815, trataron de enemistar a Don Pancho con el gobierno. No lo consiguieron. Al contrario, la legislatura de Buenos Aires declaró que Ramos Mejía, a costa de grandes sacrificios, era muy beneficioso para el progreso del país y la relación con los indios.

Mientras tanto la frontera se iba corriendo hacia el sur. Nuevas Estancias se instalaban en la zona de Dolores. La población aumentó y las autoridades vieron la necesidad de establecer una guardia armada para mantener el orden social. Don Pancho donó un pedazo de campo para el establecimiento del fuerte San Martín bajo el mando del capitán Lara, que luego fuera el fundador de Dolores.
Por 1820 entrábamos en la anarquía que ensombreció al país.
Algunas tribus aprovecharon la inestabilidad para hostilizar a los blancos que vivían en las Estancias. El gobierno pidió a Ramos Mejía que mediara para obtener la paz general. El 7 de marzo se firmó el “Tratado de Miraflores” con los indios de la frontera sur. 
El General Martín Rodríguez firmó en nombre del gobierno y Don Pancho Ramos Mejía lo hizo por mandato de los 16 Caciques Pampas.



Los estancieros Rosas, Anchorena, etc no sentían mucha simpatía por los métodos para la convivencia con las tribus de Ramos Mejía.
La situación empeoró cuando se produjeron violaciones al tratado. Los Mapuches y Ranqueles, no los Pampas, organizaron un malón de 2000 lanzas que asoló y saqueó Navarro. Le siguió otro malón que atacó Salto, dirigido por el chileno Carreras.
Mientras ocurrían los malones, el padre Castañeda, confinado al fuerte San Martín por sus actitudes, urdió una leyenda negra en torno a Ramos Mejía acusándolo de hereje, de celebrar ceremonias sacrílegas con las que buscaba endiosarse y establecer una nueva religión. Que raro el clero urdiendo y conspirando…
El gobierno optó por atacar tolderías de Tandil. Personalmente, el gobernador Martín Rodríguez dirigió las acciones y le reprochó a Ramos Mejía su convivencia con los “salvajes”. En esta entrevista quedó clara la posición de Don Pancho cuando dijo: “el ataque indiscriminado a las tolderías es injusto… y conocedores del tema indígena como Juan Manuel de Rosas lo saben. Las represalias van a caer fatalmente sobre los que habitamos la frontera”

Y así fue. Don Pancho tuvo toda la razón. Todo lo que el país necesitaba era paz y estabilidad para desarrollar asentamientos. Poblar! Si había lugar para todos!! Pero optaron por seguir otro camino.
La suerte estaba echada para Don Pancho. Anarquía, la jerarquía de la iglesia, como siempre, persiguiendo a quien la pone en evidencia, lo persiguió y el gobernador fue implacable. Rodríguez lo obligó a desplazarse con toda la familia a la capital en el plazo de 6 días.
Don Pancho, hombre pacífico, se despidió del personal y custodiado por una patrulla militar se fue con su mujer y siete hijos, llevándose en el alma la imagen de Miraflores y la de algunos de sus colaboradores muertos por la patrulla que lo escoltó. Nunca mas pudo volver.
El capataz de Miraflores, el Gaucho Molina, juró venganza. Se alió con los indios y cometió toda clase de tropelías en la zona, como el lamentable saqueo a la ciudad de Dolores.
Fue tal el grado de hostilidad hacia los cristianos por parte de la indiada que Don Pancho, desde su confinamiento en Tapiales, tuvo que interceder para calmar la sed de venganza de sus antiguos colaboradores. Ramos Mejía logró que el Gaucho Molina volviera al fuerte de Kakel a pedir perdón por sus acciones.

Desde la habitación del mirador de su vieja estancia de Tapiales, donde cumplía condena de una ley que no existía y una justicia que no tuvo, Don Pancho siguió sirviendo a la prosperidad y progreso del país. Cuando murió, el gobierno se demoró en decidir sobre su cuerpo hasta que una noche, ante la viuda y los hijos, una partida de Pampas le rindió homenajes y se lo llevó al interior de los montes. Nunca se supo que destino le dieron los Pampas al cuerpo de Don Pancho.
El punto es que ni sus amigos estancieros ni el gobierno del país que amó y sirvió lo reconocieron nunca.
Los indios honraron su amistad, mientras, Rosas le cortó la cabeza a parte de su familia y los persiguió hasta Bolivia por acompañar a Lavalle.
Te cuento esto para que veas desde cuando viene la grieta, desde cuando el relato, desde cuando una historia que no se cuenta.
Equivocado en su proceder o no, este personaje de nuestra historia demostró que sus ideales podrían haber sido llevados a la práctica y hubieran servido para la ocupación pacífica de los territorios nacionales.
Claro, tocaba intereses y era muy molesto al bolsillo y a las conciencias de quienes quieren transitar por el atajo.

La historia Argentina es la del camino mas corto. En todos los casos y en todas las épocas.
Los que denostan a Roca y a su campaña al desierto deberían leer sobre estos años para entender que, llegado el momento, a Roca no le quedó otro camino luego de años de rapiña, malones, raptos de mujeres que cubrían los campos de terror y muerte.
En años de Francisco H. Ramos Mejía no había ley, faltaban 30 o 40 años para la Constitución del 53, sin embargo, pudo demostrar que la convivencia organizada era posible. Con respeto a la palabra y al principio de la propiedad alcanzaba. Así de sencillo. Ni mas ni menos.

No lo entendimos. Hasta los Jesuitas de Bergoglio declararon a los indios Pampas como gente “incorregible” imposibles de convertir.
Don Pancho pudo, pero le valió el título de heresiarca. Bah, siempre lo mismo.

Juan Martín Perkins Ramos Mejía.

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"Un peón, Segundo Molina", por Alberto Merlo.

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